Por Esteban Zúñiga
(Frase del filósofo español Jorge Ruiz Santayana (1863-1952), con la que son recibidos quienes visitan el campo de concentración de Auschwitz).
El 27 de enero de 1945 -hace ochenta años-, EL EJÉRCITO ROJO SOVIÉTICO ABRÍA LAS PUERTAS DEL INFIERNO DE AUSCHWITZ.
Al mando del mariscal soviético Iván Kónev, el Ejército Rojo entraría en el campo de concentración de Auschwitz, el más grande del Tercer Reich. Serían cerca de las 15:00 horas de una fría tarde invernal, cuando una avanzadilla de soldados soviéticos de la 332º División de Infantería pisaría, por primera vez, una tierra mezclada con cenizas. Mientras por otro extremo lo haría el Primer Frente Ucraniano, un escuadrón de la Caballería Cosaca al que seguían tropas de infantería y tanques T-34, que se irían aproximando sumidos en un olor nauseabundo de cadáveres podridos.
Al ir acercándose a las alambradas, se encontrarían con un grupo de prisioneros, en su mayor parte polacos. Encerrados estaban alrededor de unos 6.000 adultos además de 611 niños. Todos ellos supervivientes en unas condiciones lastimosas, miserables, enfermas y en un estado de avanzada desnutrición, por lo que a duras penas podían andar, desorientados, mal tapados con escasas ropas...
Una vez abiertas las verjas, los soldados soviéticos se encontrarían con el más absoluto terror, el horror de los horrores cometidos por ser un ser humano, encontrándose con miles de cadáveres entrelazados, montículos de huesos, fosas comunes, supervivientes esqueléticos y con los ojos hundidos... y con un almacén terrorífico a la vez singular: 348.000 trajes de hombres, 836.000 vestidos de mujer y 30.000 pares de zapato, así como otros utensilios como maletas, gafas, prótesis dentales... y más de 7 toneladas de cabello humano, que según los datos de la época correspondían a cabellos de 140.000 personas.
Finalizaba así, la pesadilla y el holocausto para miles de personas en Auschwitz-Birkenau, -en la Polonia ocupada por los nazis-. Sin embargo, se considera, según fuentes fundamentadas, que alrededor de 1.300.000 personas habían sido internadas allí entre el período comprendido entre los años 1940 y 1945. De los cuales al menos 1.100.000 personas: niños, ancianos, mujeres y hombres habían sido asesinados mediante las cámaras de gas, fusilados, fallecidos debido a las condiciones inhumanas de trabajo esclavo, experimentos médicos, enfermedades, epidemias, hambre, frío...
El 23 de enero de 2005, aparecería en el periódico madrileño "El País", un reportaje titulado "La noche que liberé Auschwitz", de un artículo del periódico italiano "La República", traducido por Valentina Valverde, en donde se recogía el testimonio de uno de los primeros soldados soviéticos, Yakov Vicenko de 19 años y soldado de la División de Infantería Nº 322, que cruzaría por la puerta del campo de concentración de Auschwitz, bajo un letrero en el que se podía leer: "Arbeit macht frei" ("El trabajo te libera").
"Atravesé la primera alambrada a las cinco de la mañana", declara.
"Estaba oscuro, era el sábado 27 de enero de 1945. No hacía un frío excesivo, sólo quedaban pedazos de nieve derretida. La noche anterior al combate se habría cobrado muchas vidas. Tenía miedo de los francotiradores apostados como guardias. Protegido detrás de un bidón, vi al comandante Shapiro, un judío ruso del batallón de asalto de la 100ª División, abrir de par en par una gran verja. Más allá de la verja, un grupo de ancianos menudos, que eran niños, nos sonreía".
"Sólo después de varios años me di cuenta de que había asistido a la apertura de la entrada al infierno, bajo el letrero "Arbeit match frei". Me incorporé para avanzar. Miré en el bidón, estaba lleno de cenizas, sobresalían trozos de huesos. No comprendí que eran restos de los que habían estado allí dentro".
"(...) En la sombra advertí una presencia. Se arrastraba por el barro, ante mí. Se dio la vuelta y apareció el blanco de unos ojos enormes, dilatados. Callamos: desde lejos nos llega el eco amortiguado de las explosiones. De los dos, sólo yo sabía que eran los disparos de la artillería alemana que se retiraba. Pensé en un espectro, dudé si ya estaba herido, incluso muerto.
No estaba soñando, estaba ante un muerto viviente. Detrás de él, detrás de la niebla oscura, intuí decenas de otros fantasmas. Huesos móviles, unidos por una piel seca y envejecida. El aire era irrespirable, una mezcla de carne quemada y excrementos. Nos cogió de sorpresa el miedo a contagiarnos, la tentación de escapar. No sabía dónde me encontraba. Un compañero me dijo que estábamos en Auschwitz. Avanzamos sin decir una palabra...".
A finales de 1949, el filósofo y sociólogo alemán Theodor Adorno -que en 1934 había dejado la Alemania nacionalsocialista tras la llegada al poder del Adolf Hitler y el nazismo que le había privado, por ser judío, del permiso para ejercer la docencia, y por ser de ideología marxista, regresaría a Fráncfort.
Pronto publicó un primer ensayo, bajo el título de "Crítica cultural y sociedad", en el que al final lanzaría una afirmación archifamosa y un tanto polémica: "Luego de lo que pasó en el campo de Auschwitz es cosa barbárica escribir un poema."
