10 de marzo de 2017

La vida continúa

Por Liza Rezníkova, publicado en Antifashist, traducido por Nahia Sanzo.

Pese al  derramamiento de sangre, los destrozos, las balas sobre las cabezas y las bombas explotando, Donbass continúa viviendo.



Las personas se conocen, se enamoran, se casan y tienen hijos. En el periodo comprendido entre el 1 de enero y el 15 de febrero de 2017, en la República Popular de Donetsk han nacido 1.340 niños. 

Las madres de la guerra, como las de la paz, cubren a sus hijos de afecto y cuidado, soñando con un futuro brillante para ellos. Y las madres de Donbass dicen a Ucrania: “dejadnos en paz. Dejad de matarnos”.

Anya

Anya tiene 37 años. Durante muchos años vivió con su marido, pero nunca habían tenido hijos. “Habíamos hecho todo lo que se puede hacer, para nada”, cuenta Anya. Cuando comenzó la guerra, el sueño de tener hijos quedó prácticamente olvidado. Entre los ataques, vivir en el sótano, la situación simplemente era imposible. Y entonces, de forma inesperada, a principios de 2016 supo que estaba embarazada. ¡De gemelos!

La alegría no tenía límites. Un milagro tan deseado desde hacía tanto tiempo en medio de la guerra. Los nueve meses pasaron rápidamente. La mujer estaba tan feliz y envuelta en su situación que casi dejó de prestar atención a los ataques. Pero los ataques continuaron. Prácticamente a diario.


Anya y su marido viven en una zona avanzada del frente, en la localidad de Trudovsky, al oeste de Donetsk. Es habitual que algo “vuele” por el pueblo. Un proyectil explotó bajo la ventana de la familia. Anya estaba cerca  de la casa cuando escuchó el ensordecedor ruido. Su corazón le dijo: “es mi casa”. Corrió a casa y se encontró una imagen espeluznante. La mitad de las paredes estaban caídas, las ventanas rotas, la cocina cubierta de cristales rotos. Aterra pensar qué había podido pasar si alguien hubiera estado en casa. Por suerte, la casa estaba vacía.

Bajo el fuego de los continuos ataques ucranianos, el marido de Anya reparó la casa. Eso sí, de forma temporal. Una de las ventanas destrozadas está cerrada con ladrillos; otra con varias capas de plástico. Los agujeros de las paredes están cubiertos con cemento. La reparación completa tendrá que esperar a después de la guerra.


La familia tiene problemas económicos. Antes de la guerra vivían relativamente bien. Anya trabajaba vendiendo en el mercado local y su marido era minero en la mina Trudovsky. Con el estallido de la guerra, la mina cerró y el mercado fue bombardeado. Recientemente, el marido de Anya ha encontrado un trabajo en otra mina, que promete un buen salario, así que la familia está contenta.

En el otoño de 2016, bajo el sonido de los cañonazos, llegaron al mundo Igor y Maxim, dos adorables  y sanos gemelos. Sus padres están felices, su sueño por fin se ha hecho realidad. Ahora lo más importante para ellos es que sus hijos puedan crecer en un ambiente de paz y calma.

“Vamos a reconstruir. Nosotros mismos construiremos una nueva vida. De Ucrania solo necesitamos una cosa: que se vayan de nuestra tierra. Que nos dejen para que podamos criar a nuestros hijos en paz. Basta ya de muerte”.

Marina
 
Antes de la guerra, todo en la vida de Marina en Gorlovka iba bien. Tenía padres atentos y que la querían, un marido, hijos, trabajo. La guerra entró en la vida de Marina y destruyó todo lo que quería.


Marina perdió su empleo. La fábrica en la que trabajaba tuvo que cerrar. Como lo hicieron otras muchas empresas en Gorlovka, que una vez fuera el centro industrial de Donbass. Pero eso resultó ser el menor de sus problemas.

En noviembre de 2014, los padres de Marina, su principal fuente de esperanza y apoyo en el mundo, salieron en coche. Y nunca volvieron: un terrible accidente acabó con sus vidas en el acto. En aquellos terribles días, Ira, su hija mayor fue su principal apoyo. Y también VIka, que había nacido en el último día de paz en Gorlovka, ayudó a que no se viniera abajo. Un día después de nacer Vika, la guerra llegó a la ciudad con los aviones ucranianos volando en el cielo, los tanques por las carreteras y los primeros bombardeos nocturnos. Cuidar de la recién nacida distrajo a Marina de los terribles momentos de la guerra y después, de las sombras de sus padres muertos.

En la primavera de 2016, Marina supo que estaba embarazada por tercera vez. No dudó, por supuesto que tendría otro hijo. Volverían a ser una gran familia. Su marido también estaba contento. Pero no lo estuvo por mucho tiempo. No mucho después del nacimiento de su hija, se marchó y las dejó por otra mujer.

Ahora Katya tiene cinco semanas. La niña es muy tranquila, como si supiera que su madre está sufriendo, intenta no llamarla. Marina apenas llega a fin de mes. A pesar de todo, está feliz. Tiene a sus hijas, que le ayudan. Juntas tienen más fuerza. Ira ayuda a su madre en la casa, con Katya. Y pese a tener solo dos años, Vika también intenta ayudar a su hermana y a su madre a cuidar a Katya lo mejor que puede: la acaricia y besa constantemente.

Desde una de las ventanas del piso de Marina se ve la localidad de Zaitsevo; desde la otra, Shirokaya Balka. Los nombres de estas localidades no salen de los partes de guerra. Cada día, Marina y sus hijas escuchan las explosiones y ven el humo en el cielo. Cuando las bombas se acercan a su casa, la familia simplemente se refugia en el pasillo, donde no hay ventanas, y espera lo que haga falta, hasta que cese el fuego. La casa no dispone de sótano. La recién nacida Katya aún no responde a las lágrimas, pero Vika e Ira tienen mucho miedo, aunque intenten no mostrarlo para no asustar a su madre. Pero su madre lo ve todo.

Marina cree que sigue teniendo una buena vida. Todo saldrá bien. Y solo quiere una cosa: que la guerra termine y que Ucrania deje en paz a Donbass para que pueda tener la oportunidad de educar a sus hijas en paz.

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