24 de mayo de 2011

Tujachevski y la depuración de la dirección del Ejército Rojo en 1937


Por Juan Manuel Olarieta


El 16 de mayo “El Viejo Topo” y el diario digital “Rebelión” insertaron un artículo de S.López Arnal (“La gran guerra patriótica y las invenciones de Kruschov”) que muestra la paranoia de la intelectualidad burguesa con Stalin, el PCUS, la URSS y cualquier acontecimiento histórico que tenga que ver con el movimiento comunista internacional. Ni López Arnal ni ninguno de ambos medios desaprovechan la ocasión para volver sobre sus propios fantasmas con cualquier excusa.


En un alarde de falta de originalidad, López Arnal, “El Viejo Topo” y “Rebelión” vierten un montón de afirmaciones que repiten la letanía de la guerra sicológica desatada por el imperialismo desde 1945, naturalmente sin mencionar fuentes ni documentar afirmaciones, porque deben suponer que sus absurdas concepciones son “vox populi” y tópicos que no hace falta demostrar. Para muestra sirve un botón. Entre esos lugares comunes que no necesitan demostración está la tesis de que en 1937 Stalin “se deshizo” del Estado Mayor del Ejército Rojo, que Tujachevski era “la mejor mente militar del país” y, como Stalin (siempre Stalin), estaba empeñado en liquidar a los mejores, Tujachevski también fue “acusado falsariamente de traición” y ejecutado.

Más de lo mismo. ¿Me tengo que resignar a seguir leyendo mentiras a cada paso? ¿Tengo que soportar a intelectuales burgueses de pacotilla y a medios seudoprogresistas? Por mi parte, yo no estoy dispuesto a ser complaciente con los embustes y la intoxicación sistemática dirigidas contra el comunismo, por más que se personalicen -algo inevitable en la ideología burguesa- en la figura de Stalin, en el PCUS o en la URSS. Su retórica no cambia: nosotros también somos comunistas, lo que ocurre es que somos críticos hacia Stalin, el PCUS, la URSS, los cuales más que errores, lo que cometieron fue horrores, ejecuciones masivas, deportaciones, gulag...

El implacable paso del tiempo borra las huellas, de manera que lo que era “vox populi” en 1937 ha dejado serlo y se ha convertido en su contrario. En 1937 era un secreto a voces en las cancillerías europeas que Tujachevski se disponía a traicionar a su país; los políticos, militares y diplomáticos de los países centroeuropeos lo sabían de sobra; no hablaban de otra cosa, de manera que cuando Tujachevski y los suyos fueron detenidos, juzgados y ejecutados, nadie se extrañó. Si López Arnal, “El Viejo Topo” y “Rebelión” pretenden sustentar hoy que dicha acusación era falsa deberían haber aportado alguna prueba, más allá de la bazofia seudohistórica que llevamos soportando los comunistas desde hace décadas.

El denominado “asunto Tujachevski” alude a la depuración de una parte de la dirección del Ejército Rojo en vísperas de la II Guerra Mundial. Tiene una relación muy estrecha con los procesos de Moscú que se celebraron por aquella misma época en los que, en previsión de un ataque, fueron depurados dirigentes del Partido bolchevique y de varios aparatos del Estado, algunos de ellos tan significativos como el Ministerio del Interior, es decir, la milicia, la policía, el espionaje, etc.

Habitualmente los intelectuales burgueses como López Arnal no se plantean este tipo de cuestiones desde el punto de vista político ni histórico, sino jurídico: ¿había pruebas? ¿pudieron defenderse los acusados? ¿se basaron los jueces exclusivamente en las confesiones? ¿fueron veraces esas confesiones? Para mí el asunto se plantea de otra manera. Yo creo que la lucha de clases es el motor de la historia y, por consiguiente, tengo la certeza de que el fusilamiento de Tujachevski y los demás debía formar parte de la lucha de clases bajo el socialismo. Pero cuando afirmo esto, los burgueses de pacotilla reaccionan así: sospechan que estoy eludiendo la cuestión y que estoy reconociendo implícitamente que no había pruebas y lo que es mucho peor, que las acusaciones eran falsas. Ya saben: en todos los procesos que hubo en la URSS las acusaciones siempre fueron falsas. No puede extrañar que las del proceso de Tujachevski también lo fueran.

