3 de abril de 2022

UN MES CON FRANCO Y VON FAUPEL.

Mujeres suplicando a los soldados rebeldes por la vida de sus familiares prisioneros. Constantina (Sevilla) verano de 1936. 

Por Estéban Zúñiga.

“En una guerra civil, es preferible una ocupación sistemática de territorio, acompañada por una limpieza necesaria, a una rápida derrota de los ejércitos enemigos que deja al país infestado de adversarios.” (Francisco Franco. Fuente: Carlos Hernández de Miguel. “Los campos de concentración de Franco”. Editorial Penguin Random House, 2019).
 
El 3 de enero de 1928, en plena dictadura de Primo de Rivera y dominada, periodísticamente, por la censura previa, aparecería el primer número de una revista titulada “estampa”, que se definía a sí misma como: “Revista Gráfica y Literaria de Actualidad Española y Mundial”, suponiendo, a su vez, un salto hacia adelante en la publicación de un “magazine”, en un intento de emular al periodismo parisino. Suponiendo, también, un importantísimo cambio hacia la “modernidad” del periodismo gráfico en España.
 
Una revista que entre sus contenidos destacarían: las crónicas, las entrevistas y reportajes, los cuentos y relatos, crónicas teatrales, críticas literarias y de arte; además de los deportes y los toros por un lado y páginas infantiles y de humor por otro. Todo ello acompañado por numerosos e impactantes reportajes gráficos.
 
El 24 de julio de 1936, seis días después del fallido golpe de Estado por militares fascistas del 18 de julio de 1936, tanto los trabajadores de los talleres como el personal de redacción y de administración incautarían la revista, para de inmediato adherirse al Frente Popular y a la República, guiando sus reportajes, de un modo abundante, a lo que acontecía en los frentes y en la retaguardia. Para dos años después, en agosto de 1938, desaparecer.
 
El 3 de abril de 1937, en las páginas 2 y 3 de su número 480, aparecería un artículo escrito por el periodista francés Jean Alloucherie en el que relataría sus impresiones y vivencias observadas durante su estancia en el campo de los militares facciosos; sobre todo en Andalucía, donde desde Sevilla sería testigo de represión de los rebelados en armas contra la República.
 
Jean Alloucherie, escritor y periodista nacido en Montreuil (Francia), estaba en España como corresponsal para los medios franceses “Humanité” y “Regards”.
 
En Sevilla sería testigo presencial de cómo los jefes militares, con el general Gonzalo Queipo de Llano, lanzaban duros ataques, advertencias e insultos, usando altavoces, para amedrentar a la población; obligaban a los niños a desfilar… Y sería vivamente impresionado cuando en la noche grupos de falangistas, como matones y bravucones, detenían y asesinaban a los no afectos a la sublevación militar y que en los primeros días se llegaría a contar con alrededor de 8.000 fusilamientos.
 
“A la misma hora que en Sevilla sufrían y morían inocentes,… en Madrid, ciudad mártir, caía inexorablemente, sobre millares de mujeres y niños, un huracán de metralla y fuego, …”.
 
Siendo testigo, también, de los desmanes acaecidos en Marbella, donde utilizando las luces de los camiones realizaban consejos de guerra en plena calle para a continuación realizar “sacas” de fusilamientos. Además asistiría a las tomas de Málaga, Algeciras, Ceuta, Tetuán.
 
Imagen del vendedor de Noches de Sevilla. (Un mes entre los rebeldes). Traducción y prólogo de Joaquín Vilá-Bisa. a la venta por LIBRERÍA DEL PRADO

De todas sus experiencias, escribiría un libro titulado “Noches en Sevilla” en 1937, en el que relataría el clima y la represión liderada por el general Gonzalo Queipo de Llano en Sevilla. Siendo las últimas líneas de esta obra, desde la resignación y la ira:
 
“Sin el apoyo de las tropas extranjeras, la preciosa colaboración de Faupel y de los generales italianos y la intolerable impunidad diplomática de que ha disfrutado Franco, nunca hubiese podido mantenerse en Marruecos, conquistar la mitad de España, atacar Madrid y jugar a futuro jefe de Estado.”
 
