9 de marzo de 2019

La esencia del trotskismo y sus manifestaciones en el comunismo de hoy (V)




“El trotskismo -explica Harpal Brar- no acepta la tesis de Lenin según la cual el desarrollo económico desigual es una ley absoluta del capitalismo. Según Trotski, el imperialismo suprime todas las desigualdades en el desarrollo económico de los diferentes países. La explotación imperialista, pretende Trotski, conduce a la eliminación de las desigualdades en las condiciones económicas de los países explotadores y explotados. En 1928, por ejemplo, Trotski hablaba de ‘la brecha decreciente entre India y Gran Bretaña’. A partir de esta posición de rechazo de la ley del desarrollo desigual del capitalismo, Trotski deduce, en oposición directa al leninismo, la conclusión errónea, incluso contrarrevolucionaria, de que una revolución nacional no es posible puesto que, dice el trotskismo, el imperialismo ha suprimido las economías nacionales y creado una sola economía mundial. Al igual que no puede haber revolución socialista en una parte de un país (es decir, en una parte de una economía nacional integrada), por lo mismo, dice el trotskismo, no puede haber revolución nacional, ya que la economía nacional es una parte de una única economía mundial integrada. Luego, según Trotski, la revolución mundial -una revolución en todos los países del mundo- debe producirse en todas partes simultáneamente o en ningún lugar particular. Los diferentes países deben acometer la revolución socialista uno tras otro en una sucesión rápida, como las diferentes regiones de un país durante una revolución nacional. Si el punto de vista de Trotski hubiera sido correcto, no habría habido construcción del socialismo en la URSS. Pero la construcción del socialismo en la URSS ha proporcionado una prueba viviente del abismo que separa al trotskismo de la realidad, de la naturaleza oportunista profunda e incorregible del trotskismo, de su contenido contrarrevolucionario”[1]

Además, no sólo se trata de un desarrollo desigual de los países solamente en el plano económico, sino también en el plano político, es decir, en el plano de la correlación de las fuerzas de clase. Y, a esta desigualdad en las condiciones objetivas –económicas y políticas-, hay que añadir la desigualdad en las condiciones subjetivas, en la capacidad de la clase revolucionaria para desplegar acciones masivas capaces de derrocar o quebrantar al gobierno: nivel de conciencia política y de organización de la clase obrera, de penetración de las ideas marxistas-leninistas en las masas, de vinculación del partido de vanguardia con estas masas, de habilidad táctica de este partido, etc.

Para Lenin, las condiciones revolucionarias brotan inevitablemente del desarrollo del mismo sistema imperialista, de las relaciones entre las clases sociales que lo forman. Las propias condiciones subjetivas de la revolución maduran en el curso de la lucha de clases, que es un proceso objetivo. La lucha de clases forja la conciencia política del proletariado, le empuja a constituir su partido político. Y éste encuentra en la teoría científica del marxismo-leninismo la guía necesaria para organizar a las masas obreras y dirigir su lucha hacia la reorganización comunista de la sociedad. La guerra entre Estados imperialistas también es una consecuencia necesaria del imperialismo[2] e influye en la lucha proletaria por el socialismo, pero no es el motivo propulsor de ésta. La clase obrera puede hacer la revolución sin esperar al estallido de una guerra imperialista y debe incluso intentar conjurar esta tragedia por medio de la revolución.

En cambio, para Trotski, ya vimos que la guerra mundial iniciada en 1914 no es una consecuencia lógica del imperialismo, sino que constituye un fenómeno casual que carece de un fin concreto y conduce al exterminio recíproco de los beligerantes. Pero, a este error, suma ahora el de considerar que es esta guerra, y no el propio imperialismo, lo que está “llevando por la violencia al proletariado a la vía de la revolución socialista”[3]. Luego, a la inversa, sin guerra internacional, el trotskismo descarta que el proletariado tome la vía de la revolución socialista. Esto es coherente con el comportamiento de Trotski durante la revolución de 1905 coincidente con el reformismo menchevique, más allá de su palabrería “izquierdista”. Esta opinión suya pone en evidencia su visión idílica del imperialismo, su falta de confianza en la fuerza y la iniciativa del proletariado. Y explica el abatimiento de su espíritu revolucionario en los períodos de reflujo, tanto después de 1907 como desde 1923.

