27 de febrero de 2013

¡Devolvednos nuestra tierra madre!

Por Konstantin Dolgov. Traducción Marina Svetlova.

Cuando era niño, sabía a ciencia cierta que los nuestros eran los mejores. En los aviones de papel pintaba grandes estrellas rojas. Construía unos "tigres" de cartón, según el esquema visto en el suplemento de "El joven técnico". Luego con entusiasmo los quemaba en el patio, imitando la batalla de Prójorovka. Y en la calle los chicos jugábamos más al "panadero" que a la guerra porque nadie quería hacer de alemanes. 

Desde pañales sabía que mi país era el más grande del mundo. ¡Qué sentimiento de orgullo me llenaba cuando abría el atlas! Podía pasar horas devorando con los ojos el enorme pedazo de tierra sobre cual se estaba escrito, con enormes espacios entre las letras: C C C P.

En el parque de la fábrica había máquinas de agua gaseosa. Tres kopeks costaba el agua con almíbar. Ahí mismo estaban también los vasos. Los lavabas en la misma máquina y podías beber a tu salud. Borrachos locales a veces cogían un vaso para tomar entre los arbustos medio litro de vodka entre tres. Luego, cuidadosamente devolvían el vaso a su sitio. 


Por nuestra calle por la noche pasaba una locomotora, llevando algunos materiales a la fábrica "Luz del Minero" cuyo portón se hallaba a unos cien metros de mi casa. Había que fingir estar dormido, pasar dos horas con los ojos cerrados, a la espera de un espectáculo inolvidable, cuando la habitación se iluminaba con brillantes luces y las sombras en las paredes parecían personajes de los cuentos de hadas. 

En casa vimos películas de diapositivas. Y cuando hemos tenido un televisor, me enteré de lo que eran unos "dibus". El de "Cipollino" fue uno de los favoritos. Recuerdo mi alegría cuando los aldeanos se juntaron y echaron a todos esos "señores pomodores". Pensé que si todos los pueblos del planeta se uniesen, podrían solucionar cualquier problema. Y además recuerdo que pasé terriblemente mal cuando en el dibujo animado "Abuelo Frío y el Lobo Gris" el gris ladrón se llevó a los lebratos al bosque. Vi este "dibu" mil veces, pero siempre preocupado por si llegaban a atraparlo, si lograban a salvar a las crías. Y cada vez el lobo fue alcanzado y luego, generosamente perdonado. Y tampoco yo le guardaba el rencor. 


Hacíamos novillos e íbamos  al río a pescar cangrejos. Yo tenía una trampa de cangrejos de un diseño especial: sobre una rodela de barril cosí un saco y até por dentro un calcetín viejo con tocino de cerdo. Sumerges una cosa así desde el puente en al río y dentro de media hora la sacas. Miras dentro, y ahí están unos cinco bigotudos. ¡Oh, qué deliciosos eran!.. 

Un par de veces nos fuimos al mar. ¡Fue toda una aventura! En la playa había niños de toda la Unión. Jugábamos a las ciudades, y yo siempre ganaba, porque aprendí a leer aun en el Jardín de Infancia y desde entonces nunca dejaba los libros. 

Mi libro favorito de aquella época era el de de Sergei Alekseyev "Lo extraordinario sucede", historias sobre los soldados rusos y sus hazañas. Incontables veces me cruzaba con Suvorov los Alpes, tomaba con Pedro Shlisselburg y personalmente vi al Pájaro de la Gloria sobre el campo de la batalla de Borodinó. 

Un día estábamos de paso por Moscú. El tren se paró en la estación tan sólo media hora, ya era muy de noche. Yo no dormí a posta para ver por la ventana del vagón  Moscú, la capital de nuestra Patria. De vuelta a casa, descaradamente les mentí a mis amigos que estuve en la plaza Roja. 

En el primer grado o en el tercero, ahora no me acuerdo, nosotros en la escuela escribíamos un dictado. Ahí había palabras URSS, la Patria, Lenin. Yo tenía una caligrafía terriblemente tosca, pero estas palabras las caligrafié, como un profesional experto. De la emoción tenía temblor en las manos.

Uno de los regalos más preciosos de mi infancia fue "un equipo de bogatyr": un casco, espada y escudo en color rojo. Armado hasta los dientes, sin descanso echaba abajo la bardana en un terreno baldío cercano, imaginándome siendo Dmitri Donskoy. Las malas hierbas desempeñaban el papel de los invasores mongoles. 

Y luego, de una forma totalmente inesperada, llegó a mi vida Ucrania. La independencia, la democracia, los cupones ... ¿Qué era aquello y con qué se lo comía? No lo sabía. El entendimiento me llegó más tarde. 

A continuación, comenzó el saqueo de la herencia soviética. El proceso fue acompañado por un "programa cultural": las películas de propaganda de tercera categoría, en las cuales algún Rambo cargado de una ametralladora siega a cientos de soldados soviéticos. En la televisión decían que Zoya Kosmodemyanskaya tenía un trastorno mental y era por eso que prendía fuego a las casas de los nobles nazis. También recuerdo una película en la que Stalin se resucitaba y asustaba con sus pérfidos planes a una pareja joven. Y aquellos le alimentaban a Vissariónovich con huevos duros, puesto que él supuestamente temía un envenenamiento. 

Muchos alrededor declaraban abiertamente que no estaría nada mal  si los nazis nos hubieran ganado en la guerra. Y algunos tenían por programa favorito la "América con Mijail Taratuta." 

Yo no me daba por vencido y encontraba consuelo en los libros. Discutía con un tío vecino de que los nuestros aún volverían y les enseñarían a todos lo que es bueno. Pero la confirmación de mis palabras no la recibía. La Patria se desmoronaba ante mis ojos, convirtiéndose en no se sabe qué. 

Sin darme cuenta, me crié, me gradué y comencé a trabajar. A los partidarios no les buscaba: los tiempos eran tales que la cuestión más importante era la supervivencia física. La gente con la que yo tropezaba tenía tanto lío en la cabeza que yo prefería no discutir con ellos las cuestiones de la vida post-soviética. Bebíamos alcohol quemado y hacíamos toda clase de trapicheos. No teníamos ya ningún objetivo en la vida y en nuestra mente pululaban chocolatinas turcas y chándal deportivo "zhatka". 

