9 de enero de 2019

Historia de una fiesta infame: colonialismo, despojo y auge de la extrema derecha en Andalucía


El 2 de enero de 1492, Boabdil entrega las llaves de la ciudad de Granada a los Reyes Católicos. Tras diez años de guerra, el Reino Nazarí sucumbía, junto con sus dos siglos y medio de existencia, cayendo así el último reducto andalusí de la Península Ibérica. Sin embargo, los problemas reales, lejos de terminar, comenzaban para la mayor parte de los habitantes de esta mitad de la nueva Andalucía. 

La rendición de Granada
La rendición de Granada, pintada por Francisco Pradilla Ortiz en 1882.

El 2 de enero de 1492, Boabdil entrega las llaves de la ciudad de Granada a los Reyes Católicos. Tras diez años de guerra, el Reino Nazarí sucumbía, junto con sus dos siglos y medio de existencia, cayendo así el último reducto andalusí de la Península Ibérica. Sin embargo, los problemas reales, lejos de terminar, comenzaban para la mayor parte de los habitantes de esta mitad de la nueva Andalucía. Pero vayámonos un poco más atrás en el tiempo. En 1085 los reinos cristianos toman la ciudad de Toledo. Para 1212, bula de cruzada papal mediante, miles de guerreros y caballeros de todos los reinos cristianos de Europa acudirán a la llamada del Papa para combatir al Rey de Al Ándalus, en una batalla que pasará a la historia como la de Las Navas de Tolosa, y que abrirá las puertas de Andalucía a los cristianos, de manera definitiva.

¿Por qué es importante volver tan atrás en el tiempo? Es a partir de Las Navas donde, por primera vez, los cristianos comienzan a llevar a cabo la eliminación sistemática del musulmán; ya no había lugar para la tolerancia, como había sido la norma también para los cristianos hasta aquel entonces. Miles de andalusíes musulmanes van a ser fríamente asesinados en cada pueblo donde entren las tropas castellanas; el genocidio comienza a ser una fórmula de guerra que no solamente va a ser utilizada, sino que, además, va a ser la norma general a partir de entonces en cada escenario de guerra. Así se tomarán las principales ciudades del occidente de Andalucía (Córdoba, Sevilla, más tarde Cádiz, Jerez de la Frontera, Niebla, etc.), provocando movimientos masivos de población hacia otros territorios donde la guerra no hiciera mella, como el norte de África.

¿Tal era el celo evangelizador de esos caballeros? ¡Ni por asomo! Cualquiera que se de una vuelta por la historia, no tardará en descubrir que la gran motivación que llevó a toda esta gente a desplazarse tan lejos, y cometer tales actos, no fue otro que el del botín y la gloria asociada a éste. Los conquistadores despojan a los conquistados de toda propiedad y los someten en una relación de sistemática asimetría. Condados, ducados y marquesados andaluces, con sus latifundios, son testigos históricos y nada desdeñables de esta cuestión. Estructura latifundista que, aun hoy, sufrimos los andaluces en el único territorio de Europa donde nunca tuvo lugar una reforma agraria, donde aún hoy existe una gran cantidad de desposeídos jornaleros fruto de estos hechos.

A este genocidio y despojo activado a fuego lento, se va a unir un epistemicidio cultural aún más violento. Cientos de miles de códices y documentos que abarcaban todas las ciencias y conocimientos humanos van a ser quemados, concretamente, unos quinientos mil libros van a arder en Córdoba en el siglo XIII, y doscientos cincuenta mil en Granada a finales del XV en la Plaza Bib Rambla. Si estos datos son en sí mismos escalofriantes, lo son aún más si tenemos en cuenta que la mayor biblioteca de toda la Europa cristiana, en el momento que ardían los cientos de miles de ejemplares cordobeses, solamente disponía de mil códices. Era un trabajo de inferiorización cultural a gran escala: se trataba de despojar de toda capacidad de resistencia cultural y de hacer desaparecer el conocimiento que miles de años había conformado al pueblo andalusí como tal.

