7 de julio de 2021

CRISTINO GARCÍA GRANDA FUSILADO POR EL FRANQUISMO, EJEMPO DE MILITANCIA COMUNISTA Y ANTIFASCISTA.

Por Estéban Zúñiga. 


4 de julio de 1946.

“Es falso lo que dice el abogado, que nosotros somos gente engañada. Somos patriotas antifranquistas convencidos, que no hemos abandonado la lucha contra los verdugos que oprimen a nuestro pueblo. He sido herido cinco veces en la lucha contra los nazis y sus lacayos falangistas. Sé bien lo que me espera, pero declaro con orgullo que cien vidas que tuviera las pondría al servicio de la causa de mi pueblo y de mi patria.
 
(…) El fiscal nos llama bandoleros. No lo somos. Bandoleros son quienes nos acusan, quienes martirizan y matan de hambre al pueblo. Nosotros somos la vanguardia de la lucha el pueblo por la libertad. Este juicio es una farsa en la que se nos acusa de delitos que no hemos cometido. Pero tenéis prisa por deshaceros de nosotros. No queréis que el mundo vea nuestros cuerpos martirizados. Queréis ensuciar con este juicio el glorioso movimiento guerrillero. 
 
(…) Franco no ha sido capaz de vencernos definitivamente (…). Aunque perdamos la vida en esta empresa, Franco no podrá jamás cantar victoria (…). Tenéis prisa por deshaceros de nosotros. No queréis que el mundo vea nuestros cuerpos martirizados. Queréis ensuciar con este juicio al glorioso movimiento guerrillero. Podréis matarnos, porque para eso habéis asaltado el poder. Ese es vuestro oficio". 
 
(Palabras de efectuadas, el 22 de enero de 1946, por Cristino García Granda durante su Consejo de Guerra).
 
Así, como un patriota antifascista, se definiría el propio Cristino García Granda de 32 años, y que sería fusilado en Madrid el 21 de febrero de 1946. 
 
Un guerrillero comunista que desde los 16 años viviría comprometido con la lucha antifascista, y que sería consecuente con su compromiso hasta las últimas consecuencias. Un hombre de acción, que en situaciones extremas y hartos difíciles lucharía por la República, por España, por el Partido,…, además por la libertad en Francia y contra el nazismo durante la II Guerra Mundial; y que siguiendo las órdenes de su partido, el Partido Comunista de España (PCE), dejaría cierta comodidad en la Francia que él había ayudado activamente a alcanzar la libertad y la democracia, elegiría el duro camino, formando parte de los maquis que lucharían contra el régimen dictatorial franquista, de seguir luchando por la libertad en el interior de España.
 
Con fecha del 16 de febrero de 1946 y desde la prisión de Caranbanchel, seis días antes de su fusilamiento, escribiría una emotiva y vibrante carta donde narraría tanto el vil trato recibido por los esbirros fascistas y franquistas que lo habían torturado tanto a él como a los demás militantes comunistas detenidos junto a él, como su compromiso con las ideas comunistas, el antifascismo y la democracia.
 
“Queridos camaradas: 
 
Os extrañará no haberos enviado noticias de mi situación. Es porque no sabía si el conducto era seguro y temía que mis notas fueran a manos de la policía.
 
¿Queréis que os diga del mal trato en Gobernación? 
 
Desde que caí me lo esperaba todo y estaba dispuesto a aguantar todo lo que viniera. Sólo hubo un día de buen trato: el que caí. Desde cigarrillos rubios hasta palabras dulces, ofrecimientos de facilitarme la fuga, propuesta de que me pusiera a su servicio. Mi respuesta ya os podéis suponer cuál fue. A partir de aquí empezaron las “sesiones”. 
 
Al tercer día me sangraban los oídos y tenía los testículos como puños. Los vergajazos ya no quedaba una pulgada del cuerpo adonde no hubiera llegado. Después de cada “sesión”, me bajaban arrastrando cuatro esbirros. Cuando me desmayaba me echaban un cubo de agua, y otra vez a zumbar. Así estuvieron doce días, sin parar. Me dejaron reponer otros tres, y a empezar de nuevo una semana seguida.
 
Me he convencido que tengo la piel muy dura y que quien se lo propone, quien en estos momentos piensa en lo que es, y más si es comunista, no había aunque le hagan picadillo. Creo que no hice más que comportarme como debía. No os digo esto para vanagloriarme. Lo hago sólo porque sé el fin que me espera, y quiero que esta carta, si por desgracia es la última, sirva no sólo como esclarecimiento de lo ocurrido, sino también para que pongáis al desnudo ante el mundo los métodos de estas bestias y cual ha de ser el comportamiento de los antifascistas cuando tienen la desgracia de caer.
 
