La resolución del Parlamento Europeo del 18 de septiembre
de 2019, además de volver a equiparar el nazismo y el estalinismo o
comunismo, afirma que “hace 80 años, el 23 de agosto de 1939, la Unión
Soviética comunista y la Alemania nazi firmaron un Tratado de no
Agresión, conocido como el Pacto Molotov-Ribbentrop, y sus protocolos
secretos, por el que Europa y los territorios de Estados independientes
se repartían entre estos dos regímenes totalitarios y se agrupaban en
torno a esferas de interés, allanando así el camino al estallido de la
Segunda Guerra Mundial”[1].
Para contrastar esta aseveración gratuita y calumniosa, publicamos a
continuación el relato de los hechos que condujeron a la firma de dicho
Tratado de No Agresión, expuesto por Harpal Brar en su obra “Trotskismo o leninismo”.
De hecho, las únicas personas, hasta ahora, que han atacado a Stalin
por el pacto de no agresión germano-soviético y la conducción de la
línea política soviética durante el período mencionado por el M. F.
[antes y durante la Segunda Guerra Mundial] han sido los trotskistas y
los imperialistas. El hecho de que estas personas se hayan sentido
obligadas a atacar la política soviética es perfectamente comprensible.
La política soviética torció los planes del imperialismo: éste
esperaba aplastar el bolchevismo, pero se vio atrapado en una guerra muy
difícil contra sí mismo. Los imperialistas de Gran Bretaña, que
esperaban empujar a la Alemania nazi contra la Rusia soviética, ahora se
veían obligados a luchar contra esa misma Alemania nazi. Las
actividades políticas soviéticas y de la Internacional Comunista
contribuyeron en gran medida a una situación en la que los imperialistas
de varios países se verían obligados a librar una guerra de destrucción
entre ellos, en lugar de unirse en una guerra de destrucción contra la
URSS Socialista.
A la luz de estos elementos, ¿es sorprendente que los
imperialistas ataquen al camarada Stalin, PC(b)US y a la Comintern?
¿Podemos esperar que los imperialistas vayan a estar agradecidos al
PC(b)US, a la Comintern y a Stalin por haber debilitado al imperialismo?
En cuanto a los trotskistas, hemos demostrado en nuestras publicaciones anteriores[2]
que en la década de 1930 se habían convertido en una agencia del
fascismo y trabajaban por la derrota de la URSS. No era sorprendente
entonces que los trotskistas atacaran a la “burocracia estalinista” por
desconcertar los planes de los agentes trotskistas del fascismo.
Hasta el presente, sin embargo, los marxistas-leninistas y
progresistas de todo el mundo han considerado la conducción de la
política soviética y de la Internacional Comunista durante el período en
cuestión como un modelo de aplicación de las tácticas leninistas a una
situación internacional extremadamente complicada y peligrosa, un modelo
que llevaría a la derrota del fascismo y al debilitamiento del
imperialismo internacional.
Hoy, parece que hay adultos
“marxistas-leninistas” dentro del movimiento antirrevisionista británico
que consideran las “actividades políticas soviéticas y de la
Internacional Comunista entre noviembre de 1939 y junio de 1941 como
nada menos que un abandono del internacionalismo proletario”. De esto,
solo podemos sacar una conclusión: que estos “marxistas-leninistas” no
son realmente marxistas-leninistas, sino trotskistas disfrazados y
agentes del imperialismo dentro del movimiento antirrevisionista,
personas que todavía hoy están enojadas y aún no han perdonado al
camarada Stalin por haber dirigido la lucha contra el imperialismo y
haber debilitado a este mismo imperialismo.
Resumen de los hechos relacionados con el Pacto de no agresión germano-soviético
Veamos algunos hechos indiscutibles que resumen muy brevemente la
posición de la URSS en la cuestión de la guerra contra el imperialismo.
Primero: se trataba de un intento de la Unión Soviética de no encontrarse implicada en una guerra contra el imperialismo.
Segundo: dado que no dependía enteramente de ella evitar tal guerra,
si el imperialismo hubiera estado dispuesto para librar una guerra
contra la Unión Soviética, ésta no debía encontrarse en una situación
que le obligara a luchar en solitario, y menos a enfrentar los ataques
combinados de los principales países imperialistas: Alemania, Gran
Bretaña, Francia, Estados Unidos, Italia y Japón.
