22 de junio de 2023

LAS RAÍCES DEL MAL DEL FASCISMO NOS OBLIGAN A LUCHAR CONTRA SU VIOLENCIA Y SU BARBARIE, BERTOLT BRECHT..

El 22 de Junio de 1941, tuvo lugar la invasión fascista de la URSS. Todos los países de Europa ocupados por los nazis, o neutrales ayudaron al imperialismo alemán para borrar al país de los soviets. Seis años antes Bertolt alertaba de esa oscura trama contra la cultura y el ser humano. Enseñando que cuando el imperialista necesita de esclavos recurre al fascismo.

Por Esteban Zúñiga

"Aquellos que están en contra del fascismo, sin estar en contra del capitalismo, que se lamentan de la barbarie originada por la barbarie, se parecen a aquellas personas, que quieren comer su ración de ternera, pero sin que haya que degollar la ternera. Quieren comer la ternera pero no ver la sangre. Se contentarán con que el carnicero se lave las manos antes de servirles la carne. No están en contra de la situación creada por la barbarie respecto de la propiedad, sólo en contra de la barbarie. Levantan su voz contra la barbarie, y lo hacen en países donde impera la misma situación económica, pero donde los carniceros todavía se lavan las manos antes de servirle la carne." 
(Bertolt Brecht. "Las cinco dificultades para escribir la verdad". 1934).
 
Ante la amenaza y el auge del terror y la violencia fascistas contra los trabajadores que asolaba a Europa en la primera parte de los años 30 del siglo pasado, el 21 de junio de 1935 -siguiendo el ejemplo del Primer Congreso de Escritores Soviéticos celebrado en Moscú en los meses de agosto y septiembre de 1934- se inauguraría en la Sala de la Mutualité de París, el Primer Congreso Internacional para la Defensa de la Cultura, que finalizaría el 25 de junio. Un evento cultural y político en el que participarían doscientos treinta delegados provenientes de treinta y ocho países.
 
El 23 de junio, intervendría el poeta y dramaturgo comunista alemán Bertolt Brecht, incidiendo en que si bien era muy importante defender la cultura, era muchísimo más importante y decisivo la defensa de los hombres:
 
"Compadezcámonos de la cultura, ¡pero compadezcámonos primero de los hombres! La cultura estará salvada, si los hombres se salvan."
 
Llamando la atención de los asistentes de que no valía sólo con condenar las políticas antisociales y brutales del fascismo, sino lo que estaba en juego era el presente y el futuro de la humanidad, por lo que había que reflexionar sobre las "raíces del mal", y quienes eran los agentes causantes. 
 
Lanzando en su arenga un llamamiento a la lucha contra el capitalismo, al que significaría como el origen mismo del fascismo, al poner en solfa las relaciones de producción y la propiedad de los medios de producción:
 
"¡Camaradas, hablemos de las condiciones de propiedad!".
 
BERTOLT BRECHT
 
UNA ACLARACIÓN NECESARIA PARA LA LUCHA CONTRA LA BARBARIE FASCISTA.
Fragmento del discurso en el Primer Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura.
París, 23 de junio de 1935.
(Fuente: Manuel Aznar Soler. "Iº Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura. París, 1935").
 
"(...) Los escritores que sufren en carne propia o ajena el horror del fascismo y son presa del pánico, no están en condiciones, sin más que esta experiencia y este pánico, de combatir esta abominación. Tal vez muchos crean que basta como describirla, sobre todo si un gran talento literario y una cólera auténtica hacen el relato penetrante. En realidad, este tipo de relatos son importantes. Aquí ocurren atrocidades. Esto no puede ser. Se golpea a las personas. Esto no ha de ocurrir. (...)
 
Tal vez habrá quien pegue un salto, esto no es tan grave. Pero luego viene aquello de atajar de un golpe y esto ya es más grave. Ha estallado la cólera, el adversario está señalado, pero ¿cómo derribarlo?
 
El escritor puede decir: Mi cometido es denunciar la injusticia, y puede dejar a cargo del lector el cuidado de acabar con ella. Pero luego el escritor hará una experiencia singular. Se dará cuenta de que la cólera, como la compasión, es algo masivo, algo que existe en cantidad y puede agotarse. Y lo peor del caso: se agota en la medida en que se hace más necesaria. 
 
