21 de febrero de 2020

Siempre fuimos adultos, fin de la vida pacífica

Publicado en ¡Leninismo, nuestra bandera!, traducción N. G.


De los recuerdos de María Zosimovna.

En junio de 1941, me gradué de la escuela secundaria y fui a Gomel a comprar mi traje para el baile de graduación. En Gomel, la guerra me atrapó. Viajé a la ciudad en tren, y tuve que regresar a pie, bajo el bombardeo. Los refugiados caminaban por los arroyos: ancianos, mujeres, niños, y yo junto a ellos. Cerca del pueblo de Milcha, un "Messerschmitt" voló sobre nosotros. La muchedumbre se apresuró a dispersarse por un campo enorme, y en un vuelo rasante derramó plomo sobre nosotros.

Me caí, y desde entonces me metí de lleno en esta acelerada situación, el susto, por supuesto, fue salvaje. Pero aun así, volví la cabeza, y cuando el avión, volteando, comenzó a bajar nuevamente, vi en la cara del piloto alemán una sonrisa, disparaba a las personas mientras corrían.

Tuve suerte. Seguí con vida, y cuando me levanté, vi una imagen terrible: madres llevando a sus niños muertos en brazos, niños pequeños que rasgaban los senos de sus madres asesinadas, como un grito de desesperación. La vida pacífica terminó, e inmediatamente me convertí en una adulta. Juré que, como pudiera, lucharía contra ese enemigo.

Esto no quiere decir que la guerra fuera inesperada para mí. Mi padre, soldado experimentado que pasó por tres guerras así lo intuía. Cuando se firmó el pacto de no agresión con Alemania, dijo: "¡Mentiras, habrá guerra!" Y así sucedió.

Lo único que no pensamos fue que estaríamos tan pronto, porque cantabamos: "¡No queremos una pulgada de la tierra de otros pueblos, pero no renunciaremos a nuestro suelo!"

Por supuesto, no me llevaron al frente: solo tenía 16 años. Pero cuando regresé a la aldea de Rechitsa, descubrí que se estaba creando un destacamento de milicias, bajo el mando de Makar Fedorovich Turchinsky. Se convirtió en uno de los primeros organizadores del movimiento de resistencia en la región de Gomel. Inmediatamente me inscribí en este destacamento, y mi cometido era atender el teléfono del Soviet de la aldea. El destacamento participó en las batallas contra los alemanes que avanzaban, y cuando ocuparon la región de Gomel, el destacamento se unió a las unidades del Ejército Rojo, pero nosotros permanecimos, bajo la ocupación.

NOSOTROS, RECIBIMOS LAS NOTICIAS GRACIAS A BORÍS
 

Al principio, estaba perdida, no sabíamos qué podíamos hacer, aunque había mucha determinación para luchar contra el enemigo, pues ya, era miembro de Komsomol.

Descubrí, más tarde, que mi primo Borís escondió un receptor soviético en la aldea. Comenzamos a escuchar los informes del Buró de Información Soviético, y gracias a él, teníamos al tanto de los frentes a la población. Al mismo tiempo, varias fuentes nos comentaban, lo que habían escuchado a los prisioneros, etc. Y todos estos mensajes, lacónicos, impregnaron al pueblo para que literalmente sus hombros se enderezasen. De hecho, en los primeros días de la guerra, cuando vimos el poder de la máquina militar alemana, muchos dudaron que pudiera ser derrotada. Además, vimos cómo se retiró nuestro ejército.

Ayudamos a retirarse a nuestras fuerzas: las mujeres los acogieron, alimentaron y vendaron sus heridas. Por cierto, nuestras mujeres soportaron de todo. La mujer rusa es más fuerte que todas las mujeres del mundo. Lo sentí yo misma, cuando estaba en la guerra, en el destacamento clandestino. A pesar de las medidas punitivas, con la prohibición nazi más severa de ayudar a los partisanos, las campesinas nos apoyaban lo mejor que pudieron. Sin este apoyo, el movimiento guerrillero simplemente no podía existir.

Pero eso fue más tarde. Ahora Borís y yo continuamos escuchando los informes y contándolo al poblado, cómo luchaba el Ejército Rojo. Ni siquiera sospechábamos que estábamos involucrados en actividades clandestinas, nosotros, los resistentes, éramos enemigos ardientes del régimen de ocupación. Pero nos delataron, y lo peor que fue la madrastra de Borís.

Cuando quedó claro que había un grupo, que distribuía informes de los frentes, los alemanes comenzaron a buscar a quienes lo hacían. Y la madrastra de Borís, suponiendo que estaba involucrado en ello, buscaba su rastro. Así pues, llevamos la radio a una granja abandonada donde vivía Borís, y allí, en el sótano, escuchabamos Moscú.