Poco a poco, empecé a pensar que estaba solo, que la Patria Soviética no se podría recuperar, se disolvió para siempre en los intercambios de divisas y en los mercados de pulgas. Pero, gradualmente, en mi vida comenzó a aparecer gente con pensamientos y sentimientos similares a los míos. 

Y ya no estoy solo. Ya somos una decena. Ahora somos un centenar. ¡Y he aquí, el primer millar! 


Ahora sé con certeza que nuestra gente la hay en Odesa. La hay también en Moscú, en Donetsk, en Kiev. En Sevastópol también están. Y en Minsk. Y en Ereván. Y en cientos y miles de otras comunidades de nuestra vasta Patria Soviética. 

Y creo que mientras existimos nosotros, nuestra tierra madre seguirá viva. Ella volverá sin falta.

¡Animo, chicos! ¡Pronto pasamos a la ofensiva!

Y creo que mientras que existamos la patria soviética vivirá. Siempre nos llega. 

¡Esperen, muchachos! ¡Pasaremos a la ofensiva! 

Fuente:

odnako.org/blogs/show_18730 Коnstantín Dolgov

Releyendo una entrevista a Silvio Rodrìguez

Por Roberto G. Peralo. Enviado por La Joven Cuba.




Pablo Milanés y Silvio Rodriguez: Iconos de la Nueva Trova Cubana

Cien puntos para el periódico Juventud Rebelde por haber publicado el 17 de julio del 2012 esta excelente entrevista realizada por la periodista Mónica Rivero al cantautor Silvio Rodriguez. Mi agradecimiento por aclarar de esta forma los errores y prejuicios que tuvieron que enfrentar aquellos jóvenes del movimiento de la nueva trova y que casi los lleva a su inexistencia como artistas. Todos los revolucionarios de vanguardia corren este peligro. Por su importancia la reproducimos a continuación:


