9 de noviembre de 2018

Historia ilustrada de la Gran Revolución Socialista de Octubre I (Albert Nenarókov)


Este libro es una guía peculiar de los acontecimientos más remarcables del año re­volucionario de 1917 en Rusia. En las fotografías, fotogramas, reproducciones de lienzos pintorescos, grabados, dibujos, caricaturas políticas, documentos, materia­les de la prensa, fragmentos de memorias y cartas de los contemporáneos, dedica­das a la revolución, se presenta un cuadro majestuoso del acrecentamiento y el triunfo de la Gran Revolución Socialista de Octubre. En ellos aparece el propio ambiente de aquellos días heroicos. Los materiales de cada mes contienen un análi­sis breve de los acontecimientos y una apreciación de los más importantes hechos y personajes.


Editorial Progreso, Moscú, 1987 (adicciones y cambios)
Traducido del ruso por Aurelio Villa
Redacción literaria: Sara González
Impreso en la URSS.



Al lector

Por el académico ISAAK MINTS, Héroe del Trabajo Socialista, Pre­mios Lenin y Estatales de la URSS, presidente del Consejo Científico de la Academia de Ciencias de la URSS para el problema integral de la Gran Revolución Socialista de Octubre.

A veces me parece que los acontecimientos de 1917, año de la revolución, los recuerdo y conozco mejor que las visitas y encuentros de ayer, que mi horario de trabajo para mañana.

Pueden decir que esta ilusión se debe a que desde las postrimerías de los años 20, la historia de la Gran Revolución Socialista de Octubre y la defensa de sus conquistas durante la guerra civil y la intervención extranjera han sido el tema fundamental de mis investigaciones científicas. Pero muchos de los acontecimientos de aquellos días, ahora lejanos, los conozco y recuerdo no por los archivos y los libros. Los considero parte de mi propia vida, pues precisamente en abril de 1917, cuando ingresé en el partido leninista, me vinculé inseparablemente al destino y a la lucha del proletariado de Rusia.

La memoria del individuo es selectiva. Retiene sólo los momentos trascendentales en su camino. Por aquí se trata de acontecimientos culminantes para toda la humanidad, pues inauguraron la era de la renovación general. El recuerdo de éstos no se supedita al tiempo. Cuanto más tiempo pasa, con mayor plenitud y precisión vienen a la memoria hechos y episodios que podrían parecer irremediablemente olvidados.

A veces me parece de pronto que respiro el aire peculiar de aquellos días, que me quitan una venda de los ojos y me veo hecho un joven, quien por veleidades del destino, fue testigo y participante en los magnos cambios revolucionarios, a los que Sun Yat-sen, eminente demócrata revolucionario chino, calificó con estas palabras simples, pero precisas: “… ¡El surgimiento de las esperanzas de la humanidad!”

La Gran Revolución Socialista de Octubre contribuyó al desarrollo de la conciencia revolucionaria de grandes masas, indicando la perspectiva de su batalla histórica por la liberación, por la creación de una sociedad que no conociera ninguna forma de explotación, exenta de la opresión del capital y de las inevitables – propias de éste- guerras de conquista. En una sexta parte del mundo comenzó la construcción de un nuevo régimen social. El socialismo pasó de la teoría a la realidad. En el país de Octubre comenzó a vivir un mundo nuevo, se inició la historia del futuro.

Pero había que defender la revolución. Durante los años de la guerra civil y la intervención militar extranjera contra la joven República de los Soviets, yo era uno de los comisarios que en Occidente se suelen representar como dogmáticos categóricos y obligatoriamente con chaquetas de cuero. En el Ejército Rojo Obrero y Campesino presté servicio en el cuerpo de los famosos cosacos rojos, aquellos que en libros y películas antisoviéticos se representan casi como la principal fuerza espontánea que se oponía al nuevo poder. No es casual que haya recordado mi trabajo de comisario y mi servicio en el cuerpo de cosacos. Incluso en estos dos ejemplos relativamente pequeños se ve que los enemigos de la revolución no desdeñan ni siquiera la vil calumnia. Puedo decir que cualquier falsedad en la interpretación de los mayores sucesos históricos, estrechamente vinculados con los problemas más candentes de nuestros días, está supeditada de forma directa a intereses egoístas. En este caso, cuando se trata de acontecimientos de tal envergadura como es la Gran Revolución Socialista de Octubre de 1917, cualquier intento de tergiversar la verdad, la imagen del pueblo combatiente, la del comunista leninista, está orientado contra el prestigio del socialismo, y contra las fuerzas revolucionarias del mundo.

