12 de julio de 2023

La experiencia de la Internacional Comunista en la construcción de partidos de tipo bolchevique (2)

 Por Unión Proletaria

II- Cambio del alineamiento de fuerzas en el movimiento obrero (1919-20)

Las derrotas de la revolución en la primera mitad del año 2019 (Hungría, Baviera y Eslovaquia) no impidieron que siguiera creciendo el movimiento revolucionario y huelguístico.

El II Congreso Partido Comunista de Alemania, reunido clandestinamente en octubre de 1919, ya empezaba a entender que la “revolución no es un golpe solo, sino la lucha dura­dera, tenaz de la clase sometida durante milenios a la opresión, clase que, por ende, no comprende a cabalidad desde un principio su misión y su fuerza; la revolución es susceptible de ascensos y de caídas, de flujos y de reflujos. Cambia de medios en dependencia de la situación; ataca al capitalismo a veces desde el lado político, a veces desde el económico, a veces desde los dos lados.”[1]

Después de ciertas vacilaciones, el Comité Central del PCA reconoció que, en la situación creada, cuando en el país no había premisas para la instaura­ción inmediata de la dictadura proletaria, la tarea residía en unir a todas las fuerzas democráticas para arrollar a la reacción.

En Francia, el fracaso de la huelga significó la bancarrota de la doctrina teórica del anarcosindicalismo sobre el papel decisivo universal de la huelga general, mostrando a los obreros que sólo con la huelga no pueden vencer a la burguesía que dispone de todos los medios de poder.

En Italia, destacaba el periódico L’Ordine Nuovo de Gramsci, quien hacía una importante adver­tencia, cuya justicia fue apreciada sólo más tarde. “La fase actual de la lucha de clases en Italia es la fase que precede: o a la conquista del po­der político por el proletariado revolucionario para pasar a nuevo mo­do de producción y de distribución que permite hacer de nuevo produc­tivo el trabajo, o a una tremenda reacción de parte de la clase propietaria y la casta gobernante. Serán puestos en juego todos los medios de vio­lencia para someter al proletariado industrial y agrícola a un trabajo servil; se hará todo lo posible para derrotar inexorablemente los orga­nismos de lucha política de la clase obrera (partido socialista) e incorpo­rar los organismos de resistencia económica (sindicatos y cooperativas) al engranaje del Estado burgués”.[2]

El incremento de la influencia de las ideas del comunismo en las masas lo acreditaba incontestablemente el proceso de acercamiento a la Interna­cional Comunista de varios grandes partidos socialistas de Europa, en­tre ellos del Partido Social-Demócrata Independiente de Alemania y los partidos socialistas de Francia e Italia. Sin em­bargo, Lenin vio con mayor claridad que otros también el gran peligro que implicaba tal acercamiento.

El revolucionarismo meramente verbal de los centristas traía consigo el peligro de que la política de la Internacional Comunista y de los Partidos Comunistas se determinara por cierta “línea media”. Frente a este peligro, Lenin ponía las cosas en su lugar exacto: el reco­nocimiento de la dictadura del proletariado no significa, naturalmente, en modo alguno que “en cualquier momento y a toda costa haya que lanzarse al asalto, a la insurrección. Eso es absurdo. Para que la insurrección tenga éxito se necesita una larga preparación, hábil y perseverante, que impo­ne grandes sacrificios”. Pero sí significa deslindarse de un modo resuel­to y consciente de los centristas[3].

Sobre todo allí donde los partidos comunistas eran más jóvenes y débiles, pero también en general, seguía siendo necesario combatir al reformismo y al centrismo, atrayendo, al mis­mo tiempo, hacia el lado del comunismo a todos los elementos verdade­ramente revolucionarios que había en los partidos centristas. La tarea de la superación ideológico-política del oportunismo seguía siendo para todo el movimiento comunista una premisa de formación de la vanguardia revolucionaria.