Cantar en Cuba hoy


El próximo septiembre se cumplirán dos años de una presentación del trovador Silvio Rodríguez en el barrio La Corbata, una comunidad periférica de la capital aquejada de complejas problemáticas sociales. Fue el paso que inició la Gira por los barrios, que ha llevado a Silvio y sus invitados a la puerta de quienes viven en más de 30 lugares de los más humildes del país.
Con este pretexto, y en ocasión del aniversario 40 del nacimiento del Movimiento de la Nueva Trova, convidamos al artista a ofrecer su visión sobre qué ha sido de la canción trovadoresca y de su propia obra, entretejida siempre con la realidad cubana.
La Nueva Trova se ha descrito como un movimiento, un lenguaje, una manera de ver la vida, una postura política en el sentido amplio de la palabra. ¿Qué fue en lo relativo a una cultura revolucionaria, o una manera revolucionaria de entender la cultura, particularmente la artística?
No me corresponde hablar por todos los que fuimos parte de aquella Nueva Trova. Pero puedo decir que a mí me marcaron la Campaña de Alfabetización y la creación de la Editora Nacional, el peso de estos dos hechos en la vida cubana. Por el proyecto de educación masiva que se llevaba a cabo, consideré que no se podía seguir cantando igual, que el país adquiría una instrucción creciente y que la canción debía corresponder al reto. Esa fue la filosofía básica que me guió, al menos en mis comienzos.
Por otra parte, se ha dicho que la Nueva Trova tuvo de continuidad y también de ruptura. Lo innovador, la propuesta, suele identificarse con lo revolucionario. Pero en la Nueva Trova esto podría abarcar, además de una posible renovación musical y literaria, algunas maneras de hacer —y puede que hasta de ser— eso que se suele llamar “lo cubano”. La ética del trabajador de la cultura fue parte de las motivaciones de mi generación, porque nos tocó emerger en medio de un proceso revolucionario que aspiraba a una humanidad plena. Eso nos llevó a un cuestionamiento de nosotros mismos, como personas, además de como artistas.
A nivel participante, ser de aquel grupo fue, sobre todo, una gran experiencia humana; y claro que también cultural, entendiendo la cultura como ese todo vivo, diverso y complejo que, si bien es consecuencia, a veces también puede ser incidencia.
¿Qué actualidad consideras que tienen el discurso y el espíritu de la Nueva Trova en la sociedad cubana?
La Nueva Trova, como cada etapa de la trova cubana, surgió porque personas que tuvieron la vocación de hacer canciones se fueron encontrando. El espíritu generacional, como siempre, tuvo mucho que ver con los tiempos que se vivían. En nuestro caso éramos un país en revolución, en rebeldía, y eso despertaba el compromiso social, la conciencia de lo que era el mundo y las aspiraciones de mejorarlo. Por esto la Nueva Trova apareció cantándole con mucha naturalidad a su tiempo.
Al principio, algunos no entendieron nuestra franqueza juvenil. No solo políticamente, aunque también. Nuestra libertad formal bastaba para provocar rechazo, porque por entonces se decía que una canción debía tener 32 compases. Completaba el “escándalo” que planteáramos asuntos que nunca se habían cantado. Y mucho más que opináramos sobre una realidad que solo era cuestionada por los más altos dirigentes. Por estos y otros desenfados, aquel grupo inicial llegó a ser calificado de conflictivo.
Por suerte mentes abiertas (Haydée Santamaría, Alfredo Guevara y otros) nos dieron la oportunidad de continuar trabajando, de estudiar, y con ello de mostrar lo que valíamos.
Por nuestra parte, en vez de acatar las prohibiciones, empezamos a presentarnos dondequiera que nos escucharan. Desde el inicio habíamos tenido buena recepción entre la gente, los estudiantes y algunos intelectuales. Lo normal era que cada día cantáramos en muchos lugares y así fuimos realizando un extenso trabajo de base. El trabajo con el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC y la difusión de nuestra música a través del cine nos acabó de sacar de la oscuridad. Gracias a colegas latinoamericanos nuestras canciones llegaron a otros países, donde, por supuesto, fueron recibidas como voces de la Revolución.
Ante esto el establishment cultural —que poco antes nos había pedido la cabeza— se reconcilió con nosotros y empezó a difundirnos. Tanto fue así, que se llegó a decir que “primero estuvimos prohibidos y después fuimos obligatorios”. Pero ni aquello empañó nuestras canciones. Por eso puede decirse que la Nueva Trova pasó por la prueba suprema, que no es la del estigma, sino la de la oficialización.
Tampoco es una hazaña excepcional. En muchos tiempos y lugares lo que una vez sufrió marginación después fue aceptado. Pasó con la contradanza, con el tango, con el blues y con otros estilos musicales. Falsos milagros que en realidad fueron logros artísticos.
Creo que muchas canciones de las que hicimos tienen vigencia. Aunque he dicho que hubiera preferido que, al menos algunas de las mías, envejecieran como señal de que la realidad las superaba. Haber cantado con cierta puntería tampoco parece bastar, al menos según ciertos patrones. Los nuevos tiempos también necesitan nuevas voces, nuevos protagonistas.
Ahora mismo parece estarse gestando en Cuba algo prometedor. Está en el aire, para los que lo perciben, y está siendo traducido en canciones, en arte que, aunque parece nuevo, tiene antecedentes.
El público espera de Silvio Rodríguez música y poesía, por supuesto, pero también criterios, puntos de vista. ¿Te concibes como un consejero que se maneja desde la experiencia, o como alguien que comparte inquietudes y plantea interrogantes?
Creo que por fortuna, me atreví a ir más allá de lque esperaban de mí algunos públicos. Tampoco me esclavicé a los significados que connotaran o no mi forma de actuar.
Me considero la consecuencia de una trayectoria en algunos sentidos exploratoria. Esto me deparó sorpresas, cuando no misterios. Sin embargo, nunca he sido desatento. Prestar atención hacia dentro y hacia afuera es fundamental para el que canta y cuenta cosas. Atentamente fui construyendo mi función. Y creo que esa vigilia es algo innato en mí, porque la tenía antes de elegir oficio. Es el imán que me hizo alfabetizador, y después pescador de alta mar e internacionalista, no por creer que tenía algo que enseñar, sino por las ganas que siempre he tenido de aprender.
Has dicho que siempre te han acompañado «responsabilidad y compromiso». ¿Con qué ánimo asumes esas compañías en la actualidad? ¿Qué es ser responsable y comprometido en Cuba hoy?
En mi caso, eso se pudiera traducir en seguir intentando canciones y acciones que valgan la pena.
¿Cómo discernir entre la coherencia consecuente con los principios y la rigidez o la petrificación?
Por el dolor. Pero eso supongo que lo experimenta cada cual «según su capacidad», como decían los clásicos que debía ser el aporte del individuo al socialismo.
Se dice que la obra es independiente del artista, que es autónoma en su destino. Aun así, ¿qué trascendencia deseas para la tuya?
Algunos libros —palpables y virtuales— dicen que lo que canto ha trascendido «a pesar de sus ideas políticas»… Sinceramente, a mí me suena raro… En cualquier caso siempre puede pasar que alguna canción quede. Si así fuera, ojalá no la cambien… Solo muy al principio, influido por el romanticismo, tuve unos leves sueños de posteridad. Pero enseguida comprendí que solo se trataba de amor por un oficio.
Evocando al Che, en un texto te preguntas: «¿Qué diría el argentino de todo esto?». Traigamos la pregunta a estos días: ¿Cómo se evaluaría desde la aspiración inicial de la Revolución lo que ha resultado o está resultando ser este país?
Creo que la idea primigenia de la Revolución es el afán de justicia social. Así que «el argentino» posiblemente hubiera hecho un análisis crudo de nuestra realidad y estuviera impulsando cambios, como trata de hacerlo nuestro Presidente, que también es uno de los fundadores de la Revolución.
Por eso ahora se está pidiendo, desde el socialismo, otra mentalidad, una evolución que deje atrás conceptos obsoletos y prácticas erróneas. Ante esta autocrítica que, creo yo, se la está haciendo lo mejor del Gobierno (actitud muy guevariana por cierto), me crecen ganas de ayudar.
En 1989 realicé una gira que llamé Por la Patria, que empecé en la cima del Turquino y llevé por todo el país con Afrocuba; hacía algunos años que la venía concibiendo. Y es que en los 80 se veían acercar sucesos que nos afectarían. Sin embargo, por entonces Cuba no estaba tan deprimida como ahora. Por eso esta Gira por los barrios me parece que no tiene fin; es la gira interminable. Acaso acabaría si regresara a La Corbata, que fue por donde la empecé, y viera que las condiciones de vida han mejorado. Quisiera tener esperanzas fundadas para pensar así, aunque la esencia de algunos de nuestros problemas yace bajo mucha basura acumulada.
Esa basura traspasa el mal funcionamiento y llega a la indolencia. Y la indolencia es un profundo problema humano. Si la generosidad del socialismo (aun con sus errores) no ha podido con ella, cómo sería con las políticas liberales y su culto a los ricos. No es necesario defender una ideología, basta con ver el mundo.



Los embajadores de la mentira

Por Làzaro Fariñas. Enviado de La Joven Cuba.


