
Por Cecilia Zamudio, publicado en Diario Octubre.
Se consumó el Golpe de Estado contra el gobierno de Evo Morales en 
Bolivia. Ahora se viene lo más terrorífico contra el pueblo boliviano, 
particularmente contra la clase trabajadora, contra las organizaciones 
campesinas e indígenas de base, contra el pensamiento crítico, contra 
toda persona que se oponga al saqueo capitalista, a la depredación de la
 naturaleza, a la explotación. Se viene el fundamentalismo católico 
declarado y el racismo abyecto, la misoginia más brutal y la nostalgia 
del tiempo 
de las cruzadas (lo vienen anunciando las acciones y 
proclamas de los golpistas); se viene la intensificación del saqueo del 
Litio, del gas, de la plata, del oro, del estaño, del hierro, de los 
manantiales y demás riquezas naturales, se viene mayor explotación 
contra las y los trabajadores, hambre y exterminio contra el pueblo, 
montañas y ríos capitalizados por un puñado de multinacionales y 
latifundistas.
Bajo el gobierno de Evo se garantizó la educación gratuita, se 
universalizó el acceso al agua potable, los niños, las mujeres 
embarazadas y los ancianos tuvieron garantías esenciales, se creó el 
Seguro Universal de Salud, etc. Ahora lo que se viene con los golpistas 
fanáticos religiosos y ávidos de intensificar el saqueo capitalista, es 
la privatización de la educación, el desmantelamiento del Seguro 
Universal de Salud para que así un puñado de capitalistas pueda lucrarse
 mediante sus aseguradoras médicas privadas. La privatización de la 
salud asesinará por inasistencia médica a los millones de personas que 
no puedan pagar los seguros privados. Posiblemente también introduzcan 
las cajas privadas de pensiones, para especular con gigantescos 
capitales, mientras que las pensiones de los ancianos las reducirán a 
una macabra miseria, como lo que hicieron en Chile.
Bajo el gobierno de Evo Morales, se invirtió el capital generado por 
la minería y los impuestos en servicios sociales, para implementar una 
mejora de la calidad de vida de las personas más empobrecidas de la 
clase explotada (pero no se cuestionó de raíz al capitalismo y siguió 
existiendo una clase explotada y una clase explotadora); las medidas 
sociales obviamente representaron un alivio para miles de familias 
bolivianas, pero como toda medida que no modifica la estructura misma 
del sistema socioeconómico, su durabilidad tenía fecha de caducidad. 
Tenía fecha de caducidad porque la clase explotadora no cesa nunca en su
 afán por profundizar los niveles de explotación y saqueo, dado que en 
base a esos mecanismos se enriquece.
La burguesía local y transnacional quería quitarse a Evo de en medio 
para profundizar los niveles de saqueo capitalista: no toleraba ya a un 
gobierno que no estuviera dispuesto a serle funcional al 100%. Evo no 
colectivizó los medios de producción, es decir la economía boliviana no 
fue socialista, sino que siguió siendo capitalista. De haber hecho 
cambios estructurales, de haber colectivizado los medios de producción, 
se hubiera fortalecido Bolivia frente a las pretensiones imperialistas; y
 la burguesía boliviana, profundamente explotadora y hostil a todo lo 
que no sea gobernar Bolivia como si las y los trabajadores fueran su 
servidumbre semi esclavizada, no se hubiera quedado enroscada en el 
poder económico, mediático e incluso institucional. 
Es el debate de 
fondo que este tipo de tragedias ponen de manifiesto: los límites del 
Reformismo y la necesidad de cambios estructurales, revolucionarios. Es 
el debate que Rosa Luxemburgo ya planteaba en «Reforma o Revolución» y 
que la Historia, una y otra vez, se encarga de poner de manifiesto. El 
Reformismo es tolerado por la burguesía un tiempo, incluso le puede 
llegar a ser funcional en ciertas circunstancias, en tanto que le «quita
 presión a a olla» de las tensiones sociales inherentes a las injustas 
relaciones de producción del Capitalismo. En el caso de Bolivia, es 
innegable que el gobierno de Evo aportó grandes avances, pero también 
era totalmente vulnerable a la voluntad de la burguesía al no haberse 
producido la profundización revolucionaria.
El
 Golpe de Estado llevaba tiempo fraguándose desde Washington. El pueblo 
boliviano llevaba semanas enfrentando el ataque del fascismo: la 
burguesía boliviana y transnacional, en su pretensión de tumbar al 
presidente Morales y su gobierno, con la finalidad de poder incrementar 
los niveles de saqueo capitalista contra el pueblo y la naturaleza, 
desató hordas mercenarias e incentivó el mayor odio racista. 
