2 de enero de 2021

Cuba culta, Cuba viva

Obra Ventana, de Adigio Benítez.

Por Madeleine Sautié, publicado en Granma.cu

Si Cuba vive, si está más viva que nunca, es por el privilegio de contar con un entramado emocional que le debe a su cultura.

Con ingenio de maestro explicaba hace mucho el intelectual cubano Roberto Fernández Retamar, la utilidad que tiene para el verdadero hombre, dígase ser humano en toda su plenitud, una poesía, una canción o una pieza de teatro. 

Si bien de la muerte a manos del enemigo nos podría librar un fusil o un puñal..., otra arma, nacida, «fabricada» y disfrutada por el espíritu nos ponía a salvo de un estrago mayor, el del vacío del alma. Para que el hombre abandone los aspectos más primitivos, y refine su vida, decía el poeta, era preciso tocar con las manos la cultura, riqueza inigualable sin cuyos influjos no estaríamos completos.

De estas realidades muy bien sabía aquel que se propuso, siguiendo «las doctrinas del Maestro», transformar con la Revolución, los rumbos de Cuba, torcidos y afrentosos antes del triunfo de 1959. Entre tanto que cambiar, hubo un imperativo, no menos prioritario que los otros: iluminar el mundo interior de los que no importaban a nadie. Por eso, de punta a punta de la Isla hubo, entre los faros primeros, que alfabetizar a un pueblo entero. Por eso se pusieron libros ante los ojos recién «abiertos».

El libro, la escuela, la educación, las campañas por el 6to. y el 9no. grados, los beneplácitos para quienes iban venciendo batallas, la realidad de tantos que, de no tener la menor posibilidad de estudiar, se convirtieron en renombrados académicos, entre muchos otros ejemplos, son argumentos que avalan esa frase, nunca en vano repetida, la de la luz de la enseñanza –atajo expedito a la cultura– que la Revolución ofreció a los que nunca hubieran podido, de no ser por ella, gozar de la consumación humana.

En medio de un complejísimo contexto de guerra encubierta, Cuba tendría que definir el destino de su política cultural. Para su líder, consciente de las beligerancias que sobre el país se cernían, era columna definitiva. Durante tres días, Fidel escuchó, con actitud de sabio, las preocupaciones de los escritores y artistas, y solo después de esa esencial condición comunicativa, pronunció sus memorables Palabras a los intelectuales, hoy recogidas en un documento al que habría que volver toda vez que se olvide su savia, o que se busque saber cuál fue el hálito de la Revolución en materia de cultura desde sus inicios.

Serpenteadas por disímiles preguntas –que, dada la naturaleza del espacio donde tuvieron lugar, fueron una invitación a pensar en colectivo–; por expresiones arrellanadas en un intercambio sostenido desde la confianza, por la fuerza de los argumentos; por risas y espontáneos aplausos, Palabras a los intelectuales no fue otra cosa que un largo diálogo, modelo de lo que acontecería sucesivamente dentro de las instituciones cultuales ya existentes y de las que, desde entonces, se fundarían. 

Raíz y suma de esta política, Palabras... fue un convite a tributar, a hacer por el otro, a derribar la ignorancia y las puertas clausuradas a los desfavorecidos: «¿Cómo van a participar en este proceso? ¿Qué tienen ustedes que aportar en este proceso?», inquiría Fidel. Y con ello invitaba a construir nuevas realidades en la «zona» emocional y afectiva de Cuba. Había que formar un lector, un espectador, un público, y eso, desde entonces, ha sido y sigue siendo una prioridad de la Revolución.

Heredadas de Fidel y nuestros más descollantes intelectuales, resultan hoy permanentes prácticas que propician el perfeccionamiento continuo de nuestras instituciones, a las que se refería el Presidente cubano en el IX Congreso de la UNEAC –ejemplo de ejercicio democrático al celebrarse después de largos meses de intercambios en las bases–, cuando aseveraba que ellas existían por y para los creadores y no a la inversa, y exigía, en esa intervención varias veces ovacionada, que la Uneac debía ser más proactiva en sus bases, e indagar qué misiones cumple cada una en función de aquellos a quienes representan y qué ámbitos de discusiones debían liderar.

Aludía entonces al milagro del país en que nos hemos convertido, palpable cuando de forma natural asistimos a un espectáculo de ballet o danza, de música, o de teatro, a ferias del libro, de artesanías, a galerías, a descargas de rumba o a escuelas de arte, y con justeza agradecía tanta maravilla a los padres fundadores, seguidos después por Fidel, intelectual él mismo, aquel que en los años más duros de periodo especial sostuvo, a sabiendas de los cimientos que son la cultura, que era ella lo primero que había que salvar.