Bueno, no hay que vivir en Cuba para desearle lo mejor a ese país y sus habitantes, menos aún, si allí naciste y te criaste, si allí fuiste a tu primer día de escuela, jugaste juegos inventados por la imaginación con tus primeros amigos, si en ese lugar del planeta comenzaste a querer a tus padres, todavía más, si en aquel país diste el primer beso a alguien que pensabas que ibas a amar para siempre. No hay que vivir en Cuba para quererla, para disfrutar recuerdos de ella, para sentir sus calores de verano y las brisas frescas de las noches. Definitivamente, no hay que vivir allí para querer a ese pueblo, para celebrar sus triunfos, para sufrir sus necesidades, para compartir sus alegrías y sus tristezas. No hay que estar en aquella amada tierra para sentir orgullo de haber nacido allí.
No hay que compartir la ideología de su gobierno revolucionario, no hay que estar de acuerdo con las políticas económicas que la Revolución implantó. Solamente hay que sentir como cubano y reconocer que las injusticias que allí imperaban hasta 1959 no fueron inventadas por los líderes de esa Revolución, que fueron realidades imperantes en aquella época de la historia de Cuba. Los guajiros, llevando a sus familiares enfermos desde sus bohíos hasta los poblados en sábanas agarradas a cujes, no son una invención de los que llegaron al poder en 1959. Fue una realidad que existió en nuestra Cuba en aquella época. El por ciento tan inmenso de personas que no sabían leer o escribir no es una consigna repetida por los comunistas cubanos, era un hecho real en la Cuba pre revolucionaria. Los grandes latifundios extendidos por todo el territorio nacional no eran cuentos de caminos. El desempleo o medio empleo entre zafra y zafra azucarera no era solo un tema para discursos de izquierda, era una verdad innegable. No hay que denigrar a la república que nació en 1902 y que duró hasta 1959 para afirmar lo anterior. Solamente hay que reconocer una realidad que existió. Dos estudios que se hicieron en la década de los cincuenta son testigos reales de la verdadera situación por la cual atravesaba el pueblo cubano en aquella época.
Esa Cuba casi perfecta, que idílicamente han pintado los ultraderechistas anticubanos de Miami, solo ha existido en la mente calenturienta y malvada de los que en esta ciudad han vivido del cuento del anticomunismo, en la mente de los que han hecho del tema de Cuba una forma de vida. Algunos de ellos llegaron aquí hace muchos años, otros llegaron hace muy poco tiempo, pero todos ellos coinciden en su odio visceral en contra del país que los vio nacer. En esta ciudad se afirma, una y otra vez, que en Cuba no hacía falta ninguna revolución. Si eso fuese cierto, habría que preguntarse el por qué el pueblo cubano aplaudió hasta el delirio el triunfo revolucionario de 1959 y además, el por qué después que Fidel Castro se proclamara marxista leninista una inmensa mayoría del pueblo de Cuba lo siguió apoyando.
Realmente, es lamentable que algunos cubanos hayan creado una anti Cuba fuera de la isla, pero más lamentable es que algunos cubanos hayan creado lo mismo dentro de la isla. ¿Por qué han vendido su alma al diablo? La única respuesta es por el dinero que le pagan por atacar a su país, país que los ha educado, que les ha cuidado su salud y que les ha dado toda una serie de gratuidades que no hubiesen podido ni soñar en ningún lugar del mundo.
Ahora que el gobierno cubano hizo una reforma migratoria en la que eliminó una serie de requisitos que se requerían para poder viajar al exterior, los primeros que la han aprovechado son esos mismos que hablan mal de su país dentro de sus fronteras y que ahora salen al exterior a hacer lo mismo en tribunas preparadas por los eternos enemigos de Cuba. ¿De dónde sacan el dinero estos personajes para salir a viajar por todo el mundo? Ninguno de ellos tiene trabajo formal, todos viven del dinero que les pagan desde el exterior para realizar su labor de desprestigiar la realidad cubana. Pues es muy sencillo. Los mismos que les pagan para que se den su buena vida dentro de Cuba, ahora les pagan los gastos para que se den la misma buena vida fuera de la isla. Son embajadores viajantes de la anti Cuba, que llevan el mensaje, alrededor del mundo, de que en la Cuba actual impera una dictadura comunista que les niega la libertad. ¿Les niega la libertad? ¿Cómo viven sin trabajar y ahora viajan como afortunados turistas? La realidad acaba con sus mentiras. Su discurso es el mismo que inventaron en Miami hace muchos años atrás sus paganos y los paganos de los paganos.
Làzaro Fariñas es un periodista cubano, residente en EEUU.

Acerca de la Revolución de octubre de 1917

Por Jean Salem. Enviado por Red Roja.


 "Ost-algia »1, horror global
y renovación de las luchas"
Jean Salem intervendrá el próximo sábado día 2 de marzo, a las 17h , en el CSO La Traba en el acto organizado por Red Roja "De la Muerte y de la vida, Stalingrado".


En su libro publicado en 1994, ’Âge des extrêmes. Le Court XXesiècle, 1914-1991, [La Era de las catástrofes. El corto siglo XX] Eric Hobsbawm evoca el ejemplo de una pareja de jóvenes alemanes, amantes durante un tiempo, a los que la revolución bávara de los Soviets cambió la vida: Olga Benario, hija de un próspero abogado de Munich, y Otto Braun, maestro. Olga llegó a consagrar su vida a la organización de la revolución en… el hemisferio occidental. Nada menos. Estuvo ligada, y después casada, con Luis Carlos Prestes, que había encabezado una larga marcha insurreccional a través de las selvas del interior de Brasil. En 1935, la tentativa de insurrección fracasó y las autoridades brasileñas entregaron a Olga a la Alemania hitleriana, donde encontró la muerte en un campo de concentración. Otto, con más suerte, se propuso por aquel mismo tiempo participar en la Revolución al otro lado del mundo, en calidad de experto militar del Komintern en China; fue el único extranjero en tomar parte en la “Larga Marcha” de los comunistas chinos, antes de volver a Moscú y, finalmente, a la ex RDA. “¿Cuándo – se pregunta Hobsbawm – si no es en la primera mitad del siglo XX, estas dos vidas entremezcladas hubieran podido seguir una trayectoria así?”2.

El siglo, que prácticamente había comenzado con las masacres de la primera guerra mundial y con la buena nueva de la Revolución en Rusia, había efectivamente repartido las cartas de una manera realmente muy simple: ser revolucionario era cada vez más ser un partidario de Lenin y de la Revolución de Octubre 1917, es decir, un miembro (o un “compañero de ruta”) de algún partido comunista en el seno de un movimiento mundial cuyo centro se encontraba en Moscú. Los mejores de entre ellos, los « profesionales » de este movimiento revolucionario internacional, como decía Bertolt Brecht en un poema que les dedicó, “cambiaban de país como de zapatos”.

Un poco de historia
En el siglo XIX el Estado ruso (gosudarstvo) aún estaba representado como asunto del soberano (gosudar’), y todo ruso tenía que prestar juramento de fidelidad al zar desde el momento de su llegada. El emperador no era un simple césar civil; era además el ”defensor y guardián”, una especie de “papa” de la religión ortodoxa. Es verdad que el 19 de febrero (3 de marzo) de 1861 fue promulgado al fin por el zar Alejandro II el “Estatuto general para los campesinos liberados de la servidumbre”. Pero en los años siguientes, sobre todo a partir de la llegada de Alejandro III en 1881, la política interior rusa estuvo casi exclusivamente marcada por el “triunfo de la reacción”3.

