27 de diciembre de 2015

24 años sin la URSS: lecciones y reflexiones

Por Claudio Forjan


 Hace ya 24 años la bandera roja, que de tantas batallas había salido victoriosa, era arriada del Kremlin. Tras un lustro de “Perestroika” la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, el antaño faro de la revolución socialista mundial, desaparecía del mapa ante el júbilo de las elites capitalistas de todo el mundo. “Es el fracaso del comunismo”, decían. La vuelta al capitalismo ya era un hecho. ¿Pero qué hecho?


Las promesas de progreso y libertad se revelaron como una farsa desde el primer momento. Solo en Rusia entre 1989 y 1999 el producto por habitante se contrajo un 42,2%[1] (¡casi la mitad!). El nivel de vida cayó en picado y comenzaron a reaparecer brotes de enfermedades ya erradicadas. La propiedad pública era saqueada y vendida al mejor postor a precio de saldo. En vez de ser aceptada en el selecto club capitalista del G-7, Rusia era postrada y humillada con la expansión de la OTAN hacia Europa del Este, incluyendo antiguas repúblicas soviéticas como las bálticas. Muchos objetarán que, de todos modos, el sistema socialista soviético estaba sumido en la crisis económica y al borde del colapso, lo cual habría justificado la restauración del capitalismo en cualquier caso. Pero, ¿realmente esto era cierto? ¿Realmente la URSS sufría una crisis económica irresoluble?

Nada más lejos de la realidad


Hacia los años 80 la economía soviética, pese a haberse desacelerado, seguía creciendo a ritmos relativamente estables. La producción crecía, según las diferentes estimaciones, entre un 2% y un 3% anual[2], realidad muy lejos de la recesión que ha caracterizado a los países capitalistas durante la crisis económica desencadenada en 2008. Y ello sin tener en cuenta fenómenos que en la Unión Soviética directamente no existían, tales como el desempleo forzoso. 

Es cierto que la productividad laboral acusaba cierta desaceleración[3], pero esto no es algo ajeno a países capitalistas desarrollados como España y en ningún caso esto ha supuesto un argumento en favor de una transformación del sistema económico, sino más bien de una reforma de la industria[4]. Las inversiones también crecían a un ritmo estable, siendo su volumen en 1989 1,5 veces el de 1980[5]. El consumo tampoco se libraba de esta dinámica. Incluso en 1989 el consumo de leche y lácteos en Kg por persona llegó a superar el de EEUU[6]. Pero no solo el consumo de alimentos evolucionaba positivamente. La calidad de las viviendas iba mejorando como se refleja en el aumento de los metros cuadrados por persona, los cuales pasaron de 14,7 en 1985 a 16 en 1989. Otros elementos como la cantidad de televisores, que pasaron de 82 millones en 1985 a 93 en 1989, también muestran una mejoría general en cuanto a niveles de consumo de la población se refiere. Y a todo esto también podríamos añadir la amplitud de derechos para las y los trabajadores en materia de condiciones laborales (semana laboral de 35-40 horas, vacaciones pagadas, pensiones universales, etc.), de educación, de sanidad, así como en derechos para las mujeres trabajadoras (legalización del aborto, escuelas de infancia, etc.).


Como vemos, el socialismo soviético, pese a no carecer de problemas, no estaba, ni mucho menos, al borde del colapso económico. La restauración del capitalismo no fue, por tanto, una medida tomada ante la urgencia de rescatar la economía, sino un proyecto con objetivos menos confesables. No se trataba de la reforma, sino de la demolición del sistema económico socialista. El hundimiento económico fue el resultado de esta demolición. Al desmantelarse la propiedad pública y los organismos de planificación, las empresas soviéticas (que en su conjunto realmente funcionaban como un único complejo empresarial) perdieron las conexiones entre ellas, con lo que la producción se paralizó, tal y como le ocurriría a un organismo vivo si se neutralizase su sistema nervioso.


¿Pero por qué destruir los pilares de la economía soviética? 


Se trataba de una contrarrevolución. 

Una contrarrevolución que, aprovechando los errores del Partido Comunista, se materializó mediante la confluencia de capas sociales procedentes tanto de la economía capitalista sumergida como del aparato estatal y partidario. La burguesía clandestina de la URSS encontró en el ala derechista-liberal del PCUS una expresión política mediante la cual hacer valer sus intereses, los cuales, con el desarrollo de los acontecimientos, terminaron pasando por la demolición del sistema socialista y la restauración definitiva del capitalismo a través de la destrucción de la planificación y la propiedad colectiva. Todo ello sin considerar lo más mínimo las nefastas consecuencias que para la economía y los pueblos de la URSS tendrían la destrucción de los dos pilares fundamentales en los que se basaba la sociedad soviética para existir y desarrollarse.


A partir de los hechos y datos expuestos, podemos extraer dos lecciones importantes. La primera es que el socialismo no es una utopía económica. La URSS no desapareció porque el socialismo fuese económicamente inviable, tal y como reflejan los datos expuestos. La segunda lección se complementa con la primera. Siendo viable económicamente el socialismo, éste solo puede abrirse paso en tanto en cuanto la clase obrera se mantiene en los puestos de mando en todas las esferas de la sociedad (económicas, políticas e ideológicas). El debilitamiento ideológico del Partido Comunista, el aburguesamiento materializado en la corrupción de cuadros, directores e incluso trabajadores, el crecimiento descontrolado de las formas económicas burguesas incluso a costa de robos a la propiedad colectiva; todos estos elementos son manifestaciones del relajamiento del dominio de la clase obrera, de la dictadura del proletariado. Son manifestaciones de retrocesos en la lucha de clases.


¿Lucha de clases, en el socialismo? 


Sí, efectivamente. 

El socialismo no es todavía una sociedad sin clases, sino la primera fase (transitoria) hacia la desaparición de las clases. Todavía existen resquicios de la sociedad anterior que, sin el control y la vigilancia de la clase obrera en el poder, pueden reproducirse hasta ser capaces de adquirir la fuerza necesaria para hacerse valer mediante la contrarrevolución y la restauración del orden capitalista. Y todo ello sin olvidar la presión del capitalismo imperialista desde fuera, que apoya con todas sus fuerzas cuantos elementos de subversión y sabotaje sean posibles contra el socialismo.

La Unión Soviética ya no existe, pero, al igual que la Comuna de París, su experiencia no ha sido en vano para la humanidad trabajadora y progresista. Por un lado, la URSS demostró que el socialismo es una sociedad materializable y no una utopía libresca. Por otro, su desaparición nos muestra que no debemos bajar la guardia. 

La construcción de una sociedad sin explotación ni opresión es un camino largo y difícil, con avances y retrocesos en los que las y los trabajadores debemos obrar y maniobrar con acierto y conciencia revolucionaria para no perder el rumbo.


[1] Véase el comentario de Tavernier y De Belder acerca del informe de Unicef sobre la regresión económica y social en Europa del Este: http://es.scribd.com/doc/12243348/Capitalismo-en-la-URSS-1989-1999-Progreso-o-Regresion-Philip-Tavernier-y-Bert-De-Belder#scribd


[3] Ibíd.

[4] No está de más recordar las nefastas consecuencias que la “reconversión” de la industria ha tenido para el empleo y las condiciones de vida y trabajo de la clase obrera en países capitalistas desarrollados como España o Gran Bretaña.

[5] Kara-Murza, S., 1994. ¿Qué le ocurrió a la Unión Soviética?. Gerónimo de Uztariz, (9), p.83.


[6] Ibíd.

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