Y la madrastra perfidamente. mirando la recompensa material que los alemanes prometían para la captura de los partisanos, fue a la policía para informarles de su hijastro. Creo que los alemanes incluso sospechaban ya antes, especialmente de mí, porque siempre fui activista, y antes de la guerra, me convertí en miembro del Komsomol, trabajando como responsable de pioneros en la escuela. Pero no tenían hechos concretos, y ahora les llegaba de regalo una denuncia.

Pero tuvimos suerte. Cuando la madrastra llegó al puesto de policía, informándoles que ella sabía quién distribuía los informes y dónde estábamos ubicados, resultó que todos los agentes de policía se habían marchado a Vasilevich, y solo un oficial de servicio permanecía en el puesto.

Un buen amigo mío, a quien, irónicamente, la madrastra le preguntó dónde estaba el puesto de policía alemana, se dio cuenta inmediatamente que estábamos en gran peligro. Pudo advertirnos a tiempo. Borís y yo nos apresuramos a ocultar todo: el receptor, granadas, y un rifle. Pero no pudimos evitar el arresto, por lo que terminamos en prisión, en Vasilevich.

Borís fue golpeado en el primer interrogatorio. Literalmente lo desangraron, no tenía lugar donde apoyarse. Ni siquiera podía descansar sobre sus pies. En la celda, Borís me dijo: “Manechka, este es el final. ¡Espera y prepárate para cualquier cosa!" No me golpearon, pero inmediatamente me llevaron a ver la horca y me dijeron que allí había un lugar para mí. Querían que dijera quién nos estaba guiando. No se les ocurrió que dos adolescentes pudieran actuar de manera independiente en tal situación. Callábamos, y decidieron acabar con nosotros como castigo, la ejecución fue designada para el 9 de mayo de 1942. Pero luego todo sucedió como en una película.

Por la noche, escuchamos un sonido de un candado que se rompía, se abrió la puerta de la celda y se escuchó un susurro: "¡Camaradas, salgan!" No entendimos de inmediato lo que sucedía. Pensamos que los policías venían a por nosotros. Pero luego resultó que eran los nuestros. Más tarde nos dijeron que habíamos sido liberados por el grupo clandestino del Komsomol de Roslikov, que antes de la guerra trabajaba en la serrería del río, y vivía en nuestro apartamento. Actuaban en la clandestinidad, y cuando descubrió que nos iban a colgar, organizó la acción en la prisión.

Era imposible volver a casa, entendimos que nos estaban buscando. La tía Arina, que vivía en el pueblo de Gogali, albergó y rescató a Borís, escondiéndonos, y luego mi vecino Timofei Bibik, padre de mi amigo, nos ayudó a ir con los guerrilleros.

Borís se unió también con los partisanos. Pero lo primero que hizo, cuando fortaleció su organismo, es ir a donde estaba su madrastra, pues se escondía con sus familiares. Borís la encontró y la golpeó hasta la muerte. Sin embargo, la tortura en prisión debilitó su salud, ya que no vivió mucho y murió poco después de la guerra.

¡NO ENTREGARSE AL ENEMIGO!
 

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Había muchas chicas en el destacamento clandestino, y cada una hizo su trabajo: algunas en la cocina, otras en la unidad médica, y hasta en labores de inteligencia. Luché en el pelotón de Makar Onipko, quien más tarde se convirtió en el comandante de la brigada partisana, y mi mejor amigo fue Volodia Isayenko, apodado Raven.

Recibí mi primer bautismo de fuego en una dura batalla cuando los alemanes atacaron nuestro campamento en los pantanos cerca del pueblo de Lesnoye. Se apoderaron de un niñó de enlace y el pequeño no pudo soportar la tortura. Tontamente se jactó que él pertenecía como explorador de los guerrilleros, aunque su pdre servía a la policía. Y después de saber dónde se encontraba la base del destacamento, las fuerzas punitivas querían rodearnos en silencio. En ese momento fui a recoger arándanos rojos y los percibí. Inmediatamente corrimos al campamento, levantamos la alarma y adoptamos la defensa, en semicírculo. A la derecha, a la izquierda y al frente nos cercaban los alemanes, y en la parte posterior había un pantano. Y nuestra sección de ametralladoras estaba en la cima de este semicírculo. No pudimos librar una larga batalla. No había defensa posible. Y no se sabe cómo hubiese terminado si no fuera por el comisario político herido. Los alemanes comenzaron a apretar la mitad del círculo de cerco y avanzar a lo largo del borde del pantano hasta el centro del campamento, donde permanecieron disparando 8 guerrilleros: seis hombres y dos muchachas. Todos los demás fuimos abandonando el cerco por el pantano. Nuestro comandante de pelotón Kostia ordenó prepararse para una defensa circular, puso su arma en el suelo y dijo: “Luchad hasta el final. ¡Quién sobreviva, acabará con los heridos y no se rendirá!" Y luego el oficial político herido, que estaba cerca, con voz débil pero firme, ordenó: “¡Jóvenes partisanos, abran camino con granadas hacia el pantano! ¡Alguien sobrevivirá!" Lo cual hicimos. Lanzamos granadas y nos precipitamos locamente hacia el pantano. Los alemanes también nos arrojaban granadas, pues aparentemente esperaban llevarnos vivos, y al mismo tiempo temían matar a los suyos. Lanzamos granadas a izquierda y derecha y nos abrimos paso. Los nervios estaban tan tensos que parecía que me iba a estallar la cabeza. Por supuesto, era la primera vez que dejé de ser niña, abandonando ese infierno.