Se puede observar a este propósito, una constante en la historia de las revoluciones: la víspera misma de su estallido, todo ocurre como si los privilegiados, en vez de acceder a algunas concesiones, incluso las más pequeñas, lo que podría al menos retrasar el desenlace inevitable, se ponen cada vez más intransigentes ante la idea de que les sea mermado el menor de sus privilegios. ¡Desde este punto de vista, la época en que estamos viviendo pareciera rica en promesas! Porque si olvidamos, aunque sea por un instante, las pitufadas caritativas y las payasadas del pretendido “comercio justo”, mal se ve quién, de entre los señores de la guerra económica mundializada, se va a preocupar seriamente hoy de limitar los colosales beneficios de las grandes firmas multinacionales o de redistribuir menos desigualmente los fabulosos beneficios que almacenan. Y es curioso ver con qué encarnizamiento la nobleza rusa, bajo el reino de Alejandro III (1881-1894) e incluso bajo el de Nicolás II (1894-1917), intentó restablecer su situación material e insistir en aquello que sus ideólogos denunciaban, después de la abolición de la servidumbre, como una intolerable “fusión de castas”. Igualmente en la Francia del siglo XVIII, la capitación (del latín,caput - impuesto “por cabeza/persona”, impuesto establecido desde 1701 y que teóricamente gravaba a todos los franceses) fue muy pronto eludido por el clero y los nobles, que quedaron exentos. Como la talla (otro impuesto directo) que terminó por recaer únicamente sobre los plebeyos. Y en 1786, cuando la deuda agobiaba las finanzas reales, y Calonne, ministro de Luis XVI, intentó yugular la crisis haciendo el impuesto menos injusto, chocó, también él, con una verdadera revuelta nobiliaria, con una reacción aristócrata que anunciaba y dio impulso a la Revolución Francesa.

1905-1907 : el « estreno general »
¡En nuestros días hay quienes hablan de buen grado de una “modernización inacabada”, de una “transición perdida”, de una Rusia que habría estado en plena mutación desde principios del siglo XX y cuyo curso histórico habría sido revertido, o casi, por la revolución bolchevique! De un zar que hubiese bien querido, pero que, por falta de tiempo, no pudo; de las promesas de una ampliación del papel otorgado a una asamblea (la Duma) hasta entonces condenada a ser o bien el trasero, o bien… disuelta; la eclosión, desde finales del siglo XIX, de una burguesía que abarcaba desde los simples comerciantes a los nuevos “reyes del ferrocarril”, pasando por la intelligentsia urbana; el esbozo de un auténtico proletariado (más de 3 millones de obreros desde 1900); y, simplemente, el largo río tranquilo de la historia: todo eso, se afirma, habría bastado para hacer entrar a Rusia sin demasiados sobresaltos en una modernidad comparable a la de las otras naciones europeas del oeste. Hablando claro, que el poder comunista habría matado en el huevo las mejores intenciones que, como se sabe, sólo piden ser llevadas a cabo… Después de todo, nosotros estamos viviendo una época de contra-revolución, una época de Restauración, y este tipo de contra-verdades no debe apenas sorprendernos. Pero son difíciles de creer cuando leemos, por ejemplo, el Diario del príncipe Metchtcherski, confidente del zar Alejandro III: “Lo que más teme el pueblo es el vergajo”, escribía este gran liberal. “Donde hay látigo, reina el orden, recula el alcoholismo, el hijo respeta al padre y se nota gran prosperidad”. En cuanto a los fusilamientos y otras ejecuciones en masa practicadas corrientemente bajo el ministerio de Stolypin (1906-1911), no parece que eso sea típico de lo que comúnmente se entiende por “democracia”.

Un país esencialmente rural
En vísperas de la primera guerra mundial, la civilización urbana era aún un artículo de importación. Las reformas de Pedro el Grande (que reinó de 1682 a 1725) la habían impuesto; después se fue perfeccionando con una Rusia oficial europeizada, concentrada en Moscú y en Petersburgo que dominaban desde lejos un país masivamente rural. Tres cuartos de la población del Imperio ruso se dedicaban directamente a la agricultura. Tradicionalmente, la propiedad individual de la tierra no existía más que para los nobles y algunos comerciantes. El suelo cultivable pertenecía a las comunas campesinas (en Occidente se habla del mir [comunidad agrícola en la Rusia zarista], los rusos prefieren llamamrla obchtchina, “la comuna”). Cada familia poseía a perpetuidad su casa así como el recinto donde se levantaba el establo, el granero y un pequeño huerto; pero los campos y los prados eran comunales. Con tal de que proveyeran de recursos al ejército, que pagaran sus tasas y suministraran los servicios que se les requerían, los campesinos se administraban y se juzgaban entre ellos. Nuestra espalda, decía un viejo proverbio ruso, pertenece al señor, pero latierra es nuestra. Las comunas se repartían las parcelas arables entre las familias proporcionalmente a las necesidades y a la capacidad de trabajo de cada una de ellas. Las re-distribuían regularmente con el fin de mantener la igualdad constantemente amenazada por el aumento o la disminución del número de bocas a alimentar en cada hogar. Marx se interesó muy de cerca por este sistema tan peculiar. Para Herzem y, más tarde, para los populistas rusos del siglo XIX, había ahí incluso todas las posibilidades de un socialismo ruso original. Pero la penetración del capitalismo en el campo tuvo como primer efecto descomponer el mir igualitario y permitió a un pequeño grupo de campesinos más favorecidos, los kulaks, escapar a la pauperización de la mayoría. Por eso Lenin, como marxista, consideraba que, en un país como Rusia, a pesar de este predominio del elemento campesino, la alianza de los obreros y los campesinos debía hacerse bajo la dirección del proletariado. De un proletariado, por cierto, notablemente menos numeroso, pero más organizado y menos inerme frente al poder del dinero, el cual acababa de caer con todo su peso sobre un “mujik todavía medio siervo.