Como os digo, mi situación y la de los demás camaradas es de pocas esperanzas. Quieren envolvernos en un proceso común, y nos hemos negado a aceptarlo. Yo comprendo que matarnos por actividades políticas resultaría difícil ante la situación internacional, y por eso nos achacan atracos y otras cosas. 
 
Me olvidaba deciros que a los tres primeros “interrogatorios” asistió un “boche”, que me dijo que tenía buenos “recuerdos” míos y de Medina en Francia. El tercer día se despidió de mí cuando sangraba por todas partes, echándome una bocanada de humo en los ojos y diciéndome: “Ya era hora de que te cazáramos”.
 
Perdonad si esta carta va un poco revuelta, pues la hago a intervalos y con vigilancia permanente. Me tienen enjaulado como a un mono; sólo faltan los niños echándome cacahuetes. Por eso quiero aprovecharla para dirigirme, quizá por última vez, a mi pueblo y a mi querido Partido. 
 
Mi ánimo, camaradas, es tan firme como lo fue siempre el mismo. Cuando pasé la frontera para incorporarme a mi puesto de combate contra esta patulea de fascistas, sabía que no eran rosas lo que me esperaba. Pero estoy orgulloso de haberla hecho. Para mí, más que una tara de sacrificio, era un honor que se me concedía al venir a luchar por mi pueblo y por mi patria. Recuerdo la rabia que me daba cuando en Francia veía que otros camaradas salían para el país antes que yo. Aquí estaba y está nuestro pueblo. Si en la lucha caemos alguno, ¡qué importa! Otros proseguirán nuestra obra, pero no podéis imaginaros la satisfacción que tengo que haberme comportado como era mi obligación. 
 
Y así me portaré hasta el último momento. Ya sé que la canallesca Falange intentará echar basura sobre nosotros, acusándonos de robos y otras cosas. En el juicio presentaron a un tipo que en mi vida he visto delante, que me acusaba de ser su jefe; dijo que me había conocido en Madrid, dos meses antes de salir yo de Francia. Por este estilo son las demás acusaciones. 
 
La realidad es que me han condenado y a matarnos van, porque los “boches” alemanes no me perdonan los malos ratos que les hicimos pasar. Quieren matarme porque soy antifascista, fiel hasta la muerte a la causa antifascista y al Partido.
 
Antes de terminar quisiera daros algunos consejos, que, dentro de mi modestia, creo que serán útiles. Estamos en situación en que posiblemente dentro de pocos meses nuestra patria será liberada. Mi experiencia me ha demostrado que no hay cosa que más vuelva locos a estos perros que la lucha guerrillera. Hay que prestar mucha atención a su crecimiento. Creo que hay que poner mucho cuidado en la selección de los mandos; que sean hombres capaces y que, si algún día caen, que no se dejen envolver por los trucos y martingalas del enemigo. 
 
Otra experiencia que he sacado es que hay que imponer inflexiblemente la norma, de que no es preciso conocer más de lo que interese. Hay que educar a los camaradas en el coraje ante el enemigo, en la seguridad de que tienen más posibilidades de salvarse el que no suelte palabra que el que hable. Y por encima de todo, haya o no haya posibilidad de salvarse, lo que debe imperar es nuestra conciencia de comunistas.
 
Tengo tantas cosas en la cabeza, que creo que estaría escribiéndoos una semana seguida, pero comprendo que tenéis cosas más importantes y no quiero entreteneos. Quiero pediros un favor, y es que hagáis llegar esta carta a nuestro grandioso Buró, pues de ella se enterarán también mis antiguos compañeros de lucha francesa. Soy poca cosa, pero sé que en cuatro años que peleamos juntos para liberar a Francia de los invasores alemanes, establecimos unos lazos que ni la muerte podrá romper. 
 
Si orgulloso me siento ser hijo de España, no es menos el que siento de haber aportado mi esfuerzo a la liberación de Francia. Ellos ya son libres, pero a dos pasos tienen el enemigo, a los nazis y falangistas, que saquearon y asesinaron miles de franceses. Decidles que no descansen hasta barrer a estas bestias falangistas. Por último, dedico mi despedida a vosotros y al Buró. A vosotros, camaradas de la Delegación, os pido que no escatiméis sacrificios para que nuestro querido Partido sea lo que siempre fue: el Partido de la vanguardia antifranquista.
 