Pero incluso aspirando a la objetividad, se habla de la revolución de manera distinta. En los trabajos científicos y publicaciones documentales se investigan hechos, se analizan las leyes. En la literatura amena, memorias y obras de arte se intenta, ante todo, hacer sentir al público la época, comprender su grandeza y heroísmo, lo trivial y lo patético.

El presente libro no es una investigación histórica ni sólo una obra literaria, aunque contiene mucho de lo primero y de lo segundo. Como cualquier investigación histórica, ofrece gran cantidad de material documental, parte fundamental de cada capítulo. El texto incluye también fragmentos de memorias y de obras literarias de aquellos años, fotografías y trabajos de los mayores pintores y gráficos. Así, surge una narración emocionante, con sólidos argumentos, que reconstruye mes tras mes el impresionante cuadro de la lucha de las masas multitudinarias de Rusia por su futuro luminoso.

El lector tiene la posibilidad de realizar un viaje peculiar al año de 1917, de ver y comprender los mayores acontecimientos históricos, de hacerse una idea plena del carácter de los cambios radicales ocurridos en la vida política, económica y espiritual del país. Desde luego, el autor no es imparcial, pero ofrece un conjunto de hechos que nos permite conocer, de manera totalmente objetiva, esos acontecimientos históricos. Considero que esto es lo correcto.

Lea, vea, piense.



Vladimir Ilich Lenin (1870-1924)


 

Organizador del Partido Comunista de la Unión Soviética y fundador del Estado soviético.

La sólida base moral asentada con la educación del padre, Iliá Uliánov, y la madre, María Blank, quienes eran maestros no sólo por profesión, sino también en el sentido más sublime de la palabra, y la incansable aspiración a autoperfeccionar y mejorar la vida circundante condujeron a la revolución a cinco hijos de los Uliánov.

Después de ser ejecutado —en mayo de 1887— el hermano mayor, Alexandr, por participar en un atentado contra el zar, Vladimir determinó firmemente su camino en la lucha revolucionaria. Consideraba que ella no consistía en el terror, sino en el auge del movimiento obrero en base al comunismo científico.

En 1887 ingresó en la facultad jurídica de la Universidad de Kazán, de donde fue expulsado poco más tarde por participar en un acto estudiantil, y sólo en 1891, después de dar los exámenes como externo en la facultad de derecho de la Universidad de San Petersburgo, se tituló como jurista. Trabajó casi tres años como abogado en una de las ciudades del Volga. En 1893 se trasladó a San Petersburgo, estableció contactos con los marxistas capitalinos y los obreros avanzados. Esto fue el inicio de la unión del comunismo científico con el movimiento obrero de masas y vinculó para siempre el nombre de Lenin con la lucha revolucionaria del proletariado ruso y mundial. La vida de Lenin es una verdadera proeza del pensamiento y la acción revolucionarios. Encabezó y condujo a la victoria a los pueblos de Rusia en la Revolución de Octubre de 1917. Su doctrina es el himno del triunfo del humanismo, la paz y la fraternidad en nuestro planeta.

Encuentro con la historia

Rusia conmemoró la entrada del último año del siglo XIX con un intenso repiqueteo de campanas. En las numerosas catedrales e iglesias del imperio los feligreses, puestos de rodillas, celebraban liturgias y tedéums.

Para la familia real, el 1 de enero de 1900[1] fue una fiesta doble. Se conmemoraba no sólo el primer día del Año Nuevo, sino también el cincuenta aniversario de Su Alteza Imperial, el Gran Duque Alexéi Alexándrovich, tío del zar, General Ayudante, Almirante General y jefe de la Flota y del Departamento Marítimo.

Por la mañana, desde distintas partes comenzaron a llegar carruajes al Palacio de Invierno, residencia del emperador en Petersburgo[2].

A la Sala de Conciertos entraban flemáticamente dignatarios del Estado y cortesanos, con uniformes resplandecientes de bordados dorados y plateados. En la grandiosa Sala de Nicolás, donde se reunían los representantes de la Guardia, estaba formada la guardia de honor. Al lado, en la antesala, a ambos extremos de una alfombra enorme se situaban los comandantes del Ejército y la Marina. En la parte izquierda de la Sala de Armas, las damas con atavíos rusos de distintos colores y modelos; a la derecha, los funcionarios con uniforme civil ; y a lo largo de las ventanas, la guardia del Regimiento Cosaco de la Guardia Imperial de Su Majestad. En la Gran Sala de Mariscales de Campo se congregaban representantes de los zemstvos (órganos electivos de administración local, instituidos en Rusia después de las reformas de 1864), de los mercaderes rusos y extranjeros. Los uniformes se entremezclaban con los fraques. Y de nuevo guardia de honor, ahora del Regimiento de Caballería de la Guardia Imperial.