Linchamientos contra personas indígenas y contra las personas electas 
perpetrados por todo el país por los paramilitares fascistas (mujeres 
vejadas, desnudadas, la alcaldesa Patricia Arce secuestrada, embadurnada
 de pintura roja, trasquilada y golpeada, dirigentes sindicales 
torturados y obligados a «pedir perdón» de rodillas por apoyar a Evo, 
comunicadores alternativos a la falsimedia amarrados a árboles, ancianas
 indígenas agredidas por vestir sus trajes tradicionales). La 
herramienta fascista de la burguesía perpetró numerosos atentados, 
incendios de sedes de las organizaciones campesinas e indígenas, 
incendios de casas de miembros del gobierno. La herramienta mediática de
 la burguesía participó de la desestabilización, mediante manipulación y
 falsimedia a nivel nacional e internacional. Uno de los pilares de la 
manipulación que infundió la burguesía a través de sus medios, fue el 
fomento intensificado del odio racista, avivando un incendio que lleva 
siglos: el racismo ha sido fomentado como mecanismo de control social, 
en un país en el que el colonialismo europeo dejó su huella marcada en 
sangre e injusticia social, un país cuya población es sin embargo de 
mayoría indígena.
La injerencia estadounidense estuvo financiando y entrenando 
mercenarios, la policía se puso del lado de los fascistas y no detuvo ni
 las golpizas contra las familias indígenas, ni la toma de edificios 
institucionales, sino que participó; el ejército no hizo nada para 
detener las agresiones contra las bases indígenas y campesinas, y al 
final terminaría posicionándose con los golpistas.
El pueblo dio la lucha de manera contundente contra los destacamentos
 fascistas para impedir que sea tumbado el primer presidente indígena de
 toda la Historia de Bolivia (desde la llegada de los colonizadores los 
indígenas fueron explotados y excluidos). Evo Morales no había seguido a
 rajatabla los dictados del gran capital (y por eso los magnates se lo 
quisieron quitar de en medio, y no quisieron reconocer su victoria 
electoral).
La
 OEA, que calla totalmente sobre la represión en Chile (calla acerca de 
las violaciones y mutilaciones perpetradas por los carabineros porque el
 gobierno chileno es totalmente funcional al saqueo capitalista), en 
cambio sí se lanzó contra Bolivia para aducir un supuesto fraude en las 
elecciones del 20 de octubre (ejerciendo su papel pro-imperialista). 
Ante las acusaciones de la OEA (que replicaban la versión de la 
burguesía golpista), Evo Morales invitó, con suma ingenuidad, a 
«verificadores de la OEA». Mientras tanto los mercenarios fascistas 
seguían infundiendo terror en las calles. Finalmente la OEA emitió su 
amañada decisión política, siendo el pistoletazo para los últimos pasos 
del Golpe de Estado en Bolivia, algo que era fuertemente previsible. 
Aday Quesada expresa: «El gobierno de Evo Morales ha cometido «errores» 
difícilmente explicables. Resulta absolutamente insólito que el 
Ejecutivo boliviano solicitara la «supervisión» de la OEA (Organización 
de Estados Americanos), para que procediera al peritaje y 
contabilización de los votos resultantes de las pasadas elecciones 
presidenciales. (…) esa solicitud de «arbitraje» a la Organización que 
más genuinamente representa los intereses estadounidenses en América 
Latina era una petición suicida, semejante a la de encomendar a un zorro
 la custodia de un gallinero. (…)el dictamen final de la OEA estaba 
rubricado antes de que se realizara la «inspección». La OEA dictaminó 
velozmente lo que correspondía al papel que los Estados Unidos le han 
encomendado»[1].
Los acontecimientos se encadenaron luego a una velocidad vertiginosa.
