Historia Ilustrada de la Revolución Soviética: Continuación de la causa del Gran Octubre
La unidad y comunidad del pueblo soviético fueron preparadas por la
lucha revolucionaria conjunta del proletariado de Rusia. En esa lucha
actuaban en un frente único rusos, ucranianos, bielorrusos, pueblos del
Báltico y Transcaucasia, de Asia Central y Kazajstán, del Cáucaso del
Norte y regiones del Volga, de Siberia y Extremo Norte.
Este nexo no pudieron quebrantarlo ni la caída temporal del Poder
soviético en algunas repúblicas y zonas del país durante los años de la
guerra civil desencadenada por la contrarrevolución interna y la
intervención militar extranjera, ni el desenfrenado nacionalismo y la
arbitrariedad de los partidos pequeñoburgueses que ostentaron el poder
con la ayuda y beneplácito del capital extranjero.
Todas las fuerzas del mundo caduco se emplearon para derrumbar el
primer poder obrero y campesino en la historia de la humanidad. Y todas
ellas se disiparon frente al poderío y a la unidad de los trabajadores,
pues éstos defendían a su Estado, sus campos, sus fábricas, y les
fortalecía la fe en su causa justa.
Después de cada derrota, ellos cohesionaban aún más sus filas;
después de cada victoria tensaban aún más sus fuerzas para rematar por
completo al enemigo. Ellos promovieron a sus jefes militares, cuyos
nombres entraron en los manuales de la historia militar: Mijaíl Frunze y
Vasíli Bliujer, Iona Yakír y Stepán Vostretsov, Yan Fabritsius y Klim
Voroshílov, Semión Budioni y Vasili Chapáiev. A su lado figuran, con
todo derecho, nombres de oficiales del antiguo ejército
prerrevolucionario, quienes prestaron servicio de manera voluntaria y
fiel al nuevo poder: Mijaíl Tujachevski, Alexandr Egórov, Serguéi
Kámenev, Ioakim Vatsetis, Vasili Altfater, Evgueni Berens y muchos
otros.
El Consejo de la Defensa Obrera y Campesina, presidido por V. I.
Lenin era el órgano dirigente para derrotar las fuerzas unidas de la
contrarrevolución interna y externa. Este coordinaba toda la actividad
de los departamentos militares y civiles en el centro y en las
localidades, aseguraba la unidad del ejército y la retaguardia, la
movilización de todos los medios y fuerzas para alcanzar la victoria.
"...Hacia dónde debería orientarse en primer término el golpe del
Ejército Rojo… —escribió Serguéi Kámenev, comandante en jefe de las
Fuerzas Armadas de la república en los años de la guerra civil— debía
decidirlo, sin duda, quien dirigía toda la política del país… Esta
dificilísima tarea se solucionó bajo la dirección de Vladimir Ilich".
La derrota de las principales fuerzas contrarrevolucionarias —los
ejércitos de Kolchak, Denikin, Yudénich, Wranguel, Polonia
burguesa-terrateniente, fuerzas intervencionistas en el Norte, Sur y
Extremo Oriente— determinó la liberación de las antiguas regiones
periféricas nacionales. El proletariado de la Rusia soviética acudió en
ayuda de los pueblos del país en su lucha emancipadora.
A comienzos de 1920 se liquidaron los destacamentos de guardias
blancos e intervencionistas en la zona del Transcaspio. El pueblo
insurrecto de Jorezma (Jiva) derrocó el poder del Jan y el 1 de febrero
proclamó la República Popular Soviética de Jorezma.
En agosto de 1920 comenzó la insurrección popular contra el emir de
Bujará, insurrección apoyada por unidades del Ejército Rojo, comandadas
por Mijaíl Frunze, y terminó con la victoria total. El 6 de octubre se
creó la República Popular Soviética de Bujará.
El Poder soviético triunfó así mismo en Transcaucasia. El 28 de abril
de 1920 se sublevaron el proletariado de Bakú y los trabajadores de
Azerbaidzhán. Se disolvió el Gobierno del partido nacionalista
pequeñoburgués Musavat (“Igualdad”). El Comité Militar
Revolucionario proclamó en Bakú la República. Soviética y solicitó
ayuda al Gobierno de la Federación Rusa para combatir la
contrarrevolución.