A las once del día se efectuó la salida imperial de los aposentos interiores a la catedral del palacio. Inauguraban la procesión los furieles y pajes con uniformes rojos de gala. Tras los cortesanos avanzaban Nicolás II, autócrata de toda Rusia, y su esposa Alexandra, princesa alemana Alix von Hessen.


Nicolás vestía el uniforme de coronel del Regimiento de Caballería de la Guardia Real, cuya patrona era su madre. Como a todos los Románov, al emperador le gustaban los ejercicios militares (revistas, desfiles, fiestas de los regimientos). Creía ser un gran jefe militar, pero era coronel cuando ocupó el trono de Rusia y ya nadie le podía conceder un grado más alto.

La emperatriz apareció, como era debido, con vestido ruso. Los pajes de la corte llevaban cuidadosamente la cola de su vestido.

A los cónyuges imperiales les acompañaban el barón Frederiks, ministro de la corte imperial y general ayudante (diecisiete años después, firmaría el Manifiesto de Nicolás II sobre la abdicación); el conde Géndrikov, jefe de la cancillería de la zarina; el príncipe Dolgorúkov I, maestro de ceremonias; Obruchev, general ayudante de guardia; el séquito de Su Majestad, el contraalmirante Lomen y el segundo ayudante, conde Sheremétiev I. Tras ellos marchaba casi toda la familia de los Románov: los grandes duques y duquesas, entre quienes se encontraba el homenajeado.

El emperador y la emperatriz saludaban a los congregados pasando de una sala a otra, y se aproximaron a la catedral, donde los recibió el clero de la corte, presidido por el arcipresbitero, padre Yánishev. El zar besó la cruz y entró en la catedral, donde en los dos coros se encontraban los coristas vestidos de trajes de gala carmesí. Comenzó la liturgia.

De regreso, la procesión se dirigió primero a la Sala de San Jorge, donde se habían reunido los representantes del cuerpo diplomático. Con sus felicitaciones y el nuevo paso ceremonial por las salas del palacio hacia los aposentos interiores, se dieron por terminadas las solemnidades oficiales en Rusia con motivo del Año Nuevo de 1900. Sin embargo, continuó el cumpleaños del tío del zar.

El 2 de enero, el emperador asistió al desfile del Regimiento de Moscú de la Guardia Real, cuyo patrono era el homenajeado desde el día de su nacimiento. A continuación, Nicolás II, acompañado de los grandes duques y la comitiva, asistió al almuerzo en honor de su tío, ofrecido en el club de oficiales. Se brindó a la salud del patrono del regimiento y por la benevolencia del monarca. El zar brindó porque en el futuro tampoco los señores oficiales escatimaran sus vidas por la benevolencia del emperador.

— El Señor Dios nos ha entregado el poder sobre nuestro pueblo —declaró, dirigiéndose a los presentes—; y ante Su trono, responderemos por los destinos de la Potencia Rusa…

A la dinastía y los círculos gobernantes les parecía que en este mundo todo era inmutable y sólido. Pero en ese tiempo, en enero de 1900, el joven jurista Vladimir Uliánov cumplía el plazo de su deportación en el lejano pueblo siberiano de Shúshenskoe. Le habían detenido en diciembre de 1895 por fundar la Unión de Lucha por la Emancipación de la Clase Obrera, que fusionó, por primera vez en el país, el socialismo científico con el movimiento obrero, pasó de la propaganda del marxismo entre un reducido círculo de obreros a la agitación política entre amplias masas del proletariado.

La revolución proletaria en Rusia había sido preparada por el desarrollo socioeconómico y político del país. Después de abolirse el régimen de servidumbre (forma de dependencia feudal de los campesinos, atados a la tierra y supeditados al poder administrativo y judicial del señor feudal, abolida en 1861), el capitalismo en Rusia comenzó a desarrollarse a ritmos acelerados; se formaba y cohesionaba la clase obrera; se fortalecía su conciencia de clase. Sin embargo, en el país continuaban vigentes fuertes atavismos del feudalismo. La autocracia zarista, portavoz de los intereses de los terratenientes y vinculada estrechamente con el gran capital monopolista, detenía el fomento de las fuerzas productivas, frenaba el progreso social. Las condiciones de vida de los obreros y los campesinos eran insoportables.