Tercero: para este fin, las divisiones entre los Estados
imperialistas fascistas, por un lado, y los Estados imperialistas
democráticos, por otro lado, debían explotarse al máximo. Estas
divisiones entre los dos grupos del imperialismo no fueron producto de
la imaginación de Stalin. Eran reales y radicaban en los intereses
materiales de los dos grupos de Estados en cuestión. El desarrollo
desigual del capitalismo empuja a algunos Estados a adelantarse y otros a
rezagarse. La antigua división del mundo ya no corresponde al
equilibrio de fuerzas, lo que hace necesaria una nueva división del
mundo. Esto fue precisamente lo que estuvo en juego en la Primera Guerra
Mundial; y era precisamente lo que querían Alemania, Italia y Japón,
que habían dado un salto en el desarrollo capitalista de sus economías,
mientras que los antiguos países imperialistas, y especialmente Gran
Bretaña y Francia, se habían quedado atrás en el desarrollo capitalista
de sus economías, en comparación con los recién llegados, entre ellos
Alemania, y estaban plenamente satisfechos con la antigua división del
mundo. Al exigir una nueva división, los Estados fascistas estaban
invadiendo los intereses materiales de los Estados imperialistas
democráticos. Entonces la URSS tenía posibilidades de sacar provecho de
este conflicto de intereses.
Cuarto: con este fin, la URSS, siguiendo una política exterior muy
complicada, hizo todo lo que podía para concluir un pacto de seguridad
colectiva con los Estados imperialistas democráticos, a fin de
desalentar cualquier agresión por parte de los Estados fascistas, pacto
que garantizaría una acción colectiva contra los agresores, en caso de
tal agresión.
Quinto: cuando los Estados democráticos imperialistas, sumergidos en
su odio al comunismo, se negaron a firmar un pacto de seguridad
colectiva con la URSS y siguieron su política de apaciguamiento de los
Estados fascistas –especialmente de la Alemania nazi- en un esfuerzo por
dirigir su agresión hacia el Este, es decir, contra la Unión Soviética,
ésta última fue obligada a probar otro método que protegiera los
intereses de la madre patria socialista del proletariado internacional.
La URSS dio la vuelta a la situación creada por la política exterior de
los Estados imperialistas democráticos al firmar, el 23 de agosto de
1939, el pacto de no agresión germano-soviético.
Sexto: al firmar este pacto, la URSS garantizaba no solamente que no
iba a luchar sola contra Alemania, sino que esta última también lucharía
contra las mismas potencias que habían intentado, con su negativa a
acordar la seguridad colectiva, enrolar a la URSS en una guerra contra
Alemania. El 1 de septiembre de 1939, Hitler invadía Polonia. Dos días
después, el ultimátum anglo-francés expiraba, y Gran Bretaña y Francia
entraban en guerra contra Alemania.
Séptimo: las disposiciones del protocolo secreto complementario
contemplaban proteger las “zonas de interés” soviéticas que, como se
verá, resultaron vitales para las defensas soviéticas cuando la guerra
golpeó realmente a la URSS.
Finalmente: el pacto de no agresión germano-soviético le valió a la
Unión Soviética un período de dos años extremadamente provechoso, que le
permitió reforzar sus defensas antes de entrar en una guerra de la que
sabía que no podría mantenerse a salvo por mucho tiempo.
A fin de cuentas, cuando la guerra le fue impuesta a la Unión
Soviética, ésta contribuyó de la manera más heroica a la gloriosa
victoria final de los aliados contra la Alemania nazi y sus propios
aliados. El Ejército Rojo y el pueblo soviético demostraron su
tenacidad, así como la tenacidad y superioridad del sistema socialista
al derrotar a los nazis en la URSS y al perseguirlos implacablemente
hasta Berlín, liberando así a un país tras otro de la ocupación de la
dictadura nazi e instaurando el socialismo en Europa Oriental.
Todos los historiadores y políticos revolucionarios y burgueses
honestos están de acuerdo con el resumen presentado hasta aquí. Solo los
anticomunistas más rabiosos, y especialmente los trotskistas, se
atreven a cuestionarlo. Lo que sigue confirma la recapitulación
anterior.
