5 de noviembre de 2019

CARTA ABIERTA DE ILYA EHRENBURG A MIGUEL DE UNAMUNO DEL 21 DE AGOSTO DE 1936, PUBLICADA EN EL DIARIO PRAVDA.

Por Ilyá Ehrenburg. Publicado en El Mono Azul, número 4, páginas 2 y 3 (17 de Septiembre 1936), y en Pravda.
Enviado por Federico Rubio Herrero. Difundida por el diario "El Salto".
             
Resultado de imagen de ilya ehrenburgHace cinco años estuve en el pueblo de Sanabria (Zamora) en labores informativas para mi libro "España, república de trabajadores". Vi allí campesinos martirizados por el hambre. Comían algarroba, cortezas. A orillas del lago había un restaurante para turistas. Me enseñaron el libro de firmas de los huéspedes. Usted, Unamuno, había escrito en sus páginas unas líneas sobre la belleza del paisaje circundante. Español que hacía profesión de amor a su pueblo, no supo usted ver  más allá de las suaves ondulaciones del agua, del óvalo de las colinas. No vio usted los ojos de las mujeres que apretaban contra su pecho a los hijos medio muertos de hambre. Por entonces escribía usted artículos profundamente estéticos en todos los periódicos callejeros de Madrid. Hasta escribió usted un artículo sobre el hambre: Cien renglones de investigación filológica acerca de la palabra "hambre". Exponía usted minuciosamente como el apetito del hombre del Sur no es el apetito del del Norte, y como el hambre descrito por Hamsun difiere del hambre descrito por Quevedo. Se lavaba usted las manos: No quería estar ni con los hambrientos ni con los que les alimentaban con el plomo de las balas. Quería usted ser poeta puro y colaborador de periódicos de gran tirada.
 
Han pasado cinco años. Lo más bajo de España: verdugos, herederos de los inquisidores, carlistas dementes, ladrones como March, han declarado la guerra al pueblo español. En Sanabria cayó en poder de los bandidos el general Caminero, leal al pueblo. Los malaventurados campesinos de la comarca habían huido al monte. Con armas de caza bajaron contra las ametralladoras. ¿Que hizo usted, poeta, enamorado de la tragedia española? De la cartera donde guardaba los honorarios de las elucubraciones poéticas sobre el hambre saco usted, con la esplendidez de un verdadero hidalgo, cinco mil pesetas para los asesinos del pueblo.

Dice usted. "Me indigna la crueldad de los bárbaros revolucionarios", y lo escribe usted en la ciudad de Salamanca. De seguro pasea usted con frecuencia bajo los soportales de la Plaza Mayor. La plaza es preciosa y usted ha sido siempre un enamorado del estilo renacentista. ¿No ha visto usted paseando por la plaza el cuerpo del diputado Manso, que los nuevos amigos de usted han ahorcado para defender la cultura de los bárbaros?.
 
Usted, Unamuno, ha escrito mucho sobre la hidalguía española. Si, yo me inclino reverente ante la hidalguía del pueblo español, pero no son los verdugos de Salamanca sus herederos, sino los trabajadores de Madrid, los pescadores de Malaga, los mineros de Oviedo.
Unamuno, con barba, saliendo del Paraninfo de la Universidad de Salamanca tras el enfrentamiento con Millán Astray, el 12 de octubre de 1936.
Unamuno, con barba, saliendo del Paraninfo de la Universidad de Salamanca tras el enfrentamiento con Millán Astray, el 12 de octubre de 1936. EFE

Estuve, por cierto, en Oviedo esta primavera. Ya en octubre de 1934 habían demostrado los amigos de usted como aprecian los monumentos de su patria. Habían colocado ametralladoras en el campanario de la catedral gótica. Ahora han convertido la Alhambra en una fortaleza. Su mecenas el general Franco, ha declarado que esta dispuesto a destruir media España con tal de vencer. El probo general en su modestia no quiere disgustarte. En realidad, esta decidido a terminar con España entera con tal de derrotar a su pueblo.

Dice usted que el mísero y el analfabeto hablan con entusiasmo de Rusia. "No pueden saber lo que es Rusia, cuando no conocen ni su propio pais". Si, tiene usted razon; en su país hay muchos analfabetos, ¿ y quién tiene la culpa de ello sino los generales, los curas y los banqueros que han reinado siglos y siglos en España?. Cuando España ha despertado, cuando ha sentido deseos de saber, cuando el obrero ha tenido en sus manos un libro, cuando los campesinos han exigido escuelas, jesuitas y españoles se han decidido a ametrallar a su pueblo desde aviones alemanes e italianos. Cuando se tomó Tolosa, los fascistas se apresuraron a sacar todos los libros de la biblioteca pública para quemarlos solemnemente en la Plaza Mayor. Donante generoso, sus cinco mil pesetas no son para escuelas sino para hogueras. Pero este usted tranquilo, que Dios se las devolverá  centuplicadas. Sus ejercicios filosóficos sobre el hambre serán, seguramente, traducidos ahora al alemán y al italiano.

Se sonríe usted del "misero" campesino que habla de Moscu. Se seguro, que no sabe como viven las gentes de mi patria, no conoce ni sus ciudades ni sus rios. Pero sabe una cosa, y es que en Moscu no hay generales Franco, ni verdugos como los de Salamanca, ni escritores que puedan burlarse del hambre, por esto repite con entusiasmo el nombre de Moscu.

Los escritores de España no van por vuestro camino. El poeta Antonio Machado, lírico y filósofo, digno heredero del gran Jorge Manrique, está con el pueblo y no con los verdugos. El joven poeta Rafael Alberti, al que unos campesinos libraron de la horca de los "defensores de la cultura", lucha valientemente contra los traidores. Los escritores se apartan de usted, y se ha quedado con los civiles  que en otro tiempo le llevaban a la cárcel y que ahora estrechan la mano del fascista Unamuno.

Recomienda usted al presidente Azaña que ponga fin a su vida. El presidente Azaña está en su puesto, como todo el pueblo español, como las muchachas de Barcelona, como los ancianos de Andalucia. No le diré usted, Unamuno, que se suicide para corregir así una página de la historia literaria española. Se suicidó usted ya el día en que entró al servicio del general Mola. Se parece usted físicamente a Don Quijote y quiso hacer su papel: desterrado, sentado en La Rotonde, encaminaba usted a los chicos españoles a la lucha contra los generales y los jesuitas. Ahora matan a aquellos chicos con balas que permite comprar su dinero. No, no es usted un Don Quijote, ni siquiera un Sancho Panza; es usted uno de aquellos viejos sin Alma, enamorados de si mismos, que sentados en su castillo veían como sus fieles servidores azotaban al mal aventurado caballero.
 
 

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