10 de marzo de 2019

Stalin, protector de la República Española

Por Arturo del Villar


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   AUNQUE el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética presentó una faceta desconocida y negativa sobre el que fuera su líder, José Stalin, los republicanos españoles no podemos olvidar que fue el gran defensor de nuestra República. Lo hizo sin tener en cuenta el inicuo Pacto de No Intervención en la guerra española, suscrito por todas las naciones presuntamente democráticas, instigadas por el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte, lo que se explica porque perdió el trono la reina Victoria Eugenia de Battenberg, pariente del monarca británico, y por la República Francesa, lo que sólo se explica por la inmensa cobardía de Léon Blum, jefe del Gobierno integrado entonces por el Frente Popular.

   Es cierto que también el presidente de los Estados Unidos de México, el general Lázaro Cárdenas, envió material bélico y sostuvo a las instituciones republicanas incluso después de perdida la guerra, pero es incomparable su potencial con el de la Unión Soviética. Veneramos su memoria, porque dio todo lo que tenía, y por eso cuenta con un monumento en Madrid, lo que no se ha hecho con Stalin.

   En este 66 aniversario de su muerte debemos recordar, siquiera abreviadamente, su trascendental papel en el sostenimiento de la guerra gracias a la colaboración soviética. Es verdad que la República fue derrotada, pero se debió a la intervención a favor de los militares monárquicos sublevados por los nazis alemanes, los fascistas italianos y los viriatos portugueses, más la contribución económica de la Iglesia catolicorromana, así como al Pacto de No Intervención y a la criminal actitud de la República Francesa, que retuvo en la frontera la ayuda soviética, impidiendo que entrara en su destino. 

   A Stalin en principio no debía importarle la suerte de la República burguesa Española, porque él lideraba la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, sin ningún parecido. Sin embargo, fue el único líder europeo que comprendió la importancia de frenar el avance del nazifascismo, y puesto que actuaba en España con total impunidad y descaro a favor de los sublevados, decidió implicar a la Unión Soviética en la contienda.

    El 4 de agosto de 1936 los embajadores franceses en Europa iniciaron una campaña para promover un acuerdo de no intervención en la guerra española. El día 8 anunció el Gobierno de París el cierre de la frontera con España, y el cese de su colaboración con el Gobierno legítimo republicano. El día 15 lo hizo el Reino Unido. El Comité de No Intervención se reunió en Londres el 9 de setiembre y culminó la traición a la República Española, abandonada a su suerte. Como era de prever, Italia y Alemania continuaron los suministros de hombres y armamento a los rebeldes.
   
   Otra vileza de la República Francesa consistió en congelar los depósitos del Banco de España en el de Francia, que ascendían a 257 millones de pesetas en oro. Habían sido exportados en junio de 1931, ante la actuación agresiva de varios bancos estadounidenses contra la peseta. Utilizó como disculpa el Pacto de No Intervención en la guerra, y acabó entregándoselo a los vencedores. Muy cara pagó su cobardía la República Francesa, y muy merecida tenía la invasión de Alemania.

La ayuda soviética
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   También la Unión Soviética suscribió el Acuerdo de No Intervención, porque no pudo evitar su aprobación, pero actuó como si no existiera. Desde el primer momento encargó a la Komintern la organización de las Brigadas Internacionales, que reclutaron hombres y mujeres de 53 países para venir a combatir en apoyo de la República. Asimismo envió asesores del Ejército Rojo, para que transformasen las milicias desorganizadas en el eficiente Ejército Popular.

   Primordial fue el material de guerra que mandó a España, aviones, tanques, ametralladoras, bombas y municiones. Por desgracia, mucho fue hundido por los submarinos italianos en el Mediterráneo, y otra parte quedó confiscada en la frontera francesa por orden de Blum. Para la formación de los pilotos unos cientos de jóvenes republicanos se trasladaron a las escuelas de aviación soviéticas, en donde siguieron unos cursillos acelerados de entrenamiento. Esos aparatos eran los más modernos de la aviación mundial, y tuvieron un papel preponderante en el desarrollo de la guerra.

    Otros envíos no menos importantes fueron los alimentos y medicamentos, que los buques soviéticos hacían llegar a los puertos leales para paliar las carencias de abastecimientos propias de una economía de guerra. Además, la Unión Soviética acogió sin ninguna compensación a 2.895 niños españoles evacuados a consecuencia de la guerra, y llevó a 300 maestros españoles para que los educaran en su idioma natal, creando unos albergues especiales para ellos, con recuerdos de España. El deseo de Stalin era que se comportasen como si estuvieran en España, para que al concluir la guerra con la victoria de las fuerzas leales volvieran a la patria bien formados. Al sufrir la derrota el Ejército leal, la mayor parte de los niños permaneció en la Unión Soviética, en donde recibieron una educación universitaria según sus preferencias.
    