Aún es muy largo el camino que tenemos que recorrer hasta ver a nuestra patria libre de los fascistas, pero ya queda poco. Cuando se ve cómo tiemblan ante lo que les espera, tenemos que dar mucho más, la vida y mil vidas que tuviéramos, pues todo hay que darlo por bien empleado por la libertad y el triunfo del pueblo y de la democracia. Transmitirle mi saludo a los guerrilleros, mis compañeros y hermanos, y estoy seguro de que pase lo que pase seguirán peleando como hemos jurado hacerlo. Decidle a la dirección del Partido que la promesa que le hicimos de ser fieles hasta la muerte al Partido, la hemos cumplido; que no olvidamos sus enseñanzas y consejos, y que si tenemos que morir, nuestros verdugos sabrán como mueren los comunistas, lo mismo que supieron cómo luchaban.
 
A la camarada Dolores, nuestro guía, nuestra maestra y ejemplo de luchadores, sólo dos palabras: un grupo de comunistas está casi en capilla, y cuando recibas está seguramente ya no existiremos. Sin embargo, queremos decirte que nadie ha podido arrancar una queja de nuestros labios ni nadie pudo impunemente echar basura sobre el nombre del glorioso Partido que diriges.
 
Nuestra preocupación, desde que caímos en las garras de esta Gestapo española, fue poner bien alto el nombre del Partido, y de nada valió todas sus martingalas, porque, cuando alguien intentó insultar al Partido, hubieras visto a tus discípulos los comunistas, saltar como fieras en su defensa.
 
Hemos caído, mala suerte. Pero sabemos que quedan muchos miles de españoles, comunistas y no comunistas, que la terminarán. Tu nombre, que es admirado y querido por millones de españoles, es nuestra bandera. Y todo lo damos por bien empleado, porque el orgullo de haber vivido honradamente y debe haber sido dignos del título de comunistas vale más que la propia vida. No me importa lo que de mí digan los fascistas, pues lo que importa es lo que diga mi pueblo, al cual me debo y nos debemos todos.
 
Por él, por su libertad he luchado, lucharé hasta el último momento. Y cuando este momento llegue, estad seguros, camaradas, que un modesto militante del glorioso Partido Comunista sabrá morir como mueren los comunistas.
 
¡Viva el antifascismo español! 
 
¡Viva el héroe de la resistencia, nuestro gran Partido Comunista! 
 
¡Viva la más grande y valiente de las mujeres, nuestro jefe “Pasionaria!!
 
Cristino García.
 
En la prisión de Carabanchel, 15 de febrero de 1946.”

 
Aproximadamente cuatro meses y medio después de su fusilamiento, en el órgano oficial del PCE, “Mundo Obrero”, aparecería un artículo titulado “LA CARTA DE CRISTINO GARCÍA”, en la que se glosaría la figura de este guerrillero antifranquista y militante comunista, además de servirse del contenido y las ideas expuestas en la carta de Cristino García Granda, del 15 de febrero de 1946, enviada a sus camaradas comunistas y a la dirección del Partido Comunista de España (PCE), a la que caracterizaría como:
 
“… una acabada muestra de cuál es la abnegación y la firmeza de los comunistas, de su total entrega al Partido y al pueblo”:
 
“MUNDO OBRERO”.
Órgano del Partido Comunista de España. Semanario, nº 21, 4 de julio de 1946. París. Páginas 1 y 2.
 
LA CARTA DE CRISTINO GARCÍA.
 
“Antaño, la historia de nuestro país era escrita -y adulterada, claro está- por encumbrados personajes de las clases dominantes. En nuestro tiempo la escriben los hombres como Cristino García. Porque eso es en definitiva la carta que Cristino escribió en su última hora -en la hora transcendental de la vida y de la muerte- a su querido Partido y a su pueblo: un documento que hace historia, un documento de la lucha de España, unas de las más fuertes expresiones de esa pelea de millones de españoles por la libertad.
 
La carta de Cristino es, como la de Ramón Vía, un acta de acusación contra el franquismo. 
 
Veinte días con sus noches de incesantes torturas en el viejo caserón de la Puerta del Sol, el Belsen de España; eso y mucho más fue el martirio de Cristino. En su carta nos lo relata a nosotros y al mundo. 
 
La carta de Cristino es una denuncia irrefutable de la criminalidad franquista, de los métodos hitlerianos de Franco. Bastaría esta denuncia sola -y obra entre millares y millares de la misma naturaleza- para condenar como fascista a un régimen.
 
Da nuevas pruebas también de que la España franquista es un campamento nazi. Boches asistían a la tortura de Cristino y boches se ensañaban con él y con Medina, con Castro, y con todos los compañeros, por haber luchado contra el nazismo en Francia y en España.
 
Mas la carta de Cristino es, ante todo, una acabada muestra de cuál es la abnegación y la firmeza de los comunistas, de su total entrega al Partido y al pueblo. Es una prueba cumplida del temple de acero de que están hechos.
 