Con el triunfo del Poder soviético en Azerbaidzhán se fortaleció el
estado de ánimo revolucionario en la vecina Armenia. Bajo la presión de
las masas, el Comité del partido de la ciudad de Alexandrópol, el
mayor centro bolchevique de la república, izó la bandera de la
insurrección. Los comités revolucionarios proclamaron el Poder
soviético en varios lugares, pero la información al respecto llegó
tarde a Bakú y Moscú, por lo cual no se pudo ayudar a los insurrectos.
Las acciones de los trabajadores de Armenia fueron ahogadas en sangre y
pasados por las armas sus dirigentes, entre otros: Stepán Alaverdián y
Gukas Gukasián.
Cartel
de V. Deni “En la tumba de la contrarrevolución”. 1920. En las cruces
sepulcrales figuran los nombres de los dirigentes del movimiento
antisoviético.
La derrota de la insurrección de mayo de 1920 no logró detener el
creciente impulso de la revolución socialista en Armenia. Su carácter
masivo era prueba de la decisión inflexible que tenían los trabajadores
de derrotar al Gobierno antipopular del partido nacionalista
pequeñoburgués Dashnaktsutiun (“Alianza”) y consolidar la
alianza con la Rusia revolucionaria. La nueva insurrección en ese mismo
año condujo, el 29 de noviembre, a la proclamación de la República
Socialista Soviética de Armenia.
El Poder soviético triunfó en Georgia el 25 de febrero de 1921. Se
derrocó al Gobierno menchevique y el poder pasó a manos del Comité
Revolucionario de Georgia, integrado por Filipp Majaradze (presidente),
Alexéi Geguechkori, Serguéi Kavtaradze, Amayak Nazaretián, Mamia
Orajelashvili, Shalva Eliava y otros. A los insurrectos les prestaron
ayuda decisiva las unidades del 11º Ejército, enviadas por indicación de
Lenin para apoyar a los destacamentos rebeldes.
En noviembre de 1922, el Ejército Popular Revolucionario de la
República del Extremo Oriente, instituida en 1920 en las regiones de
Transbaikalia, Amur y Primorie como Estado “tapón” entre la Rusia
soviética y Japón, culminó la liberación de Primorie. El jefe de este
ejército era Vasíli Bliujer y la victoria fue total y definitiva. El 14
de noviembre, la República del Extremo Oriente se reunificó con la
Federación Rusa.
Así como resultado de la enorme tensión de las fuerzas materiales,
militares y espirituales de los obreros y campesinos del País de los
Soviets, dirigidos por V. I. Lenin, fueron derrotadas por completo las
fuerzas unificadas de los intervencionistas y la contrarrevolución
interna. La RSFSR no sólo salvaguardó su sistema estatal, sino que
también ayudó a los pueblos hermanos en su lucha contra el enemigo
común.
El verdadero día de unión, de cohesión de las fuerzas para
restablecer la economía nacional, de unificación del poderío militar y
las posibilidades financieras y económicas de las repúblicas, de su
transformación en una fuerza respetable, capaz de influir en la
situación internacional en bien de los trabajadores, fue el 30 de
diciembre de 1922. Ese día el I Congreso de los Soviets de la Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas proclamó la fundación del Estado
socialista soviético multinacional, basado en los principios leninistas
de igualdad, soberanía y fraternidad.
El II Congreso de los Soviets de la URSS (enero de 1924) ratificó la
Constitución del país, concluyendo así la creación de un Estado federal
único, como federación de repúblicas soviéticas soberanas. La
asociación voluntaria se enfatizaba al conservarse el derecho, que
tenían todas las repúblicas socialistas existentes o que surgieran, de
salir e ingresar libremente en la Unión. El nuevo Estado puso en
práctica las ideas leninistas de internacionalismo proletario,
igualdad y fraternidad; concedió a los pueblos del país la posibilidad
de comenzar a materializar el plan leninista para construir el
socialismo, que era una especie de testamento dejado por el gran guía,
fallecido el 21 de enero de 1924.
Con
la aprobación del primer plan quinquenal (quinquenio) se desplegó el
movimiento de todo el pueblo por su cumplimiento anticipado. En la foto:
una de las brigadas obreras con la Bandera Roja circulante, en cuyo
lienzo está escrito: “Por la aspiración tenaz a cumplir el quinquenio en
4 años”.
