17 de septiembre de 2019

Historia Ilustrada de la Revolución. Septiembre de 1917


Septiembre de 1917: la crisis ha madurado

12-14 de septiembre: en la carta enviada al Comité Central y a los comités de Pe­trogrado y Moscú del POSD(b)R, V. I. Lenin plan­tea en el “orden del día… la in­surrección armada… conquistar el poder, derribar al Gobier­no”.

Al fin, el viernes 1 de septiembre, medio año después de haber sido derro­cada la autocracia, Rusia fue procla­mada oficialmente república. Este co­municado apareció en todos los pe­riódicos junto con la noticia de que “para restablecer el orden estatal que­brantado”, el Gobierno Provisional de­cidió formar un Directorio (Consejo de los Cinco), integrado por A. Kerenski, Primer Ministro; A. Verjovski, minis­tro de Guerra; D. Verderevski, ministro de Marina; A. Nikitin, ministro de Co­rreos y Telégrafos; M. Teréschenko, ministro de Asuntos Exteriores. En el país se estableció, de hecho, el poder unipersonal de Kerenski, quien trataba por todos los medios de conservar la do­minación burguesa.

Una de las causas por la que se creó el Directorio se debió a que los menchevi­ques y eseristas se negaron a formar parte del Gobierno en el que participa­ban demócratas constitucionalistas. Los líderes de los partidos conciliadores temían perder por completo la confian­za de las masas, tambaleante después de las jornadas de julio, la Asamblea de Es­tado y la conspiración de Kornílov.
Víctor Noguin, miembro del partido desde 1898; uno de los organizadores del Soviet de Diputados Obreros de Moscú; desde septiembre de 1917 fue vicepresidente del Soviet de Moscú. Stepán Shaumián, miembro del partido desde 1900; uno de los más destacados dirigentes bolcheviques de Transcaucasia.
 
En los primeros días después de ser aplastada la sublevación de Kornílov, los bolcheviques, tanto en el centro co­mo en las provincias, comenzaron a desempeñar el papel fundamental en las organizaciones proletarias de masas. “Entre el proletariado —escribió Lenin el 1 de septiembre de 1917—, un descen­so evidente de la influencia eserista y menchevique y un crecimiento patente de la influencia bolchevique”.

Los acontecimientos de las postrime­rías de agosto y de las primeras fechas de septiembre mostraron que el partido en su VI Congreso había determinado con acierto el desarrollo general del mo­vimiento revolucionario en el país, la di­rección del golpe principal y las formas de lucha.

Pero la lucha contra los kornilovia­nos había avivado a los Soviets; co­menzó su renovación, su bolchevización en masa. “…Bastó la ‘fresca brisa’ de la korniloviada —señaló Lenin—, que anunciaba una buena tormenta, para que el aire viciado del Soviet se purifica­ra por algún tiempo y la iniciativa de las masas revolucionarias empezara a ma­nifestarse como algo grandioso, potente e invencible.”

El 31 de agosto, los mencheviques y eseristas se encontraron en minoría —por primera vez desde el surgimiento de los Soviets— al votar por una de las cuestiones más importantes de la revo­lución: el problema del poder. En la se­sión plenaria del Soviet de Petrogrado, celebrada en la noche del 1 de septiem­bre, se aprobó la resolución (279 votos a favor, 115 en contra y 50 abstencio­nes) propuesta por el partido de los bol­cheviques, que condenaba la política de coalición, invocaba a transmitir todo el poder a los Soviets y trazaba un progra­ma de transformaciones revolucionarias en el país.

Por primera vez —después del VI Congreso— el partido leninista volvía a plantear el asunto del poder de los So­viets. El cambio de la composición y la política de la aplastante mayoría de los Soviets del país, así como su transfor­mación en un órgano combativo de las masas, crearon las premisas objetivas para promover de nuevo la consigna de “¡Todo el poder a los Soviets!”. Fue precisamente así como los bolcheviques de la segunda capital —Moscú— inter­pretaron la posición del Soviet de Petro­grado. En la resolución aprobada el 5 de septiembre por el Soviet de Diputados Obreros y Soldados de Moscú (por mayoría de 355 votos), los bolcheviques apoyaron esta solución sobre el poder.

El 9 de septiembre dimitió el presídium menchevique-eserista de la Sec­ción Obrera del Soviet de Petrogrado. El 13 de ese mismo mes fue reelegido el Comité Ejecutivo de la Sección de Sol­dados. El 25 de septiembre, los bolche­viques encabezaron el nuevo Comité Ejecutivo del Soviet de Petrogrado: vo­taron por ellos 230 diputados de los 400 presentes. Los eseristas obtuvieron 102 votos y los mencheviques, 54. El perió­dico Petrogradski Listok (“La Hoja Pe­trogradense”), del 26 de septiembre, es­cribió: “El Soviet de Diputados Obre­ros y Soldados de Petrogrado entra en un período nuevo: el período bolchevi­que. La mayoría en el Soviet pertenece ahora a los bolcheviques…”

