Por: Javier Gómez Sánchez y Harold Cárdenas Lema, escrito en La Joven Cuba.
Lo
que es ser revolucionario y lo que no, en este pedazo de tierra llamado
Cuba, no es un debate reciente. Todas las generaciones de criollos y
cubanos lo han vivido. Ha estado definido en cada momento. Fue ser
independentista, anexionista o autonomista. Fue ser o no plattista. Ha
sido ser o no ser, consciente o inconsciente, sincero o no, con carnet o
sin él, comunista.
Las
revoluciones son tan complejas como los revolucionarios que las hacen.
Hacer revolución no es una fórmula. Ni que nos hagan creer que es tan
fácil como eso. Como no se debe creer que es revolucionario a quien no lo es.
No
solo a quien no lo sea ante la Revolución de 1959, sino a quien no
puede serlo ante lo que en la historia universal ha significado ser
revolucionario. Que no es crear una nueva aplicación de Android. No se debe confundir ser novedoso con ser revolucionario.
No
se puede ser revolucionario sin ser de cierta forma radical. El
radicalismo ante la vida, el partidismo, el reconocer su bando, es parte
inseparable del ser verdaderamente revolucionario. Ser fiel a los
referentes, reconocerlos, acompañarnos de ellos. Si citamos a Fidel, a
Marx y a Lenin, no es por capricho de ser fidelistas y comunistas, sino
porque son esos y otros muchos los revolucionarios que se han dedicado
al tipo de revolución que hemos necesitado.
Steve
Jobs era un revolucionario de la ciencia, la sociedad y los cambios
radicales, pero no del tipo de Lenin o de Fidel, sino del tipo de los
industriales que revolucionaron la industria textil sobre la que
escribió Marx. Por eso citamos a Fidel en vez de a Jobs o el creador de
Revolico que tan útil nos resulta. En Cuba hay muchos Steve Jobs. Pero no se debe confundir ser de utilidad con ser revolucionario.
Quisiéramos
que la educación en Cuba fuera como la de Finlandia, pero cada cual
responde a sus circunstancias y su propia dialéctica. El sistema
finlandés es producto de la economía, la historia y por lo tanto de la
filosofía de vida finlandesa. Nuestro sistema educativo es fruto de
revolucionarios descendientes de africanos esclavos e inmigrantes
analfabetos que se han alzado por encima de eso en sociedad. Para dar
educación a millones hubo que llamar masivamente a todos los
revolucionarios que se brindaron para ello. ¿Podremos llegar ser como
Finlandia? Sin duda. ¿Es justo reprocharnos que no lo seamos? No, no lo
es.
Los
pedagogos cubanos, con la visión educativa de la Revolución, con todos
sus defectos y herencias ancestrales, han sido mucho más revolucionarios
para Cuba y Latinoamérica que los finlandeses para Europa. Es difícil
distinguir un finés de un sueco, pero es fácil diferenciar la formación
de un cubano de la de un centroamericano o sudamericano promedio. Pero
Cuba no ha pretendido chovinistamente quedarse eso para sí.
Hasta en España se ha aplicado Yo sí puedo
a solicitud de Ayuntamientos de importantes ciudades, donde se censaron
más de 15 mil ciudadanos analfabetos en una sola de ellas. Maestros
cubanos han enseñado a leer y escribir a esos ciudadanos españoles, ahí
mismo en nuestra antigua metrópoli.
Compararnos con Finlandia en un exceso de exigencia o de entusiasmo es como comparar Silicon Valley con el Valle del Cauca.
Habría
que felicitar a cada agricultor que de modo ecológico y auto sostenible
hace producir su campo, y disfruta del beneficio. Que se multipliquen y
ojalá vengan acompañados de panes y peces en nuestra mesa, no solo de
la multiplicación de sus beneficios. Pero no por eso debemos olvidarnos
de las tantas veces que nos sentamos a la mesa gracias a ese Ministerio
de Agricultura que ahora nos parece tan improductivo.
Fue
gracias al trabajo de esos revolucionarios que ahora nos resultan tan
viejos y equivocados, que se desvelaban en ese Ministerio y en otros,
que comimos todos los cubanos. Con lo poco o mucho que llegamos a tener
en cada época. Fueron ellos los que lograron lo que nunca le interesó
lograr al capitalismo en la Cuba de su tiempo. Son criticables pero no se debe confundir ser críticos con ser revolucionarios.