La Unión Soviética, muy consciente de la guerra que se estaba preparando
Por supuesto, es un absurdo afirmar que Stalin y el PCUS no entendían
que la Unión Soviética iba a verse obligada a luchar contra Alemania y
que confiaban en la buena voluntad de los nazis. El hecho es que “la
Unión Soviética se veía amenazada por el Este y por el Oeste, y la
conducción de la política exterior se volvió más compleja y exigente a
medida que [Stalin] buscaba desviar o al menos retrasar esta guerra
inevitable. Cargaba con enormes responsabilidades y solo un hombre de
una constitución física excepcional y una inteligencia disciplinada, un
autocontrol de acero, podía satisfacer tales exigencias” (Ian Gray, Stalin: Man of History, Abacus, Londres, 1982, p. 293)
“Fundamental para las agendas políticas internas y externas de Stalin
fue la convicción de que la guerra era inminente y que podría devastar a
la Rusia soviética antes de que ésta fuera capaz de reunir sus fuerzas.
Fue este pensamiento el que había exigido una colectivización inmediata
y una industrialización apresurada. No había tiempo que perder…” (Ibíd., pp. 295-296.)
Desde enero de 1925, dirigiéndose al Comité Central, Stalin, después
de decir que “las condiciones previas para la guerra están madurando…”
continuó su advertencia: “Nuestra bandera es siempre la bandera de la
paz. Pero si la guerra estalla, no podremos quedarnos con los brazos
cruzados. Tendremos que implicarnos, pero tendremos que ser los últimos
en hacerlo. Y tendremos que hacerlo para arrojar un peso decisivo en la
balanza.” (Stalin, Collected Works, vol 7, pp. 13-14.)
Todo el mundo conoce, por supuesto, su discurso de 1931 conteniendo
la siguiente declaración, que incluso Deutscher llamaría “una profecía
[y] un llamamiento a la acción lanzado justo a tiempo”:
“Estamos cincuenta o cien años por detrás de los países avanzados;
Tenemos que llenar ese vacío en diez años. Lo haremos o nos aplastarán”.
(Stalin, Las tareas de los cuadros, Collected Works, Vol. 13, p. 41.)
En su autobiografía, Mein Kampf, Hitler había insistido clara y cándidamente sobre cuál iba a ser la política exterior de los nazis:
“Nosotros, los nacionalsocialistas, insistimos conscientemente en las
tendencias de la política exterior de nuestro período anterior a la
guerra… Interrumpimos el incesante movimiento de Alemania hacia el Sur y
volvemos la vista hacia los territorios del Este…
Si hablamos del suelo en la Europa de hoy, solo podemos pensar primero en Rusia”. (Adolf Hitler, Mein Kampf), Londres 1984, pp. 598 y 604.)
Los esfuerzos soviéticos para lograr la seguridad colectiva y
la política de apaciguamiento de los Estados imperialistas no agresivos
La Unión Soviética no podía alegrarse del espectáculo del ascenso de
los nazis al poder en enero de 1933, hecho que enfrentó a la URSS a una
situación de peligro sin precedentes. De ahí la insistencia de la
política exterior soviética, durante este período, en la preservación de
la paz en el mundo y en los esfuerzos para concluir un pacto colectivo
de seguridad con los países imperialistas democráticos que tenían, como
ya hemos mencionado, un interés objetivo en mantener la repartición del
mundo de aquella época.
“En la conducción de la política exterior, Stalin mostró gran
prudencia, moderación y realismo. Necesitaba tiempo para construir la
industria y el poder militar de Rusia. Fue constantemente provocado en
el este y el oeste, y de varias maneras que deben haberlo enojado, pero
nunca perdió de vista esta gran necesidad de posponer el estallido de la
guerra el mayor tiempo posible. Por esta razón, puso el mayor énfasis
en la paz y el desarme en los asuntos mundiales. Al mismo tiempo, siguió
una política de seguridad colectiva…” (Ian Gray, op. cit., p. 296)
La política de seguridad colectiva se mantuvo porque la Unión
Soviética socialista tenía todo el interés en evitar la guerra y en
proseguir la tarea de la construcción socialista, que exigía la paz, y
porque los países imperialistas no belicosos tenían interés en evitar
una guerra desencadenada por los Estados belicistas o para protegerse de
una derrota temprana.