Sin embargo, hasta donde yo conozco, la historia nunca habla de pruebas, de juicios, ni de sentencias, sino de otras cosas, por lo que entrar en este terreno es desviar la atención del lector, y eso es exactamente lo que me dispongo a hacer ahora mismo: desviar la atención del lector, hablar de las pruebas, empezando por las actas del proceso contra Tujachevski y los demás militares traidores del Ejército Rojo. Dichas pruebas demuestran por varias y muy diferentes vías -no sólo confesiones de los acusados- lo siguiente:

1) Tujachevski mantenía un contacto permanente con la ROSV (agrupación de altos oficiales zaristas en el exilio) y con Miller, un general zarista refugiado en París que la dirigía

2) Tujachevski se entrevistó personal y secretamente con Miller en París a su regreso del funeral del rey Jorge

3) el general Putna, agregado militar de la embajada soviética en Londres, fusilado al mismo tiempo que Tujachevski, era quien mantenía esos contactos regulares con delegados de la ROSV en general y con Miller en particular.

Tujachevski, Putna y los suyos fueron fusilados en junio de 1937; Miller duró tres meses más: fue capturado y ejecutado por la contra-inteligencia soviética en su propia guarida: en París.

Los jueces que condenaron a Tujachevski fueron sus propios compañeros de armas, todos ellos viejos generales del Ejército Rojo, como Budionny que había fundado la Caballería y participado heroicamente en la guerra civil. ¿Se dejaron manipular todos ellos por Stalin? ¿Fueron engañados? ¿Estarán falsificadas las actas del juicio? ¿Se falsificaba todo en la URSS? ¿Han estado engañando los bolcheviques a los obreros del mundo entero? ¿No serán los imperialistas los que engañan? Veamos.

En su libro “Me llamaban Casandra”, la periodista francesa Geneviève Taubouis cuenta lo siguiente: “Iba a encontrarme [en 1937] con Tujachevski por última vez al día siguiente de los funerales del rey Jorge [de Inglaterra], en una comida de la embajada soviética [en París]. El general ruso había estado conversando mucho con Politis, Titulesco, Herriot, Boncour... Acababa de regresar de un viaje a Alemania y se derretía en alabanzas a los nazis. Sentado a mi derecha, repitió una y otra vez en tanto que discutía un pacto aéreo entre las grandes potencias y la nación de Hitler: '¡Ya son invencibles [los nazis], madamme Taubouis!'”

En su relato de la guerra mundial, Churchill comenta lo siguiente sobre el general Tujachevski:

“Durante el otoño de 1936, el Presidente [de Checoslovaquia] Benes recibió un mensaje de una alta personalidad militar alemana informándole de que, si quería beneficiarse del ofrecimiento de Hitler, debía apresurarse porque pronto iban a sucederse en Rusia, acontecimientos que permitirían a Alemania pasar de la ayuda de los checos.
“Mientras Benes meditaba sobre el sentido de esta alusión inquietante, comprendió que el gobierno alemán estaba en contacto con importantes personalidades rusas por el canal de la embajada soviética en Praga. Formaba parte de lo que se ha llamado la conspiración militar y el complot de la vieja guardia comunista, que pretendían derrocar a Stalin e introducir en Rusia un nuevo régimen cuya política fuera pro-alemana. Sin perder un instante, el Presidente Benes dio parte a Stalin de todas las informaciones que pudo reunir. Poco después, se practicó en la Rusia soviética una purga implacable, pero útil sin duda, que depuró los medios políticos y militares; se abrieron toda una serie de procesos en los cuales en enero de 1937, Vychinsky, el acusador público, desempeñó un papel magistral”.

La afirmación de Churchill coincide con el testimonio de Benes, el presidente de Checoslovaquia, una figura clave en aquel asunto, que fue testigo directo de los hechos.

También Walter Duranty, corresponsal del “New York Times” en Moscú y Premio Pulitzer de periodismo, escribió en 1949: “Un poderoso grupo de dirigentes del Ejército Rojo dirigido por el Mariscal Tujachevski [...] decidió poner fin a la situación mediante una acción conspirativa violenta”.