De la resolución del Soviet de Petrogrado sobre el poder, 1 de septiembre de 1917
… El Soviet de Diputados Obreros y Soldados de Petrogrado declara: noso­tros, los obreros y la guarnición de Petro­grado, no prestaremos ningún apoyo al Gobierno de la burguesía, la omnipoten­cia y la violencia contrarrevolucionaria. Expresamos nuestra firme seguridad de que la noticia acerca del nuevo poder en­contrará una sola respuesta por parte de la democracia revolucionaria: “Dimi­sión”.
Valerián Kúibishev, miembro del partido desde 1904; después de la Revolusión de Febrero encabezó la organización bolchevique de Samara y fue elegido presidente
del Soviet.

Aumentaba con rapidez el número de ciudades en las que los Soviets aproba­ban las resoluciones propuestas por los bolcheviques. Sólo en septiembre, más de 80 Soviets apoyaron las disposiciones de los Soviets de Petrogrado y Moscú sobre la entrega del poder a los obreros y campesinos pobres.

Muestra de la creciente influencia de los bolcheviques entre las masas fueron también las elecciones a las dumas urba­nas y distritales, celebradas en septiem­bre. En el sufragio a la Duma urbana de Petrogrado obtuvieron el 33% de los vo­tos. Entre los diez grupos que com­petían en las elecciones a las du­mas distritales de Moscú, el Parti­do Bolchevique consiguió el 47% de los votos.

Una mujer, miembro de la municipalidad urbana de Petrogrado Gazeta-kopeika (“El periódico de un Kopek”), del 24 de septiembre de 1917
"En el palco municipal de la Duma de Petrogrado apareció por primera vez una figura femenina. Es el nuevo “con­sejero municipal”. Una morena de unos 23 años, con vestido negro. Durante la sesión subió dos veces al estrado.
Se porta con desenvoltura. Es la seño­ra Smith-Falkner, protegida de los bol­cheviques. Al nuevo “consejero munici­pal”, que pertenece al bello sexo, se le ha concedido una de las seis carteras de la alimentación".

El paso de los Soviets a las posiciones de los bolcheviques y la reelección de los diputados a las dumas urbanas y distri­tales concedieron nuevas fuerzas a las masas revolucionarias, fortaleciendo su actividad.

En los primeros días de septiembre se creó en el país una situación muy pecu­liar, que Lenin caracterizó como “brus­co y… original viraje de la revolución rusa”: la contrarrevolución fue visible­mente debilitada, mientras que el cam­po revolucionario había cobrado vigor, pues la lucha contra los seguidores de Kornílov agrupó en un todo único a dis­tintas fuerzas del movimiento revolucio­nario del país.

Se creó —según palabras de Lenin— la extremamente rara y valiosa posibilidad de desarrollo pacífico de la revolución. A los Soviets se les presentaba de nuevo la posibilidad de tomar el poder por vía pacífica.

En aras de este desarrollo pacífico de la revolución —indicaba Lenin—, los bol­cheviques, “…como partido, podemos proponer un compromiso voluntario, cierto que no a la burguesía —nuestro di­recto y principal enemigo de clase—, si­no a nuestros adversarios más próxi­mos, a los partidos ‘dirigentes’ de la democracia pequeñoburguesa: los ese­ristas y los mencheviques”.

El compromiso consistía en que los bolcheviques retornarían a la reivindi­cación de antes de julio: por una parte, todo el poder a los Soviets; por otra, la formación de un Gobierno integrado por mencheviques y eseristas, responsa­ble ante los Soviets. Sin pretender parti­cipar en el Gobierno integrado por re­presentantes de los partidos pequeño-burgueses, los bolcheviques no insisti­rían en exigir el paso inmediato del poder al proletariado y a los campesinos pobres, ni en los métodos revoluciona­rios de lucha por esa reivindicación, pues el Gobierno de los mencheviques y eseristas, que hubiera renunciado a la coalición directa con los representantes de la burguesía rusa, “podría garanti­zar, con una probabilidad gigantesca, un movimiento pacífico de avance de to­da la revolución en Rusia”.

La máxima condición del compromi­so deberían ser la plena libertad de pro­paganda y la convocatoria —sin nuevas dilaciones— de la Asamblea Consti­tuyente. Precisamente la libertad de propaganda y la aplicación inmediata de principios democráticos garantiza­rían, según Lenin, la conquista y el avance pacíficos de la mayoría bolchevi­que a los Soviets.

Esto lo escribió Lenin el viernes, 1 de septiembre. El artículo se titulaba Acer­ca de los compromisos y estaba destina­do para el periódico Rahochi Put (“La Senda Obrera”), uno de los nombres con que aparecía el Pravda en aquellos días. Pero el material no llegó a la re­dacción ese mismo día “debido a cir­cunstancias casuales”, como explicó Le­nin en el post scriptum escrito dos días después. Y, teniendo en cuenta su clan­destinidad forzosa, añadió: “…la histo­ria dirá que bajo el gobierno de Kerens­ki no todos los bolcheviques gozaban del derecho de fijar libremente su residencia”.