En marzo pasado asistía Díaz-Canel al balance del Ministerio de Cultura, y exhortaba ante un nutrido grupo de participantes a combatir desde los contenidos de la cultura, de nuestra historia y de nuestros valores «con inteligencia, honestidad y valentía», la guerra de pensamiento que no se nos deja de hacer. El Presidente insistía en que, entre los retos fundamentales del Ministerio, estaba buscar un mayor avance en las respuestas al Congreso de la Uneac. Y recordaba el seguimiento propio en espacios mensuales para chequear de cerca los temas fundamentales de la política cultural.

Hoy, tras vivir el país meses de inestimables proezas, frente a un escenario mundial, minado de un virus que provoca dolor y muerte, y asediado como nunca antes por medidas asesinas, dictaminadas por el imperialismo yanqui, que incluyen propiciar un estallido social en la Isla y protagonizan seres sin escrúpulos, vuelve a advertirnos el Presidente sobre las razones por las que, con esos fines, se ha atacado a nuestra cultura.

«En Cuba, Cultura y Revolución son equivalencias desde el origen mismo de la nacionalidad. Baste recordar aquel 20 de octubre en que Perucho Figueredo escribió la letra del Himno de Bayamo a la grupa del caballo sobre el que se lanzó al combate junto a Céspedes. Apuntar a la Cultura, a la fractura de la Cultura cubana, es apuntar al corazón de la Revolución Cubana, a la identidad nacional».

Habla el Presidente, y el pueblo, que experimenta la extraordinaria generosidad de su Revolución, lo sigue. Cuba sabe cómo es que puede resistir en el más espantoso de los escenarios, y por qué su historia ha sido contada, cantada, pintada y dramatizada en la obra de sus artistas. Sabe que el castigo imperial tiene la misma edad de sus desafíos y que cansarse es entregar no solo el cuerpo, sino la espiritualidad alcanzada. Si Cuba vive, si está más viva que nunca, es por el privilegio de contar con un entramado emocional que le debe a su cultura.  

 Manifestación en La Habana.  

Crítica de la Cultura, cultura de la crítica

Por determinados misterios de la comunicación, muchas veces la palabra inconformidad suele ser mirada de reojo, asociada con lo negativo; paradójicamente atendida con inconformidad. Sin embargo, criticar es una ventaja evolutiva.

Miles de años atrás, una persona inventó la rueda y alivió su tarea al acarrear objetos. Luego alguien miró con ojo crítico aquel aparato de tracción manual: era lento, pesado; tal vez si fuese más grande; tal vez si lo tirase un buey o caballo… Y así surgió el carretón. En fin, gracias a una larga sucesión de inconformes, hoy tenemos camiones.

Uno de los mayores inconformes que ha tenido nuestro país –si no el más– ha sido Fidel. Recientemente asistí a un evento en Sancti Spíritus que abrió espacios para reflexionar sobre los 20 años del Sistema de Ediciones Territoriales en Cuba, proyecto popularmente conocido como Riso, que en ese tiempo ha permitido publicar más de 5 000 títulos y más de cuatro millones de ejemplares en todo el país.

La idea surgió en 1999, en ExpoCuba, durante una reunión con directores municipales de cultura, en la que, de repente, Fidel preguntó: «¿Dónde puede publicar su primer libro un genio que, digamos, viva en el municipio de Colón?». Le explicaron que el país contaba con decenas de editoriales; que estas habían publicado decenas de miles de títulos en los años de Revolución; le explicaron…

Parecía perfecto lo hecho. No solo se habían publicado miles de autores nacionales, sino también los clásicos. Fidel, sin embargo, consideró que no era suficiente, y entonces surgió uno de los proyectos más inclusivos que en materia cultural podía soñarse: la creación de 22 nuevas casas editoriales repartidas por cada una de las provincias.

En 1943, Virgilio Piñera publicó un libro medular: La isla en peso. Eran 120 ejemplares numerados que debió regalar casi en su totalidad. Dos años antes, José Lezama Lima había publicado otro libro imprescindible para la literatura universal, Enemigo rumor, e igualmente fue un desastre de ventas. Casi todos los importantes autores cubanos de aquella época sufrieron igual angustia. El propio Lezama cierta vez relató la amargura de Eliseo Diego ante los 300 ejemplares de su libro En la calzada de Jesús del Monte que no lograba vender.