A comienzos del siglo XX, Rusia era el foco de las contradicciones del sistema imperialista, su eslabón más débil; hacia aquí se desplazó el centro del movimiento revolucionario mundial.

En los años 70 del siglo XIX surgió un tipo nuevo de obrero ruso, emancipado de las ilusiones monárquicas y partidario de la revolución social. Ellos fueron, entre muchísimos otros: Piotr Alexéiev y Stepán Jalturin, Víctor Obnorski y Piotr Moiséenko, Semión Agápov y Fiódor Krávchenko. Las primeras organizaciones obreras —Unión de Obreros del Sur de Rusia (1875) y Unión de Obreros Rusos del Norte (1878)— planteaban libertades políticas en sus reivindicaciones programáticas. El proletariado de Rusia se convirtió en el sucesor natural y continuador de la causa de la gloriosa pléyade de combatientes por la felicidad de los trabajadores, comenzando por Radischev, Nóvikov, los decembristas y Herzen, y terminando por los miembros de la organización Voluntad del Pueblo.


Con la actividad del joven Vladimir Uliánov, conocido por todos como Lenin, uno de sus últimos seudónimos literarios, comenzó una etapa nueva, proletaria, en el movimiento revolucionario de Rusia. Admiraba su conocimiento profundo de la doctrina de Marx, la energía inagotable, la indómita voluntad de luchar por los intereses de la clase obrera de Rusia. Lenin se entregaba con toda su pasión al peligroso trabajo, contagiando también a sus camaradas con la fe en la próxima victoria de la revolución social en todo el mundo.

Pese a la detención de la directiva de la Unión de Lucha, ni siquiera el gigantesco aparato represivo de la autocracia estaba en condiciones de detener la aspiración de los obreros avanzados, de todos los círculos y grupos socialdemócratas, a unirse.

El paro de mayo de 1896 en Petersburgo, la envergadura desconocida hasta el momento del movimiento huelguístico en todo el país durante la segunda mitad de los años 90 y la creación de grupos y uniones -semejantes a la Unión de Lucha, de Petersburgo- en Moscú, Ivánovo-Voznesensk, Kiev y otras ciudades, significaban el comienzo de la fusión práctica del marxismo con el movimiento obrero.

Marzo de 1898. En la pequeña casa del obrero ferroviario P. Rumiantsev, en las afueras de Minsk, se celebró el I Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR). En el manifiesto que proclamaba la fundación de este partido, se indicaba que continuaba la causa y las tradiciones del movimiento revolucionario antecesor de Rusia, pero que elegía otras vías y utilizaría otros medios de lucha. “Sobre sus fuertes hombros -se subrayaba en el documento-, la clase obrera rusa deberá conquistar y conquistará la libertad política. Este es un paso importante, aunque únicamente el primero, hacia el cumplimiento de la gran misión histórica del proletariado: la creación de un régimen social en el que no habrá lugar a la ex­plotación del hombre por el hombre”.

Pero el partido sólo se había proclamado. Se debían elaborar aún sus bases or­ganizativas y el programa. Esta importante tarea recayó en revolucionarios profe­sionales, con experiencia de lucha clandestina, marxistas convencidos, integrantes del núcleo del partido, ante todo, en V. I. Lenin.

El 29 de enero de 1900 se cumplió el plazo de deportación de Lenin. Abandonó el lejano pueblo de Shúshenskoe, pero debido a que le estaba prohibido vivir en las dos capitales, en ciudades universitarias y en grandes centros obreros, eligió la ciu­dad de Pskov como lugar de residencia. Desde allí se facilitaba a mantener contac­tos permanentes con los proletarios revolucionarios de Petrogrado.

Durante el destierro, Lenin decidió marchar lo antes posible al extranjero, don­de no estaría al alcance de la policía secreta rusa y podría desarrollar el trabajo del centro dirigente y combativo del partido. Junto con sus camaradas, confeccionó el plan para fundar un periódico obrero de toda Rusia, que se publicaría en el extran­jero y se introduciría clandestinamente en el Imperio Ruso.


En el destierro, en el camino de regreso y, más tarde, en el extranjero, a donde marchó en julio de 1900, Lenin preparó el plan de este periódico político ilegal —más tarde sería el famoso rotativo Iskra (“La Chispa”)—, que desempeñaría un papel decisivo en la cohesión de los marxistas revolucionarios rusos en el partido revolucionario de nuevo tipo.
“Tenemos enfrente —escribió Lenin en la editorial del primer número de Iskra, aparecido en Alemania en diciembre de 1900— la fortaleza enemiga, bien artillada, desde la que se nos lanza una lluvia de metralla y balas que se lleva a los mejores lu­chadores. Debemos tomar esta fortaleza, y la tomaremos si todas las fuerzas del proletariado que se despierta las unimos a todas las fuerzas de los revolucionarios rusos en un solo partido, hacia el que tenderán todos los elementos vivos y honestos de Rusia”.