24 octubre - 2 noviembre 1917 : diez días que estremecieron el mundo
Diez años después del « ensayo general » de 1905-1907 (en 1905, intento de insurrección ahogada en sangre y metralla, en Moscú, en diciembre del mismo año, etc.), diez años después de esta primera revolución rusa que había surgido cuando el ejército imperial sufría derrota tras derrota en la guerra que el gobierno de Nicolás II había desencadenado contra los “macaos” japoneses (el mote se lo puso el mismo zar), – diez años más tarde solamente, la Revolución de octubre del 17 tuvo también como marco y como causa inmediata la guerra, la guerra – esta vez,mundial –, la guerra, ese incomparable “acelerador de la historia”, según la fórmula de Lenin.

Por dos veces el ejército ruso se lanzó prematuramente a la ofensiva para aliviar al ejército francés, primero en su retirada de Bélgica y después cuando la batalla del Marne. Aquello fue un doble desastre. La campaña de 1915 no fue menos desastrosa: después de la caída de Varsovia, los alemanes penetraron en la Rusia Blanca, así como en los países bálticos. Petrogrado mismo se veía amenazado. Bloqueada por el Báltico y por el Mar Negro, obligada a abastecerse por Vladivostok y Murmansk, Rusia estaba sometida a un verdadero bloqueo. A finales de 1916, el alza de precios alcanzaba, según los sectores, de un 300% a un 600%. Y los soldados “votaban con sus pies”: los últimos meses de la guerra, ¡un millón de ellos había desertado! Para mejor apoyar la idea de que había que firmar, fuera como fuera, una paz, aunque fuera humillante, con Alemania (Brest-Litovsk, 3 de marzo de 1918), para convencer, dicho de otra manera, de que, si se quería salvar la incipiente revolución, era vital perderprovisionalmente espacio con el fin de ganar tiempo, Lenin recalcará insistentemente esta fórmula-choque: la sangre ahoga a los soldados4. Había que terminar lo más rápido posible.

Entre tanto tuvieron lugar una serie de acontecimientos absolutamente extraordinarios. El régimen del zar se hundió cuando una manifestación de obreros (el 23 de febrero [8 de marzo], con ocasión de la jornada internacional de la mujer), y un paro masivo del trabajo en las fábricas Putilov, desembocaron en una huelga general, seguida por un 90% de los 400.000 obreros con que contaba Petrogrado. La tropa se negó a disparar contra la gente y acabó por amotinarse. Nicolás II tuvo que abdicar el 3 de marzo y dejar sitio a “un gobierno provisional”. Este gobierno (o mejor, esta sucesión de gobiernos), dominado primero por la figura del príncipe Lvov, después , a partir de julio de 1917, por la de Kerenski, se verá obligado, de hecho, a compartir el poder hasta su propia caída con una multitud de consejos (soviets), surgidos espontáneamente. Los bolcheviques no obtuvieron en ellos la mayoría de inmediato. La timidez de la política social puesta en marcha por el gobierno provisional, los llamamientos de Kerenski a una « ofensiva revolucionaria » contra… los Alemanes y el desmembramiento absolutamente ficticio de los grandes latifundios en beneficio de hombres de paja y otros testaferros, no tardaron en hacer inmensamente popular el eslogan de los bolcheviques que pedía: “¡Pan, Paz y Tierra!”. En el campo, los incendios, los pillajes y las apropiaciones de los grandes latifundios se multiplicaron: los campesinos se pusieron a cultivar, a sembrar, a segar con la aprobación de los comités agrarios locales. Después, el fracaso el 2 de septiembre del golpe de Kornilov, un general faccioso, aceleró las cosas. El 23 de octubre el gobierno intentó poner fin por la fuerza a la agitación bolchevique. El lugar de eso, lo que consiguió fue una insurrección que llevó a la toma del Palacio de Invierno (26 de octubre) y a los primeros decretos promulgados por el nuevo poder soviético: el decreto sobre la paz y el decreto sobre la tierra (“la gran propiedad fue inmediatamente abolida sin indemnización alguna…”).

Mientras que Stalin, al igual que los mencheviques, consideraba que la situación aún no estaba madura, la “posición leninista”, como escribió Slavoj Zizek, fue la “de lanzarse, de arrojarse sobre la paradoja de la situación, de aprovechar la oportunidad e intervenir, incluso si la situación era ‘prematura’”5. “Esperar para actuar, es la muerte”, “hay que solucionar a toda costa este asunto esta misma tarde o esta misma noche”: es lo que Lenin había dicho y repetido en la noche del 24 al 25 de octubre de 1917, cuando, desde el Instituto Smolny, lanzó la consigna de la insurrección contra un gobierno provisional que colgaba ya sobre el vacío6. A los que le reprochaban su “aventurerismo”, podría haberles contestado remitiéndoles a Marx: “Sería evidentemente muy cómodo hacer la historia si sólo se tuviera que emprender la lucha con la suerte infaliblemente a favor”7.

En cuanto a la idea de revolución, yo intenté formular, a partir de un examen sistemático de las Obras completas de V.I. Lenin, seis tesis fundamentales que, durante el último cuarto de siglo, muchas izquierdas ‘respetables’ apagaron con el matacandelas, incluso desautorizaron con virulencia o, sencillamente, censuraron:

1º/ La revolución es una guerra; y la política es, de manera general, comparable al arte militar.
2º/ Una revolución política es también y sobre todo una revolución social, un cambio en la situación de las clases en las que se divide una sociedad.
3º/ Una revolución está hecha de una serie de batallas; es al partido de vanguardia a quien le corresponde aportar en cada etapa una consigna adaptada a la situación objetiva; a él le toca reconocer el momento oportuno de la insurrección.
4º/ Los grandes problemas de la vida de los pueblos nunca son resueltos más que por la fuerza.
5º/ Los revolucionarios no deben renunciar a la lucha en favor de las reformas.
6º/ En la era de las masas, la política empieza allí donde se encuentran millones de hombres, incluso decenas de millones. Hay que señalar además, el desplazamiento tendencial de los focos de la revolución hacia los países dominados.

Defensa y consolidación de la Revolución
1917 : no se trata de un trono que trivialmente se desmorona; no es un régimen monárquico que va a ser remplazado por un régimen parlamentario; no son tales o cuales reformas las que se van a llevar a cabo. Para el pueblo ruso, como escribió Pierre Pascal, fue “una inmensa revuelta contra todas las iniquidades, las opresiones, las crueldades, las hipocresías, contra el gran escándalo de la guerra, una inmensa aspiración a la felicidad de todos los hombres. ¡Los poderosos serán arrancados de sus sedes y los pobres serán exaltados!”8 ¡Paz para todo el universo! ¡”Alegraos!”, escribía ya en abril de 1917 el poeta Sergey Esenin. “¡La tierra se prepara para un nuevo bautismo!”9.