Para Trotski, no era la labor cotidiana y sistemática del partido de vanguardia, sino la violencia de la guerra la que llevaba al proletariado a la vía de la revolución socialista. A pesar de que se había presentado como partidario de los iskristas en el Segundo Congreso del POSDR, estimaba la rebeldía espontánea de las masas como la manifestación suprema del espíritu revolucionario: se mostraba, por tanto, incapaz de superar del todo sus orígenes populistas-anarquistas y de asumir el socialismo científico.

Si, en 1905-07, la revolución rusa podía servir para encender posteriormente la revolución socialista en Occidente, ahora, el desarrollo del imperialismo y de la guerra imperialista había hecho madurar la necesidad de ambas a la vez. En Rusia, se aproximaban y se entrelazaban las tareas de la revolución democrático-burguesa y de la revolución socialista. Esto no significaba que la primera de ellas dejara de ser premisa indispensable de la segunda, como así lo demostró la Revolución de Febrero que la resolvió en su aspecto fundamental: el del poder político que pasó de la aristocracia terrateniente a la burguesía y al pueblo. Pero esta aproximación y este entrelazamiento de ambas etapas de la revolución, así como de la revolución en Rusia y en Occidente, brindaron un escenario propicio para que el trotskismo jugara con cierto éxito la carta de la confusión, hasta que la madeja se fue desenredando en los años posteriores.

Tratando de manera metafísica y absoluta las contradicciones entre el proletariado y las fuerzas democráticas, Trotski rechazaba la idea leninista de la hegemonía del primero sobre el pueblo para avanzar hacia la revolución. Afirmaba que “en toda su historia, la peor ilusión del proletariado había sido siempre cifrar esperanzas en otros”[4]. La clase obrera, sin embargo, necesitaba conquistar la hegemonía, en primer lugar, sobre la gran masa campesina de la población. Y, en segundo lugar, también necesitaba recabar el apoyo de las naciones oprimidas que luchaban por su liberación del común enemigo imperialista.

Con el paso del capitalismo a su etapa imperialista, se agudizó la opresión nacional y creció el movimiento de liberación de las colonias y países oprimidos por las potencias. La Primera Guerra Mundial aceleró estas luchas, como parte de las demandas democráticas violentamente pisoteadas por el imperialismo. En el movimiento obrero internacional, se desplegó un intenso debate entre la tendencia chovinista y la tendencia internacionalista. Incluso en el seno del Partido bolchevique Bujarin, Piatakov y otros, a los que Lenin calificó de “economistas imperialistas”, se lanzaron a una fraseología ultraizquierdista llevaba el agua al molino de los chovinistas, por cuanto contraponían el derecho de autodeterminación de las naciones oprimidas a la lucha revolucionaria del proletariado por el socialismo.

Trotski expuso puntos de vista más disimulados pero análogos en su artículo La nación y la economía, publicado en el periódico Nashe Slovo: partiendo de esa visión abstracta suya de un imperialismo portador de un centralismo económicamente progresivo, las reivindicaciones nacionales resultaban algo anticuado y contrario a los intereses de la revolución proletaria. Borrando la diferencia entre las naciones opresoras y las naciones oprimidas, afirmaba que “la defensa de una patria presupone la destrucción por la fuerza de la otra patria”. En una situación en que el movimiento obrero socialista estaba profundamente afectado por el chovinismo anexionista, menospreciaba todo anhelo por formar estados nacionales y venía a subordinar la posibilidad de realizar el derecho de autodeterminación nacional a la previa unión internacional socialista o democrática de las naciones. En vez de apoyar sin condiciones el derecho de autodeterminación de las naciones frente al imperialismo y sus lacayos socialchovinistas, Trotski sostenía que “debe complementarse con el lema de una federación democrática de todas las potencias nacionales, con el lema de los Estados Unidos de Europa”[5].

Lenin observó que, en Trotski, el derecho de las naciones a la autodeterminación era “una frase vacía, ya que no exige la libertad de separación de las naciones oprimidas por la ‘patria’ del socialista nacional dado…”[6]. En definitiva, sus argumentos seguían persiguiendo la unidad de los revolucionarios internacionalistas y de los oportunistas en un solo partido; o, mejor dicho, la neutralización de la labor de los primeros sobre las masas, lastrada por las exigencias de unidad con los segundos.