Incluso un historiador trotskista como Isaac Deutscher reconoce que había una conspiración dentro del Ejército Rojo para asesinar a Stalin e imponer una dictadura militar. Los oficiales depurados preparaban un golpe de mano contra el Kremlin y los acuartelamientos militares más importantes de otras ciudades clave, como Leningrado. Según Deutscher el golpe lo dirigía Tujachevski con la ayuda de Gamarnik, comisario político jefe del Ejército, el general Iakir, comandante en jefe de Leningrado, el general Uborevitch, comandante de la Academia Militar de Moscú, así como el general Primakov, un comandante de caballería.

Otro testigo directo fue el presidente socialista francés León Blum, que lo contó en la Comisión de Investigación que se organizó en Francia después de la liberación de 1945.

Así pensaban en 1937 los políticos y diplomáticos de cualquier país europeo, de manera que el “asunto Tujachevski” fue olvidado muy pronto hasta que un mago de circo sacó al conejo de su chistera para ofrecer en bandeja a la propaganda imperialista de la posguerra los “argumentos” de los que había carecido hasta entonces. El mago era Kruschov y el conejo era el “informe secreto al XX Congreso del PCUS”. Esas son las auténticas “fuentes” en las que abreva la burguesía para rellenar de porquería propagandística medios como “El Viejo Topo” y “Rebelión”. Jruschov puso en duda la condena de Tujachevski, dando la vuelta al asunto tal y como se había planteado hasta entonces. Se convirtió en el defensor de Tujachevski, hasta el punto de rehabilitarle al año siguiente. Conclusión: otro error (es decir, horror) de Stalin.

A partir de entonces la versión corriente en la propaganda imperialista es la siguiente: la eliminación de una parte de la dirección del Ejército Rojo estuvo preparada por el espionaje nazi, que a través del presidente de Checoslovaquia Benes, engañó a los soviéticos con documentación falsa según la cual Tujachevski colaboraba con ellos. Los soviéticos cayeron en la trampa y ejecutaron a sus propios militares, debilitando así al Ejército Rojo. Los “argumentos” del imperialismo conducen, pues, a la tesis según la cual la depuración interna del Ejercito Rojo fue un debilitamiento en los primeros días de la guerra, que habría sido decapitado por las purgas de valiosos jefes militares. La propaganda imperialista sale en ayuda de Kruschov y asegura que fueron depurados la mitad de los oficiales del Ejército Rojo, es decir, una verdadera sangría de experimentados cuadros militares.

Naturalmente los altavoces del imperialismo no dicen la verdad ni siquiera cuando se equivocan. En su libro sobre estas depuraciones el historiador Roger Reese demostró que en 1937 el número de oficiales y comisarios políticos era de 144.300 y que esta cifra pasó a 282.300 dos años después. Durante las depuraciones de 1937-1938 fueron expulsados 34.300 oficiales y comisarios políticos de las filas del Ejército, pero 11.596 de ellos fueron rehabilitados en mayo de 1940 y reincorporados a sus puestos anteriores. Esto significa que fueron expulsados definitivamente 22.705 oficiales y comisarios políticos, con el siguiente desglose: 13.000 oficiales, 4.700 oficiales de la Aviación y 5.000 comisarios políticos. En porcentajes, se trata de un 7'7 por ciento del total; de ellos, sólo una ínfima minoría fueron ejecutados por traición mientras que el resto regresó a la vida civil. No hay, pues, ninguna sorpresa: en la propaganda imperialista todo es una farsa. No descubro nada nuevo.

Más allá de los juicios y las pruebas, los interesados por el motor de la historia nos hacemos preguntas como ésta: ¿por qué depuraron a la dirección del Ejército Rojo? Hay varios motivos. Uno de ellos es que en vísperas de la guerra mundial el Ejército Rojo ya no podía depender a los antiguos oficiales zaristas como Tujachevski. Muchos de ellos nunca abandonaron sus viejas ideas y sólo esperaban el momento propicio para actuar. En toda la guerra mundial no se dio un caso como el del general Vlassov, un alto oficial soviético que traicionó a su país y se puso al servicio del ejército hitleriano. Sólo ocurrió con un mando del Ejército Rojo y sólo ocurrió en un caso porque también dentro del Ejército se había producido una depuración a fondo. En consecuencia, la depuración militar de 1937 no debilitó sino que fortaleció al Ejército Rojo. Sacó del Ejército a elementos, como Vlassov, dispuestos a desertar a la primera ocasión propicia, incluso al golpe de Estado. Como afirma Rayond L. Ghartoff, esta severa sacudida de la dirección militar del Ejército Rojo contribuyó, con el correr del tiempo, a que emergiera un equipo más homogéneo. Fue un fortalecimiento y no un debilitamiento.