   La aceptación de los aviadores y de los niños por los ciudadanos soviéticos fue de camaradería, según han testimoniado repetidamente. Un rasgo a destacar es que los trabajadores soviéticos aprobaron en agosto de 1936 destinar un día de su salario para ayudar a sus compañeros españoles. Se recaudaron 14 millones de rublos, invertidos en la adquisición de material de guerra para la República.
                                                                             
Un testimonio irrefutable
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   Entre los muchos testimonios que corroboran la protección dada por Stalin a la República Española cabe destacar el proporcionado por el general de Aviación Ignacio Hidalgo de Cisneros, a quien el presidente del Gobierno, el doctor Juan Negrín, encomendó una misión diplomática especial como delegado suyo ante Stalin. Se trataba de conseguir que la Unión Soviética enviara masivamente material bélico para contener la ofensiva rebelde contra Catalunya. 
 
    El 7 de noviembre de 1938 Negrín mecanografió una carta en francés dirigida al mariscal Voroshilov, agradeciéndole la ayuda militar y financiera de la URSS a la República. El día 9 escribió una carta manuscrita, igualmente en francés, a Viacheslav Mijailovich Molotov, presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo, para explicarle que la victoria de la República sobre los rebeldes evitaría una guerra mundial, y para ello solamente podía contar con la ayuda de la URSS, hasta entonces la única eficaz recibida.

   Concluyó la correspondencia el día 11, con una larga carta de cinco páginas en español, dirigida a “Mi distinguido camarada y gran amigo" José Stalin, “sabedor de que existen ahí perfectos traductores de mi idioma”. Se trata de un documento interesantísimo, porque ofrece un panorama de la situación política europea desde su punto de vista, en relación con el desarrollo de la guerra en España. Se halla reproducida en Guerra y revolución en España, 1936-1939, Moscú, Progreso, 1967, volumen IV, tras la página 328. Agradecía la ayuda que la Unión Soviética estaba facilitando a la República, imprescindible para su pervivencia, debido al empeño personal del destinatario de la carta:

   Yo quiero frenar mi pluma y no decir nada que pueda parecer halago a su persona o signo de reconocimiento surgidos, uno y otro, de una gratitud bien motivada. Mas no puedo callar que sin el interés que V. ha puesto en  nuestra lucha ya hace mucho tiempo que habríamos sucumbido y que el porvenir y la suerte de la Libertad y de la Democracia y con ellas de mi Patria se habría ya jugado y perdido irremisiblemente.

   Hizo una profecía que se cumplió exactamente, ya que la derrota de la República en la primavera fue seguida de la guerra en Europa en verano:

   Si en España fuéramos derrotados dudo que el verano del año 1939 transcurra sin estallar un conflicto general. A no ser que Francia e Inglaterra estén dispuestas a tolerar y transigir con todas las exigencias y humillaciones del bloque nazi-fascista, prestándose así al hundimiento definitivo de estas dos potencias.

   Naturalmente, la amplia exposición tenía como finalidad solicitar un incremento de la ayuda soviética a la República, ya que era el único país que se la concedía, como si no se estuviera combatiendo en España por la libertad. Presentaba así a su portador:

   Ahora bien por los informes verbales que ha de transmitir el General Hidalgo de Cisneros, podrá apreciar su Gobierno el carácter decisivo que la rápida resolución de las peticiones de que adjunto copias puede tener sobre el resultado de la guerra.

   Pocos días después salió para Moscú el general Hidalgo de Cisneros, con su mujer, Constancia de la Mora y Maura, familiarmente conocida por Connie, y su ayudante, el coronel Arnal. No está clara la fecha de su llegada, que algunos historiadores retrasan hasta el mes de diciembre. Sin embargo, parece lo más probable que llegasen el 25 de noviembre, y esa misma tarde Hidalgo se entrevistó con el mariscal Voroshilov, a quien entregó las tres cartas.

Audiencia con Stalin

     A la tarde siguiente fue recibido en audiencia muy especial por Stalin, a quien acompañaban Voroshilov y Molotov. Le expuso la situación del conflicto, que Stalin conocía por sus informadores, y le encareció la urgencia de atender la lista de peticiones elaborada por el doctor Negrín, que era enorme: 250 aviones, 250 tanques, 650 piezas de artillería y cuatro mil ametralladoras. Hizo hincapié en que de su rápida recepción dependía la suerte de la guerra, ante el continuado rearme de los sublevados por parte de sus protectores alemanes e italianos.
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   Stalin dio su conformidad, pero Voroshilov le preguntó cómo pensaba pagar tan enorme pedido, valorado en ciento tres millones de dólares, porque el oro enviado desde el Banco de España para la adquisición de material bélico se había agotado hacía tiempo, y la República debía ya cien mil dólares a la URSS de las últimas remesas. Las 500 toneladas de oro procedentes del Banco de España fueron depositadas para su custodia en el Banco del Estado de la Unión Soviética, con el fin de pagar las compras del Gobierno legítimo en el extranjero. Aquel oro no estaba destinado únicamente al pago del armamento soviético, según suele alegarse, sino a todos los pagos que se hicieran a cualquier país. 
 