En cambio, Lenin partía de que el imperialismo significaba que la labor civilizadora de centralización económica del capitalismo ya había concluido. A partir de entonces, la economía internacional no avanzaría hacia una homogeneidad cada vez mayor, sino que las potencias imperialistas buscarían mantener y ahondar el atraso de las nuevas naciones para obtener de ellas materias primas baratas. Por eso, ya se convertía en un crimen la espera y todavía más el apoyo al desarrollo económico de las potencias opresoras en aras de mejores condiciones para el socialismo. De lo que se trataba ya para los verdaderos revolucionarios era de forjar la alianza política más amplia posible para derrocar a la burguesía de las grandes potencias y debilitar al sistema imperialista internacional. Una de las más importantes condi­ciones de la conquista del poder estatal por el proletariado era la unión del movimiento revolucionario de la clase obrera en las metrópolis con el movimiento de liberación nacional en las colonias y los países dependientes. En sus obras de este período fundamentó la posibilidad y la nece­sidad de esta alianza. Dichos pueblos la necesitaban para realizar transformacio­nes democráticas, y la clase obrera de los países capitalistas, para debilitar todo el sistema del imperialismo y lograr la victoria de la revolución socialista.[7]

El Partido Bolchevique arrancaba de la necesidad de los pueblos de las colonias y los países dependientes de defender por la fuerza de las armas el derecho a la independencia nacional contra los atentados de los Estados imperialistas. El deber de los socialdemócratas revolucionarios era, en tales circunstancias, “ayudar a su insurrección —y, llegado el caso, a su guerra revolucionaria— contra las potencias imperialistas que los oprimen”[8]. Sería esa una guerra justa, revolucionaria, que minaría las bases de la dominación im­perialista.

Unos pocos años más tarde, al definir la línea de la Internacional Comunista sobre la cuestión nacional y colonial, Lenin explicaría: “¿Cuál es la idea más importante, la idea fundamental de nuestras tesis? Es la distinción entre naciones oprimidas y naciones opresoras. Nosotros Subrayamos esta distinción, en Oposición a la II Internacional y a la democracia burguesa. (…) El rasgo distintivo del imperialismo consiste en que actualmente, como podemos ver, el mundo se halla dividido, por un lado, en un gran número de naciones oprimidas y, por otro, en un número insignificante de naciones opresoras, que disponen de riquezas colosales y de poderosa fuerza militar”[9].

Contrariamente a esta posición, Trotski ponía en tela de juicio la posibilidad de guerras justas, revolucionarias, de los pueblos oprimidos contra el imperialismo. Decía que las guerras justas de los pueblos oprimidos eran tan sólo posi­bles a primera vista, cuando se planteaba la cuestión de modo abstracto, sin tomar en consideración la realidad con­creta. Dadas las relaciones existentes en el mundo y las omnipotentes agrupaciones de potencias imperialistas, nin­guna colonia, ninguna nación oprimida podía desplegar una lucha de liberación sin apoyarse en una u otra potencia im­perialista, sin ser un instrumento de ella[10].

Argumentos como éste, que ahora oímos en boca de algunos desviados defensores del marxismo-leninismo, son propiamente trotskistas y debilitan a los movimientos democráticos y a la clase obrera, beneficiando únicamente al imperialismo capitalista. Los comunistas debemos apoyar todo movimiento de liberación nacional que se enfrenta al imperialismo y lo debilita; y debemos dar nuestro más firme apoyo a las revoluciones democrático-nacionales en los países oprimidos y atrasados, en vez de negárselo por no ser lo suficientemente socialistas y proletarias. Esta “nueva” posición de los dirigentes de algunos partidos comunistas no es marxista-leninista, sino trotskista.

Como bien dice Harpal Brar, “El proletariado europeo se acercará a la victoria precisamente en el momento en que el imperialismo sea debilitado y no como consecuencia de su reforzamiento. La vía del trotskismo, la vía de la teoría de la ‘revolución permanente’, conduce a la reacción permanente y a la contrarrevolución permanente -es la vía de la desesperación permanente”[11].