La lucha titánica de Lenin por crear ese partido se coronó con éxito en el II Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, celebrado en el verano de 1903, primero en Bruselas y después en Londres.

Se fundó un partido de nuevo tipo, que se diferenciaba de las organizaciones so­cialdemócratas eurooccidentales existentes porque después de la muerte de Marx y de Engels fue el primero en declarar abiertamente que su objetivo era luchar por el establecimiento de la dictadura del proletariado, confirmaba la unidad de la teoría y la práctica, de las palabras y la acción. Era un partido de lucha revolucionaria, ca­paz de conducir al proletariado hacia la conquista del poder.

Por insistencia de Lenin, en el Programa del partido se indicó con precisión el papel rector de la clase obrera en la revolución, la necesidad de fortalecer la alianza del proletariado y el campesinado, el reconocimiento del derecho de las naciones a la autodeterminación. Como programa mínimo se promovía la tarea de derrocar a la autocracia; como programa máximo, el triunfo de la revolución proletaria. Le­nin planteó de manera muy clara los objetivos del partido. Al respecto, en la prima­vera de 1903 escribió: “¡Queremos lograr una organización nueva y mejor de la so­ciedad, en la que no haya ricos ni pobres y en la que todos tengan que trabajar! ¡Que no sea un puñado de ricachos, sino todos los trabajadores los que se aprove­chen de los frutos del trabajo de todos! ¡Que las máquinas y otros perfeccionamien­tos faciliten el trabajo de todos y no sirvan para enriquecer a unos cuantos a costa de millones de hombres del pueblo! Esta sociedad nueva y mejor se llama sociedad socialista. La doctrina que trata de esta sociedad se llama socia­lismo“.

Al señalar que para alcanzar el socialismo “… es menester unir en una sólida e indestructible alianza a todos los obreros de la ciudad, a lo largo de toda Rusia, y con ellos a los pobres del campo”, subrayaba: “Esta es una causa grandiosa, y por una causa así se puede sacrificar con gusto la vida entera”.

El Programa aprobado por el congreso asentó los cimientos de la unidad ideo­lógica entre los marxistas revolucionarios de Rusia. Pero al discutir sus bases orga­nizativas, se desencadenó una lucha entre los partidarios de Lenin, quienes conside­raban que el POSDR debía ser un partido centralizado de la revolución social, y los adversarios de tal posición. Estos últimos, menospreciaban abiertamente la necesi­dad de la disciplina de partido, no exigían de los miembros de POSDR la labor obligatoria en una de sus organizaciones de base, convirtiendo al partido en un club de discusiones sin capacidad de combate.

La lucha por crear un partido de nuevo tipo, de acción revolucionaria, Lenin la consideraba como un todo único en el sentido organizativo y disciplinario. La per­tenencia al partido estaba condicionada por el reconocimiento de su Programa, el apoyo con medios materiales y la participación personal en una de sus organizaciones.

Lenin también se pronunció resueltamente contra cualesquiera manifestaciones de separatismo y nacionalismo, que se observaban en las proposiciones de construir el partido basado en principios federativos. En febrero de 1903, Lenin respondió con firmeza y convicción a sus oponentes: "...sobre las cuestiones relativas a la lucha contra la autocracia, a la lucha contra la burguesía de toda Rusia, debemos actuar como una organización de combate única y centralizada; debemos apoyarnos en todo el proletariado, sin diferencias de idioma ni de nacionalidad, cohesionado por la solución mancomunada y constante de los problemas teóricos, prácticos, tácticos y de organización…”.

La conclusión leninista de que el partido de nuevo tipo debía basarse en los principios del internacionalismo fue apoyada sin reservas por la mayoría de los par­ticipantes en el congreso. Respecto a la militancia en el POSDR, triunfó, temporal­mente, el punto de vista de quienes se pronunciaban contra la proposición de Le­nin, pues eran demasiado fuertes las ideas tradicionales sobre el particular, compartidas por los líderes de todos los partidos miembros de la II Interna­cional.