Pero lo importante tampoco es el intento de golpe de Estado en sí sino las razones que condujeron a él, que están en el inminente ataque de la Alemania nazi.

Eso tiene relación con otra afirmación que está en todos los libros de historia que escriben los imperialistas: a pesar de las advertencias que le llegaron a Stalin, hizo caso omiso de ellas, ya que confiaba en el pacto que había firmado con Hitler en 1939. Como consecuencia de ello, dejó la frontera con Alemania desguarnecida y el feroz ataque causó estragos y pérdidas irreparables en los primeros momentos de la guerra. La propaganda imperialista trata de sostener que la postura de Stalin fue de mera desidia, de una inactividad pasmosa.

Efectivamente, es cierto: a la dirección soviética le llegaron informaciones previas acerca de un inminente ataque alemán, y no pocas sino innumerables. También es cierto que, a pesar de ello, no reforzaron sus defensas ni concentraron sus tropas en la frontera con Alemania. En los años previos al ataque de 1941, el Estado soviético estuvo sometido a una tensión extrema, a un grado tal de presión quizá como ningún otro Estado ha conocido a lo largo de la historia porque de todos era conocida la potencia de fuego de la Wehrmacht, el formidable Ejército puesto en pie por Hitler.

Ante esta situación extrema, sin la cual no se pueden entender los procesos de Moscú ni las depuraciones, una corriente de la dirección del Ejército Rojo se manifestó partidaria de reforzar las defensas, concentrar tropas, e incluso de un ataque preventivo contra Alemania. Frente a ella, la posición mayoritaria, la que Stalin defendía, era ganar cada minuto de paz para los trabajadores, campesinos y soldados soviéticos como mejor medida para reforzar la defensa del país.

Es otra de las características de la preparación de las invasiones por los nazis: previamente a ellas siempre habían buscado una excusa para atacar e invadir a otros países, o bien los habían provocado para desatar el conflicto. Cualquier medida soviética en la frontera occidental hubiera servido como pretexto para adelantar el ataque alemán y en ese caso la propaganda imperialista lo hubiera justificado diciendo que Hitler se defendía de una previa agresión soviética.

La experiencia de la guerra con Finlandia ha quedado así en la historia que escriben los imperialistas: como una agresión soviética. La “inactividad” de la Unión Soviética ante la inminencia de un ataque alemán permitió dejar bien claro que no hubo más que un agresor, la Alemania nazi, y que dicha agresión fue totalmente injustificada. Pero lo que es más importante: la estrategia del Partido bolchevique y del Ejército Rojo permitió retardar el inicio de la guerra. Muchas de las filtraciones sobre el inminente ataque alemán provenían de la propia Alemania; no eran sino provocaciones que tenían por objeto buscar un pretexto para la agresión.

Cada día minuto ganado para la paz prolongaba la guerra entre los propios imperialistas, los debilitaba y, en consecuencia, reforzaba a la Unión Soviética. Por eso cuando la propaganda imperialismo presenta el Pacto Molotov-Ribbentrop como una “alianza” entre Stalin y Hitler se falsifican los hechos groseramente: la Unión Soviética tenía que apoyarse, como lo había hecho desde su mismo nacimiento, en las contradicciones interimperialistas, es decir, pactar con unos frente a los otros, cualesquiera que fuesen. Es lo que hizo a lo largo de toda la guerra; sólo cambiaron los aliados. Pero que quede bien claro que con Alemania pactó en 1918 (Brest-Litovsk) y en 1922 (Rapallo). El Pacto Molotov-Ribbentrop (1939) sólo fue el tercero de una misma serie.