 La Policía se amotinó en varias ciudades. A la capital de Bolivia 
arribaron numerosas hordas fascistas provenientes de Santa Cruz. Los 
medios de comunicación del Estado y varios medios comunitarios fueron 
atacados. Varias casas de gobernadores fueron incendiadas por los 
mercenarios. El gobierno de Evo tenía en ese momento dos opciones: o 
ceder al chantaje del fascismo y caer en la trampa de llamar a nuevas 
elecciones, en medio del clima de terror que imponen los mercenarios de 
la burguesía, o bien radicalizar el proceso popular, tomando su fuerza 
de las masivas movilizaciones en su apoyo que seguían en las calles. Se 
decantaría a primeras horas del 10 de noviembre por llamar a nuevas 
elecciones, siendo que ya ganó en las elecciones del 20 de octubre, y 
que claramente la burguesía no se calmaría hasta tener en sus manos todo
 el poder (es decir, en eventuales nuevas elecciones el clima de terror 
impuesto por la herramienta fascista de la burguesía impediría a muchos 
votantes por Evo el acercarse siquiera a votar, y en el caso de que 
ganara Evo nuevamente, claramente la burguesía seguiría con la 
desestabilización). Pero ni siquiera el anuncio de Morales de llamar a 
nuevas elecciones fue suficiente para la burguesía: ese mismo 10 de 
noviembre la cúpula militar emitió un comunicado en el que se posicionó 
del lado de los golpistas, llamando a Evo Morales a renunciar. El pueblo
 boliviano sin embargo siguió masivamente en las calles dando la batalla
 contra las hordas fascistas y su pretensión de Golpe de Estado.
Tras el comunicado de alineamiento de la cúpula militar con el Golpe 
de Estado en curso, se llegó a presagiar lo peor: que Evo renunciara, 
quedando el fascismo con todos los poderes en Bolivia. La burguesía 
quería todo y al instante, no pretendía dejar siquiera que se realizaran
 unas nuevas elecciones. El mensaje fue claro: o gobierna el candidato 
elegido por Washington o nada. Tristemente no hubo que esperar mucho 
tras el comunicado golpista de los militares, para que Evo anunciara su 
renuncia, tal como lo exigieron los golpistas, tal como lo vino 
preparando el imperialismo estadounidense y la burguesía a través de su 
herramienta fascista. Tras esa renuncia, ante el Golpe de Estado 
consumado, las organizaciones sociales, campesinas e indígenas, quedaron
 a la merced del peor fascismo.
Es evidente que la inmensa mayoría del pueblo boliviano votó por Evo 
Morales, pues la mayoría de la población indígena y campesina, la clase 
trabajadora, lo apoyaba; pero la burguesía y el gran capital 
transnacional pretendían ya quitárselo de en medio para poder depredar 
con mayor voracidad los inmensos recursos de Bolivia. ¿Pero por qué 
renunció Evo tan rápidamente cuando tenía una fuerte base de apoyo 
popular en las calles? Los medios de la burguesía titularon que el 
presidente renunció, cuando está claro que fue un Golpe de Estado. La 
renuncia de Evo fue anunciada bajo un clima de terror y amenaza, tras 
varias renuncias de miembros de su gobierno, igualmente aterrorizados: 
«Renunciaron por salvar a su familia amenazada»[2], relató Evo en rueda 
de prensa. Las «renuncias» se produjeron bajo coacción: mediante el 
secuestro de familiares por parte de la herramienta fascista, que 
chantajeó a los representantes con asesinar a sus familiares si no 
dimitían y no pedían públicamente a Evo Morales que renunciara.
El
 Golpe de Estado en Bolivia se dio mediante la brutalidad fascista y el 
amedrentamiento; la mayor parte de la policía no estaba protegiendo al 
pueblo de los ataques de los mercenarios, los militares anunciaron que 
se alineaban con el Golpe de Estado. Como siempre, cuando la clase 
explotadora no consigue lo que quiere mediante unas elecciones, recurre 
al golpe militar y paramilitar, a la amenaza, al terror: prácticas 
mafiosas de un sistema putrefacto. La clase explotadora casi siempre 
consigue lo que quiere mediante las elecciones pues tiene el capital 
para imponer sus candidatos mediante millonarias campañas alienantes, 
pero cuando excepcionalmente gana algún candidato más afín a los 
intereses de la clase trabajadora, tiene los días contados.
Así está la guerra que la clase explotadora le hace a la clase 
explotada: ahora saca a su herramienta fascista, por todo el planeta, 
para intentar barrer a todos los gobiernos que no le sean totalmente 
funcionales, y para profundizar la tasa de explotación y saqueo que 
incrementa su acumulación capitalista. Los pueblos tienen sus manos 
desnudas para defenderse, y su consciencia de que si no vencen en la 
batalla contra la herramienta fascista de la burguesía, se vienen 
tiempos de mayor terror, represión, explotación, saqueo, empobrecimiento
 y barbarie. Mientras el capitalismo siga vivo, sigue en su seno viva su
 herramienta fascista, y sigue imperando la brutal injusticia social que
 hambrea pueblos y devasta la naturaleza.
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Blog de la autora: www.cecilia-zamudio.
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NOTAS:
[1] http://canarias-semanal.org/
 



 
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