La liberación del pueblo, su bien y su felicidad: ésa es la preocupación de Cristino hasta el último instante. Combatir por la libertad de su pueblo era el objeto de su vida. Él lo dice: “Para mí, más que una tarea de sacrificio, era un honor que se me concedía al venir a luchar por mi pueblo y por mi patria”. “No me importa lo que de mí digan los fascistas, pues lo que importa es lo que diga mi pueblo, al cual me debo y nos debemos todos”.
 
Su temple se revela no sólo en la lucha, sino ante las torturas. Cubierto de heridas, bañado en sangre, Cristino calló. “Quien en estos momentos piensa en lo que es, y más si es comunista, no habla aunque lo hagan picadillo”.
 
Cristino es un héroe popular y, por lo tanto, profundo y sencillo. Por ello añade enseguida, con mesura y llaneza de hombre de bien: “Creo que no hice más que comportarme como debía… Y así me portaré hasta el último momento”.
 
Un perro de presa de Falange, un inspector de Gobernación, se vio obligado a reconocer el tesón de los comunistas en el silencio bajo el silbido de los látigos.
 
Los hombres como Cristino han enseñado a los esbirros de Franco que los comunistas no hablan.
 
¿De dónde viene esa fortaleza de los hombres como Cristino? 
 
De la fe en su Partido y en su pueblo, de sus convicciones comunistas, de la conciencia de que lucha por una causa justa y de que el porvenir le pertenece al pueblo.
 
Nace de esa fuerza suya de su fusión entrañable con el Partido que les han forjado. “Decidle a la dirección del Partido -pide Cristino en la hora última- que la promesa que le hicimos de ser fieles al Partido hasta la muerte la hemos cumplido.”
 
Nace esa fuerza de su amor a la libertad y a la causa de la clase obrera y del pueblo. Mucha claridad vierte sobre ello este párrafo de la carta: “Tenemos que dar mucho más: la vida y mil vidas que tuviéramos, pues todo hay que darlo por bien empleado por la libertad y el triunfo de la democracia”.
 
¡Qué entrañable y profundo amor el amor de Cristino hacia el Partido! Toda la carta está impregnada de este sentimiento. Pero donde el cariño al Partido brilla con fulgor más puro y se expresa con acento más conmovido es en los párrafos dirigidos a Dolores: “Tu nombre, que es admirado y querido por millones de españoles, es nuestra bandera”.  
 
Ser dignos del Partido, seguir sus enseñanzas y ejemplos: ése es el norte de Cristino y sus compañeros, de todos los comunistas, en la lucha y en la adversidad. “Nuestra mayor preocupación desde caímos en las garras de esta Gestapo española -dice Cristino- fue poner bien alto el nombre del Partido.” Defenderle en todas partes, hasta en las mazmorras, de Franco, hasta con los pies y las manos entre cadenas. Eso hizo Cristino y eso hicieron sus compañeros. Y Cristino se lo cuenta a Dolores diciéndole: “… cuando alguien intentó insultar al Partido, hubieras visto a tus discípulos, los comunistas saltar como fieras en su defensa”.
 
Estos son los hombres del Partido Comunista: hijos selectos de la clase obrera y del pueblo, antifascistas insobornables, luchadores sin flaqueza. Y españoles de pro. 
 
En estas palabras de Cristino, casi antes de las postreras de Girón, Diéguez, Larrañaga y tantos otros, aparecen visibles y vigorosas las virtudes de valor, lealtad y honradez tradicionalmente características en nuestro pueblo. En ese cenagal de sangre y barro en que Falange ha sumido a España, los hombres como Cristino, es decir, el pueblo, conservan vivas esas virtudes del alma popular española y mantienen en alto el honor de la patria.
 
Cristino ha muerto. El ha dicho por qué: “Quieren matarme porque soy antifascista, fiel hasta la muerte a la causa antifascista y al Partido”. Cayó en el camino; pero nos ha dejado su ejemplo y esa carta suya, que es un clarín de lucha. En ella se llama a todo nuestro pueblo, y a los comunistas en primer lugar, a redoblar el esfuerzo y la tensión por liberar a España. 
 
Cristino conservó hasta el último instante la fe de que lo conseguiremos pronto. “Ya queda poco”, decía resumiendo su enorme esperanza.
 
Toda la carta de Cristino revela que era un hombre que conocía profundamente a su Partido y a su pueblo. Por eso decía con seguridad magnífica: “Si en la lucha caemos algunos, ¡qué importa! Otros proseguirán nuestra obra”.
 
Así es. La seguiremos con ardor más encendido, nosotros sus compañeros y hermanos y los antifascistas y el pueblo todo. Para salvar España y para que nuestro Partido y el pueblo puedan dar pronto a la carta de Cristino está respuesta de una sola palabra: Victoria.”
 
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