La unión fraternal de los pueblos se ha ampliado y robustecido con el
correr de los años. Aumentaba, de modo consecuente, el proceso de
desarrollo político, económico y cultural de los pueblos de la URSS,
surgían nuevas repúblicas federadas y autónomas, regiones autónomas y
comarcas nacionales.
En octubre de 1924, como resultado de la delimitación
nacional-estatal, se formaron en Asia Central las repúblicas socialistas
soviéticas de Turkmenia y de Uzbekia.
En 1929 se convirtió en república federada la República Socialista
Soviética Autónoma de Tadzhikia, que antes era parte de Uzbekistán, y en
marzo de 1931 entró en la composición de la URSS.
En 1936, con la aprobación de la Constitución de la URSS, que
refrendó las bases para construir el socialismo, se transformaron en
repúblicas federadas Kazajstán y Kirguizia; Azerbaidzhán, Georgia y
Armenia, que hasta entonces integraban la Federación de Transcaucasia,
entraron en la Unión. En 1940 se unieron a la familia de los pueblos de
la Unión Soviética Letonia, Lituania y Estonia. Después de reunificarse
el pueblo moldavo, surgió ese mismo año la república federada de
Moldavia.
Hoy [hasta la desaparición de la URSS] componen la Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas la Federación Rusa, las repúblicas
federadas de Ucrania, de Bielorrusia, de Uzbekistán, de Kazajia, de
Georgia, de Azerbaiyán, de Lituania, de Moldavia, de Letonia, de
Kirguistán, de Tadyikistán, de Armenia, de Turkmenistán y de Estonia; las
repúblicas autónomas de Najicheván, de Abjazia, de Adzharia, de
Kara-Kalpakia, de Bashkiria, de Buriatia, de Daguestán, de
Kabardino-Balkaria, de los Calmucos, de Carelia, de los Kornis, de los
Maris, de Mordovia, de Osetia del Norte, de Tartaria, de Tuya, de
Udmurtia, de Checheno-Ingushetia, de Chuvashia y de Yakutia; las
regiones autónomas de Nagorni Karabaj, de Osetia del Sur, de los
Adigués, de los Hebreos, de Gorni Badajshán, de Gorni Altái, de
Karacháevo-Circasia y de Jakasia; las comarcas autónomas de los
Koriakos, de Chukotka, de Taimir, de los Evenkos, de los Janti-Mansies,
de los Buriatos de Aguinskoe, de los Nenets de Yamal, de los
Komi-Permiakos, de los Nenets y de los Buriatos de Ust-Ordinski.
El Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), que mantiene
consecuentemente el curso orientado a fortalecer el Estado
multinacional soviético, se guía por los intereses generales y tiene en
cuenta las condiciones de desarrollo de cada república que lo integra,
aseguró la prosperidad consecuente y la aproximación de los pueblos de
la URSS en su fomento económico y cultural.
La fuerte cohesión y ayuda mutua de los pueblos aceleraron el
progreso de todas las repúblicas. Muchas de ellas pasaron del atraso
precapitalista a la civilización socialista. En este aspecto, si cada
pueblo tuviera que apoyarse sólo en sus propias fuerzas, en sus logros
nacionales, muchos de ellos hubiesen necesitado siglos para alcanzar
el nivel actual. Gracias a la ayuda directa, entre otros pueblos, del
ruso, las naciones y nacionalidades atrasadas pudieron alcanzar este
nivel en varios decenios.
Con los esfuerzos de todas las repúblicas hermanas, hacia finales de
1925 el País soviético logró, en lo fundamental, restablecer la economía
destruida en los años de la I Guerra Mundial, de la guerra civil y la
intervención. En esta tarea adelantó considerablemente a los Estados
europeos avanzados. Alemania, por ejemplo, cuyas pérdidas totales fueron
mucho más bajas, solucionó la tarea análoga en ocho años, empleando
incluso medios procedentes del extranjero.
Mapa
del plan inicial de electrificación del país, que fue el primer plan
perspectivo estatal único de restablecimiento y desarrollo de la
economía nacional del país.
Bajo la dirección del Partido Comunista, en 1929 se desenvolvió un
heroico trabajo para cumplir el primer plan quinquenal, que ocupó un
lugar destacadísimo en la materialización del programa leninista de
edificación del socialismo en la Unión Soviética.