No
todos los jóvenes que andan explorando estilos, formas y contenidos son
revolucionarios en el sentido verdadero, práctico, político y ni
siquiera periodístico. Incluso unos cuantos son contrarrevolucionarios
alegremente jóvenes o jóvenes alegremente contrarrevolucionarios. Tampoco se debe confundir rebeldía con revolución.
Parecen
lo mismo pero no lo son. Para hacer una revolución se necesita de mucha
rebeldía, pero para ser un buen revolucionario se necesita también de
mucha disciplina. Sin ella no se llega a ser ni siquiera un buen
contrarrevolucionario.
Quizás
la disciplina no sea el valor más memorable de un revolucionario, pero
la rebeldía irresponsable termina haciendo favores al bando contrario.
Es cierto que Granma
hace una propaganda torpe, pero no por eso deja de ser cubanamente
revolucionario. Rectificar sus males no lo hará dejar de ser
revolucionario, pero tampoco existiendo con ellos deja de serlo. No se debe confundir equivocación con contrarrevolución.
Si
la Revolución Cubana fue homofóbica, es porque estaba hecha por cubanos
que vivían en una sociedad tan homofóbica como todas las de su tiempo,
incluso en los países más desarrollados. La Revolución en sus primeros
años fue tan homofóbica como la Cuba capitalista. Donde era más común
ver un homosexual cambiando sábanas en los burdeles que en el
Parlamento. Los revolucionarios homofóbicos no lo eran más que los
contrarrevolucionarios, pero fueron los primeros los que rectificaron.
La
Revolución no hizo a Cuba un país homofóbico, fue precisamente la que
lo llevó a ser la sociedad que es hoy. Sin ella y sus revolucionarios,
incluso los equivocados (porque sin ellos no sabríamos donde
rectificar), Cuba sería tan discriminatoria como otros lugares de
Latinoamérica y de paso sin aborto legal.
La
Revolución Cubana, hecha por sus revolucionarios de carne y hueso, debe
llevar con igual orgullo tanto sus luces como sus manchas. Tenemos
ambas por alguna razón. Como llevamos con orgullo nuestros harapos de
guerra, que Calixto García recordó que no eran menos sucios que los de
los héroes de la batalla de Saratoga.
Quien
no tiene sol que lo ilumine, no tiene manchas ni se quema nunca. Es
cierto que revolucionarios equivocados y oportunistas vengativos
confinaron a varios a los sótanos en nombre de la Revolución. Pero fue
esta con sus instituciones la que sacó a esos mismos escritores y otros
muchos del sótano al que los tenía confinado el capitalismo.
Del
oscuro sótano de las publicaciones de 100 ejemplares de sus poemas o
novelas con sus ahorros, para que sus amigos los leyeran. Y los publicó
en decenas, cientos de miles de ejemplares, ilustrados y traducidos.
Había que ver lo era socialmente ser un escritor en aquella República o
lo que era ser un poeta y cómo lo veía el resto de la sociedad. Como los
ven despectivamente aún en muchos países de Latinoamérica, donde el
único talento que se admira es el talento de hacer dinero.
No por gusto Virgilio Piñera reconocía que antes del 59, los artistas e intelectuales eran "la última carta de la baraja".
Ni
fueron todos perseguidores ni fueron todos perseguidos, aunque
ciertamente aun cuando hubiera sido uno solo y no tan brillante, ya
sería lamentable. Pero si en algún país de este
continente se tiene en un pedestal tan alto la profesión intelectual es
aquí gracias a la Revolución, así que no le toca llevar el sambenito de
perseguidora que le quieren poner.
Lo
que sus revolucionarios en su mayoría buena hicieron en Cuba por sus
escritores y por sus artistas no ha pasado en ninguno de los países de
habla hispana, y casi ni del mundo. Lo que hayan hecho por un tiempo
tristemente algunos contra otros, no nos puede hacer perder de vista eso
jamás. La historia de la Revolución y su Cultura, no es como pretenden
reducirla con un morbo pornográfico a solo la de PM, la de Lunes, la de
Padilla. La virtud de lo bueno hecho lo supera con creces y ser revolucionario es poder ver eso.