Comoquiera que los revolucionarios no habían conseguido deslindarse de los oportunistas, ni tampoco llevar a las masas al asalto victorioso contra el capitalismo, resultaban necesarias dos fases, dos escalones que el movimiento comunista había de superar consecuentemente, uno tras otro. Primero, la conquista de la vanguardia, su deslindamiento ideológico y orgánico de los conciliadores. Segundo, la conquista de las masas: “con la vanguardia sola es imposi­ble triunfar. Lanzar sola a la vanguardia a la batalla decisiva … sería no sólo una estupidez, sino, además, un crimen”. Para esta segunda fase, “es imprescindible la propia experiencia política de las masas”. De ahí que los partidos comunistas deban aprender a “llevar a las grandes masas (hoy todavía, en la mayoría de los casos, adormecidas, apáticas, rutinarias, inertes, sin despertar)” a la posición de la vanguardia revolucionaria, deban aprender a “dirigir no sólo su propio partido, sino también a estas masas”[4].

Por cuanto las masas proletarias socialmente más activas estaban dirigidas e influenciadas por los líderes partidarios y sindicales socialde­mócratas, la tarea planteada por los comunistas de ganar a las masas para la revolución significaba en la práctica ante todo arrebatárselas a los dirigentes reformistas. Pero éstos no estaban de brazos cruzados. Se desarrolló una aguda lucha entre revolucionarios y reformistas, tanto en los partidos obreros como en los sindicatos.

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Lenin, acerca de la tarea de ganarse a la mayoría y su libro La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo.

Lenin y la Internacional Comunista consideraban que no había que precipitarse en lo de la unificación, sino que había que “aguardar el momento oportuno en que las masas revolucionarias de obreros franceses y alemanes corrijan las debilidades, los errores, los prejuicios y la inconsecuencia de tales partidos”[5]. El deslindamiento ideológico, político y orgánico con el oportu­nismo debía ser llevado obligatoriamente a su término, pues de otro modo el lodo del oportunismo de derecha afectaría a los partidos comunistas.

Para el éxito de su revolución, al proletariado le “es absolutamente necesario contar con las simpatías de la mayoría de los trabajadores (y, por consiguiente, de la mayoría de la población)”. Esas simpatías no se dan por sí mismas, pero tampoco se crean solamente con votaciones. “Se conquistan en una larga, difícil y dura lucha de clases”, con la aplicación de todos los métodos y medios que sean necesarios en cada caso[6].

La participa­ción del partido obrero en el parlamento es importan­te, pero no puede considerarse en absoluto como forma superior, única de sus acciones. En la situación de engaño y autoengaño de las masas, inevitables en el capitalismo, aplazar durante la revolución la toma del poder por el proletariado hasta que la mayoría de la población exprese formalmente su voluntad por medio de las elecciones significa renegar de la revolución.

La “fuerza del proleta­riado de cualquier país capitalista es incomparablemente mayor que la parte del proletariado en el total de la población”, porque el “proleta­riado domina económicamente el centro y el nervio de todo el sistema económico del capitalismo”. Es más importante aún el que el proleta­riado “exprese, económica y políticamente, los verdaderos intereses de la inmensa mayoría de los trabajadores”[7]. Puede resultar que una proporción de proleta­riado del 51% sobre toda la población signifique en la práctica una fuerza menor que un 20% de proletariado, si en el primer caso hay “más contagio imperialista y resistencia de la pequeña burguesía”, y en el segundo, el proletariado sabe “arras­trar y orientar” a los trabajadores. No se puede, es incorrecto tomar al proletariado “en general”, in abstracto. Había que considerar cómo era realmente, desde el siglo XX, a raíz de la guerra imperialista, en un país im­perialista. En la situación creada desde entonces, es inevitable la “división con la cúspi­de”, por cuanto la instauración de la dictadura del proletariado es im­posible sin el derrocamiento de su cúspide oportunista, sin pasar de la “aristocracia de la clase obrera a la masa”. Cambiaron también los mé­todos de educación de las masas: “Hubo un tiempo (entre 1871-1914) en que había que desarrollar a los atrasados con la votación general, sin re­volución (+ las huelgas, etc.). Llegó la época de las revoluciones (1917-) cuando es el curso de la revolución del proletariado lo que desarrolla”[8].