… Después de haber leído los perió­dicos del sábado y los de hoy, domingo —continuó en su post scriptum—, me di­go: quizá sea demasiado tarde para pro­poner un compromiso… Todo indica que han pasado ya los días de posible vía pacífica de desarrollo… Sólo me res­ta enviar estas notas a la redacción, ro­gándole que las encabece así: Pensa­mientos tardíos… A veces, tal vez pueda tener cierto interés conocer algunos pensamientos tardíos”.
Alexandra Kollontái, miembro del partido desde 1915; desde marzo de 1917, miembro del Comité Ejecutivo del Soviet de Petrogrado; fue elegida al Comité Ejecutivo Central de toda Rusia; miembro del Comité Central del partido bolchevique en el VI Congreso.

¿Qué sucedió durante esos dos días? En la noche del 2 de septiembre, des­pués de celebrarse durante dos días una reunión extraordinaria del Pleno unifi­cado del Comité Ejecutivo Central de los Soviets de Diputados Obreros y Sol­dados y el Comité Ejecutivo del Soviet de Diputados Campesinos de toda Ru­sia, la dirección eserista-menchevique, que aún conservaba la mayoría en el Comité Ejecutivo Central de toda Ru­sia, logró que éste aprobara una resolución de apoyo al Directorio, concediendo nuevamente de ese modo a Kerenski fa­cultades para formar un Gobierno a su antojo. Así pues, los líderes de menche­viques y eseristas, que de palabra decla­raban su ruptura con los demócratas constitucionalistas, volvieron a capitu­lar una vez más ante ellos. Los bolchevi­ques calificaron este acto del Comité Ejecutivo Central como una nueva trai­ción a los intereses revolucionarios, co­mo la renuncia a la posibilidad real de tomar el poder por vía pacífica.

Varios días después, Lenin retornó al tema de que era probable el desarrollo pacífico de la revolución. Una de las motivaciones fue el aumento de las di­vergencias entre las alas de izquierda y de derecha de los partidos conciliado­res. El ala izquierda de los menchevi­ques se desintegró en varias corrientes. Los mencheviques que se agrupaban en torno a Mártov comenzaron a pronun­ciarse contra la coalición con la bur­guesía, y por la formación de un “Go­bierno socialista homogéneo”. El grupo Vida Nueva creó, a comienzos de sep­tiembre, su Buró Central, que no se su­peditaba al Comité Central menchevi­que. En septiembre-octubre se escindió de forma definitiva el partido de los ese­ristas. El ala izquierda del partido tenía su órgano oficial impreso. Todo esto ne­cesariamente repercutía en la labor del Comité Ejecutivo Central de los Soviets de toda Rusia.

Respecto a varias cuestiones, el Co­mité Ejecutivo Central de los Soviets de toda Rusia se pronunció contra las deci­siones adoptadas por Kerenski. Así su­cedió, por ejemplo, cuando los líderes eseristas y mencheviques criticaron la orden de suprimir los comités para com­batir acciones contrarrevolucionarias, creados para aplastar el levantamiento de Kornilov. Así ocurrió cuando Ke­renski intentó cerrar varios periódicos y el Comité Ejecutivo Central de los So­viets de toda Rusia envió destacamentos de marinos para custodiar sus redaccio­nes e imprentas y los periódicos continuaron apareciendo.

Por supuesto, estas decisiones refleja­ban, ante todo, el proceso de toma de conciencia revolucionaria de las masas, y no significaban cambios radicales en las apreciaciones y puntos de vista de los conciliadores. Pero creaban la base para alcanzar un compromiso entre los partidos representados en los Soviets, y promover la consigna de lucha: “¡Todo el poder a los Soviets!”

Los mencheviques y eseristas recibie­ron de uñas la nueva proposición de los bolcheviques sobre el compromiso. Los “socialistas ministeriables” —así los llamó Lenin— tenían mucho de común con el Gobierno Provisional: aletargaban al pueblo dedicándose a “futilidades”, mientras que la burguesía se apoderaba cada vez más del poder. La absurda cre­dulidad pequeñoburguesa en los buenos deseos, adoptada sin crítica alguna del ambiente pancista, les impedía ver —co­mo dijera Lenin— que el poder ya estaba en otras manos, que ya no lo tenía la “democracia revolucionaria”, que el poder ya lo había usurpado y consolida­do la burguesía. A partir de los aconte­cimientos de julio, la reacción avanzaba con lentitud, pero con constancia, obte­niendo todos los días “concesiones” y “concesioncitas” de quienes más grita­ban acerca del triunfo de la democracia y de la victoria, “¡¡viendo la ‘victoria’ —como se expresara Lenin — en que los Kalédin, los Kornílov y los Ke­renski no se los tragasen de un golpe!!”.