El sistema
planificado es obra del socialismo, la expresión de sus ventajas
radicales. Sus bases fueron determinadas por el gran Lenin, bajo cuya
dirección se confeccionó el primer plan económico nacional en la
práctica mundial: el plan de la Comisión Estatal para la
Electrificación de Rusia (GOELRO).
Podríamos decir que el primer plan quinquenal fue el fundador de la
pléyade de quinquenios soviéticos, que permitieron a la URSS pasar del
atraso económico-técnico a las cumbres del progreso económico,
científico-técnico y social. Cada quinquenio ha tenido sus
características, reflejado los rasgos inconfundibles de la época, ha
sido una etapa en el alcance de metas socioeconómicas concretas. Pero a
todos ellos les unía y ahora les une, igual que antes, la
indisolubilidad de la tarea general: ¡Ascendiendo por los escalones de
los quinquenios, hacia el socialismo y el comunismo!
Las nuevas obras en construcción de los primeros quinquenios… Casi
todas ellas comenzaban en las mismas condiciones: tiendas de campaña,
viviendas en cuevas, barracones. Principales instrumentos de trabajo: la
pala, el pico, la barra, la azada; los medios de transporte eran la
carretilla y el carruaje. No existían las altas grúas, los
potentes aplanadores ni los camiones volquetes tan habituales hoy.
Pero existían personas en cuyas manos los instrumentos primitivos se
convertían en poderosas palancas que arrollaron al mundo caduco.
De
acuerdo con el plan de electrificación, una de las primeras centrales
fue la de Shatura (región de Moscú). Potencia proyectada: 1.150
megavatios; combustible: turba y mazut. La inauguración oficial de la
central eléctrica se realizó el 6 de diciembre de 1925.
Estas personas materializaron con éxito el plan leninista GOELRO. En
1931 terminó la historia multisecular de la tea en la aldea, que hasta
no hacía mucho había sido el “ingenio de alumbrado” más difundido en
Rusia. Las 30 lámparas que, en 1920, en el mapa de la electrificación,
alumbraban sólo a los delegados del VIII Congreso de los Soviets de
toda Rusia, se convirtieron en 30 centrales eléctricas que dieron luz a
millones de personas. Las centrales de Boz-Súisk (Uzbekistán), Rióni
(Georgia), Shatura (Federación Rusa), Dzoraget (Armenia) y otras
dieron energía eléctrica a centenares de aldeas y se convirtieron, tal
vez, en la propaganda más eficaz y evidente en favor de la vida nueva,
que se desenvolvía con ímpetu en todos los rincones del inmenso país.
Haciendo caso omiso a las heladas y las ventiscas, los montones de
arena y las desbordantes crecidas de los ríos, estas personas
establecieron un récord en el tendido de la vía férrea
Turkestán-Siberia, de 1.500 kilómetros. Fueron ellas quienes en menos
de cinco años construyeron la central hidroeléctrica del Dniéper,
entonces la mayor de Europa, a pesar de que los especialistas
extranjeros consideraban que se necesitarían unos siete u ocho años
como mínimo. Con sus manos erigieron los altos hornos del Combinado
Metalúrgico de Magnitogorsk, al que con cariño se le llama “Magnitka”;
la Fábrica de Construcción de Maquinaria Pesada de Kramatorsk; el
Canal de Ferganá; el Combinado Químico de Kirovokán; el Combinado de
Enriquecimiento Minero de Norilsk. Como si fueran ladrillos, una obra
tras otra asentaban los cimientos de la industria socialista.
"Me descubro la cabeza ante vuestra tenacidad bolchevique, ante
vuestra ingeniosidad virtuosa e intrepidez técnica", dijo el
representante de una gran compañía estadounidense, uno de los
especialistas extranjeros que consideraban un “bluff” la construcción de
“Magnitka”.
El impetuoso ritmo en el que vivía el país era dictado por la
inexorable necesidad. Cuando la Unión Soviética se encontraba cercada
por Estados capitalistas, sólo la industria pesada podía asegurarle su
independencia económica, pero la historia le concedió muy poco tiempo
para solucionar esta tarea, y a eso se debe el que los constructores de
los primeros quinquenios tuvieran una consigna única: “¡Tiempo,
adelante!"
El 20 de enero de 1929, el periódico Pravda publicó el artículo de Lenin ¿Cómo debe organizarse la emulación?, escrito en las postrimerías de 1917. Este llamamiento encontró amplia repercusión en los corazones de millones de obreros.