Como veremos más adelante, esta “época de las revoluciones” resultó más compleja de cómo se presentaba en 1920, debido a la distorsión que causa el imperialismo en el desarrollo de las contradicciones de clase: las revoluciones se condensan en períodos más bien breves separados entre sí por períodos de reflujo más bien largos. Como consideraba Lenin, para sacar conclusiones se­rias sobre la posibilidad de tomar el poder y sostenerse en él, hay que analizar concretamente las condiciones loca­les, así como la estructura social de las masas trabajadoras.

En aquel período revolucionario en que urgía dotar al proletariado de una dirección firme, libre de vacilaciones centristas, la principal dificultad que afrontaban los comunistas consistía en que parte de ellos no comprendían la importancia que tenía la tarea de ganarse a las masas, y algunos adop­taron incluso la posición de su negación por principio. Se negaban a ver la diferencia entre los jefes oportunistas, contra los cuales sostenían una lucha encarnizada, y los miembros de filas de los partidos socialistas y de los sindicatos reformistas que seguían a esos jefes. Cifrando esperanzas en el ímpetu revolucionario espontáneo de las masas, algunos comunistas veían una manifestación del oportunismo odioso en la propia reco­mendación de realizar un trabajo sistemático en las masas. Tales ánimos se habían exteriorizado anteriormente, pero pasaron a ser un obstáculo serio precisamente cuando el movimiento comunista ya no podía seguir progresando sin realizar más variado trabajo para ganarse a las masas.

Se trataba de crear un partido obrero verdaderamente revolucionario, verdaderamente obrero (es decir, vinculado a las masas, a la mayoría de los trabajadores, a los sectores básicos del proletariado, y no sólo a su sector encumbrado), verdaderamente un partido, o sea, una organización de la vanguardia revolucionaria, fuerte cohesionada en serio y capaz de efectuar por todos los medios posibles una labor revolucionaria entre las masas.

Y para crear tal partido, ante todo, había que encontrar un enfoque acertado de las masas. ¿Dónde estaba, pues, la salida de este círculo vicioso?

Lenin aconsejaba que las tendencias caracterizadas por Rosa Luxemburgo como “radicalismo rectilíneo” fueran criticadas “de manera abierta, tratando de no exagerar las discrepan­cias”, pues sobre la base del reconocimiento de la revolución proletaria y de la dictadura del proletariado no expresaban la caducidad senil, sino la “enfermedad del crecimiento” y se eliminarían en el curso de la lucha práctica.[9]

Hoy, en cambio, las ideas “izquierdistas” se mantienen a pesar del reflujo, y no tanto por parte de jóvenes, sino incluso de militantes defraudados de su experiencia en partidos oportunistas y revisionistas.

Los ánimos “izquierdistas” penetraron en el Buró de Ams­terdam del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, donde empezaron a hacer su propaganda activa los holandeses Herman Gorter, Anton Pannekoek y Sebald Rutgers. Es­tos puntos de vista influían también en la revista Kommunismus que se publicaba en Viena para los países de Europa Sudeste. En esta revista colaboraron Béla Kun y Georg Lukács. Sin embargo, los que interve­nían más activamente en este espíritu eran los líderes del Partido Comunista de los Obreros de Alemania y los partidarios de Bordiga en Italia.

Para fundamentar sus puntos de vista, los “izquierdistas” promovían motivos variados: desde las consideraciones de la “pureza de principio de la doctrina” y de la “rectitud intransigente” hasta la negación fran­camente anarquista del papel de la disciplina, de los jefes y del propio partido comunista. Muchos rechazaban la participación en los parla­mentos, la labor en los sindicatos, cualesquiera compromisos y acuerdos con los posibles aliados, sin hablar ya del enemigo, considerando que frenaban el movimiento revolucionario. Otros interpretaban de ma­nera simplista y primitiva la contraposición del capitalismo y el socialis­mo, la democracia burguesa y la dictadura del proletariado. Pero no to­dos se daban cuenta que se condenaban ellos mismos a separarse de las masas.