Saltamos al pantano, yo fui la última. Caminé, caminé y caí en un agujero de fango, me arrodillé y volví a caer. No recuerdo nada más. Y Vasily Isaenko, que caminaba al frente, sintiendo que no me encontraba por ningún lado, ni delante ni detrás, retrocedió. Y como más tarde me dijo, vio mis botas, que se hundían en un hoyo de fando. Me sacó del atolladero, me puso en su espalda, me arrastró debajo de las balas y me llevó a tierra firme. Entonces él me salvó, le debo la vida.

Es cierto, la sangre manaba por la bota, fui herida por mi propia granada, pero no sentí dolor. Me vendaron en el destacamento, y al día siguiente regresamos a un campamento en tierra firme. La vista fue terrible.

Encontramos el cuerpo del instructor político, literalmente hecho pedazos. Aparentemente, estaba herido de muerte, porque tenía una bolsa de los intestinos en la mano. Pero los alemanes se burlaron de él cuanto pudieron: le cortaron la cabeza por la mitad, tenía muchas heridas de arma blanca. Los bolsillos estaban al revés, los alemanes encontraron un boleto de fiesta, y supieron por los documentos donde vivía su familia, y le dispararon. Era hermano de Vasily Isaenko, estuvo bien que entonces no se hallara con nosotros. Incluso hoy, no es fácil de recordar esos momentos.

Y hay muchos episodios de este tipo. En el otoño de 1943, nuestra primera brigada perdió contacto con la segunda brigada de Ivan Borunov. Contra ellos, los alemanes enviaron una expedición punitiva a gran escala y los cercaron. El destacamento creó un grupo especial, dirigido por mi futuro esposo Valentin Lozichny, y se envió a establecer contacto con la segunda brigada. Al cruzar el ferrocarril, nos atacaron, y luego Vasia Vorona me salvó la vida por segunda vez. Pero se abrieron paso, encontramos a los camaradas y durante tres meses luché en la brigada de Borunov.


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ÚLTIMA EMBOSCADA

Recuerdo cómo nos conocimos el 7 de noviembre de 1943, el aniversario de la Gran Revolución de Octubre: teníamos la ropa destrozada, las botas envueltas con trapos, no teníamos nada que comer. Bloqueados. No había un sitio donde sentarse en el pantano. Un abuelo de los residentes locales se abrió paso entre el fango hasta nosotros y dijo: "He desenterrado papatas, pero ¿cómo traerlas?"

Hubo un par de temerarios, se arrastraron hasta donde estaban las patatas, encendimos dos fuegos y decidimos hornear las patatas. Pero antes de que tuviesen asadas, la batalla comenzó, y Vasia Raven agarró los tubérculos sin terminar en su bolsillo. Y cuando terminó la batalla, me llamó y me dijo, que mientras disparaban, su bolsillo se quemó y las patatas se desparramaron por el suelo. Solo quedaba una. Pero no la comimos, se la dimos a los heridos. Y decidimos que después de la guerra, no importa cuán rica sea la mesa, siempre habría patatas al horno. Y siempre cumplimos con nuestro compromiso.

Y pronto nos unimos a las unidades del Ejército Rojo. Nuestros tanques se abrieron paso, y los alemanes fueron "pisoteados" a lo largo de los caminos rurales, a donde quieran que fuesen. Nos volvieron a tejer una emboscada, enfilábamo el camino de Rechitsa-Gomel. Hacía frío, la ropa estaba mojada y congelada pues se convirtió en una concha, y al lado había un pajar. Quería arrastrarme hacia él, subirme, calentarme y quedarme dormida. Sin embargo, los alemanes no continuaron la persecución por la carretera, y para mí, la guerra realmente acabó. Fui al hospital en Gomel, porque tenía problemas con mi columna vertebral. Me trataron y comencé a trabajar en el comité de distrito del Komsomol. Gomel se levantó de las ruinas, y continué con mi vida pacífica. 
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