Algunos camaradas me han dicho: cuando referimos por primera vez que nuestros amigos eran sacrificados, hubo un clamor de horror y se ofrecieron muchas ayudas. Entonces hubo cien muertos. Pero cuando fueron mil y la carnicería no tenía fin, cundió el silencio y cada vez hubo menos ayuda. Así son las cosas: "Cuando los crímenes proliferan, se hacen invisibles". Cuando las penas se vuelven insoportables, ya no se oyen clamores. Un hombre es golpeado y el espectador de la escena se desmaya. 
 
Claro que es natural. Cuando llega el crimen, como la lluvia que cae, ya nadie grita entonces "alto".
 
(...) ¿Cómo remediarlo? ¿No existe el medio de impedir al hombre que vuelva la cara ante la abominación? ¿Por qué vuelve la cara? Vuelve la cara porque no ve ninguna posibilidad de intervenir. 
 
El hombre no se detiene en el dolor del otro si no puede ayudarle. Uno puede detener el golpe, si sabe cuándo cae y hacia dónde y por qué, y para qué cae. Y si uno puede detener el golpe, si existe alguna posibilidad, por pequeña que sea, de detenerlo, entonces puede sentir compasión de la víctima. De no ser así, también se puede sentir compasión, pero no por mucho tiempo, en todo caso no durante todo el tiempo que silban los golpes sobre la víctima. 
 
Por tanto: ¿Por qué cae el golpe? ¿Por qué se arroja la cultura por la borda como un lastre, aquellos restos de cultura que nos quedan? ¿Por qué la vida de millones de seres, de la mayoría de seres, están tan depauperada, despojada, semi o totalmente destruida?
 
Algunos de nosotros responden a esta pregunta diciendo: por salvajismo. Creen estar viviendo una terrible erupción en una gran parte de la humanidad, cada vez mayor, un fenómeno horripilante sin causas aparentes, que aparece de repente y tal vez, es de esperar, desaparezca también de repente, el desbordamiento impetuoso de una barbarie largo tiempo sofocado o adormecido, de naturaleza instintiva.
 
Los que responden así, se dan cuenta, naturalmente, ellos mismos, de que tal respuesta no alcanza lo suficiente. Y también se dan cuenta de que no se puede dar al salvajismo visos de fuerza natural, de potencia invencible de los infiernos.
 
Hablan también de negligencia en la educación del género humano. Algo se desatendió en este sentido o no puede hacerse con las prisas. Ahora hay que recuperar lo perdido. Contra el estado salvaje hay que implantar la bondad. Hay que evocar las grandes palabras, los conjuros que ya en una ocasión prestaron ayuda, los conceptos imperecederos: amor a la libertad, dignidad, justicia, cuya eficacia está históricamente garantizada. Y emplean los grandes conjuros. 
 
¿Qué sucede? A la alusión de que el fascismo es salvaje responde éste con el elogio fanático del salvajismo. Acusado de fanático, responde con el elogio del fanatismo. A la imputación de que conculca la razón, condena alegremente la razón.
 
También el fascismo encuentra la educación descuidada. Espera mucho de una influencia sobre los cerebros y un fortalecimiento de los corazones. A las brutalidades de sus sótanos de tortura añade las de sus escuelas, periódicos, teatros. Educa a la nación entera, y lo hace durante todo el día. No dispone de demasiadas cosas que ofrecer a la gran mayoría, y eso significa tener que educar mucho. Como no proporciona comida, debe educar para la autodisciplina. Como es incapaz de poner orden en su producción y necesita guerras, debe educar para el valor físico. Necesita víctimas, y entonces tiene que inculcar a la gente espíritu de sacrificio. También ideales, postulados formulados a los hombres, algunos son incluso grandes ideales, grandes postulados.
 
Bien, sabemos para qué sirven estos ideales, quién educa y a quién será útil esta educación -no a los educados-. ¿Qué ocurre con nuestros ideales? También aquellos de nosotros que ven el origen de todos los males en el salvajismo, la barbarie, sólo hablan, como hemos podido comprobar, de educación, de intervenir en los espíritus -de ningún otro tipo de intervención, sin embargo-. Hablan de educar a la gente para la bondad. Pero la bondad no saldrá a fuerza de exigir la bondad, exigirlo bajo todas las condiciones, incluso las peores, así como la brutalidad no puede salir de la brutalidad.
 