El nuevo régimen se mantuvo gracias a la existencia de un partido comunista centralizado y disciplinado, integrado por 600.000 miembros. Era además, el único que podía evitar la desintegración de una Rusia amenazada – como otros viejos imperios multinacionales (el Austro-húngaro, Turquía) – de perder lo esencial de su cohesión. Por otra parte, la revolución había permitido al campesinado tomar posesión de la tierra. ¿Y las intervenciones exteriores (británica, americana, japonesa, polaca, etc.) y la contra-revolución blanca? Pudo hacerles resistencia victoriosamente, no sin la ayuda de la formidable ola revolucionaria que por entonces barría el planeta (en Berlín, en Hungría, pero también en México y, en menor grado, en Argentina, en Indonesia…). Fue suficientemente sólido para poder rechazar y finalmente aplastar, 25 años más tarde, la invasión de los ejércitos nazis - que cometieron espantosas masacres y causaron la muerte a 30 millones de ciudadanos soviéticos.

Alcance de la Revolución soviética
Este 90 aniversario lo confirma : vivimos en un periodo de doble impostura. La primera consiste en presentar el anticomunismo como un análisis de la URSS. “El problema del experto en cuestiones soviéticas”, Alain Besançon (antiguo comunista, “sovietólogo”, como tantos otros) planteaba: “no se trata principalmente, como sucede en otros dominios, de actualizar los conocimientos. La gran dificultad estriba en tener por verdadero lo que algunos tienen por inverosímil, en creer lo increíble” 10. La segunda de estas imposturas consiste, en expresión de Moshe Lewin, en “estalinizar” el conjunto del fenómeno, el cual, de principio a fin, no habría sido más que un inmenso gulag, uniforme y recomenzado11. Un paso más y se llega a asimilar comunismo y nazismo, empleando la muy grosera noción de “totalitarismo”, - lo que da como resultado, en las cabezas de chorlito norteamericanas, que el 40% de los jóvenes esté convencido, se dice, de que la segunda guerra mundial opuso a Estados Unidos contra… ¡la URSS! En nombre de esta noción manida, de este espantajo chapucero, un antiguo comunista me advirtió, todo serio, que había que desconfiar del Movimiento de los Sin Tierra… Criminalización del ideal comunista,autofobia de antiguos comunistas que no tienen inconveniente en creerse actores de una historia de la que lo menos que se puede sentir es...vergüenza: tales son entre otras, las consecuencias de la desaparición del campo socialista y de la arrogancia inaudita de los vencedores del momento. Esta farsa siniestra ha consistido en hacer colar por la misma trampa los más generosos sueños de decenas y decenas de millones de hombres y de mujeres a través del planeta, sueños que, durante decenios, han acompañado la existencia del ‘socialismo real’. En reducirlos al mismo nivel que las obscenas pasiones de aquellas multitudes que los fascistas nunca galvanizaron más que a base de llamadas al odio e incitaciones a carnicerías. Y en hacernos admitir que la vulgaridad neoliberal es un mal menor; que, en consecuencia, este debe ser nuestro único horizonte.

¿Quiere decirse que no pasó nada? ¿que no se cometió ningún crimen? ¿que Evguenia Guinzbourg no ha descrito en páginas punzantes la locura de una vida en régimen de concentración que no le hizo cambiar de ideal?12¿que el terror no pesó sobre el país, durante largos años al menos, como una aplastante chapa de plomo? De ninguna manera. Yo solamente pregunto si, a fuerza de pretender que es indecente dedicarse a hacer las cuentas del Gran Capitán en el orden del horror, se tiene fundamento para proferir acusaciones más desmedidas que cualquier cifra asignable. Y a banalizar por ello los montones de dientes de oro almacenados en los campos de exterminio nazis, las cabezas reducidas de prisioneros utilizadas de pisapapeles por los señores de las SS, las pantallas de piel humana, las experiencias diabólicas de médicos venidos del infierno, etc. Yo exijo, antes de entregarme sin más como muchos a la autoflagelación de los vencidos, exigimos quienes del comunismo hemos conocido sobre todo la rectitud, las luminosas esperanzas y el heroísmo que caracterizaba a nuestros mayores, que se nos diga algo más precisamente de qué nos están hablando, cuál fue la escala de los crímenes en cuestión. Porque cuando yo tenía 15 años, en 1968, es decir 45 años después de los hechos, los historiadores hablaban de 3 o 4 millones de muertos en las dos grandes oleadas de represión de los años 30 (en los años 1930-33 y 1935-38), mientras que las cifras más demenciales (¡100, incluso 140 millones de víctimas!) empezaron a circular a partir de 1975.

Un mundo sin Unión Soviética
En el plano internacional, los Estados socialistas, tal como escribe A.Badiou, provocaron el suficiente miedo a los Estados imperialistas como “para obligarles, tanto fuera como dentro, a cautelas que tanto añoramos hoy”13. Evidencia cada día más palmaria: la sola existencia de ese campo de enfrente, de eso que un presidente norteamericano no tuvo empacho en llamar ”Imperio del mal”, impidió durante más de 70 años al “mundo libre” revelar tan abiertamente como lo hace hoy sus verdaderas normas: guerras, miseria, paro masivo, prostitución, tráfico de droga y armamento, empobrecimiento absoluto y lobotomización generalizada de las grandes masas, etc. El dominio absoluto del capitalismo viene acarreando grandes sufrimientos a centenares de millones de personas, tanto en el interior como en el exterior de los países ex socialistas. ¡Cuán lejos nos parecen ya aquellas increíbles declaraciones de los años 1991-1992, según las cuales la desaparición de la Unión soviética constituía una oportunidad para los revolucionarios del mundo entero! Una hipoteca menos para los “puros”, para aquellas almas nobles que, después de todo, habían deseado la revolución pero… sin hacer daño ni ofender a nadie, el progreso social pero sin esa Unión soviética, siempre demasiado “blanda” o demasiado “dura” a sus ojos altaneros, - para todos aquellos que clamaban y aún claman hoy por una revolución… sin revolución.