Al ver el peligro que amenazaba al movimiento comunista, Lenin se propuso escribir un folleto al alcance de todos sobre los fundamentos de la estrategia y la táctica marxista. Pero de hecho el trabajo La enferme­dad infantil del “izquierdismo” en el comunismo, cuya publicación Lenin hizo coincidir con la apertura del Segundo Congreso de la Internacional Comunista, rebasó los límites de este proyecto inicial. En el libro se re­vela la riqueza de la experiencia de los bolcheviques, las raíces del “iz­quierdismo” y se analizan sus manifestaciones en varios partidos comunistas europeos, se muestra el peligro del “izquierdismo”. El libro ha traspasado el marco de su época y se ha convertido en una verdadera enciclopedia de la dirección creadora y realista de la lucha de clases en la época de transición del capitalismo al socialismo.

El “izquierdismo” era, ante todo, una reacción del comunismo todavía joven al reformismo y al oportunismo político de los veteranos jefes socialde­mócratas. Como tal, se podía considerar una especie de “enfermedad del crecimiento” del movi­miento comunista.

En este aspecto, una fuente de “izquierdismo” fue la inexperiencia política de los comunistas; su aspiración a resolver cuanto antes y en forma más radical, de golpe, todas las cuestiones de la lucha de clases; la inep­titud para considerar el nivel real de la conciencia de la clase obrera; la falta de deseo de llevar a cabo un trabajo minucioso entre las masas. La propia idea de la proximidad de la victoria de la revolución generaba en una parte de los comunistas ánimos izquierdistas. En tal situación, el odio de los obreros revolucionarios a la política oportunista se traducía en la negación indiscriminada de las formas de lucha elaboradas en los períodos anteriores.

Una causa social más profunda del “izquierdismo” que indicaba Lenin era la incidencia en el movimiento obrero y comunista del espíritu revolucionario particular de las masas de pequeños burgueses. El pequeño propietario arruinado, que ha sufrido un brusco y rápido deterioro de la vida, que ha perdido la base económica de su existencia, desclasado, rabioso por los horrores del capitalismo, pasa fá­cilmente al revolucionarismo extremo. Exige una revolución inmediata, aporta al movimiento obrero el espíritu de rebeldía y de anarquismo. Tal revolucionarismo no es capaz, por su naturaleza, de sostener una lu­cha larga, firme, organizada y puede incluso convertirse en instrumento en manos de la reacción. En nuestros días, quizás habría que añadir el influjo de las capas superiores del proletariado y periféricas a él que comienzan a perder sus pequeños privilegios.

Los principales errores de los “comunistas de izquierda” se expresa­ban en aquel período en la negación: (1) del papel del partido y de la disciplina partidaria; (2) de la labor en los sindicatos reformistas; (3) de la participación en los parlamentos burgueses; (4) de la admisibilidad de compromisos algunos. Desde la amistad y la solidaridad frente a los dirigentes traidores de la socialdemocracia, Lenin criticó el aventurerismo de los “izquier­distas”, su desprecio por la labor entre las masas y su tendencia al autoaislamiento. Y demostró que la esencia de este sectarismo sin perspectiva radica en la desconfianza en las masas, en la im­pericia para abordarlas.

La principal idea del mencionado libro de Lenin —ganarse a las ma­sas para la ideología y la política revolucionaria marxista— es la premisa decisiva de la lucha exitosa del proletariado. Por ello, los comunistas es­tán obligados a encontrarse siempre en lo más denso de estas masas, lle­varlas en pos de sí, enseñando cuándo hace falta el asalto y cuándo una maniobra envolvente, deben encontrar vínculos entre la lucha cotidiana de la clase obrera y la pugna por el objetivo final. Esta tarea no puede ser cumplida sin acabar con el doctrinarismo de izquierda, sin corregir por completo sus errores y desem­barazarse de ellos.