Al concluir que era imposible el desa­rrollo pacífico de la revolución, Lenin escribió una carta al Comité Central y a los comités de Petrogrado y Moscú del POSD(b)R.

De la carta de V. I. Lenin Los bolchevi­ques deben tomar el poder, dirigida al Comité Central y a los comités de Petrogrado y Moscú del POSD(b)R, escrita el 12-14 de septiembre
Después de haber conquistado la mayoría en los Soviets de Diputados Obreros y Soldados de ambas capitales, los bolcheviques pueden y deben tomar en sus manos el poder del Estado.
Pueden, pues la mayoría activa de los elementos revolucionarios del pueblo de ambas capitales es suficiente para llevar tras de sí a las masas, vencer la resisten­cia del enemigo, derrotarlo, conquistar el poder y sostenerse en él; pueden, pues al proponer en el acto la paz democrática, entregar en el acto la tierra a los campesinos y restablecer las institucio­nes y libertades democráticas, aplasta­das por Kerenski, los bolcheviques for­marán un Gobierno que nadie podrá derrocar.
La mayoría del pueblo nos apoya. Así lo ha demostrado el largo y difícil cami­no recorrido desde el 6 de mayo hasta el 31 de agosto y hasta el 12 de septiem­bre: la mayoría en los Soviets de ambas capitales es el fruto de la evolución del pueblo hacia nosotros. Lo mismo de­muestran las vacilaciones de los eseris­tas y mencheviques y el fortalecimien­to de los internacionalistas entre ellos.

Desde mediados de septiembre, la consigna de “¡Todo el poder a los So­viets!” comenzó a ser equivalente al lla­mamiento a la insurrección armada. No se trataba de la fecha de la acción, en el sentido estricto de la palabra, sino de que la revolución había entrado en una etapa nueva de su desarrollo, la cual re­quería que en el “orden del día” se plan­teara con precisión y claridad el asunto de la insurrección armada y la toma del poder por el proletariado en alianza con los campesinos pobres. La crisis nacio­nal se acrecentaba con gran rapidez. El Partido Bolchevique tomó el rumbo fir­me hacia el derrocamiento armado del poder burgués. Materializando las orientaciones del VI Congreso, se debía no sólo preparar de manera minuciosa y multilateral las fuerzas para la lucha ar­mada, sino también determinar con pre­cisión el momento oportuno, cuando existiesen todas las condiciones.

¿En qué se expresaba concretamente la crisis nacional?
                                                          Instrucción de la Guardia Roja. Petrogrado.
Ante todo, en que la actividad del Gobierno se hallaba paralizada. Unas de sus disposiciones fueron determina­das por la iniciativa de las masas revolu­cionarias —proclamación de la república en Rusia, la detención de los generales Kornílov, Lukomski y Romanóvski y el coronel Pliushevski-Pliushik, inspiradores y organizadores activos de la suble­vación— y otras, orientadas contra estas masas, se ignoraban e incumplían. A pe­sar de la severa orden de Kerenski (el 30 de agosto fue designado también co­mandante en jefe), que prohibía a los soldados dedicarse a la política, en Minsk se celebró abiertamente una asamblea de los bolcheviques de la re­gión y del Frente, aclamada con gran entusiasmo por los soldados. Crecían y aumentaban los destacamentos de la Guardia Roja, a pesar de la prohibición gubernamental de organizar “sin auto­rización” los llamados destacamentos para combatir la contrarrevolución. Hacia comienzos de septiembre, sólo en Petrogrado había entre 13.000 y 15.000 guardias rojos.

No sólo los círculos gubernamentales no podían dirigir como antes: fracasó también la política de conciliación lleva­da a cabo por los mencheviques y eseris­tas. Esto se expresó en que después de los sucesos de julio, ambos partidos se convirtieron —como escribió Lenin— “… en cómplices y partícipes del sanguinario terror contrarrevolucionario. La confianza inconsciente de los pequeños burgueses en los capitalistas ha hecho que los primeros… apoyen consciente­mente a los contrarrevolucionarios”.

La situación empeoraba debido al de­bilitamiento de la economía; la ruina de la industria y el transporte adquirió ni­veles nacionales. La producción indus­trial se redujo de manera considerable: en 1917 respecto al año anterior dismi­nuyó en el 36,4%. La producción de ace­ro y arrabio menguó a casi la mitad, la extracción de carbón bajó hasta el nivel de 1911. La situación en el transporte ferroviario era catastrófica: faltaban combustible, vagones, locomotoras, se destruían las vías.
“Kérenskis”.
El caos económico lo aceleraba la cri­sis financiera. El alza de los precios con­dujo al aumento de la emisión de papel moneda, cuyos billetes se conocían con el nombre de “kérenki”. Se emitían en hojas, cada una de ellas contenía 40 ejemplares y se consideraban “pagade­ras mientras conserve 3/4 partes de su tamaño y su aspecto exterior”. En sep­tiembre se emitieron un billón 954.400 millones de rublos. La capacidad adqui­sitiva del rublo apenas llegaba a los 10 kopeks de anteguerra. Rusia marchaba con rapidez hacia la catástrofe económi­ca. La indigencia y las calamidades de las masas trabajadoras llegaron al extre­mo.