A continuación reproducimos la crónica de la estancia de Jean Alloucherie en Andalucía para la revista “Estampa”, que en realidad sería un avance del citado libro.
 
 
UN MES CON FRANCO Y VON FAUPEL.
Por JEAN ALLOUCHERIE, en la revista “ESTAMPA”
 
(Fuente: “Estampa”. Año X – Nº 480 – Páginas 2 y 3. Madrid, 3 de abril de 1937).
 
”VENGO del campo de Franco y von Faupel, de la Andalucía del signor Cantalupe y de Queipo de Llano. De una España mártir y aterrorizada, que militarmente ya no es española, y cuyas noches, aun a varios centenares de kilómetros del frente, continúan siendo trágicamente turbadas por incesantes descargas de fusilería.
 
Por cierto que ésta no ha sido para mí una excursión de placer. Siendo francés y no siendo fascista, queda uno considerado como presunto enemigo y espiado continuamente, sujeto a los peligrosos caprichos de los ejecutores falangistas. Me ha sido necesario recurrir a un sinnúmero de estratagemas, infiltrarme en la zona rebelde, dando un rodeo por Tánger y el Marruecos ex español; utilizar diferentes documentos judicialmente inexactos, especular incesantemente con la inmensa vanidad y bestialidad profesional de un montón de ayudantes de Estado Mayor y contar, por fin, con la buena suerte.
 
Hacia el final de mi viaje, las cosas empezaron a estropearse, pues las pruebas de mi “lealismo” no lograban convencer plenamente a los censores de Prensa del frente, y me fue preciso afrontar severos interrogatorios, caer en desgracia por falta, unas veces, y a causa, otras, de afirmaciones espontáneas, que me proporcionaron la ocasión de efectuar diversos paseos nocturnos en la amenazadora compañía de algunos virtuosos de la pistola ametralladora.
 
El día 14 de febrero decidieron, por fin, proceder a mi detención. Pero yo había tomado mis precauciones y había logrado embarullar la pista, de tal manera, que mientras mis perseguidores me buscaban por Burgos, Salamanca, Sevilla y hasta en San Sebastián, yo estaba ya en Algeciras, camino de Gibraltar. (Nota: En el original con “j”, Jibraltar).
 
Pero no estoy pesaroso por mi aventura, ya que fue instructiva para mí.
 
El Gabinete de Propaganda de Salamanca y toda la prensa a su servicio, pueden continuar inundando el mundo con su prosa épica y grandilocuente, preñada de mentiras; extenderse con un lujo inusitado en detalles sobre los horrores y la barbarie “marxista”, y seguir, ignorando sistemáticamente los cincuenta mil germanos de la Reichswerh, los cuarenta y cinco mil italianos del Ejército “nacional” del sur y los cruceros corsarios de Ceuta, Cádiz o Málaga. Pueden seguir anunciando sin desmayo la toma de Madrid “para la semana que viene!, el “bluff” del movimiento, las solemnes declaraciones de Franco. Los comunicados más brillantes no engañarán ya más que a los que tienen un interés especial sin continuar siendo engañados.
 

Años más tarde, podemos ver una representación del S.E.U., visitando en Berlín al general Von Faupel, presidente del instituto Ibero-Americano.

La derrota de los generales rebeldes y sus aliados es segura. Esto sería ya un hecho consumado sin las tropas regulares de Hitler y Mussolini, megalómano al que no le basta ya brutal conquista de Abisinia, y que soñaban con transformar el Mediterráneo en un lago italiano.
 
Desmoralizadas ya las tropas italianas al servicio de Franco, no presentan en la actualidad sino una combatividad muy relativa. Hace tiempo que la guerra ha dejado de ser para estos mercenarios “bella y alegre”.
 
