24 de septiembre de 2011

El origen de la vida, Alexandr Ivánovich Oparin

Por Carlos Hermida, para el PCE, M-L.


El problema del origen de la vida ha sido, sin duda alguna, una de las cuestiones fundamentales del pensamiento humano en todas las épocas. Hasta el siglo XIX, la teoría de la generación espontánea fue ampliamente aceptada. Se basaba en la observación empírica de que en cualquier sustancia orgánica, colocada en un recipiente durante cierto tiempo, aparecían los más diversos organismos. De esa experiencia se deducía que esos organismos se formaban espontáneamente, sin necesidad de haber sido engendrados o creados por otros. Los experimentos de Louis Pasteur en 1860 demostraron sin ningún género de dudas que todos los seres vivos proceden necesariamente de otros seres vivos. Al ser desmontada definitivamente la generación espontánea, quedó abierto de nuevo el problema científico del origen de la vida.

En 1924, el bioquímico ruso Alexander Ivánovich Oparin (1894-1980) publicó un pequeño folleto en el que formulaba sus tesis fundamentales sobre el tema. De forma esquemática planteaba la posibilidad de la síntesis primaria, sin intervención de organismos vivos, de los compuestos orgánicos más elementales (los hidrocarburos) en nuestro planeta. Posteriormente, la evolución de esas sustancias habría conducido a la formación de compuestos albuminoideos y, ulteriormente, de sistemas coloidales susceptibles de experimentar un progresivo perfeccionamiento de su organización interna merced a la selección natural. Estas tesis fueron ampliamente desarrolladas años más tarde en su libro Origen de la vida sobre la Tierra, publicado en 1936. Oparin se había graduado en la Universidad de Moscú en 1917 y en 1927 consiguió la cátedra de Bioquímica. En 1935 fundó el Instituto Bioquímico, que dirigió hasta 1946, y en 1970 fue nombrado Presidente de la Sociedad Internacional para el Estudio de los Orígenes de la Vida.


Según Oparin, la vida era el resultado de complejos procesos químicos que habían tenido lugar en la Tierra en condiciones muy diferentes a las actuales:
«Una fracción considerable de los miliardos de años transcurridos entre su aparición como astro independiente y el origen de los primeros seres vivos estuvo ocupada por los procesos de evolución abiógena de los compuestos del carbono. Los hidrocarburos y sus derivados azoados y oxigenados más sencillos comenzaron a formarse desde los primeros instantes de su existencia» (Oparin, A. I.: Origen de la vida sobre la Tierra. Madrid, Tecnos, 1970).
La primitiva atmósfera terrestre estaba formada por metano, amoníaco, hidrógeno y vapor de agua, era reductora y anaerobia. Bajo la acción de descargas eléctricas y rayos ultravioleta, esos componentes reaccionaron y se formaron sustancias orgánicas de molécula compleja. Estos compuestos (azúcares, aminoácidos, proteínas, polisacáridos y ácidos nucleicos, entre otros) pasaron a formar parte de la hidrosfera al ser arrastrados por la lluvia, dando lugar a una disolución espesa de agua y moléculas orgánicas e inorgánicas. En ese “caldo primitivo” algunas moléculas formaron membranas, originando estructuras esféricas (coacervados):
«La aparición de los coacervados en aguas de la hidrosfera primitiva representó una importantísima etapa en el desarrollo evolutivo de los compuestos orgánicos primarios y en el proceso del origen de la vida. Hasta aquel momento, la sustancia orgánica se había encontrado inextricablemente confundida con el medio, hallándose distribuida de manera uniforme en su seno. Pues bien, la formación de los coacervados hizo que las moléculas de los polímeros orgánicos se concentrasen en puntos definidos del espacio, al tiempo que se separaban del medio envolvente merced a unos límites más o menos concretos. De esta forma, surgieron sistemas polimoleculares de carácter integral (gotas coacervadas), cada uno de los cuales dotado de cierta individualidad claramente distinguible del mundo exterior restante. Asimismo, estas gotas poseían una estructura definida y propia. Con anterioridad a su aparición, las sustancias orgánicas habían existido tan solo bajo el aspecto de partículas aisladas en movimiento desordenado, cuyas propiedades venían simplemente determinadas por su estructura molecular. En el interior de la gota coacervada, por el contrario, estas partículas se dispusieron las unas con respecto a las otras conforme a un plan bien organización espacial. Como resultado de ello, a los factores puramente organoquímicos vinieron a sumarse unos procesos nuevos, de naturaleza coloidoquímica, basados en la interacción entre sustancias de molécula pesada de un sistema pluricompuesto (integrado por numerosos componentes)».