Años después, en 1960, en otro ensayo -"Dialéctica Negativa"- volvería a manifestarse sobre la cuestión del campo de concentración de Auschwitz, en el que afirmaría que: "Quizá fue un error decir que no se podía escribir poesía después de los campos", lo que viene a enmendar la frase anterior.
En 1966, en una de las conferencias que daría por radio, disertaría sobre la "La educación después de Auschwitz", donde analizaría tanto los mecanismos psicológicos y las presiones sociales y comunitarias que había hecho posible el genocidio por la Alemania nazi, en donde alertaría sobre una realidad estremecedora: todos los mecanismo de hacía más de veinte años aún seguían vivos en la sociedad y que eran consustanciales en la construcción y dentro de la naturaleza civilizada. En otras palabras la existencia, más o menos oculta con el paso del tiempo, de una tendencia anticivilizatoria dentro de la civilización, una tendencia a construir una violencia brutal desde dentro.
Siendo necesario -y siempre urgente-, preguntarse el por qué del entusiasmo ciego y el aplauso con que los alemanes alentaron -o por lo menos casi todos miraron hacia otro lado-, al gélido desprecio hacia todos los asesinados en los campos de concentración.
"La exigencia de que Auschwitz no se repita es la primera de todas en la educación. (...) Cualquier debate sobre ideales de educación es vano e indiferente en comparación con éste: que Auschwitz no se repita. Fue la barbarie contra la que se dirige toda la educación. Se habla de una inminente recaída de la barbarie. Pero ella no amenaza meramente: Auschwitz lo fue; la barbarie persiste mientras perduren en lo esencial las condiciones que hicieron madurar esa recaída, Precisamente, ahí está lo horrible. Por más oculta que esté hoy la necesidad, la presión social sigue gravitando. Arrastra a los hombres a lo inenarrable, que en la escala histórica-universal culminó con Auschwitz."
(Theodor W. Adorno. "La educación después de Auschwitz". Conferencia en la Radio Hesse: 18 de abril de 1966).
Por lo tanto, sí a la necesidad de una poesía de denuncia y de conmiseración con las víctimas de un trágico genocidio, además, sirve para no olvidar lo ocurrido en los campos de concentración nazis. Y, para también, enfrentarse a la realidad de hasta dónde puede llegar la brutalidad humana.
Hoy, en el 80º Aniversario de la Liberación, por parte del Ejército Rojo soviético, del Infierno de Auschwitz, vamos a compartir unos versos del escritor y periodista italiano Salvatore Quasimodo (1901-1968).
Una reflexión versificada sobre la descarnada, horrible y antihumana sensación -mediante una crudísima realidad- que nos causan la existencia de los campos de exterminio nazi.
"AUSCHWITZ.
Allá abajo, amor,
en Auschwitz, lejos del Vístula,
a lo largo de la llanura nórdica,
en un campo de muerte:
fría, fúnebre, la lluvia,
sobre la herrumbre de los postes,
y los revoltijos de alambre de las cercas:
ni árboles ni pájaros en el aire gris,
o en nuestro pensamiento,
sino inercia y dolor ,
que la memoria abandona
a su silencio, sin ironía o ira.
Tú no quieres elegías, lirismos:
sólo razones de nuestra suerte,
aquí, tú, tierna a los obstáculos de la mente,
insegura ante una presencia,
clara de vida.
Y la vida está aquí,
en cada negación, que certeza parece:
aquí oiremos llorar el ángel,
al monstruo,
nuestras horas futuras,
golpear el más allá, que aquí está, eterno
y en movimiento,
no en una imagen ensoñada,
de posible piedad.
Y aquí la metamorfosis, aquí los mitos.
Sin nombres,
de símbolos o de un dios,
son crónicas, lugares de la tierra,
son Auschwitz, amor.
¡De qué manera súbita
se mutaron en sombrío humo,
los amados cuerpos de Alfeo y Aretusa!
De aquel infierno que se abría,
con la blanca inscripción,
"El trabajo os hará libres",
salió con continuidad,
el humo,
de miles de mujeres empujadas afuera,
al alba de los tugurios,
contra el muro del tiro al blanco
o ahogadas gritando misericordia,
al agua de sus bocas,
de esqueleto, bajo las lluvias de gas.
Tú las encontrarás , soldado,
en tu historia bajo formas de ríos,
de animales.
¿o también eres tú ceniza de Auschwitz,
medalla de silencio?
Quedan largas trenzas encerradas
en urnas de cristal,
aún ceñidas por amuletos,
e infinitas sombras,
de pequeños zapatos
y bufandas de hebreos,
son reliquias de un tiempo de sabiduría,
de sapiencia del hombre,
hecho a medida de las armas,
son los mitos,
nuestras metamorfosis.
Sobre los espacios,
en los que el amor y llanto, y piedad,
se marchitaron,
bajo la lluvia, abajo,
se rebelaba un No,
dentro de nosotros,
un No a la muerte,
muerta en Auschwitz,
para no repetirme, desde aquella fosa,
de cenizas,
la muerte.
Salvatore QUASIMODO."
(Salvatore Quasimodo. "Auschwitz". De "El falso y verdadero verde - Cuando cayeron los árboles y los muros". 1949-1955).
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