Tal estado de cosas cambió luego de 1959. Una de las primeras medidas tomadas por Fidel al triunfar la Revolución fue crear la Imprenta Nacional. Ya para entonces eran cotidianas las agresiones terroristas, de las que no escapaban los espacios culturales. Se incendiaban y tiroteaban cines, salones de baile, círculos sociales… Sin embargo, el primer libro que se publicó no fue un manual de milicianos, sino El Quijote, y, a continuación, vieron la luz obras de Neruda, Vallejo, Darío y muchos escritores cubanos. 

Yo nací y me hice adulto en Taguasco. Allí no hubo instituciones culturales hasta que otro inconforme, Armando Hart, se empeñó en lograr que cada municipio del país tuviera museo, biblioteca, galería de arte, casa de cultura, asesores literarios… Antes del 59, ni librería teníamos en Taguasco, porque ni valor de mercado había para elementales negocios de la cultura.

Recientemente, a raíz de críticas e inconformidades de un grupo de artistas y escritores que se manifestaron frente al Ministerio de Cultura, un amigo, escritor español, me contactó por Messenger. Había leído en el diario El País una versión muy ajena de los hechos, y empezó por preguntarme si en Cuba había que pagar para publicar un libro. Era obvio que hablaba por su realidad, en la que una gran mayoría de autores debe involucrarse económicamente para ver editadas sus obras. Desde luego que no, le respondí, aquí todos los autores cobran derecho de autor sin que importen las ventas.

¿Y quién decide lo que se publica? Los propios escritores, dije. Tanto los lectores especializados que evalúan los textos, como los consejos editoriales que finalmente deciden el plan editorial, están conformados por autores relevantes. Presentas tu libro a la editorial, y este es apreciado únicamente por sus valores literarios.

Noté dudoso a mi amigo español. Es natural: raro es que en este mundo alguien ponga dinero para que otro decida qué hacer con él. Los humanos estamos más preparados para las reglas que para las excepciones… Desde luego, excepto los inconformes, para quienes la opinión crítica es la regla.

En Sancti Spíritus tenemos gente inconforme. Del 14 al 16 pasados se celebró la XXXI Jornada de la Poesía, un evento que debió realizarse meses atrás y fue suspendido por causa de la covid-19. Perfectamente pudo primar la conformidad, usarse ese factor como pretexto para su suspensión definitiva. Pero no fue así. Se organizó tomando las precauciones que orientan las autoridades sanitarias; en Jatibonico, tuvimos una extensión de dicho evento.

En el portal de la librería se colocó un equipo de audio, y se leyeron poemas a transeúntes y a otros vecinos que hacían sus colas en establecimientos cercanos. Las personas se acercaban a las mesas y compraban libros de Dulce María o Fayad Jamís, poeta al cual se dedicó la Jornada. Estoy seguro de que esos proverbiales inconformes llamados Eliseo, Virgilio y Lezama, esta vez se hubieran sentido muy conformes, de haber estado allí.

En el evento sobre el aniversario XX de la Riso –al que antes me referí– no solo hubo celebración, sino también opinión crítica. La sociedad evoluciona y los tiempos demandan saltos. Nos hemos quedado detrás en la edición de libros digitales y en la promoción internacional de autores. No puede haber conformidad cuando el papel es costoso y se obtiene a cuenta de un daño ecológico. Vivimos en un mundo interconectado y lo inteligente es aprovechar las oportunidades que esto brinda.

En fin, creo que toda opinión emitida sobre cualquier aspecto de la realidad social entraña una visión crítica, pues la diversidad de puntos de vista es lo natural entre los seres humanos. En cualquier caso, si alguna objeción ha de hacerse, no sería a la crítica; tal vez al criterio que la sustenta. Criterio es una palabra de origen griego que significa «juzgar», «razonar», «discernir». No podemos hacer una crítica efectiva si esta no se ampara en lo racional, en lo sensato, en lo justo. Alguien que no recuerdo dijo que el buen criterio es la esencia del liderazgo. Comparto totalmente esa opinión.

 

Enlaces originales:

http://www.granma.cu/cultura/2020-12-28/cuba-culta-cuba-viva-28-12-2020-21-12-44

http://www.granma.cu/cultura/2020-12-28/critica-de-la-cultura-cultura-de-la-critica-28-12-2020-22-12-29

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