Muchos no comprendían la decisión y energía de las intervenciones de Lenin contra la creación de un partido en el que se intentara “… hacer miembros del parti­do a todos y a cada uno…”, lo que engendraría inevitablemente la conciliación y el reformismo. La realidad no tardó en confirmar la validez incondicional de los plan­teamientos de Lenin y el enorme significado que tenían las elevadas exigencias que el líder presentaba a cada miembro del partido, destacando la responsabilidad mu­tua, de cada uno por el partido y viceversa. En el III Congreso del POSDR (1905) se introdujeron cambios en los Estatutos, adoptando la tesis de Lenin sobre la per­tenencia al partido.

A partir del II Congreso, los partidarios de Lenin, quienes obtuvieron la mayo­ría en las elecciones del Comité Central, comenzaron a llamarse bolcheviques, y sus adversarios, mencheviques. Así, surgió el ala revolucionaria leninista en la socialde­mocracia rusa, que más tarde se convirtió en un partido independiente: el partido de los bolcheviques.

Aunque la dinastía y los círculos gobernantes consideraban que en el mundo todo era inmutable y sólido, no se olvidaban de animar a quienes sostenían el trono, La narración sobre el 1 de enero de 1900 sería incompleta si no mencionáramos que ese día el emperador -por solicitud del gerente del Ministerio del Interior- tuvo la bondad de conceder medallas de oro en cinta de San Vladimiro “Por la aplica­ción”, de plata en cinta de Santa Ana, de plata en cinta de San Alejandro y de plata en cinta de San Estanislao a un grupo de inspectores de policía, alguaciles, policías rurales, guardianes, celadores superiores e inferiores de cárceles correccionales, de trabajos forzados y otras. Ese día, se condecoró a más de 250 personas. ¿Pero qué podían hacer los alguaciles y carceleros?

La influencia de las ideas leninistas y la actividad de los marxistas revoluciona­rios contribuían al auge del movimiento revolucionario obrero en Rusia, que se materializó en encarnizadas luchas de clase. El 1 de Mayo de 1900 se celebró en Jár­kov una manifestación politica: cerca de 5.000 obreros reivindicaron la jornada la­boral de 8 horas y libertades políticas. El 1 de Mayo de 1901 se registraron acciones en Petersburgo, Moscú, Tiflís, Ekaterinoslav y otros importantes centros industria­les. El 7 de mayo de 1901, en la fábrica militar de Obújov (Petersburgo) se declaró una huelga de protesta contra el despido de un grupo de obreros por participar en la manifestación del 1 de Mayo. Los obreros exigieron el retorno de sus compañe­ros despedidos y la expulsión de los contramaestres más odiados.
  • ¿Exigirán ustedes también el despido de los ministros?- preguntó con sorna el ayudante del administrador de la empresa.
  • ¡No sólo el de los ministros, sino también el del zar!– contestaron los trabajadores.
Los obreros recibieron con una granizada de piedras a los policías, gendarmes y dos compañías de soldados. Más de tres horas duró el combate de los obreros des­armados contra los represores zaristas.

En 1902 y 1903, el movimiento huelguístico crecía a ritmos muy elevados.

Con los sangrientos acontecimientos ocurridos el 9 de enero de 1905, cuando en las calles de la capital fueron ametralladas masas de manifestantes pacíficos, co­menzó en Rusia la primera revolución: la primera de carácter popular en la época del imperialismo, la primera democrático-burguesa de la historia, en la que el proletariado actuaba como fuerza hegemónica y política independiente y rectora, guía de las masas oprimidas que luchaban por la emancipación política.

El ascendente movimiento revolucionario, encabezado por el partido leninista que tenía un programa de acción preciso, científicamente argumentado, engendró en el verano de 1905 los Soviets. Se trataba de organizaciones masivas en las que Lenin discernió más tarde la forma estatal de dictadura del proletariado.

Bajo la influencia de las huelgas de masas y las luchas armadas del proletariado de Rusia, en el curso de la revolución se desenvolvió un amplio movimiento campe­sino. Por primera vez en la historia surgió la alianza de la clase obrera y los campesinos.

Junto con el proletariado y el campesinado rusos, combatían contra el zarismo y las clases explotadoras, los obreros y campesinos de Polonia, Ucrania, Bielorru­sia, las provincias del Báltico, Transcaucasia, Asia Central y otras regiones de Ru­sia. El partido, que dirigía esta lucha revolucionaria, se guiaba por la indicación le­ninista de que sólo el proletariado, que conduzca a las masas trabajadoras de todas las naciones y etnias del país, está en condiciones de derrocar a la monarquía zarista.

Se acrecentó el movimiento revolucionario en el ejército y en la marina. Mues­tra de ello fue la sublevación en el acorazado Potiomkin, así como en Sebastopol, las acciones de los soldados y marineros en Sveaborg y Kronstadt.