Habría
que hacer cada 5 años un proceso de debate como el que ocurrió hace un
tiempo, sobre el Quinquenio Gris y la UMAP, porque cada 5 años salen
hornadas de jóvenes que "descubren" estos fantasmas del pasado.
Fueron
pocos los mambises y los barbudos. También fueron unos pocos los que
cruzaron los Andes con Bolívar. Pero en Cuba esa minoría heroica logró
sembrar en los muchos el sentimiento por ese sacrificio. Es cierto que
en el peor momento de la Independencia eran un puñado los mambises, pero
fue este mismo país el que años después vio partir a más de mil de sus
hijos a luchar por la República Española. Y si la columna del Che salió a
la Invasión con 60 hombres, luego miles fueron al Congo, Angola,
Etiopía, Nicaragua, y otros tantos lugares.
Entonces
se puede decir que el sentimiento revolucionario nace en un puñado en
todas partes, pero en Cuba se logró transmitir a muchos oídos receptores
que se convirtieron también en luchadores revolucionarios. No debemos
pintar ser revolucionario como algo por siempre propio de unos "pocos
poquísimos", porque lo mostramos inalcanzable. Parecería que casi nadie
lo es o que no puede llegar a serlo, y de paso que no debe preocuparse
por ello, porque eso de andar por ahí siendo revolucionario es en
definitiva para "poquitísima" gente. Entonces sería la revolución el
único producto que el capitalismo vendería acompañado de un consuelo
para quien no puede comprarlo.
El
socialismo no se defiende solo con la palabra, pero también necesita
profesionalmente defenderse con esta. Hay otros que la defienden con el
trabajo, con las armas, con el talento y también reciben autos,
vacaciones, salarios. Unos en demasía tal vez, otros no tanto como
merecen y otros muchos reciben muy poco, pero no por eso dejan de
hacerlo. Quizás sienten más digno recibir o soñar igual con el
automóvil, las vacaciones y el salario mayor al salir cada día a apoyar
el socialismo que levantarse cada mañana en el capitalismo con la suerte
posible de ser explotador o explotado.
Lo que sí es seguro que lo de explotador es para muy poca, poquitísima gente.
Y
puede que lo único simple de esto es que en Cuba, luego de lograda la
primera Independencia y desde la Protesta de los Trece, o sea en los
últimos 100 años, lo único auténticamente revolucionario ha sido lo
socialista. Y lo único auténticamente logrado o cercano como socialista
ha sido la Revolución de 1959 y el proceso que hemos vivido después.
Entonces,
en medio de este vasto mundo, en Cuba lo que define ser revolucionario
es pertenecer a esa Revolución con su "R" mayúscula, de la manera que
sea pero sincera, aunque con frecuencia no sea nada fácil. Y no
dejarnos engañar con "revoluciones" de "r" minúscula ni con
reinvenciones del término que es como venir a bailar a casa del trompo.
Con
las contradicciones propias de una revolución en el poder y que ha
padecido precisamente por haber sido capaz de llegar hasta ahí. Quienes
no las conocen es porque nunca pudieron o no fueron revoluciones
verdaderas.
Lo
que debilita a Cuba es la confusión, es llamar revolucionario a lo que
no lo es, de la misma forma que nos debilitó en el pasado llamar
contrarrevolucionario a lo que no lo fue.
Cuando
Martí pronunció en 1891 en Tampa "Con todos y para el bien de todos",
en su discurso completo se refería a la unión satisfactoria de los
cubanos independentistas, nunca a todas las tendencias existentes en
Cuba. Como al fundar en 1892 el Partido Revolucionario Cubano, especificó que era para los hombres de buena voluntad,
consciente de que no podría ser nunca para todos los cubanos pues no
tenían todos los mismos sentimientos hacia la República anhelada. No
estaba dividiendo, estaba definiendo.
Terminamos
con las palabras no de un cubano, sino de uno de los tantos
latinoamericanos que han querido hacer revolución y que pueden describir
la historia de nuestro país y de sus revolucionarios con su Revolución
de harapos, de aciertos y equivocaciones, de luces y de sombras.
Dijo así Jorge Eliécer Gaytán: "Vale más una bandera solitaria en la cima, que cien banderas en el lodo".
No hay comentarios:
Publicar un comentario