   No contaba con esta circunstancia negativa Hidalgo de Cisneros, porque nada le previno Negrín, pero Stalin le aseguró que se arreglaría, y le propuso que visitase al día siguiente a Anastas Mikoyan, comisario del Pueblo para el Comercio. Mientras tanto, ordenó que fuera un automóvil a recoger en el hotel a Connie, porque invitaba a cenar a los cuatro en privado. Recordó el general en sus memorias, Cambio de rumbo (Bucarest, sin editor, dos volúmenes, 1961 y 1964) la cordialidad de aquella cena, en la que el máximo dirigente de la Unión Soviética se comportó como un solícito anfitrión, enseñando a Connie a trinchar un pescado. Además encargó que se sirvieran varias clases de vinos soviéticos, porque pretendía demostrar que eran mejores que los españoles.

   Al día siguiente visitó a Mikoyan. Es de suponer que acudiera muy preocupado, al conocer el déficit de la República, pero el comisario de Comercio le tranquilizó, al decirle que estaba dispuesto a conceder un empréstito de cien millones de dólares a la República Española, solamente con la garantía de su firma. En sus memorias comentó que este dato le hizo comprender que la Unión Soviética mantenía el decidido propósito de ayudar al Ejército leal a ganar la guerra. Y añadió que era comprensible el entusiasmo con el que hablaba de la generosidad y el desinterés mostrado por la URSS respecto a la burguesa República Española, con la que no tenía otro lazo que el común amor a la democracia.

La última traición de Francia
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 El matrimonio regresó a Barcelona, mientras el ayudante de Ignacio, el coronel Arnal, se trasladaba al puerto de Murmansk para supervisar la carga de siete buques mercantes, en los que se embarcó el primer envío de material. Discrepan los historiadores en cuanto a su número; parece probable que se trataba de 174 aviones de varios tipos, motores y recambios; 40 tanques, tres mil ametralladoras y fusiles ametralladores, antitanques, obuses, cañones, lanchas torpederas, y millón y medio de municiones de varios calibres.

   El transporte se consignó al puerto francés de Burdeos, para evitar la acción de los submarinos nazis y fascistas, que hundían a todos los barcos sospechosos de llevar mercancías a puertos españoles: algo de lo que tampoco se enteraban los firmantes del Acuerdo de No Intervención. Llegó el 15 de enero de 1939, cuando se libraba la batalla por la defensa  de Barcelona. Una vez más la República Francesa demostró su cobardía, y retuvo el cargamento, sin permitir que atravesara la frontera, alegando el cumplimiento del perverso Acuerdo. De haberse podido utilizar ese material, la suerte de la guerra habría cambiado radicalmente. El día 26 cayó Barcelona, y la guerra dio un giro profundo a la derecha.
   
 Debemos meditar en el comentario que hace Hidalgo de Cisneros respecto a la entrevista con Stalin. Propone esta reflexión en el segundo volumen de sus memorias, página 246:

   Tales son mis impresiones de aquella entrevista, como las he conservado en mi  memoria. No pretendo haber hecho una semblanza de los dirigentes soviéticos que participaron en ella y que con tanto afecto y sencillez me trataron. […] Sin embargo, quiero repetir aquí mi convicción de que el comportamiento de la Unión Soviética para con la República Española durante nuestra guerra fue de plena solidaridad y apoyo. La cordialidad con que fui tratado no se debía, naturalmente, a mi persona, ni a que me llamase Hidalgo de Cisneros. Los líderes soviéticos me acogieron con el máximo cariño que el pueblo de la Unión Soviética testimoniaba por doquier al pueblo español y a su causa. 

   Hay muchos historiadores que debieran meditar sobre estas palabras, y ningún español de izquierdas tendría que olvidarlas. Los líderes soviéticos siguieron las instrucciones de Stalin, decidido partidario de salvar a la República Española de sus enemigos de dentro y de fuera. A él hay que agradecerle, como es lógico, la colaboración prestada.
    
Las decisiones de Stalin a lo largo de su mandato fueron múltiples, y era inevitable que cometiese algunos errores, sobre todo en la dificilísima coyuntura histórica que le tocó sufrir: primero tuvo que terminar la guerra civil, y después derrotar al invasor nazi en la conocida como Gran Guerra Patria. El pueblo soviético le veneraba con tanto fervor como a Lenin. Y en cualquier caso, a todos los defensores de la República Española, sea cual fuere la filiación política, lo que debe importarnos es que mantuvo su compromiso de ayudar al pueblo español por todos los medios contra la agresión nazifascista. Eso es incuestionable, por mucho que les pese a quienes siempre están queriendo reescribir la historia.



ARTURO DEL VILLAR
PRESIDENTE DEL COLECTIVO REPUBLICANO TERCER MILENIO

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