27 de febrero de 2018

Raza, represión y el Rusiagate: la defensa de la autodeterminación radical negra

Por Ajamu Baraka *. Traducido para UMOYA por Ana Olarte de Santiago (Universidad de Salamanca).

Los demócratas centristas y liberales dirigen el nuevo macartismo de Estados Unidos. Para ello, se basan en la idea casi cómica de que Rusia posee el poder y la influencia, no solo para intervenir en las elecciones, sino también para crear tensiones raciales. Una vez más, se considera que la oposición negra recibe influencia extranjera y que, por lo tanto, es una amenaza para la seguridad que justifica la represión selectiva.

 

Como dijo Julia Ioffe en un artículo reciente de la revista estadounidense The Atlantic, discutir sobre que los esfuerzos de la propaganda rusa «aumentan las tensiones políticas y raciales en Estados Unidos» es absurdo y un insulto.

Sin embargo, la relación entre la lucha legítima de la población afroestadounidense contra la opresión del sistema con influencias «extranjeras» ha sido una característica recurrente de la estrategia de contención ideológica y militar de Estados Unidos desde que la Unión Soviética surgió como competidor internacional del proyecto paneuropeo colonial y capitalista de hace 400 años. Desde el activismo de principios del siglo XX de las Conferencias Panafricanas hasta el movimiento Garvey, la Hermandad de Sangre Africana (African Blood Brotherhood) socialista y la Oficina Internacional de Servicios Africanos (International African Service Bureau) surgidas a raíz del auge del fascismo europeo y de la invasión italiana de Etiopía en los años 30, los radicales negros formularon unos conocimientos teóricos y una respuesta práctica a las realidades de la opresión colonial y capitalista racista en todo el mundo africano.

Cuando los bolcheviques tomaron el poder estatal y establecieron la Unión Soviética y la Tercera Internacional (Komintern), muchos radicales negros se vieron atraídos por el marxismo revolucionario. Algunos lo consideraban una crítica al dominio del capitalismo occidental, mientras que otros, una teoría que alteraba dicho dominio. Sin embargo, la relación compleja, y a veces contradictoria, entre los radicales negros y la Internacional Comunista no hizo que Estados Unidos dejara de insinuar que todo movimiento opositor afroestadounidense estaba inspirado en el comunismo.

Desde nuestra agitación en la ONU a favor de los derechos humanos y en contra del colonialismo hasta lo que se conoció como el movimiento de los derechos civiles, el estado emergente de seguridad nacional calificó nuestro movimiento como subversivo y se centró en nuestros activistas. La contención de la «amenaza» soviética en el extranjero supuso una contención ideológica y política en el país. De este modo, a mediados de los 50, la represión selectiva y las audiencias de McCarthy resultaron en la desinternacionalización efectiva de nuestro movimiento a favor de los derechos democráticos y humanos y en el aislamiento de varios radicales negros tales como Claudia Jones, William Edward Burghardt Du Bois y Paul Robenson del movimiento emergente de los derechos civiles. De hecho, durante el boicot de autobuses de Montgomery, la mayoría de los activistas del sur tenían miedo incluso a mencionar el término «derechos humanos» porque se había asociado eficazmente a la subversión comunista y la Unión Soviética.

Hoy en día, los demócratas centristas y liberales dirigen el nuevo macartismo. Para ello, se basan en la idea casi cómica de que la Rusia capitalista posee el poder y la influencia no solo para intervenir en las elecciones, sino también para crear tensiones raciales. Una vez más, se considera que la oposición negra recibe influencia extranjera y que, por lo tanto, es una amenaza a la seguridad que justifica la represión selectiva.

Sin embargo, no son solo los radicales «extremistas de la identidad negra» que escribieron al Black Agenda Report y otros radicales negros quienes se ven sometidos a un control más riguroso por parte del Estado y sufren campañas de desprestigio procedentes de periódicos de mala muerte como el Washington Post. Incluso los servidores leales como Donna Brazile han enfurecido a los líderes del Partido Demócrata que se preguntan si ahora también es espía rusa. Donna Brazile ni siquiera intentó escapar de los demócratas, pero se le trata como a una esclava fugitiva por atreverse a dudar de Massa Clinton.