Los mineros de la cuenca hullera del Donbás y los de la zona de
Shájtinsk (Territorio del Cáucaso del Norte) firmaron ya en verano de
este año uno de los primeros contratos de emulación, en la cual
participaban más de 200.000 hulleros. Este movimiento se convirtió en
movimiento de todo el pueblo.
“Bulle, demoliendo las rocas, el trabajo de choque”, se cantaba
entonces. En efecto, el trabajo de choque barría todos los obstáculos en
el camino que conducía al cumplimiento anticipado de las tareas.
Los metalúrgicos de “Magnitka” emulaban con sus colegas ucranianos de
Dniepropetrovsk; el colectivo de la construcción de la central
eléctrica del Dniéper, con los constructores del ferrocarril
Turkestán-Siberia; los obreros de las minas de Chiatura (Georgia), con
los de Krivoi Rog (Ucrania); los constructores de la central
hidroeléctrica de Leninakán (Armenia), con los de la planta de
Zerno-Avchalsk (Georgia); los colectivos de la industria maderera de
Bielorrusia, con las empresas afines de Moscú y Kiev.
Regalo
laboral para el 1º de Mayo, fiesta del trabajo y la solidaridad: una
locomotora reparada anticipadamente por los jóvenes de un depósito.
El 31 de agosto de 1935, Alexéi Stajánov, minero del Donbás, arrancó
durante un turno 102 toneladas de carbón, es decir, cumplió 14 normas.
Este constituyó un récord mundial en la productividad del trabajo
minero.
El récord de Stajánov fue la chispa que encendió la llama del más
amplio movimiento patriótico. Lo denominaron movimiento stajanovista.
Millones de trabajadores, innovadores de la producción, comenzaron a
emular entre sí para alcanzar un alto rendimiento laboral.
El movimiento stajanovista crecía, cobraba fuerzas. Lograron
resultados excepcionales Alexandr Busíguin, forjador (fábrica de
automóviles de Nizhni Nóvgorod); Nikolái Smetanin (fábrica de calzado
“Skorojod–, Leningrado); Iván Gudov (fábrica de construcción
de máquinas-herramienta de Moscú); Evdokía y María Vinográdova (tejidos
de algodón de Víchuga); Pável Krivonos, en el transporte.
Apoyaban el desarrollo de la industria pesada no sólo los obreros,
sino también los campesinos, interesados en recibir más tractores,
automóviles, cosechadoras, abonos químicos, energía eléctrica, para
ampliar la producción agrícola y elevar el nivel de vida.
En la lista de los artículos que se adquirían en el extranjero
figuraba —en los primeros años postrevolucionarios— la azada habitual,
simple instrumento que sirve para remover la tierra y que se puede hacer
en media hora en cualquier fragua de una aldea. Pero entonces no había
metal y era necesario importar azadas. Lenin dijo: “Si mañana
pudiéramos proporcionar 100.000 tractores de primera clase, dotarlos de
combustible y encontrar para ellos conductores (de sobra saben que,
por ahora, esto es una fantasía), los campesinos medios dirían: “Voto
por la comuna” (es decir, por el comunismo)".
Cuando comenzaron a funcionar las fábricas de tractores de
Stalingrado y de Járkov, la agricultura del país recibió los 100.000
tractores en los que soñaba Lenin. En el campo aparecieron también las
primeras cosechadoras soviéticas de la famosa fábrica de Rostov del
Don. La técnica dijo su palabra de peso a favor de la colectivización.
En 1939 se inauguró en Moscú la primera Exposición Agrícola
Nacional, en la que se mostraron los logros de las repúblicas
federadas, y frente a uno de los pabellones se exhibió el tractor de
orugas de la Fábrica de Járkov. Sin esta máquina, sin la producción
análoga de las empresas de Stalingrado y Cheliabinsk, sin las
cosechadoras de Rostov del Don y Gómel, habría sido inconcebible la
transformación de la agricultura de las repúblicas en ramas económicas
altamente mecanizadas.
Hace unos cien años, la Exposición Agrícola de toda Rusia, inaugurada
en 1895, cabía en un picadero. En 1939, los 52 pabellones de la
Exposición Agrícola de la Unión Soviética se instalaron en un territorio
de varias decenas de hectáreas.