6º) Febrero de 1917 y el paso a la segunda etapa de la revolución rusa

En febrero de 1917, las masas populares barrieron la monarquía zarista e instauraron un poder dual (gobierno provisional burgués y los soviets obreros y campesinos), en un ejemplo de transformación de la guerra imperialista en guerra civil. Con ello, las clases populares realizaron en lo principal la primera etapa de la revolución rusa, su etapa democrático-burguesa, y crearon las mejores premisas para el paso a la segunda etapa, socialista. Este acontecimiento refutaba la pesimista teoría de la “revolución permanente” que negaba la posibilidad de una revolución popular victoriosa previa a la revolución socialista proletaria. La vida zanjaba el debate teórico entre Lenin y Trotski, dando la razón al primero.

En una serie de artículos conocida como las Cartas de marzo, Trotski dio su apreciación de la situación. Más adelante, sostendría que ésta coincidía con la expresada por Lenin en sus Cartas desde lejos, y sus partidarios llegarían incluso a pretender que las cartas de Trotski se habían anticipado en su análisis al de Lenin. En realidad, se basaban en la teoría de la “revolución permanente” que Lenin volvía a criticar diciendo que la consigna de “sin zar, por un gobierno obrero” era jugar a “la toma del poder” y una “aventura blanquista”: “El trotskismo exige ‘sin zar, por un gobierno obrero’. Eso es desatinado. La pequeña burguesía existe, no se la puede descartar. Pero en ella hay dos partes. La parte más pobre marcha con la clase obrera”[12].

En sus cartas, Trotski volvió a pronunciarse contra la conclusión leninista de la posibilidad de la victo­ria de la revolución socialista en un solo país. En su opinión, el proletariado de Rusia podría mantenerse en el poder sólo si se hacía la revolución en los países europeos. Si eso no ocurría, los imperialistas, uniendo sus fuerzas, estran­gularían la revolución rusa. Por ello, si la revolución tardaba en estallar en Occidente, la tarea del proletariado de Rusia sería, en opinión de Trotski, trasladar por la fuerza la revo­lución a otros países. “Impondremos al ejército revoluciona­rio ruso la misión —decía— de llevar la revolución al terri­torio de otro Estado”.

La orientación trotskista de “empujar” la revolución en otros países mediante la guerra era una aventura que no tenía nada de común con el marxismo, Trotski hacía caso omiso de la importantísima tesis marxista de que no se pue­de hacer la revolución sin tener en cuenta los factores obje­tivos y subjetivos de este o aquel país, de que la revolución no se puede acelerar ni hacer por encargo, de que no se puede empujarla desde fuera. Más tarde, en junio de 1918, cuando Trotski y los “comunistas de izquierda” pretendieron llevar esta línea a la práctica, Lenin dijo: “…Hay gente que piensa que la revolución puede nacer en otro país por encargo, por acuerdo. Quienes piensan así, son locos o provocadores”.

Después de Febrero, los mencheviques pretendieron que las diferencias que los separaban de los bolcheviques ya no tenían objeto y que las organizaciones de ambos partidos debían unificarse. Sin embargo, en la práctica, continuaban con su política oportunista contraria a la revolución socialista y a la dictadura del proletariado. Lenin respondía a esto: “La independencia y la autonomía de nuestro partido –ningún acercamiento con los demás partidos- tienen para mí carácter ultimativo. Sin eso, no se puede ayudar al proletariado a llegar a la comuna a través de la revolución democrática, y yo no me avendría servir a otros fines”[13].

En una carta a Kollontai, escribió que “lo principal es ahora no dejarse enredar en necios intentos ‘unificadores’ con los socialdemócratas (o –lo que es más peligroso- con los vacilantes, como el CO, Trotski y cía.) y continuar la labor de nuestro partido en un espíritu internacionalista consecuente”[14].

Los trotskistas —que eran, como todos los mencheviques, agentes de la burguesía en el movimiento obrero revolucio­nario— se esforzaban por someter éste al influjo burgués. Comprendían que el crecimiento de la influencia de los bolcheviques en el movimiento obrero revolucionario podía debilitar las posiciones de los oportunistas, aislándolos por completo de las masas. De ahí que pretendieran conjurar la intensificación de la lucha entre la tendencia revoluciona­ria, proletaria, y la tendencia oportunista, burguesa; impe­dir el rompimiento definitivo de los bolcheviques con los oportunistas y someter los primeros a los segundos en un partido socialdemócrata reformista único de tipo europeo occidental. A este fin, los trotskistas encubrieron su faz oportunista de derecha con una máscara centrista, presen­tándose como un “centro al margen de las fracciones” que ocupaba una posición “intermedia”, independiente, entre los bolcheviques y los mencheviques. Lenin caracterizó a Trotski con las siguientes palabras: “Siempre fiel a sí mis­mo -tergiversa, engaña, adopta pose de izquierdista y ayuda a los derechistas mientras puede…”.[15]