No debería hacer falta un doctorado en psicología social o conocimientos profundos sobre operaciones psicológicas para ver la locura transparente del macartismo actual. Sin embargo, en una cultura en la que seis empresas multinacionales controlan la mayoría de las noticias, no sorprende que la atención del público se desvíe hacia el culebrón del Rusiagate. Sin embargo, los que estamos en la primera posición de la lucha por la dignidad colectiva, los derechos humanos y la supervivencia no podemos permitirnos el lujo de desviar nuestra atención de las fuerzas primarias responsables de nuestra opresión.

Los rusos no disparan a nuestra gente por la calle, ni trasladan a nuestros hijos de juzgados de menores a tribunales de adultos en números récord, ni se infiltran en nuestras organizaciones. Tampoco eliminan nuestros votos, ni cierran colegios y hospitales, ni contaminan el agua y los terrenos de los lugares en los que vivimos, ni aumentan nuestros alquileres y nuestros impuestos y nos obligan a abandonar nuestras ciudades o militarizan a la policía mediante el programa 1033. No. Esos son los resultados de las políticas que promulgaron e implementaron los antiguos «americanos» en una sociedad en la que nunca han importado la clase obrera negra y los pobres.

Debemos ser claros. Los grupos de la oligarquía capitalista que tienen problemas con sus homólogos capitalistas rusos no tienen nada que ver con nosotros. Si tienen un problema, deberían resolverlo entre ellos. Después de todo, la competencia capitalista ha sido la causa principal de las guerras entre los poderes europeos. Nos oponemos a la guerra y queremos paz, pero, si los ricos prefieren la guerra, debemos asegurarnos de que las clases pobres y obreras de todas las razas no son las que les defienden. ¡Dejemos que los ricos se defiendan por sí solos!

En este centésimo aniversario de la revolución que dio origen a la Unión Soviética, tenemos claro que la Rusia actual no es la Unión Soviética de 1917. No obstante, nunca olvidaremos el papel que la Unión Soviética desempeñó en el apoyo a la lucha contra el colonialismo occidental en Asia, en África, en América Latina y en todo el mundo, con todas sus contradicciones; así como en el apoyo a los derechos democráticos y humanos de la población afroestadounidense.

Nuestra labor histórica es organizar el poder doble y rival negro para la autodeterminación que tiene sus raíces en la clase obrera negra ―la mayoría de nosotros— como parte del esfuerzo que debemos hacer para crear un bloque multinacional, multirracial, antiopresión, radical y social mayor con el objetivo de transformar las relaciones sociales y productivas de este país. En otras palabras, nuestra responsabilidad es llevar a cabo la revolución. Esa es la base de todos los factores estratégicos en lo que respecta a los aliados, a las fuerzas con un objetivo social a nivel internacional y a la determinación de quiénes pueden ser nuestros amigos y quiénes nuestros enemigos.

Nos solidarizamos con todos los que nos apoyan, respetan nuestros juicios autónomos y se comprometen con la descolonización que es auténticamente revolucionaria y con la creación de un futuro socialista. En cambio, lucharemos contra todos los que intenten eliminarnos, silenciar nuestras voces y colaborar consciente o inconscientemente con el orden racista blanco, patriarcal y colonial/capitalista.

*AJAMU BARAKA es activista defensor de los derechos humanos de los negros (de Estados Unidos y del Hemisferio Sur) y veterano del Movimiento de la Liberación Negra. También es analista geopolítico y columnista colaborador del Black Agenda Report y de la revista CounterPunch. Además, forma parte de la junta de Cooperation Jackson y es el Organizador Nacional de la Alianza Negra por la Paz (Black Alliance for Peace). En su última publicación, ha colaborado con «Jackson crece: la lucha por la economía democrática y la autodeterminación de Jackson, Misisipi».

Fuente:
Pambazuka News: Race, repression and Russiagate: Defending radical Black self-determination, publicado el 9 de noviembre de 2017.

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