Volviendo a la conquista del Reino Nazarí, se desarrollarán 10 años de cruenta guerra donde se esclavizó, por poner un ejemplo, a toda la población de Málaga debido a su tenaz resistencia, y a su negativa a la rendición final. Sin embargo, los ya mudéjares (musulmanes vasallos de cristianos) de Granada y otros territorios donde se negoció la rendición tendrían, a cambio de la misma, derecho a seguir conservando su religión, cultura y posesiones. Este mismo año, 1492, será el de la expulsión de los judíos de los reinos cristianos. Los Reyes Católicos, además de llevar a cabo una empresa de despojo a gran escala de la sociedad andalusí, estaban diseñando la futura España, en la que solo iba a tener cabida una lengua, una religión y una cultura, de cara a homogeneizar la población y formar un Estado moderno. La expulsión primero de los judíos, que eran minoritarios con respecto a los musulmanes, ya iba dando pistas acerca del futuro de los musulmanes granadinos, quienes debían de tomar nota de cara a traiciones futuras.

A finales del siglo XV, solamente algunos años después de la Toma de la ciudad de Granada, los nuevos amos del territorio van a torpedear los acuerdos alcanzados, tratando de convertir a los helches (cristianos convertidos al Islam) albaicineros, provocando un levantamiento en el barrio que va a permitir a los cristianos ir más allá en la ruptura de los acuerdos, obligando a los mudéjares a convertirse mediante el bautizo forzado, provocando la huída de muchos a La Alpujarra, donde la población mudéjar era muy mayoritaria. Estos mudéjares, ya “cristianizados” a la fuerza, serán conocidos como moriscos a partir de entonces. Creerán que con el forzado bautismo será suficiente y podrán vivir en paz.

Nada más lejos de la realidad. Había un despojo pendiente de ser llevado a cabo en la ciudad de Granada y otras donde los conquistadores no habían podido saciar su sed de botín. El sincretismo se va a convertir en la fórmula más habitual de seguir conservando las costumbres y creencias musulmanas. Por fuera son cristianos que, además, deben hacer gala de su cristiandad mediante la práctica de costumbres públicas como beber vino y comer cerdo, pero por dentro son musulmanes que siguen manteniendo sus creencias y ritos, que son practicados en el ámbito privado.

Tras esta primera revuelta, como decíamos, miles de granadinos van a huir a otras partes de la Península y, sobre todo, al Norte de África: Túnez, Marruecos o Turquía serán algunos de los destinos más importantes, aunque también Francia o Italia en menor medida. Poco a poco se iba dividiendo al pueblo morisco, rompiendo sus redes de solidaridad, haciéndolos más débiles a los envites que la corona iba a ir dando pacientemente. Solamente doce años después de los bautizos forzados, la reina Juana va a decidir comenzar a perseguir las manifestaciones culturales de los moriscos, como sus ropas, sus bailes, sus fiestas o su música, hasta 1525, cuando Carlos V va a confirmar la persecución de toda manifestación cultural andalusí, legalizándola. Solo el soborno al emperador permitirá aflojar la vigilancia durante 40 años, hasta 1565, cuando decidirá definitivamente lanzarse a la persecución de toda manifestación cultural morisca: lengua, religión, vestimentas, música, bailes, ritos, gastronomía, y hasta la forma de sentarse para comer.

En 1568 los moriscos, convencidos de que no había forma de volver atrás ante una situación de eliminación física y cultural, de abuso y despojo, deciden “tirarse al monte”, comenzando la famosa “Guerra de las Alpujarras”, iniciándose un conflicto que durará, aproximadamente, dos años y medio, y que tendrá grandes dosis de crueldad y violencia. Con la derrota morisca, comienza la primera gran deportación: la mayor parte de los moriscos de Granada serían deportados en condiciones lamentables a otras zonas de Andalucía y del resto de la península, muriendo gran cantidad de ellos en el camino. Sería cuestión de tiempo que se produjese la decisión final: trescientos mil moriscos serían deportados fuera de la Península Ibérica entre 1609 y 1614, deparando en el Norte de África la mayor parte de ellos, aunque muchos volverán a escondidas, aunque esa es otra historia...