En el detallado informe de balance de la exposición de 1895, publicado en la revista de agricultura y economía Joziáin (“El
Dueño”), no se encontraba el vocablo “campesino”. La agricultura
nacional de entonces la representaban los terratenientes Stebut y
Shatílov, el conde Pokler, los príncipes Kurakin y Urusov. Cuarenta años
después, la representaban los koljóses y sovjóses de zonas que en su
tiempo se consideraban irremediablemente atrasadas. Sus logros se
apoyaban ahora en el poderío industrial del multinacional Estado
soviético. Así fue como en cortísimos plazos, los de los quinquenios de
anteguerra, se solucionó la tarea general de la construcción
socialista: acabar con la desigualdad entre los pueblos de la URSS.
En la esfera de la cultura se lograron también éxitos semejantes.
En primer término se planteaba liquidar el analfabetismo masivo, lo
peor que el Poder soviético había heredado de la Rusia
prerrevolucionaria. Tres de cada cuatro habitantes no sabían leer ni
escribir, y particularmente se trataba de habitantes de las regiones
nacionales: entre los tadyikos, el 96,1%; uzbekos, el 98%; kazajos, el
99%; turkmenos, el 99,3%; kirguises, el 99,4%. En Asia Central existía
este triste proverbio: “Aquí es más fácil encontrar un oasis en el
desierto que a una persona alfabetizada”. Y esto lo decían pueblos que
en el pasado habían dado al mundo destacados pensadores y científicos,
como Ibn Sína, Navoí, Biruní, Ulugbek, Firdusi.
No todos tenían siquiera escritura, y en algunas de sus lenguas no existía el verbo "estudiar”.
Entre los pueblos del Norte había estos razonamientos: “Hay que enseñar
al reno, hay que enseñar al perro. ¿Pero para qué enseñar a una
persona?” Ella misma —decían— sabe cómo cazar y cómo vivir. En uno de
los apuntes del Comisariado del Pueblo para los Asuntos de las
Nacionalidades se indicaba que la población del Norte temía, más que
nada y en especial, “tres cosas: el papel escrito y con sello, el
servicio militar y la escuela”.
Hacia 1926, el número de alfabetizados en la URSS alcanzaba ya el 56,6% y, en 1939, el 87.4%.
En el desarrollo de las culturas nacionales fue muy importante la
creación de escrituras para los pueblos que carecían de ellas.
Lingüistas rusos estudiaron las lenguas y dialectos nacionales, y
confeccionaron alfabetos sobre la base de la grafología cirílica y
latina. En los años 20, los abazintsis, laktsios, balkarios, tuvinos,
adiguéos y muchos otros pueblos obtuvieron por primera vez en su
historia libros y materiales didácticos en su lengua materna. Durante
los 15 a 20 años siguientes al triunfo de la revolución, se creó una
escritura para más de 40 nacionalidades.
En 20 años —de 1921 a 1940— se alfabetizaron unos 60 millones de
personas. Según el censo de 1939, la población alfabetizada del país
superaba el 87%. Incluso en las repúblicas de Asia Central el número de
personas que sabían leer y escribir oscilaba entre el 70 y el 80%.
El Estado soviético logró organizar en plazos muy cortos el sistema
de instrucción pública, único a nivel nacional. En 1933 se implantó en
la URSS la enseñanza primaria general de cuatro años y, a finales de
esta década, era ya obligatoria la enseñanza general de siete años.
El Poder soviético comenzó a solucionar los problemas de la
enseñanza mucho más tarde que los Estados capitalistas desarrollados.
En EE.UU., por ejemplo, la ley de la enseñanza general se adoptó en
1852-1900; en Francia, en 1882; en Inglaterra, en 1870. Pero los ritmos
alcanzados en este campo en la Unión Soviética fueron mucho más rápidos
que en cualquier país occidental. La historia no había conocido antes
semejantes ritmos.
Ante los ojos del mundo admirado, la antigua Rusia “patana” se
convertía en una vigorosa potencia altamente culta, llegando a ocupar el
primer lugar de Europa y el segundo del mundo por el volumen de la
producción industrial.
"Nuestros éxitos —señaló Mijaíl Kalinin, compañero de lucha de
Lenin y primer presidente del Presidium del Soviet Supremo de la URSS—
son el resultado del triunfo de la línea general del partido, el
resultado de una lucha muy tenaz de los pueblos de la Unión Soviética".
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