Tras ser
señalado por la aviación yankee, el Sierra Aránzazu fue rodeado por tres
lanchas rápidas y acto seguido sus tripulantes ametrallados.
Por Iñaki Egaña. Publicado en Naiz / Gara. Recogido en Cubainformación
Acostumbrados como estamos a recibir retazos oficiales de nuestra
historia en clave política, ciertos pasajes han sido silenciados en
favor de una construcción falsaria que obedece a intereses específicos
de una elite habitualmente económica. Los hechos son
descontextualizados, a veces transformados de forma ramplona y cuando el
tema es demasiado escabroso, silenciados de manera grosera.
Hace poco recordaba en Twitter la embestida del yate del dictador Franco
contra la barca que hacía el trayecto a la isla en la Concha
donostiarra, y que provocó cinco muertos. El desconocimiento del hecho
indujo a que decenas de miles de tuiteros leyeran la crónica y
centenares la expandieran. Un grupo de militares había hecho,
probablemente, desaparecer el expediente correspondiente al accidente
del archivo municipal, para proteger la honorabilidad del tirano. En el
archivo había constancia de que los documentos habían «volado» tras una
visita castrense. Los negacionistas del caso, apoyándose en la escasa
documentación, lanzada por la prensa de la oposición entonces en el
exilio, atizaron al mensajero, en un hecho habitual, y me tildaron de
«cuenta cuentos».
Crónicas similares amparan ese batiburrillo que quieren convertir
nuestro pasado, para llegar al presente y conformarlo de una manera
determinada. Me viene al pelo esta reflexión para abordar el tema que
quiero deslizar en las siguientes líneas. La desinformación, a través
del silencio, y el posterior manoseo del concepto de víctima. Sucedió en
setiembre de 1964, hace ahora 55 años. Un barco vasco, el Sierra
Aránzazu, fue pautado por aviones de EEUU cuando se acercaba a Cuba con
sus bodegas llenas de alimentos, telas y herramientas de labranza.
Llevaba veinte tripulantes.
En octubre de 1960, el presidente Dwight Eisenhower había impuesto el
embargo parcial y el bloqueo de la isla. Dos años después fue el embargo
fue total. Más de 4.000 millones de dólares anuales en pérdidas. Un
genocidio económico. Hoy, sin embargo y paradójicamente, son diversas
las voces que defienden el embargo, aunque en otra página de su
declaración niegan su existencia. Aducen que están «recuperando» las
deudas contraídas por la Revolución, cuando las expropiaciones a los
negocios norteamericanos, incluidos a los de la mafia.
Este modelo de embargo no es nuevo. Tuvo su origen en la estrategia
utilizada por Francia con respecto a una nación cercana a la cubana,
Haití. En 1804, tras la insurrección de los esclavos, Haití accedió a la
independencia. Pero ningún país la reconoció. Aislados
internacionalmente y con un país arrasado por la guerra, en 1825 Haití
tuvo que firmar un tratado con Francia para lograr su reconocimiento.
Según este tratado, debía pagar 150 millones de francos a París (su PIB
anual multiplicado por diez), por sus propiedades y esclavos perdidos en
la rebelión. Haití firmó, ante la presión de la flota francesa que
amenazaba en la costa la intervención. Un banco francés le concedió el
préstamo. Finalmente concluyó el pago de la deuda en 1947, 122 años
después de ser impuesta por París. Francia, recordemos, Un modelo
«democrático de libertades». Era el arquetipo que Washington deseaba y
desea para La Habana.
Tras ser señalado por la aviación yankee, el Sierra Aránzazu fue rodeado
por tres lanchas rápidas y acto seguido sus tripulantes ametrallados,
provocando la muerte de su capitán, Pedro Ibargurengoitia, de Gorliz, y
Javier Ceballos y José Vaquero Iglesias. Se contabilizaron en el casco
más de ochocientos orificios de bala, algunos de hasta más de quince
centímetros de diámetro. Tirar a matar. Busquen en listas de víctimas
del terrorismo y a pesar de que la totalidad comienzan en 1960, no
encontrarán a ninguna de ellas. Ni siquiera a Ibargurengoitia en las del
Gobierno Vasco. Aquel fue un acto típico de terror, para mandar un
mensaje claro: que no se acercasen más barcos a la isla con alimentos o
ropa, que Washington estaba dispuesto a defender no solo
diplomáticamente sino también militarmente el embargo. Después del
fracaso de la invasión directa de 1961 por Playa Girón.
La primera información que llegó del acto terrorista no fue tal.
Silencio. Cuando el Gobierno cubano la lanzó al mundo, recogió los
restos del barco, la propaganda oficial señaló que habían sido los
propios barbudos revolucionarios los que habían originado el ataque.
Cuando aparecieron las pruebas de que no fue así, entonces la versión
oficial admitió por vez primera que hubo un ataque reivindicado por un
grupo anticastrista (MRR) y que se trató de un error, que en realidad
querían ametrallar al Sierra Maestra, un barco cubano. Y que lo de
«Sierra» les confundió.
No hubo investigaciones, ni imputaciones. En 1998, EEUU desclasificó
algunos documentos relacionados con el caso, en los que se apuntaba a un
conocimiento de los hechos por la Policía española. Pero jamás he
encontrado una pista en los archivos españoles. Crímenes sin resolver
que dirían en algún cenáculo, víctimas sin inventariar en mi
diccionario. Manuel Artime, a quien se atribuye la preparación del
ataque, murió en 1977 y su nombre fue llevado en Miami a los altares.
Los supervivientes y cadáveres del Sierra Aránzazu, en cambio, fueron
rescatados, a iniciativa de EEUU, por un barco holandés que los llevó a
Guantánamo. Desde la base militar, fueron enviados a Madrid.
Pedro Ibargurengoitia García, en contraste, que murió con 42 años, no
tuvo siquiera un recuerdo. Tampoco su viuda María Basarrate Mota, de
Getxo. Sus hijos no tuvieron el reconocimiento de otros. Ana María tenía
siete años cuando falleció su padre. Fue profesora en Sarriko. Pedro,
que tenía cinco años cuando el ataque, decía que el aniversario y el día
del suceso, 13 de setiembre, es el peor de su vida. Participó en la
mítica trainera de Kaiku que ganó en la Concha, en 1980, precisamente al
día siguiente del aniversario del asesinato de su padre. Es hora de que
las instituciones se acuerden de un hijo de nuestro pueblo, víctima
mortal del terror, Pedro Ibargurengoitia García.
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