Lenin escribió que los comunistas tenían que considerar la influencia que las ideas democrático-burguesas, pequeñoburguesas, ejercían en las masas. Para “eliminar políticamente” la tradición reformista, hay que trabajar en todas partes donde haya masas incapaces de comprender de golpe la necesidad del método revolucionario de acción. Por cuanto las masas aprenden ante todo de la experiencia política propia, los partidos comunistas es­tán llamados a promover consignas que consideren el nivel de concien­cia de las masas, la psicología social de los distintos sectores, las tradi­ciones políticas, el carácter específico del movimiento obrero y democrático de un país concreto, que formen a los participantes en la lucha en el curso de sus acciones.

Hay que tener en cuenta que el proletariado “puro” está rodeado de una masa de tipos transitorios extraordinariamente variados: desde el prole­tario hasta el semiproletario, el campesinado pequeño y mediano, etc., y el propio proletariado es heterogéneo en extremo por el nivel de desa­rrollo, la pertenencia nacional, profesional, religiosa, etc. Por lo tanto, hay que aprender a hablar con diferentes categorías de personas en un lenguaje más comprensible, claro y vivo, comprender que la unión de todas las fuerzas bajo la bandera de la revolución es imposible sin una política de acuerdos. Hay que articular con audacia bloques “con dife­rentes partidos de obreros y pequeños patrones”, hacer determinadas concesiones a los elementos vacilantes de la democracia pequeñobur­guesa, cuando y por cuanto tienden hacia el proletariado. Importa sola­mente que tales compromisos y acuerdos contribuyan a elevar el nivel del movimiento obrero y democrático, a lograr el objetivo revoluciona­rio, y que los comunistas conserven una plena libertad de agitación y de crítica a sus aliados.

Para dirigir a las grandes ma­sas es insuficiente la sola propaganda de los principios comunistas, re­petir sólo las máximas generales del comunismo “puro”.

Al detallar las exigencias de la táctica del movimien­to comunista, Lenin, sin embargo, no perdía de vista ni por un instante la tarea estratégica principal a la cual la táctica se hallaba subordinada y a cuyo cumplimiento estaba orientada: la preparación multifacética, ante todo la preparación de las masas, para la futura y nue­va oleada de revoluciones. “La táctica debe ser tra­zada —advertía Lenin— tomando en consideración con serenidad y estricta objetividad todas las fuerzas de clase del Estado de que se trate (y de los Estados que le rodean y de todos los Estados a escala mundial), así como la experiencia de los movimientos revolucionarios”.

Advertía que no se debe “determinar en modo alguno la política basándose sólo en los deseos, opiniones, grado de conciencia y prepara­ción para la lucha de un solo grupo o partido”. Enfatizaba que “las mejores vanguardias expresan la conciencia, la voluntad, la pasión y la fantasía de decenas de miles de hombres, mientras que la revolución la hacen, en momentos de entusiasmo y de tensión especiales de todas las facultades humanas, la conciencia, la voluntad, la pasión y la fantasía de decenas de millones de hombres aguijoneados por la más enconada lucha de clases”.

Lenin subrayaba la interrelación del factor objetivo y el subjetivo: para el triunfo de la revolución, no basta una situación revolucionaria objetiva, sino que se tiene que llegar a una crisis revolucionaria que reúna los elementos espontáneos y conscientes. La revolución la realizan las masas, y para conseguir que la mayoría de la clase obrera sea consciente de la necesidad de la revolución, “para que realmente toda la clase, para que realmente las grandes masas de trabajadores y oprimidos por el ca­pital lleguen a adoptar esa posición, la propaganda y la agitación son insuficientes por sí solas. Para ello es imprescindible la propia expe­riencia política de las masas. Tal es la ley fundamental de todas las gran­des revoluciones”.