Disturbios a causa del hambre se pro­ducían en todo el país. En algunos ca­sos, como sucedió en Zhitómir, se lla­maban tropas para apaciguar a la gente que protestaba contra el alza del precio del pan. El 1 de septiembre se efectuó en los Urales una grandiosa huelga política de un día. Los proletarios uralenses exigían, por unanimidad, que se comba­tiera a la contrarrevolución y se entrega­ra el poder a los Soviets. Esto significa­ba que había cambiado el carácter de la lucha huelguística, que los obreros se li­beraban de los estados de ánimo defen­sistas y de la influencia de los concilia­dores.

Obreros, participantes activos en la huelga de los tranviarios. Piatigorsk (en el Cáucaso del Norte), septiembre de 1917.

En total, durante el mes de septiem­bre se registraron en las empresas indus­triales: 108 huelgas, 18 levantamientos obreros, 33 implantaciones de la autogestión obrera, 21 detenciones y expul­siones de la administración fabril, 8 ocupaciones de empresas, etc. Un gran acontecimiento político fue la huel­ga nacional de ferroviarios (24-27 de septiembre), uno de los mayo­res paros económicos de masas registrados en el período anterior a octubre.

Respecto a la huelga de ferroviarios
El Comité Ferroviario Central de Huelga de toda Rusia acordó, por mayoría de votos (19 contra 16), comen­zar el paro nacional de ferroviarios a las 12 de la noche del 23 de septiembre.
La huelga en la vía férrea Nikoláevs­kaia ya ha comenzado.
Golos Soldata, 24 de septiembre
A la resolución del Comité Ejecutivo Central de ferroviarios, que ha decidido declarar la huelga, se unen los comités distritales de ferroviarios de distintas ciudades de Rusia.
Gazeta-kopeika, 26 de septiembre
Tambov, 24 de septiembre. En el fe­rrocarril comenzó la huelga. Hay un co­mité de huelga.
Sumi, 24 de septiembre. Ayer, a las 12 de la noche, cesó el movimiento de los tre­nes de cercanías. Además, se suspendió la venta de billetes para los trenes de lar­ga distancia, la recepción de equipajes y la transmisión de telegramas comercia­les privados y cifrados.
Vorónezh, 24 de septiembre. A media­noche de hoy comenzó la huelga de ferro­viarios tanto en las líneas de cercanías co­mo en todas las oficinas y talle­res.
Nizhni Nóvgorod, 24 de septiembre. En las estaciones de Nizhni Nóvgo­rod se formaron comités de huelga que rehusaron la propuesta del Go­bierno Provisional de desconvocar el paro.
Tsarítsin, 25 de septiembre. El Soviet de Diputados Obreros y Soldados se ex­presó a favor del paro de ferroviarios y eligió su representante para el comité de huelga.
Petrogradski Listok, 26 de septiembre

Debido al paro que comenzó en la noche del 24 de septiembre en la vía férrea Moscú-Kursk, se suspendieron los trenes a Ekaterinoslav, Elets, Sebasto­pol, Simferópol, Rostov y Kislovodsk… En la vía férrea Moscú-Nizhni Nóvgo­rod se suspendieron un par de trenes: los NN ‘ 9 y 10. En el ferrocarril Mos­cú-Kazán se suspendieron los trenes con destino a Rostov, Kislovodsk, Kozlov. En la vía férrea Nikoláevskaia se sus­pendieron dos trenes: los NN’ 25 y 26. En la vía férrea del Norte se suspendie­ron los trenes con destino a Omsk, Tomsk, Viatka y Arjánguelsk.
Moskovskie Védomosti, 26 de septiembre

El Comité Central de partido leninis­ta exhortó a los obreros y campesinos a “rodear a los ferroviarios de un ambien­te de plena simpatía”, protegerlos del acoso de la contrarrevolución y ayudar­les a alcanzar la victoria. El paro, apoyado por toda la clase obrera, trans­curría organizadamente. Los huelguistas custodiaban las estaciones ferroviarias, el material rodante. La huelga de los ferroviarios obligó al Gobierno Provisional a hacer concesiones y a satisfa­cer de manera parcial las reivindicacio­nes presentadas..

Con el fin de combatir el creciente movimiento obrero, los empresarios recurrían al cierre de las fábricas. Por ejemplo, hacia el 1 de septiembre, los fa­bricantes de lvánovo-Voznesensk ha­bían arrojado a la calle a 10.000 tejedo­res. So pretexto de que no había materias primas, la administración de la fábrica de construcciones mecánicas y de fundición “Vulkán”, de Petrogrado, declaró el cierre de la empresa y el des­pido de todos los obreros a partir del 7 de septiembre. El 8 de septiembre, la ad­ministración de la fábrica de fundición de hierro colado y de construccio­nes mecánicas “Parviainen” anunció el despido de 1.630 obreros, po­niendo como pretexto la falta de com­bustible.