De hecho, al contrario de lo que se piensa, la URSS, en 1991, por muy “estancada” o jadeante que estuviera, ¡no “cayó sola”! El principio de la ‘guerra fría’ y su desplome final, después del intermedio de la tregua de la ‘distensión’ de los años 72-80, ¿acaso no habían estado señalados por dos advertencias militares de lo más explícito?. Fueron amenazas no sólo de guerra, sino de guerra total o de aniquilamiento: la destrucción de Hiroshima y Nagasaki decidida por Harry Truman y el programa de ‘guerra de las estrellas’ lanzado por Ronald Reagan14. ¿Nadie, o casi nadie, de aquellos que han descrito el fin de la URSS como una simple “desintegración”, como un simple breakdown, como una avería mecánica, se habrá dado cuenta de que uno de los objetivos explícitos de la Iniciativa de Defensa Estratégica (IDS), lanzada en 1983 por el equipo de Reagan, era “poner de rodillas a la potencia soviética”, quebrantarla para después arruinarla por medio de un relanzamiento desenfrenado de la carrera armamentística?. Por eso nos parece absolutamente evidente el carácter mistificador de categorías que pretenden definir como un proceso puramente espontáneo e interno una crisis que no se puede separar de la formidable presión ejercida por el campo contrario. Y la categoría de ‘implosión’ o de ‘colapso’, así como todos sus sucedáneos enumerados más arriba, podría por tanto participar perfectamente de una mitología apologética del capitalismo y del imperialismo. 
Como escribe Losurdo, ya no sirve más que para “coronar a los vencedores”15

Concluyamos. Nada hemos dicho hasta ahora, tal vez se habrá notado, de una población cada vez más empobrecida, humillada, forzada a recurrir al sistema B para sobrevivir. Ni del descenso de la esperanza de vida en Rusia. Ni del hecho de que la pequeña pantalla haya llegado a ser ocio predominante, en ese país que cubría, hasta en los más apartados pueblos, una vasta red de teatros y cines, asociaciones artísticas y deportivas, conjuntos musicales y bibliotecas.

La explotación del hombre por el hombre, el paro, el pillaje capitalista de las enormes riquezas de la Unión soviética (nada se supo de todo esto durante siete decenios) son los signos más tangibles de la situación que siguió a la contra-revolución y hundimiento de la URSS. Nada hemos dicho de esa innegable nostalgia (ost-algia, dicen los alemanes refiriéndose a la Alemania del Este) que sienten muchos de entre los menos jóvenes por los tiempos pasados. El derecho a un trabajo fijo, la jornada de siete horas, incluso de seis horas (instaurada en 1956), así como la semana de cinco días, el derecho a la gratuidad de la enseñanza, a los cuidados sanitarios y a la ayuda social, a alquileres de bajo costo; la jubilación fijada a los 55 años para las mujeres y 60 para los hombres: todo esto a cuenta de la revolución de Octubre. El régimen que salió de Octubre 1917 puso además los fundamentos de la abolición de la discriminación y de la opresión de las mujeres. Las alivió de numerosas responsabilidades familiares creando un sistema gratuito de servicios sociales gestionados por el Estado. Desde el primer momento de su creación, intentó hacer recular prejuicios, algunos milenarios. El poder soviético supo gestionar su inmenso territorio practicando una especie de “internacionalismo interno” como nunca lo hiciera ninguna otra potencia con sus colonias, levantar un sistema industrial por medio de los primeros planes quinquenales de antes de la guerra y, llegado el caso, reformarse. Son otros tantos factores que testimonian avances muy espectaculares en relación con la antigua Rusia.

Es tanto como decir que la cuestión del balance del periodo histórico iniciado con la revolución soviética y con la llegada de Lenin al poder sigue estando manifiestamente abierta. Es tanto como decir que una rehabilitación más que parcial de Octubre de 1917 y del “socialismo real” volverá dentro de poco con la renovación de las luchas y la restauración de la esperanza.

Notas:

1 Parafraseando al término nostalgia, “ost-algia”, dicen los alemanes refiriéndose a la Alemania del Este.
2 E. J. Hobsbawm, L’Âge des extrêmes. Le Court XXe siècle, 1914-1991, ???, Éditions Complexe / Le Monde diplomatique, p. 109.
3 Tomo esta expresión de un libro, muy antiguo ya, de B. Mouravieff : La Monarchie russe,Paris, Payot, 1962, p. 186.
4 V. I. Lenin, Informe a la sesión del Comité ejecutivo central de Rusia del 23de febrero de 1918.
5 S. Zizek, Vous avez dit totalitarisme ?, Paris, Éditions Amsterdam, 2005 ; rééd. 2007 : p. 120.
6 V. I. Lenin, « Carta a los miembros del Comité central « , octubre (6 de nov.) de 1917.
7 Cf. V. I. Lenin, Prólogo a la traducción l ruso de las cartas de K. Marx a L. Kugelmann[1907], igualmente la carta de Marx a Kugelmann fechada el 17 abril de 1871
8 P. Pascal, Civilisation paysanne en Russie, Lausanne, L’Âge d’homme, 1969, p. 121.
9 S. EsseninLlamamiento cantando :

Радуйтесь !
Земля предстала
Новой купели !

10 A. Besançon, Court traité de soviétologie à l’usage des autorités civiles, militaires et religieuses (Préface de R. Aron), Paris, Hachette, 1976, p. 19.
11 Cf. M. Lewin, « Dix ans après la fin du communisme. La Russie face à son passé soviétique », in Le Monde diplomatique, décembre 2001.
12 Cf. GINZBURG, E.S., El vértigo, Barcelona. Galaxia Gutenberg, 2005 y El Cielo de Siberia, Barcelona, Argos Vergara, 1980
13 BADIOU (A.), De quoi Sarkozy est-il le nom ?, Paris, Lignes, 2007, p. 125.
14 Cf. LOSURDO (D.), Fuir l’histoire ?, Paris, Le Temps des cerises, 2000 ; rééd. Paris, Delga, 2007 : p. 31.
15 Ibid., p. 32.