2 de noviembre de 2014

Hong Kong: cuando los medios nos piden que nos olvidemos de la historia colonial

Por Michel Collon. Traducción D. R. Enviado de "Manos fuera de China".

Nuestros medios de comunicación (¡los medios del capital, no lo olvidemos!) adoran a los manifestantes hongkoneses que, por miles según ellos, agitan paraguas para exigir la democracia: la pura, la verdadera, la auténtica. Parece que el gobierno chino no está de acuerdo. Prefiere designar él mismo a los hombres que dirigirán Hong Kong. Entonces, ¿quién tiene razón, los manifestantes o el gobierno chino? ¡Cuidado con las respuestas demasiado precipitadas!


Nosotros, que tenemos la experiencia de esta democracia con la que parecen soñar algunos hongkoneses, sabemos bien que el que gana este tipo de elecciones es el que goza del apoyo del capital: la prensa le da cancha todos los días, los sondeos explican que su victoria es ineludible y los expertos demuestran que su programa es realmente el más razonable. En definitiva, el vencedor es el que dispone de grandes sumas de dinero destinadas a su campaña, por medio de los que disponen del mismo, y que cuentan como “elegidos” a gente que velará por sus intereses. 

Lo hemos visto en Francia cuando la prensa, las encuestas y los expertos contribuyeron a promover a Nicolas Sarkozy. En 2012, los mismos apoyaron a François Hollande. Se constata (¡menuda sorpresa!) que tanto el uno como el otro llevan políticas que forman parte de la misma estrategia… en favor del capital. 

En el caso particular de Hong Kong, se observa que el método empleado por los manifestantes se asemeja al de las “revoluciones naranjas”: una reivindicación supuestamente democrática, un símbolo fácil de reconocer (en este caso, los paraguas) y la ocupación permanente de un lugar central. 

El gobierno chino y el hongkonés han detectado lo que se tramaba. No cabe duda de que detrás está la mano estadounidense y británica. Si llegase efectivamente a ponerse en marcha, esta reivindicación “democrática” tendría como consecuencia a corto plazo la separación de Hong Kong de China, y la revisión del acuerdo de reunificación de 1997. 

Porque si se habla hoy de reunificación, es porque antes hubo separación: durante las guerras del opio de mediados del siglo del siglo XIX, las potencias coloniales habían obligado al gobierno chino de la época a conceder territorios en su beneficio exclusivo, bajo la forma de arrendamientos a largo plazo. Así es como Hong Kong, territorio chino, se convirtió en territorio británico. En aquella época, los chinos hablaron de “tratados desiguales”, entre los cuales está el tratado de Nanjing.  


Los británicos pensaban que Hong Kong les pertenecería por siempre. Pero al término del arrendamiento, el gobierno chino hizo valer sus derechos y le expresó a Gran Bretaña que no sería renovado: Hong Kong volvería a ser territorio chino, gobernado por China. 

La República Popular de China y el Partido Comunista Chino habían preparado muy bien la operación: para convencer a los británicos de no tirar de la historia y apaciguar los temores de la economía hongkonesa, el acuerdo propuesto se resumía en “un país, dos sistemas” (es de hecho la misma propuesta que Corea del Norte lleva haciendo a Corea del Sur desde 1953: “un país, dos sistemas”). 

La economía de Hong Kong es por lo tanto propia de un sistema capitalista, bajo control de Beijing. Hong Kong no es pues “un país independiente”: es una provincia china, pero administrada de manera muy específica. 

Es evidente que China no considera ni por un instante volver hacia atrás. Las guerras del opio se terminaron para siempre y Hong Kong pertenecerá a China. 

El gobierno chino ha explicado por tanto que el futuro gobernador de Hong Kong será elegido por los habitantes del territorio. No obstante, los candidatos no podrán ser hombres bajo influencia haciendo campaña con financiación estadounidense y británica. Beijing propone entonces a candidatos que sustenten el principio simple pero complejo: “un país, dos sistemas”…

¿Es legítimo este tipo de filtro? Sí, porque el “laisser-faire” favorece a las grandes fortunas, al dinero del extranjero anglo-sajón, y en el caso particular de Hong Kong, tendría como objetivo una nueva separación. 

Se habrá observado que el gobierno chino gestiona el asunto mediante la negociación y el uso prudente de las fuerzas de policía. Pero no cede. ¡No se ha olvidado la humillación de los tratados desiguales del siglo XIX! Hoy, China ha solucionado la cuestión de las fronteras con la mayor parte de sus vecinos, particularmente con Rusia. Queda la cuestión de Taiwán, y las demás, en suspenso, con Japón y Vietnam. 

Hay aquí  hay un intento manifiesto de los Estados Unidos de desestabilizar a China. Habrá otros intentos, podemos estar seguros. ¡No le demos crédito alguno a estas maniobras! 

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