Los bolcheviques encabezaban la lu­cha contra los organizadores de los cie­rres de empresas. Siendo miembros de los comités de fábrica, aclaraban las verdaderas cantidades de las reservas de combustibles y alimentos, explicaban a los obreros las causas reales de las deci­siones de los empresarios, levantaban al proletariado a la lucha organizada con­tra el capital. Por ejemplo, el comité del partido del distrito de Surajani (Bakú), organizó el 6 de septiembre un mitin de­bido a que la Sociedad Petrolera de Ba­kú había despedido a algunos obreros. De acuerdo con la resolución de dicho mitin, al día siguiente se declararon en huelga los obreros de todo el distrito de Surajani, y a finales de septiembre el pa­ro se extendió a todas las explotaciones petrolíferas de Bakú.

Respecto a la huelga en las explotaciones de Bakú
Tiflís, 24 de septiembre. Con motivo de la huelga en las explotaciones de Ba­kú, a Dzhafárov, comisario de Trans­caucasia, se le comunica desde dicha ciudad que los empresarios petroleros se negaron a satisfacer las reivindicaciones de los obreros… La huelga comenzará el miércoles por la mañana,
Petrogradski Listok, 26 de septiembre

Se ampliaba y crecía asimismo el mo­vimiento campesino, y el Gobierno adoptaba las medidas más rigurosas pa­ra aplastarlo. En la orden firmada por Kerenski el 8 de septiembre se indicaba que las acciones de los campesinos se­rían castigadas con toda la severidad de tiempo de guerra.

Se enviaban destacamentos punitivos a las zonas donde los campesinos se apoderaban de las tierras, haciendas, aperos de labranza, etc.

No obstante, el movimiento campesi­no iba en ascenso. Sólo durante sep­tiembre, en 68 provincias y regiones de Rusia se registraron 630 acciones cam­pesinas: 83 destrucciones y 61 apropia­ciones de haciendas; 73 ocupaciones de tierras arables; 63, de prados y prade­ras; 96, de bosques; 28, de aperos de la­branza; 57, de cosechas; 26 casos de ta­la de bosques, etc.

Disturbios agrarios
Moscú, 25 de septiembre. Durante los tres últimos días, los campesinos del pueblo de Arjánguelskoe, subdistrito de Bogoyavlenski, han destruido la hacien­da del príncipe Volkonski.
Birzhevíe Védomosti, Publicación vespertina, 25 de septiembre
Kozlov, 24 de septiembre. Los distur­bios agrarios se extienden a otros sub-distritos. Se ha detenido a más de 200 instigadores.
Petrogradski Listok. 26 de septiembre
Petrogrudo. Desde el mes de abril, los campesinos asaltaron 20 haciendas en el distrito de Rannenburgo.
Gazeta-kopeika, 28 de septiembre

La lucha de liberación nacional tam­bién se agudizó: el movimiento huel­guístico y las acciones campesinas en Ucrania, Bielorrusia, Besarabia y regio­nes del Báltico; la insurrección en las re­giones de Semirechie y Turgái; los “des­órdenes” en el Cáucaso del Norte. Sonaban cada vez con mayor insistencia las reivindicaciones de conceder la inde­pendencia a Finlandia. El movimiento nacional en algunas localidades se con­vertía en una lucha por el poder de los Soviets.

Tashkent, 12 de septiembre de 1917.
A mediados de septiembre, el recién reelegido Soviet de Tashkent creó el Comité Provisional Revolucionario que destituyó del poder a la administración local, estableció su control en correos y telégrafos y en la estación telefónica. Se desarmó a la escuela de alféreces. Ke­renski declaró que los acontecimientos en Tashkent eran un “motín contra­rrevolucionario” y por su indica­ción fue enviada una expedición puni­tiva.

Del telegrama de Kerenski, del 19 de sep­tiembre, al Comité Turquestano del Go­bierno Provisional sobre la adopción de medidas punitivas contra el Soviet de Tashkent
… No mantener ninguna negociación con los amotinados; las vacilaciones son intolerables; se requieren medidas más resueltas. El Gobierno no puede permitir la impunidad de los delitos que ponen en peligro la existencia de la po­blación en regiones enteras. Todos los funcionarios deben cumplir de inmedia­to sus deberes… No podrá adoptarse ninguna disposición que contradiga las presentes indicaciones. Kerenski, co­mandante en jefe.

Pero cada vez era más difícil emplear el ejército con fines punitivos. Las ma­sas de soldados se convencían que el Gobierno Provisional aplicaba una política traicionera. En las primeras fe­chas de septiembre, varias compañías del 74º Regimiento de Infantería de Re­serva, acuartelado en la ciudad de Oriol, se negaron a implantar los tribunales disciplinarios e incluso intentaron arres­tar al jefe del regimiento que apoyaba estas medidas. Los soldados declararon que ellos no habían elegido al Gobierno Provisional ni a Kerenski y que, por lo tanto, no los reconocían.