Yo, por mi parte, no creo en la brutalidad por amor a la brutalidad. Hay que defender a la humanidad contra la acusación de que sería también brutal, si esto no fuera tan buen negocio. Es una tergiversación ingeniosa de mi amigo Feuchtwanger cuando dice: la villanía procede del egoísmo, pero no tiene razón. El salvajismo no viene del salvajismo, sino de los negocios, que sin él no podrían seguir haciéndose.
 
En el pequeño país del cual procedo, reinan condiciones menos alarmantes que en muchos otros países, pero cada semana son destruidas 5.000 reses de matanza. Es una cosa grave, pero no es una explosión repentina de sangre. Si lo fuera, la cosa sería menos grave. La destrucción de cabezas de ganado y la destrucción de la cultura no tienen sus causas en instintos bárbaros. En ambos casos se destruye una parte de bienes producidos no sin esfuerzo, porque se ha convertido en una carga. (...) 
 
En la mayoría de los países de la tierra tenemos hoy unas condiciones sociales en las que los crímenes de toda clase son altamente premiadas y las virtudes cuestan mucho: "La buena persona está indefensa, y el indefenso es apaleado, pero con la brutalidad puede uno tenerlo todo. La villanía toma sus medidas para 10.000 años. La bondad, por el contrario, necesita una guardia de corps; pero no la encuentra."
 
¡Guardémonos buenamente de pretenderla de los hombres! ¡Y ojalá no pretendiéramos nada imposible! ¡No nos expongamos al reproche de que también nosotros hacemos llamamientos a los hombres para cosas sobrehumanas, esto es que, a base de practicar virtudes sublimes, sobrelleven condiciones de vida horribles que, desde luego, es posible cambiar, pero que no van a cambiar! ¡No hablamos solamente en pro de la cultura!
 
Compadezcámonos de la cultura, ¡pero compadezcámonos primero de los hombres! La cultura estará salvada, si los hombres se salvan. No nos debemos arrastrar hasta el punto de afirmar que los hombres existen para la cultura y ¡no la cultura para los hombres! Haría pensar demasiado en la práctica de los grandes mercados, donde los hombres acuden para las reses, ¡no las reses para los hombres!
 
¡Camaradas, reflexionamos sobre las raíces del mal!
 
Muchos de nosotros, escritores, que viven el horror del fascismo y se horrorizan de él, no han comprendido todavía esta doctrina, no han descubierto aún las raíces del salvajismo que les aterra. Siempre existe en ellos el peligro de considerar las atrocidades del fascismo atrocidades inútiles. Siguen aferrados a las condiciones de propiedad imperantes, porque creen que, para su defensa, no son necesarias las atrocidades del fascismo. Sin embargo, para el mantenimiento de esta situación son necesarias las atrocidades del fascismo. En esto no mienten los fascistas, dicen la verdad. Aquellos de nuestros enemigos que están tan horrorizados como nosotros de las atrocidades fascistas, pero quieren mantener las actuales condiciones de propiedad o se muestran indiferentes ante su mantenimiento, no pueden hacer una guerra lo bastante vigorosa y duradera contra la barbarie predominante, porque no son capaces de ayudar a sugerir y crear unas condiciones sociales en las cuales la barbarie sea superflua. 
 
Pero aquellos que, en la búsqueda de las raíces del mal, han dado con las condiciones de propiedad, han ido profundizando más y más, a través de un infierno de atrocidades cada vez más bajas, hasta llegar al lugar donde una pequeña parte de la humanidad ha anclado y establecido su dominio despiadado. Ha echado el ancla en aquella propiedad del individuo que sirve a la explotación del prójimo y es defendida a ultranza con uñas y dientes, abandonando una cultura que no se presta ya a defenderse o ya no es capaz de hacerlo, abandonando, en fin, todas las leyes de la convivencia humana, por las cuales la humanidad ha luchado desesperadamente tanto tiempo y con tanto denuedo.
 
¡Camaradas, hablemos de las condiciones de propiedad!

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