Los mejores elementos, los requetés vascos y navarros, arrastrados a la rebelión por fidelidad a sus ideas carlistas y por misticismo, se dan cuenta ahora del timo moral de que ha sido víctimas. Por eso los “ilustres” generales les retiran prudentemente de los sectores importantes.
 
Basta con asistir una sola vez a algún ataque contra Madrid para no poder augurar a la Junta de Burgos sino una muy breve existencia.
 
Ya pueden los junkers y capronis de bombardeo lanzarse a los aires por escuadrillas enteras, cargados de toneladas de explosivos; tronar las baterías de artillería pesada “made in Germani” recién desembarcadas en Lisboa, y los mejores técnicos de la Academia de Berlín dedicar todos sus días y sus noches levantar incomparables planos de campaña. El efecto de terror y sorpresa les ha fallado. España no quiere dejarse colonizar.
 
El “no pasarán” heroico que ha escrito heroicamente con su sangre el Ejército popular republicano, no basta ya y los ha sustituido por otro lema: “¡Pasaremos! ¡Pasaremos nosotros!”
 
* * *
 
Detrás de la línea de fuego, a prudente distancia sus cañones y ametralladoras, opera otro ejército de Franco: el que forma la Falange. Las camisas negras de José Antonio Primo de Rivera tienen, por cierto, un cometido fácil. Bien armados y autorizados a ignorar los servicios regulares de la Guardia Civil y la de Seguridad, no se enfrentan sino con la población indefensa. Les ha encargado oficialmente de propagar “las ideas nacionalistas”, y ellos cumplen esta delicada misión con una cobardía poco común.
 
En Sevilla, su estadística de cacería sobrepasa la cantidad de nueve mil víctimas, y en Málaga, las cuatro mil.
 
Yo vi funcionar sus tribunales al aire libre, inmediatamente después de la toma de Marbella por tres divisiones italianas motorizadas. El proceso, de una siniestra complicidad, se reducía a una sencilla cuestión de dinero. Mediante un “donativo voluntario” que sobrepase la cantidad de mil pesetas, los acusados podían obtener el ser considerados “buenos fascistas”. De quinientas a mil, el caso requería estudiarse. De doscientas a quinientas, campo de concentración. Por menos de cien pesetas, sin excusa, posible en la pobreza, los acusados, jóvenes o viejos, enfermos o sanos, eran declarados “marxistas”, amontonados en los camiones requisados y conducidos rápidamente al lugar de ejecución. De los seis mil habitantes que contaba Marbella, novecientos subieron los camiones aquella noche. Es una especie de propaganda por medio del vacío.
 
* * *
 
En Andalucía efectúan sus “razzias” con una sangrienta regularidad. En cuanto un pueblo “dudoso” les es señalado por numerosos espías, parten hacia él inmediatamente y en buen número. Las encuestas, los juicios, los consideran superfluos. Se asesina a los campesinos desarmados, se viola a sus mujeres. Y todo esto al grito glorioso de “¡Arriba España!”.
 
En la capital andaluza circulan patrullas, cuidando de no distanciarse los unos de los otros, y así merodean hasta el alba por los barrios obreros, haciendo pesquisas hasta en los más humildes hogares y practicando las ejecuciones que ellos llaman “de seguridad nacional”. 
 
Entre asesinato y asesinato van a echar un baile al Maipú, al Florida o al Excelsior, puntos de reunión preferidos por los oficiales alemanes e italianos del ejército del Sur.
 
Siempre me acordaré de aquellas cuatro mártires que vi una mañana al borde de la carretera de Mérida. Cuatro pobres viejecitas, como tantas que se ven por nuestros pueblos de Francia, con sus caras surcadas de mil arrugas y las cabezas envueltas por un pañuelo. 
 