Dirigiéndose al XVIII Congreso del PCUS, en marzo de 1939, y alegando que la guerra ya había comenzado, Stalin declaró:
“La guerra será emprendida por Estados agresores que de alguna manera
invaden los intereses de los Estados no belicosos, comenzando por
Inglaterra, Francia y los Estados Unidos. Sin embargo, estos últimos
retroceden y baten en retirada, haciendo concesiones y más concesiones a
los agresores.
Por lo tanto, estamos presenciando una abierta redivisión del mundo y
de las áreas de influencia en detrimento de los Estados no agresivos,
sin el más mínimo intento de resistencia e incluso con una cierta
complicidad de parte de ellos”. (Stalin, Los problemas del leninismo, Moscú, 1953, p. 753.)
Aunque tenían un interés objetivo en alcanzar un acuerdo de seguridad
colectiva con la URSS, esto no impidió que, desbordadas por su odio al
socialismo, la Gran Bretaña y la Francia dirigidas respectivamente por
los gobiernos de Neville Chamberlain y Edouard Daladier se negaran a
concluir tal alianza.
¿Acaso la política de apaciguamiento de los Estados no agresivos “se
debe atribuir a la debilidad de los Estados no agresivos?, preguntó
Stalin. Continuó con esta respuesta:
“¡Claro que no! Juntos, los Estados democráticos no agresivos son
indudablemente más fuertes que los Estados fascistas, tanto económica
como militarmente.
… La razón principal es que la mayoría de los países no agresivos,
especialmente Gran Bretaña y Francia, rechazaron la política de
seguridad colectiva, de resistencia colectiva a los agresores, y
adoptaron una posición de no intervención, una posición de neutralidad.
La política de no intervención revela una impaciencia, un deseo… de
no obstaculizar a Alemania, digamos… a la hora de lanzarse a una guerra
con la Unión Soviética, de permitir que todos los beligerantes se hundan
profundamente en el atolladero de la guerra, de alentarlos
subrepticiamente a hacerlo; de permitirles debilitarse y agotarse
mutuamente; y luego, cuando se hayan debilitado lo suficiente, de
aparecer en el escenario con nuevas fuerzas, de aparecer, naturalmente,
‘en interés de la paz’ y de dictar sus condiciones a los beligerantes
debilitados.
¡Es una actitud tacaña y fácil!” (Ibíd., 754.)
Más tarde, refiriéndose a los acuerdos de Munich que entregaron Checoslovaquia a los nazis, Stalin continuó:
“Uno podría pensar que los distritos de Checoslovaquia fueron
entregados a Alemania como pago para que emprenda una guerra con la
Unión Soviética…” (Ibid., 756)
Subrayando las tareas de la política exterior soviética, Stalin
insistió en la necesidad de “ser cautelosos y no permitir que nuestro
país se vea arrastrado en conflictos provocados por sembradores de
guerras acostumbrados a que otros les saquen las castañas del fuego”. (Ibíd., 759.)
El gobierno soviético ni siquiera fue consultado sobre este asunto, y
mucho menos invitado a la Conferencia de Munich que, reunida del 28
al 30 de septiembre de 1938, entregó Checoslovaquia al cuidado de la
Alemania fascista. Al mismo tiempo, las potencias occidentales se
negaron a responder a la propuesta soviética de una gran alianza de
seguridad colectiva bajo el paraguas de la Sociedad de Naciones.
Esto es
lo que Winston Churchill iba a decir en este contexto:
“En efecto, la oferta soviética fue ignorada. No los pusimos en la
balanza contra Hitler y los tratamos con indiferencia –por no decir
con un desprecio- que dejó una marca en la mente de Stalin. Los
acontecimientos siguieron su curso como si la Unión Soviética no
existiera. Posteriormente, lo pagaríamos caro”. (W.S. Churchill, La Segunda Guerra Mundial, 1, p. 104.)
En el mismo libro, Churchill admite que el plan soviético habría
evitado, o al menos retrasado, la guerra durante un período
considerable, y era precisamente a favor del tiempo que estaba jugando
la Unión Soviética.
Pero el anticomunismo de los Estados no agresivos obtuvo una victoria temporal.