Otra muestra de la crisis nacional fue la injerencia activa del imperialismo in­ternacional en los asuntos internos. EE.UU. concedió al Gobierno Provi­sional un nuevo crédito de 125 millones de dólares y Japón confirió un gran préstamo al país: 105 millones de yenes, aunque, por cierto, 70 millones de ellos se concedían para pagar antiguas deu­das. Pero los aliados no sólo ayudaban, también exigían. Durante la audiencia concedida por Kerenski el 26 de sep­tiembre, los embajadores de Francia, Inglaterra e Italia dijeron con bastante insistencia que el Gobierno Provisional “debía demostrar en la práctica su deci­sión de emplear todos los medios con el fin de restablecer la disciplina y el ver­dadero espíritu marcial en el ejército, así como de asegurar el funcionamiento ade­cuado del aparato gubernamental tanto en el frente como en la retaguardia”.

El 29 de septiembre, por exigencia de Buchanan, embajador inglés, el Gobier­no Provisional enjuició a V. Soloviov, redactor del periódico bolchevique mos­covita Sotsial-democrat, por publicar en el número 150 el artículo Acerca de los agentes del imperialismo extranjero, so­bre el apoyo que prestaba el embajador inglés a la contrarrevolución rusa. Las autoridades militares alemanas fusila­ron en Riga a seis miembros del Comité Ejecutivo del Soviet de Diputados Obre­ros. Tal era la asombrosa unanimidad de ambas agrupaciones beligerantes de la burguesía internacional respecto a los verdaderos portavoces de los intereses revolucionarios del proletariado de Ru­sia.

Anteparlamento.
Con el fin de encontrar una salida de la crisis y examinar la cuestión del po­der, el Comité Ejecutivo Central eseris­ta-menchevique de los Soviets convocó el 14 de septiembre la llamada Asam­blea Democrática de toda Rusia, apla­zando de ese modo la convocatoria del Congreso de los Soviets de toda Rusia y, de hecho, sustituyéndolo. Acudieron a la asamblea más de 1.500 personas. A los Soviets, que representaban la inmen­sa mayoría del pueblo, se les concedie­ron tan sólo 230 escaños; 300 a las mu­nicipalidades; 200 a los zemstvos; 120 a las cooperativas. Esta composición ase­guraba, igual que antes, una mayoría dócil a los mencheviques y eseristas. De acuerdo con su proposición, la Asam­blea Democrática dispuso instituir el Consejo Provisional de la República Rusa o, como se lo llamaba también, el Anteparlamento, órgano representativo permanente adjunto al Gobierno Provi­sional. A primera vista parecería que se implantaba en Rusia un régimen parla­mentario, pero según el reglamento aprobado por el Gobierno Provisional, el Anteparlamento no era más que un órgano consultivo anexo al Gobierno.

Lenin se expresó resueltamente a fa­vor de boicotear el Anteparlamen­to, mostrando que su esencia era engañar a los obreros y campesinos con el fin de desviarlos de la revolución, que la táctica de participar en este organis­mo no concordaba con las relaciones objetivas existentes entre las clases ni con las condiciones del momento.

“La crisis ha madurado —advertía Le­nin el 29 de septiembre—. Está en juego todo el porvenir de la revolución rusa”.

Al analizar todo el conjunto de acon­tecimientos en el país, Lenin llegó a la conclusión sobre la necesidad de mate­rializar inmediatamente las resoluciones del VI Congreso del partido sobre la preparación de la insurrección armada. “Nos sigue la mayoría de la clase que constituye la vanguardia de la revolu­ción, la vanguardia del pueblo capaz de llevar tras sí a las masas —escribió—. Nos sigue la mayoría del pueblo…”.

En el apoyo activo y concienciado de las más amplias masas de Rusia a los bolcheviques se encontraba la respuesta precisa a la pregunta de si éstos podrían tomar el poder. Lenin respondía a esta pregunta de manera afirmativa: “… Los bolcheviques pueden y deben tomar en sus manos el poder del Estado”, pues sólo de ese modo salvarán al país de la catástrofe: satisfarán las demandas del campesinado que durante siete meses de revolución no recibió nada de los parti­dos de la coalición, excepto promesas hueras: prevendrán la eminente entrega del Petrogrado revolucionario a los ale­manes; impedirán la paz por separado entre los imperialistas ingleses y alema­nes, con cuyos esfuerzos comunes se puede estrangular a la revolución rusa; propondrán una paz verdadera a los pueblos.

Precisamente los bolcheviques deben tomar el poder, pues solo ellos tienen un plan, claro y comprendido por las ma­sas, para sacar al país de la prolongada crisis: establecer un sistema correcto y justo en el empleo de la mano de obra en la producción y la distribución de los productos; eliminar todo gasto innece­sario de fuerzas y recursos. “Control, fiscalización, contabilidad: eso es lo principal en la lucha contra la catástrofe y el hambre —subrayaba Lenin—. Eso es algo indiscutible y admitido por todos”.