Finalmente, está la actitud de los comunistas hacia las fuerzas sociales intermedias y la necesidad de conquistar aliados entre ellas. Subrayando el papel de los trabajadores no proletarios, de los pequeños productores, de los campesinos, Lenin escribió: “no se les puede expulsar, no se les puede reprimir; hay que convivir con ellos, y sólo se puede (y se debe) transformarlos, reeducarlos, mediante una labor de organización muy larga, lenta y prudente”. Por lo tanto, para que la revolución tenga éxito es necesario elegir un momento cuando “todos los elementos vaci­lantes, versátiles, inconscientes, intermedios, es decir, la pequeña bur­guesía, la democracia pequeñoburguesa, que se diferencia de la bur­guesía, se hayan desenmascarado suficientemente ante el pueblo, se hayan cubierto suficientemente de oprobio por su bancarrota en la acti­vidad práctica”. Para vencer a un adversario más fuerte, hay que aprender a encontrar entre los enemigos las desavenencias más insignifi­cantes, aspirar a ganarse a un aliado masivo, “aunque sea temporal, va­cilante, inestable, poco seguro y convencional. Quien no haya compren­dido esto, no ha comprendido ni una palabra de marxismo ni de socialismo científico, contemporáneo, en general”.

El libro La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comu­nismo fue redactado justo antes del Segundo Congreso de la Internacional Comunista, y repartido a todos los delega­dos que llegaron a Moscú para participar en él.

Los fundamentos de la estrategia, la táctica y la organización comunistas.

El Segundo Congreso de la Komintern se inauguró el 19 de julio de 1920 en Petrogrado, con una representación internacional mucho mayor que en el Congreso fundacional un año antes.

Para Lenin, lo importante es que ya se había formado un ejército proletario, “aunque a veces esté mal organizado y exija una reorganización”. Al margen del grado de preparación del proletariado, la situación económica y política estaba “sa­turada en extremo de material inflamable y de motivos para un súbito estallido del incendio”. De estas condiciones objetivas y subjetivas, se deducía que la “tarea del mo­mento para los partidos comunistas consiste ahora, no en acelerar la re­volución, sino en acrecentar la preparación del proletariado”[10].

Señalando que todos los partidos comunistas deben “cueste lo que cueste llevar a la práctica las siguientes consig­nas: ‘ ¡Calar más hondo entre las masas!’, ¡Establecer lazos más estrechos con las masas!’ “, Lenin explicaba que las masas son el “conjunto de trabajadores y explotados por el capital”, y ante todo de aquellos que están más oprimidos y poco susceptibles de organización. Los comunistas tienen que abordarlos “del modo más paciente y cauteloso, a fin de poder comprender las peculiaridades y los, rasgos originales de la sicología de cada sector, profesión, etc.”[11].

Frente a las corrientes no marxistas del movimiento obrero, consideraba siempre que la condición indispensable y, ade­más, muy importante para que el proletariado realizara su hegemonía era su propia organización, cuya forma superior es el partido político.

La carencia de partido revolucionario equivale a “desarmar por completo al proletariado en provecho de la burguesía[12]. El proletariado no podrá realizar la revolución, conquistar el poder, se subrayaba en las decisiones del Congreso, sin tener su partido independiente, porque el poder político no puede ser tomado, organizado y orientado si no es por uno u otro partido político. En la resolución sobre el papel del partido co­munista se hacía constar que el partido defiende los intereses de toda la clase obrera, contempla toda su trayectoria histórica en conjunto. Sola­mente el partido es capaz de unir a las variadas organizaciones del pro­letariado —los sindicatos, las cooperativas, los comités de fábrica, las sociedades cultural-educativas, etc.— y orientar su actividad hacia un objetivo común. La actual parcelación posmoderna del movimiento reivindicativo de masas sólo puede ser superada en el proceso de reconstitución del Partido Comunista.