El punto culminante de la revolución fue la insurrección armada de diciembre de 1905 en Moscú.

¡No hacer descargas de salvas, no escatimar cartuchos!

Así intentaban hablar con el pueblo revolucionario a comienzos de octubre de 1905. Pero ya era tarde: el 17 de octubre, ante la huelga política que se extendió por todo el país, el zar firmó un manifiesto en el que se proclamaban las libertades cívi­cas, la inmunidad personal, la libertad de conciencia, de reunión y de asociación. En el manifiesto se indicaba la necesidad de crear una institución legislativa repre­sentativa: la Duma de Estado.

Pero la autocracia no estaba aún derrotada, sólo había retrocedido. El zarismo era sostenido por extremistas de derecha, grupos de las centurias negras y otros que representaban los intereses de los terratenientes esclavistas. Entre las organizacio­nes de las centurias negras se destacaba, en octubre de 1905, la Unión del Pueblo Ruso.

En el curso de la primera revolución se constituyeron los partidos fundamenta­les de Rusia. El principal partido de la burguesía liberal era el Demócrata Constitu­cionalista, denominado por sus miembros Libertad del Pueblo. Este se oponía al zar, y trataba de conseguir reformas económicas y políticas con el fin de convertir al país en una monarquía constitucional (a la manera inglesa) y prevenir el acrecen­tamiento del movimiento revolucionario. Lo integraban representantes de los fabri­cantes, banqueros, personalidades de los zemstvos e intelectuales.

El ala derecha del liberalismo ruso estaba representada por el partido contrarre­volucionario de los grandes terratenientes y la burguesía comercial-industrial, lla­mados “octubristas” tras el Manifiesto del 17 de Octubre de 1905,  fundado a princi­pios de noviembre de 1905. Los octubristas se pronunciaban por un “fuerte poder monárquico”, considerando normales todas las acciones orientadas a aplastar la revolución, conservar la unidad y la indivisibilidad del imperio.

El grupo de la Duma que representaba al partido terrateniente-burgués de reno­vación pacífica y el Partido de Reformas Democráticas formaron, en noviembre de 1912, el llamado Partido Progresista (“progresistas”). Ocupaba una posición inter­media entre los demócratas constitucionalistas y los octubristas, y trataba de fusio­narlos en un partido único de la burguesía rusa.

En agosto de 1915, la mayoría de los diputados “liberales” de los partidos terra­teniente-burgueses en la IV Duma y el Consejo de Estado (Cámara legislativa supe­rior de Rusia) se unificaron en el Bloque Progresista cuyo objetivo era llegar a un acuerdo entre la burguesía y el zar, crear un “Gobierno de confianza del país” ba­sado en el conocido mínimo de reformas burguesas, con el fin de impedir la revolu­ción, conservar la monarquía y conducir la guerra hasta la victoria final.

La conservación de la monarquía era el principio político fundamental de todos los partidos burgueses de Rusia.


La primera revolución rusa culminó la formación de los partidos políticos que representaban a la democracia pequeñoburguesa. Se instauró el partido de los socialistas revolucionarios (“eseristas”), los cuales, junto con el ala derecha del POSDR –los mencheviques-, se pronunciaban por la liquidación de la autocracia y por la república. No obstante, tanto los primeros como los segundos apreciaban de manera totalmente equívoca, desde posiciones oportunistas, las fuerzas motrices y las perspectivas del movimiento revolucionario en el país.

En abril de 1906 surgió la organización de diputados campesinos en la Duma denominada Grupo de Trabajo (“trudoviques”). En la IV Duma, los trudoviques apoyaban al Bloque Progresista.

Después de la derrota de la primera revolución rusa, Lenin, quien había regre­sado clandestinamente al país en el otoño de 1905,  se ve obligado a emigrar de nue­vo. En diciembre de 1907, con riesgo para la vida, se traslada de Finlandia a Suecia. Comienza el segundo y más prolongado período de emigración.

En Suiza y después en París, Lenin luchaba por conservar y consolidar al parti­do, rechazó las proposiciones erróneas de algunos de sus miembros, quienes pro­ponían liquidar las organizaciones clandestinas y organizar un partido legal, el cual, naturalmente, debería renunciar a su programa, táctica y tareas revoluciona­rias. A los partidarios de estas proposiciones se les llamaba con justeza “liquidado­res”, pues la aceptación de sus proposiciones significaba, de hecho, liquidar el par­tido revolucionario en Rusia.