Sólo el control obrero sobre la pro­ducción y la distribución de los produc­tos, la nacionalización de los bancos y de la gran industria, la confiscación de las posesiones de los terratenientes, la nacionalización de toda la tierra en el país y otras medidas revolucionarias podían salvar a Rusia de la ruina y el hambre y, al mismo tiempo, hacerla avanzar hacia el socialismo.

La realización consecuente de todas estas medidas en interés de la democra­cia revolucionaria significaba aquel pa­so resuelto hacia el socialismo que de ningún modo se decidían a dar los líderes de los mencheviques y eseristas.

“En la Rusia del siglo XX —señalaba el guía de la revolución rusa—, que ha con­quistado la república y la democracia por vía revolucionaria, es imposible avanzar sin marchar hacia el socia­lismo, sin dar pasos hacia él… Y te­ner miedo a avanzar significa re­troceder, que es precisamente lo que hacen los señores Kerenski, con gran fruición de los Miliukov y los Plejánov y con la estúpida complicidad de los Tsereteli y los Chernov”. Sólo tomando el poder, los bolcheviques podían salvar a Rusia de ese retroceso.

Los bolcheviques deben tomar el poder debido también —señalaba Lenin— a que sólo ellos son el único partido capaz de formar un Gobierno estable, es decir, que se apoye “a ciencia cierta y sin re­servas en la mayoría de la población”; firme, es decir, capaz de manifestar una “valentía verdaderamente sublime y re­solución en el poder”. El órgano directo e inmediato del poder popular eran los Soviets.

“Concedemos a todo el pueblo —es­cribió Lenin— una salida justa, mostran­do a todo el pueblo el significado de nuestra dirección ‘en las jornadas de la korniloviada’, después proponiendo un compromiso a los miembros del bloque y recibiendo una negativa de ellos”.

Después de largas negociaciones de los miembros del Directorio y la comi­sión de la Asamblea Democrática con representantes industriales moscovitas, el 25 de septiembre se alcanzó la meta fundamental que perseguían los men­cheviques y eseristas al convocar la Asamblea Democrática: ese día terminaba la formación del tercer (y último) Gobierno de coalición.

Ese nuevo Gobierno no salvaba al país de la crisis nacional, que se mani­festaba de manera cada vez más amena­zadora en la incapacidad del poder, en la ruina económica, en el auge del movi­miento revolucionario, en el abandono total del Gobierno por el ejército, en la agudización de la lucha de liberación nacional.

Surgió la situación revolucionaria ne­cesaria para la insurrección victoriosa. Era tal la tensión que los “de arriba” no podían seguir gobernando a la antigua, y los “de abajo” habían tomado con­ciencia de que era imposible seguir vi­viendo a la antigua.

Del artículo de V. I. Lenin Un problema fundamental de la revolución, publicado el 27 de septiembre de 1917 en el periódi­co Rabochi Put
El problema fundamental de toda re­volución es, indudablemente, el proble­ma del poder. Lo decisivo es qué clase tiene el poder. Por eso, cuando el perió­dico del principal partido gubernamen­tal de Rusia, Delo Naroda, se quejaba hace poco (Nº 147) de que las discusio­nes acerca del poder hacen olvidar el problema de la Asamblea Constituyente y el problema del pan, debería haberse respondido a los eseristas: quejaos de vosotros mismos. Porque son precisa­mente las vacilaciones y la indecisión de vuestro partido las culpables principales de que siga girando el “carrusel ministe­rial”, de que se aplace una y otra vez la Asamblea Constituyente y de que los capitalistas hagan fracasar las medidas adoptadas y previstas para el monopo­lio del trigo y el abastecimiento de pan al país.
No se puede esquivar ni apartar el problema del poder, pues es precisa­mente el problema fundamental que lo determina todo en el desarrollo de la re­volución, en su política exterior e inte­rior. Que nuestra revolución “ha gasta­do inútilmente” seis meses en vacilacio­nes respecto a la organización del poder es un hecho indiscutible, originado por la política vacilante de los eseristas y de los mencheviques. Pero, a su vez, la política de estos partidos ha sido deter­minada, en última instancia, por la posi­ción de clase de la pequeña burguesía, por su inestabilidad económica en la lu­cha entre el capital y el trabajo.
La cuestión reside ahora en saber si la democracia pequeñoburguesa ha apren­dido algo en estos importantísimos seis meses, extraordinariamente ricos de contenido. Si la respuesta es negativa, ello significará que la revolución ha su­cumbido y sólo podrá salvarla una insu­rrección del proletariado.

La renuncia de los partidos concilia­dores al compromiso propuesto por los bolcheviques, dejaba sólo una posibili­dad para salvar la revolución: la insu­rrección. “No hay término medio —des­tacaba Lenin—. No se puede esperar. La revolución se hunde”.

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