El partido comunista, defendiendo los intereses cardinales de la cla­se obrera, dirigiendo todos sus movimientos, uniéndolos, aparece como aquel medio de organización y político, con cuyo concurso la parte más avanzada de la clase obrera orienta por el camino justo a toda la masa del proletariado y del semiproletariado.

La condi­ción indispensable de la existencia de tal partido es la claridad de las posi­ciones ideológico-teóricas basadas en el marxismo revolucionario, en el marxismo no desvirtuado por los oportunistas. El II Congreso subrayó la necesidad de defender permanentemente la pureza de estos fundamentos y sostener una lucha irreconciliable contra los bandazos oportunistas. Se situaba en primer plano la ruptura definitiva con la ideología, la táctica y la organización del oportunismo de derecha.

La estructura orgánica de los partidos comunistas se basaba en los principios del centralismo democrático comprobados por la experiencia de los bolcheviques. El Congreso también aprobó los Estatutos de la Internacional Comunista.

Lenin inculcaba la idea de que “necesitamos partidos nuevos, unos partidos distintos” que los partidos de la II Internacional, “necesitamos partidos que estén en contacto efectivo y permanente con las ma­sas y sepan dirigirlas”. Lenin planteó la cuestión en una forma muy categórica: no tolerar oportunistas en el partido, porque eso llevaría a la cooperación con la burguesía; mantener el permanente contacto de la vanguardia de la clase obrera con el resto de los obreros, dirigir el movimiento de las masas. “Si la minoría no sabe dirigir a las masas —decía— y vincularse estrechamente a ellas, no es un partido y, en general, no tiene ningún valor”[13].

Al mismo tiempo, el estrecho nexo con las masas no debe llevar a concesiones del partido a las tendencias retrógradas. Por esta razón, el II Congreso estipuló: “Bajo ciertas condiciones históricas la clase obrera está muy expuesta a ser im­pregnada de numerosos elementos reaccionarios. La tarea de los comu­nistas no es adaptarse a esos sectores retrógrados de la clase obrera, si­no hacer que la totalidad de la clase obrera se eleve al nivel de su vanguardia comunista”[14].

Lenin trataba de convencer a los “izquierdistas” británicos Gallacher y a Pankhurst de la conveniencia para los comunistas ingle­ses de entrar a formar parte del Partido Laborista a condición de que conservaran la posibilidad de criticar a sus líderes y aplicar la orienta­ción revolucionaria[15].

Más tarde Gallacher recordó una conversación en cuyo curso Lenin le dijo: “‘Quiero formularle una pregunta. Usted sostiene que la bur­guesía consigue sobornar a todas las personas que caen en el parlamen­to. Si los obreros ingleses le hubieran enviado a Usted al parlamento pa­ra representar sus intereses, ¿se habría corrompido Ud.?’. Le miré sorprendido y balbuceé: ¡Pregunta extraña! ‘Camarada Galla­cher —continuó Lenin—, es una pregunta muy importante. ¿Permitiría Ud. que la burguesía lo sobornara?’ ‘No’, respondí. ‘No puedo permi­tir que alguien o algo me corrompa’.

Inclinado hacia adelante, Lenin estaba mirándome. Al oír mi res­puesta, se irguió y, con una sonrisa ancha, dijo: ‘Camarada Gallacher, Ud. tiene que conseguir que los obreros lo envíen al parlamento. Enton­ces les mostrará cómo se comporta allí un revolucionario insobornable. Mostrará cómo hay que utilizar a la manera revolucionaria el parlamento.’

En el curso de la conversación tuve que convenir en que cometimos un error muy grave al dejar a la clase obrera de Inglaterra a la merced de los oportunistas tipo MacDonald, Henderson y Cía.”[16]

El II Congreso de la Komintern recomendó que los revolucionarios no abando­naran los sindicatos existentes, sino que difundieran en ellos las ideas comunistas, procuraran expulsar a los dirigentes oportunistas para crear así una organización internacional combativa del proletariado que operara bajo la dirección ideológica de la Internacional Comunista.