Por lo tanto, las diferentes posiciones que existían dentro del partido y del Ejército Rojo en vísperas de la guerra conducían a estrategias militares contrapuestas, todo ello en un estado extremo de tensión militar y diplomática. La cuestión se complicó con la guerra civil española, en donde los oficiales que aquí vinieron fue –entre otras cosas- con el propósito de observar las estrategias militares fascistas, aprender y sacar las oportunas lecciones de ello. Como suele ocurrir, no todos en Moscú obtuvieron las mismas lecciones de nuestra guerra civil, sino todo lo contrario.

La papillita que nos cocina la intelectualidad burguesa sobre el caso Tujachevski oculta el componente fundamental de la lucha de clases en 1937: la estrategia político-militar, la preparación de la gran guerra antifascista, cómo hacer frente a la inminente agresión que aguardaba a la URSS. Al respecto la posición de Tujachevski era la siguiente: él se oponía a la táctica de ganar tiempo, de alargar lo más posible la entrada en la guerra y, por lo tanto, se opuso al pacto con Alemania que, aunque es posterior a su fusilamiento, ya había sido discutido dentro del partido, del Estado y, por lo tanto, del Ejército Rojo (porque en la URSS las diferentes posiciones se discutían colectivamente antes de votarse y aprobarse).

A partir de que sus posiciones fueron rechazadas, Tujacheviski y los suyos pasaron a tratar de buscarse apoyos en todo el cúmulo de conspiradores que subsistían dentro y fuera del partido, dentro y fuera de la URSS, de todos aquellos que estaban resentidos desde los tiempos del Pacto de Brest-Litovsk, que muchos no aceptaron jamás, con lo cual volvemos el asunto al principio de todo: los bolcheviques llegaron al poder entre otras cosas porque prometieron a los trabajadores y campesinos algo que estos deseaban fervientemente: la paz. El Pacto de Brest-Litovsk, como el pacto Molotov-von Ribbentrop 20 años después es otro capítulo de la misma historia:

a) forma parte de la misma diplomacia soviética respecto a Alemania
b) da lugar a la creación del Ejército Rojo en 1918 y al desarrollo de la estrategia militar de los comunistas
c) se produjo un intento de golpe de Estado por parte de la oposición interna y externa

En las dos situaciones se produjo un acuerdo de fracciones dispersas y minoritarias (la derecha y la izquierda) para derrocar a los comunistas, cuya política (diplomática y militar) se mantiene idéntica (o muy parecida), en un caso dirigida por Lenin y en otro por Stalin. Tanto en 1918 (Brest-Litovsk) como en 1939 (Molotov-Von Ribbetrop) los ingredientes son los mismos, pero en 1918 se presentaba como algo contrario al leninismo y en 1939 se presentaba como algo contrario al stalinismo.

5 comentarios:

GRAMSCIEZ dijo...

¡¡¡¡Si, camarada, muy certero y justo, crítico además de enriquecedor, en cuanto a unir elementos que complementan la visión de eesos hechos que practicamente nunca se relaciona, para obtener una visión más amplia y completa de esa complejidad!!!
SALUT
Firmado: GRAMSCIEZ

Anónimo dijo...

una vez mas, el camarada Olarieta metiendo el dedo donde mas duele.

ABAJO LOS TRAIDORES Y LOS CONTRARREVOLUCIONARIOS

Anónimo dijo...

Una autentica maravilla, mucha gracias camarada!

Anónimo dijo...

¡Qué sarta de memeces!. Vuestra defensa del comunismo soviético es infame.Necesitáis ayuda profesional, urgentemente.
¿Abajo traidores y contrarrevolucionarios? ¿No os bastó con fulminar cualquier atisbo revolucionario en la guerra civil española?

Anónimo dijo...

Stalin no queria la guerra.
Al parecer Stalin tenia miedo (es un decir) de Hitler. Seguramente veia con clarividencia lo peligroso y atrevido que era.
Repito: Stalin no queria la guerra contra Alemania, y cuando le decian que lo de Hitler no era para tanto, él sabia debatir, y explicar que Hitler no dependia ni de la Wermacht ni de los patronos industriales, sino al reves, que los industriales estaban encantados con el final de tanta huelga y conflictos en las calles como ocurrió durante toda la decada de los 20.
A Stalin le gustaria que otros paises (capitalistas o fascistas) luchasen entre sí y mejor todavia si algun pais, como Francia por ejemplo, le pedia firmar pactos de colaboracion y no agresión.