Algunos de estos coacervados concentraron en su interior enzimas con las que fabricar sus propias moléculas y obtener energía. Finalmente, algunos pudieron adquirir su propio material genético y la capacidad de reproducirse, originando los primitivos procariotas. Los primeros organismos vivos fueron, por tanto, el resultado del «perfeccionamiento progresivo de unas tramas químicas situadas en el interior de unos sistemas coloides individualizados y en permanente interacción con el medio exterior. Como resultado de las continuas transformaciones sufridas por estos sistemas (dentro de los límites de su estabilidad dinámica) y la selección interrumpida de los mismos, se produjeron las siguientes consecuencias: en primer lugar, los distintos catalizadores se perfeccionaron funcionalmente, adquiriendo una elevada potencia y una mayor especificidad de acción. Más adelante, se establecieron ciertas correlaciones entre la función de estos últimos, surgiendo así las diferentes cadenas y ciclos de reacciones fermentativas que constituyen las porciones aisladas del metabolismo. Más tarde todavía, se produjo un perfeccionamiento de la organización espacial de los sistemas y de la localización de los procesos, lo cual tuvo como consecuencia la racionalización de las conexiones entre los fenómenos energéticos y sintetizantes del metabolismo (lo que a su vez garantizaba la autopreservación y autorreproducción del sistema vivo dentro de ciertos límites)».


Con la aparición de esos organismos primarios quedaba resuelta la cuestión del origen de la vida. A partir de ese momento se iniciaba la evolución que daría lugar a los animales y a los vegetales. Oparin demostró brillantemente de forma teórica que la vida representa una forma especial del movimiento de la materia, regida por las leyes de la dialéctica. Los planteamientos idealistas y las concepciones religiosas eran puras especulaciones oscurantistas e irracionales.


No obstante, las teorías deben ser demostradas en la práctica. El enorme despliegue de erudición y conocimientos químicos que Oparin desarrollaba en su obra necesitaba una comprobación experimental. Y ésta llegó en 1953, cuando Stanley Miller, joven estudiante de Química en la Universidad de Chicago y alumno del profesor Harold Hurey, realizó un experimento trascendental. Diseñó un dispositivo compuesto por dos recipientes de vidrio. En el más grande se introdujeron metano, amoniaco, hidrógeno y vapor de agua, los componentes primitivos de la atmósfera terrestre, y en el pequeño había agua hirviendo. La mezcla de gases fue sometida a una serie de descargas eléctricas mediante electrodos y posteriormente pasaba al recipiente menor. Al cabo de varios días, al tomar las muestras del agua, Miller encontró una gran cantidad de compuestos orgánicos, entre ellos varios aminoácidos, que son la base de las proteínas.


Las hipótesis de Oparin quedaron corroboradas por la experimentación de Miller, pero el mundo académico, las instituciones religiosas y los aparatos ideológicos de la burguesía no pueden aceptarlas, porque supondría reconocer el triunfo del materialismo dialéctico como método de análisis, interpretación y transformación del mundo, algo sumamente peligroso para el capitalismo. Las teorías creacionistas, que niegan la evolución, y las interpretaciones metafísicas con pretendidos mantos científicos son ampliamente difundidas para contrarrestar la influencia del marxismo. El escepticismo o el abierto rechazo de los postulados de Oparin encubren la lucha abierta que la burguesía mantiene contra las posiciones revolucionarias del proletariado.

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