En cuanto a los Soviets o Consejos obreros, una premisa de formación es la existencia de condiciones que correspondan al concepto de crisis revolucionaria en el país de que se trate. Si tales condi­ciones no se dan, los comunistas tienen que hacer perseverante propa­ganda de la idea de los Consejos, popularizarla entre las masas, pero no proceder a su organización inmediata, porque los “Consejos sin la revo­lución proletaria se convierten inevitablemente en parodia de los Consejos”[17]. En nuestros días, esta advertencia sigue siendo muy pertinente frente a la pretensión ilusoria de crear espacios de “poder popular” o de “contrapoder”.

Lenin situó en primer plano la necesidad política de una alianza sólida de la clase obrera con el cam­pesinado. Incluso en los países altamente desarrollados, es plenamente posible “conservar la gran explotación agrícola y no obstante dar a los pequeños campesinos algu­na cosa, muy importante para ellos… Si el poder estatal proletario no desarrolla esta política, no podrá sostenerse”.[18]

En la cuestión de la interrelación de la lucha por la revolución socialis­ta y de la pugna por la liberación nacional, el Congreso ponía en guardia contra las ilusiones sobre las posibilidades de resolver gradualmente, con los esfuerzos de toda la nación y sin lucha de clases, los problemas sociales: denunciando el nacionalismo burgués, los co­munistas deben vincular más estrechamente las tareas de la liberación nacional a los reivindicaciones sociales cuya consecución exige la unidad de los proletarios de diversas naciones.

Finalmente, el II Congreso sintetizó el papel de la Komintern con la claridad que exige organizar una revolución victoriosa: “La Internacional Comunista es el partido internacio­nal de la insurrección proletaria y de la dictadura proletaria. No tiene otros objetivos y tareas que los objetivos y las tareas de la propia clase obrera… No crea recetas ni conjuros universales, se apoya en la expe­riencia mundial de la clase obrera en el pasado y el presente, depura esta experiencia de sus errores y desviaciones, sintetiza sus conquistas, reco­noce y prohíja sólo aquellas fórmulas revolucionarias que son fórmulas de la acción de las masas”[19].

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NOTAS:

[1] Bericht über den 2. Parteitag der Kommunistischen Partei Deutsch­lands (Spartakusbund) vom 20. bis 24. Oktober 1919. Berlin, S. 61.

[2] Antonio Gramsci. Il pensiero di Gramsci, p. 57.

[3] V. I. Lenin. Notas de un publicista. 0.C., t. 40.

[4] V. I. Lenin, La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comu­nismo. 0.C., t, 41.

[5] V. I. Lenin. Proyecto (o tesis) de respuesta del PCR a la car­ta del Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania. O.C., t. 40.

[6] V. I. Lenin. Saludo a los comunistas italianos, franceses y alemanes. O.C.., t. 39.

[7] V. I. Lenin. Las elecciones a la Asamblea Constituyente y la dictadu­ra del proletariado. 0.C., t. 40.

[8] V. I. Lenin. El borrador y el plan de folleto sobre la dictadura del proletariado. O.C., t. 39.

[9] V. I. Lenin. Saludo a los comunistas italianos, franceses y alemanes. O.C., t. 39.

[10] V. I. Lenin. Tesis para el II Congreso de la Internacional Comunista. O.C., t. 41.

[11] Idem.

[12] V. I. Lenin. La enfermedad infantil…

[13] V. I. Lenin. II Congreso de la Internacional Comunista. O.C., t. 41.

[14] Idem.

[15] Idem.

[16] W. Hallacher. El socialismo revolucionario en Escocia y la Revolu­ción de Octubre. —Historia moderna y contemporánea, 1957, Nº 4, pp. 38-39.

[17] II Congreso…

[18] Idem.

[19] Manifiesto del II Congreso. Idem.

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