Recapitulemos: tenemos unos reinos cristianos fundamentalistas que no toleran otras creencias, ni otras culturas, ni siquiera otras formas de vestir, comer o bailar, y que, en un momento histórico de superioridad militar, se lanza a la conquista de bastas extensiones de territorio llevando a cabo la eliminación física y cultural del enemigo, así como el saqueo y apropiación de las propiedades andalusíes, empujados por una cruzada a la que acuden caballeros de toda la Europa cristiana, frente a un territorio andalusí policromático donde, excepto en algunos periodos históricos, la norma es la tolerancia entre personas de distintas creencias religiosas, lenguas y culturas, y donde además existían mecanismos de redistribución de la renta que evitaban desigualdades graves. Se produce un genocidio, desplazamientos de población a gran escala, el despojo de las propiedades de todos esos miles de seres humanos cuyo único delito era tener otras creencias (o esa fue la excusa) y la inferiorización impuesta bajo la amenaza constante de muerte o expulsión. A esto habría que añadir el feminicidio que en toda la Europa cristiana se estaba produciendo, que tenía por objetivo acabar con el protagonismo de las mujeres en la vida pública y privada, que eran las que tenían los conocimientos sobre la naturaleza, las enfermedades, y los diferentes tipos de cuidados que debían llevarse a cabo en cada situación. Y un epistemicidio cultural, donde pretendían hacer desaparecer miles de años de experiencia acumulados por los pueblos ancestrales que habitaban desde siempre estas tierras.

A partir de entonces todo va a cambiar: las ciudades ya no responden a las necesidades defensivas y habitacionales de la población, sino a las necesidades de vigilancia del colonizado; el oro andalusí ya no iba a servir para decorar los códices, sino para pagar las deudas que la guerra de conquista iba dejando sobre la corona, y que debían ser pagadas a los banqueros de Alemania, máximos vencedores, sin duda, de la conquista.

Hoy día celebramos cada dos de enero estos hechos en la ciudad de Granada: un genocidio acompañado de un epistemicidio, así como la tortura y la muerte de miles de granadinos que fueron violentados y masacrados, ancestras que fueron violadas y prendidas acusadas de brujería; celebramos también que el Reino de Granada dejase de ser un reino soberano, para convertirse en una colonia que permitiera pagar las deudas de los reyes cristianos con los banqueros de Alemania.

Lo mismo ocurrió durante el siglo XX con unos fundamentalistas cristianos, cuya pasión por Cristo solo era superada por la que manifestaban por las riquezas materiales, hoy exhibidas en el Ibex 35. No por casualidad la II República acabó con esta infame celebración. Tampoco lo es que Franco la restableciese y que el Régimen del 78 la haya mantenido, sin importar el partido que liderase la alcaldía de la ciudad. No es casualidad que quienes despojan celebren el despojo, que quienes explotan celebren la esclavitud masiva, que quienes defienden la superioridad del hombre sobre la mujer celebren una ideología de guerra a la vida, de guerra a la diversidad. No es casualidad que, cada dos de enero, todas las organizaciones fascistas de Andalucía se den cita en la Plaza del Carmen, donde se sitúa el Ayuntamiento de Granada, para celebrar, junto al estamento eclesiástico y al militar, la masacre de los conquistadores sobre los conquistados.

Como ya explicaba en un anterior artículo publicado en El Salto, el fascismo no es más que la punta de lanza del capitalismo. Concretamente en Andalucía, esa punta de lanza la representan quienes históricamente formaron parte de esa arquitectura política, que tiene un origen histórico y social bien definido: latifundistas y terratenientes, fruto de unos repartimentos y un fracaso a la hora de repoblar de colonos las conquistas castellanas al sur de Despeñaperros. Actividades económicas (ganadería y agricultura) que hoy siguen siendo pilares de la estructura económica de Andalucía, junto con el sector servicios, que tendrá su auge en los años 60, muy enfocado al turismo de masas que podemos ver desarrollado en lugares como la Costa del Sol o, cada vez más, en grandes ciudades como Granada, Córdoba o Sevilla, conformando las principales fortunas del país.

Fortunas que necesitaron de procesos bélicos y la eliminación sistemática de la oposición para poder ser desarrollados. Así vemos cómo los latifundios fueron precedidos de una conquista salvaje, para luego ser entregados a los socios de la monarquía en la criminal empresa llevada a cabo entre los siglos XIII y XV. No muy diferente serán los hechos cuatro siglos y medio después, cuando Franco dé un fallido golpe de estado, sucedido de una guerra fraticida que acabará con los fascistas en el poder, acaparando, una vez más, las riquezas del país y diseñando un modelo de crecimiento que, una vez más, va a necesitar de la explotación de mano de obra masiva que permita generar una gran plusvalía, manteniendo un sistema de poder que se sostiene precisamente en el sometimiento de una mayoría a los caprichos de la poderosa minoría.

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