Lenin llamó “liquidacionismo al revés” también a las proposiciones de pasar todo el trabajo del partido a bases ilegales, retirando a sus representantes de todas las organizaciones legales y semilegales de la clase obrera. De ese modo, se tergiver­saba la propia esencia de la táctica revolucionaria, que exhortaba a no perder los vínculos con las masas, no caer en el sectarismo político, con su menosprecio del significado que tenía el trabajo en los parlamentos, sindicatos, otras organizaciones legales.

Junto con los problemas organizativos, había que solucionar también los teóri­cos. En 1909, Lenin escribió Materialismo y empiriocriticismo, uno de sus mayores trabajos filosóficos en el que generalizó los nuevos logros de las ciencias naturales, argumentó y desarrolló el enfoque marxista respecto a la cuestión fundamental de la filosofía, sus categorías, teoría del conocimiento, etc.

Se prestaba seria atención a la preparación de los cuadros partidarios, ante todo de entre los obreros. En Longjumeau, cerca de París, se logró organizar una escuela especial en la que estudiaban funcionarios de las organizaciones partidarias de Rusia.

En el verano de 1912, Lenin se trasladó a la ciudad polaca de Cracovia, para es­tar más cerca de la Patria. Aquí trabajaba mucho y con éxito. En menos de dos años escribió y publicó en la prensa legal y clandestina más de 350 artículos, sin contar las numerosas cartas, reseñas, notas. La guerra, la detención y después la de­portación a Suiza no interrumpieron su labor teórica y práctica.

En el libro El imperialismo, fase superior del capitalismo, escrito en los años de la guerra, Lenin caracterizó la nueva etapa de desarrollo de la sociedad capitalista, en cuya economía comenzó a desempeñar el papel fundamental el capital monopo­lista. La dominación de los monopolios, indicaba Lenin, significa el acrecentamien­to en flecha de la explotación de la clase obrera y la agudización de las contradic­ciones entre el trabajo y el capital, la esclavización de muchas naciones por un puñado de “grandes potencias”, el aumento de la opresión colonial y el auge del movimiento de liberación nacional. Teniendo en cuenta todo eso, llegaba a la con­clusión: el imperialismo es la antesala de la revolución socialista.

El desarrollo económico y político desigual de los distintos países en la época del imperialismo -como mostró Lenin-, determina el hecho de que las condiciones políticas para la revolución no maduren a un mismo tiempo. De ahí que fuera posi­ble su triunfo primeramente en unos cuantos o, incluso, en un solo país.

Al guía del proletariado ruso le pertenece también la doctrina sobre la situación revolucionaria. Ninguna revolución -afirmaba- se puede “hacer” o traer “del ex­terior”. Sólo la coincidencia de determinadas premisas -agudización de la pobreza, y las penalidades de las clases oprimidas, la crisis de “los de arriba”, el ascenso de la actividad de las masas, de la capacidad del proletariado para realizar acciones ver­daderamente revolucionarias y la existencia de su partido- crean una situación que hace posible la revolución.

Los preceptos de que el imperialismo es la antesala de la revolución proletaria, de que el triunfo de esa revolución es posible -en base a la situación revolucionaria— en unos cuantos o, incluso, en un solo país, compusieron la teoría leninista de la revolución socialista. Basándose en ella, Lenin y el partido proletario de Rusia guiado por él llevaban a cabo su actividad revolucionaria.

De este modo, el partido obrero leninista (bolchevique) fue el único que desde su fundación se vinculó abiertamente con el destino del proletariado, preparándolo para cumplir su magna misión histórica: aniquilar la explotación del hombre por el hombre. A través de las tempestades y las lecciones sangrientas de la revolución de 1905-1907, de los terribles años de reacción que la siguieron, del fuego y las conse­cuencias de la I Guerra Mundial, sólo este partido, obligado a actuar en la clandes­tinidad, mantuvo fidelidad a los ideales de la clase obrera, defendía resueltamente el marxismo contra cualesquiera aspectos de revisionismo, desarrollaba de manera creativa la doctrina marxista, fusionándola, en el curso de la revolución, con el mo­vimiento proletario y democrático de masas; preparaba al pueblo para el combate decisivo contra la autocracia, por la revolución socialista, cuya victoria se narra en el presente libro.

Notas:

[1] Todas las fechas en el libro se dan de acuerdo con el calendario que existió en Rusia hasta febrero de 1918, el cual se atrasaba del europeo en 13 días. En varios casos se indican entre paréntesis las fechas según el calendario nuevo.
[2] Cuando empezó la 1 Guerra Mundial, Petersburgo comenzó a llamarse a la manera rusa: Petrogrado.

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