Yacían en charcos de sangre, con los ojos abiertos y retorcidas por el miedo y el dolor. Una de ellas, se había protegido la cara con su mano derecha, en un gesto instintivo de defensa, y la muerte la había sorprendido en esta actitud suprema; después, la mano colgaba un poco, destrozada por una ráfaga de pistola ametralladora. Interrogué al conductor de mi coche; éste apenas si se sorprendió, encontrando inmediatamente la necesaria explicación que él juzgaba satisfactoria: “Son espías marxistas, señor. Una gentuza inmunda, que si no hubiese sino por nuestro Franco, habría llevado a España a la ruina.”
 
* * *
 
Viajando de Ceuta a Algeciras, a bordo de un barco de cabotaje del Estrecho, que había sido transformado por los rebeldes nada menos que en crucero auxiliar, asistí a curiosos acontecimientos. Culpable de no conocer los colores de la bandera “nacional” y de no haber parado a la señal de alto dada por el corsario, un barco finlandés fue obsequiado con dos obuses de metralla y tomando literalmente al asalto por un destacamento de regulares marroquíes y legionarios del Tercio.
 
El crucero auxiliar, que desplazaba, todo lo más, tres mil toneladas, e iba armado de un cañón del 15,5 y dos ametralladoras, podía permitirse, en la más completa impunidad, este acto de auténtica piratería, porque a menos de cinco millas nos daba escolta el crucero italiano “Giovanni di Varezzano”, que tres noches después bombardeó el puerto de Barcelona.
 
De regreso a Ceuta, el corsario rebelde tuvo mayor fortuna. A muy pocas millas de Gibraltar, un barco noruego se cruzó inocentemente en la ruta que seguíamos. En mala hora lo hizo.
 
Se dirigía, cargado de naranjas, desde Valencia a Londres. El capitán noruego invocó todas las leyes marítimas internacionales. No logró conseguir sino un éxito de hilaridad. El barco fue conducido a Ceuta, aligerado de su preciosa carga e invitado amablemente a largarse después.
 
Beneficio neto para estos modernos “Hermanos de la Costa”: un millón de pesetas que pronto se transformará en material de guerra.
 
* * *
 
No pude esquivar ciertas entrevistas. Los jefes facciosos no descuidan su publicidad y con frecuencia hacen llamar hasta ellos a los reporteros que tardan demasiado en solicitar sus enfáticas declaraciones y sus fotografías con dedicatoria.
 
En Tetuán me entrevisté con el alto comisario de esa zona, coronel Juan Begbeder, maniquí hábilmente manejado por los agentes de Hitler.
 
En Sevilla, el muy famoso Queipo de Llano me aplastó durante sesenta minutos con su ruidosa elocuencia y, naturalmente, no omitió, al final de la interviú, el detalle del beso en los pliegues del estandarte fascista.
 
También con el general Aranda, el traidor de Oviedo, con Varela, Cabanellas, etc.
 
Estos generales de opereta, cínicos y postineros, se envidiaban ferozmente entre ellos, polemizaban incansablemente sobre las “prestigiosas” campañas que habían dirigido ya y dirigirían en el porvenir.
 
Los estados mayores alemán e italiano les dejan tranquilamente dedicarse a estos manejos, con tal de que se ocupen lo menos posible de la dirección de las operaciones.
 
Cuando llegó a Sevilla la noticia de que Málaga había sido ocupada, Queipo de Llano, jefe oficialmente de las tropas del Sur, estaba perorando por la radio. Interrumpió los insultos que en aquel momento prodigaba a su “querido compañero” Miaja, y exclamó con trémolos en la voz; “Amigos, las valientes tropas que tengo el honor de mandar, acaba en este momento, etc.” Al día siguiente dio a su charla radiada el siguiente título: “Como he tomado Málaga…”
 
A Franco no le vi más que unos instantes en su cuartel general de Salamanca.
 
Rodeado de sus secuaces, como un jefe de “gansters”, pálido y preocupado, volvía de una vista de inspección en el frente Norte. Pero a la puerta de su despacho le esperaba von Faupel, y la cara del jefe faccioso se iluminó con una sonrisa".
 
 
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