La porfiada lucha de los bolcheviques contra el centrismo antes de la guerra y durante ella destruyó la influencia de esta tendencia en el movimiento obrero. Los intentos de Trotski de resucitar esta tendencia después de Febrero no cuajaron. Encabezó el grupo de los mezhrayontsi, fundado en San Petersburgo en 1913 por trotskistas, mencheviques plejanovistas y exbolcheviques conciliadores, confiando en convertirlo en el núcleo de unión de un futuro partido socialdemócrata centrista. Pero, al fracasar, él y su grupo declararon su adhesión a la línea bolchevique y fueron admitidos en el partido leninista en el VI Congreso de agosto de 1917. Era necesario sumar toda fuerza dispuesta a contribuir al paso siguiente del proceso revolucionario, aunque fuera pequeña e insegura; aunque, en los meses previos, hubiera manifestado su voluntad de un “amplio congreso… preparado por los bolcheviques, por nosotros, por las organizaciones locales y por los mencheviques internacionalistas”; aunque hubiera expresado que “la vieja denominación fraccional no es deseable” y que “los bolcheviques se han pasado de la raya y yo no puedo llamarme bolchevique”, y “no se puede exigir de nosotros que admitamos el bolchevismo”[16].

A partir de agosto de 1917, el alineamiento de los dirigentes mencheviques y eseristas con la posición política de la burguesía contrarrevolucionaria hizo que las masas de las clases populares fueran sumándose más y más a la línea de los bolcheviques. Los soviets, los comités de fábrica, los sindicatos y las demás organizaciones de masas elegían a los bolcheviques como sus representantes. Así, a mediados de octubre de 1917, se llegó a un punto en que las conquistas de la Revolución de Febrero iban a ser aplastadas por un golpe de Estado reaccionario, si la revolución no daba el paso a su segunda etapa, socialista proletaria. Estos hechos hacían necesaria la insurrección armada contra las fuerzas del gobierno provisional burgués; hacían posible la victoria de la misma; y llevaron al Partido bolchevique a la determinación de prepararla y dirigir su ejecución. El 25 de Octubre (7 de Noviembre) de 1917, triunfaba en Rusia la revolución socialista, la víspera del II Congreso panruso de Diputados Obreros y Soldados (en lugar de esperar a su apertura formal como quería Trotski). A partir de entonces, la contradicción entre el capitalismo y el socialismo se convertiría en la principal de todas las contradicciones sociales a escala internacional. Para Lenin y los bolcheviques, la tarea consistía ahora en edificar el socialismo en el país y ayudar al proletariado revolucionario del resto de países.

Notas:

[1] Trotskisme ou léninisme, pág. 589, nota 15.
[2] “La actual guerra imperialista es la continuación de la política imperialista de dos grupos de grandes potencias, y esa política es originada y nutrida por el conjunto de las relaciones de la época imperialista”. (El Programa militar de la revolución proletaria)
[3] Golos, 20 de noviembre de 1914.
[4] Nashe Slovo, 17 de octubre de 1915.
[6] Obras Completas, t. 27, pág. 273.
[7] Obras Completas, t. 30, pág. 120.
[8] Obras Completas, t. 30, pág. 58.
[9] Informe de la Comisión para los Problemas Nacional y Colonial, 26 de julio de 1920. Obras Completas, t.XXXIII, págs. 363-369, Ed. AKAL.
[10] La lucha del Partido bolchevique contra el trotskismo, t. 1, pág. 234. También el artículo de Trotsky de mayo de 1917 El derecho de las naciones a la autodeterminación (https://www.marxists.org/espanol/trotsky/1910s/19170500.htm)
[11] Trotskisme ou léninisme, Harpal Brar.
[12] Informe en Conferencia de la organización del Partido de Petrogrado, Obras Completas, t. 31, pág. 249.
[13] Carta a Lunacharski, Obras Completas, t. 49, pág. 411.
[14] Obras Completas, t. 49, pág. 402.
[15] Obras Completas, t. 49, pág. 390.
[16] Recopilación leninista, IV, págs. 301-302.

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