En noviembre de 1937, Lord Halifax, el Secretario del Ministerio de Asuntos Exteriores británico, le dijo a Hitler que:
“… él y otros miembros del gobierno británico era muy conscientes de
que el Führer había logrado grandes resultados… Después de haber
destruido el comunismo en su país, le había cerrado el camino hacia
Europa occidental y, por este hecho, Alemania merecía ser considerada
como un bastión de Occidente contra el bolchevismo… Después de haber
preparado el terreno para un acercamiento anglo-alemán, las cuatro
grandes potencias de Europa occidental debían sentar las bases para una
paz duradera en Europa”. (Documentos sobre política exterior alemana: 1918-45, vol. 1, Londres, 1954, p. 55.)
La Unión Soviética persiste en su línea política
Consciente de que la política de apaciguamiento, que iba en contra de
los intereses del imperialismo británico y francés, tarde o temprano
sería contrarrestada por poderosos representantes del imperialismo en
esos países, la dirección del PC(b)US persistió en sus esfuerzos por
concluir una alianza de seguridad colectiva.
El 15 de marzo de 1939, Hitler marchaba sobre Checoslovaquia. La
opinión pública occidental estaba indignada por esta violación del
territorio checoslovaco. Chamberlain fue visiblemente sacudido por el
público muy enojado y por la reacción parlamentaria. Siguiendo
instrucciones emanadas del gobierno británico, el embajador británico en
Moscú se puso en contacto con el Comisario del Pueblo soviético para
Asuntos Exteriores, Maxim M. Litvinov, para averiguar cuál sería la
reacción soviética si Alemania atacaba a Rumania. Litvinov respondió la
misma tarde proponiendo que representantes de Gran Bretaña, Francia, la
URSS, Polonia y Rumania se reunieran urgentemente para prevenir este
peligro. El gobierno británico rechazó esta propuesta y, en su lugar,
propuso una declaración según la cual, en caso de una agresión
posterior, los cuatro países se consultarían entre sí. Aunque molesto
por esta respuesta, el gobierno soviético la respaldó, siempre que
Polonia también fuera firmante de la misma. El ministro polaco de
asuntos exteriores, Col Beck, tan antisoviético como Chambelain, se negó
a firmar, proponiendo en su lugar un pacto de asistencia mutua
polaco-británico.
El 31 de marzo de 1939, sin previa consulta con la Unión Soviética,
se anunció el pacto polaco-británico, que incluía una garantía británica
unilateral de defender a Polonia de la agresión. El 13 de abril, se
extendió a Grecia y a Rumania. Como Ian Gray señala acertadamente: “Si
Alemania atacaba a Polonia o Rumania, Gran Bretaña no podría hacer nada
sin el apoyo de la Unión Soviética, y esto, de una manera gratuitamente
insultante, ya que dos gobiernos habían ignorado olímpicamente al
gobierno soviético. Churchill, Eden y los demás se apresuraron en
señalar la estupidez de la política de Chamberlain”. (Ian Gray, op. cit., p. 306.)
El 15 de abril, bajo la extrema presión de su opinión pública, el
Gobierno británico propuso a la Unión Soviética que le otorgara
garantías unilaterales. El gobierno soviético rechazó esta propuesta ya
que no ofrecía ninguna asistencia a la Unión Soviética en caso de un
ataque alemán. El 17 de abril, el gobierno soviético propuso un pacto de
asistencia mutua británico-francés-soviético, que debía incluir un
convenio militar y garantizar la independencia de todos los Estados que
tuvieran una frontera común con la Unión Soviética desde el Báltico
hasta El mar negro. Chamberlain y Halifax rechazaron este pacto con el
dudoso pretexto de que podría ofender a Polonia y Alemania e implicar a
Gran Bretaña en la defensa de Finlandia y los Estados bálticos.
“Para Stalin, la conclusión inevitable fue que los líderes del
gobierno británico estaban tan cegados por su hostilidad hacia el
régimen soviético que, incluso para evitar los horrores de la guerra, no
aceptarían una alianza con la Rusia soviética contra Alemania”. (Ian
Grey, Ibíd., p. 307.)
“Era innegable que, a los círculos gubernamentales ingleses y
franceses, la idea de una coalición con los soviets les resultaba
profundamente antipática, […]. Los estadistas occidentales consideraban
el nazismo como una barrera apreciable contra el bolchevismo, y es
cierto que algunos consideraron convertir esta barrera en un arma y que
incluso aquellos que entendieron la necesidad absoluta de una alianza
con Rusia se preguntaban si no era mejor dejar que los rusos y los
alemanes se hicieran pedazos mutuamente”. (Deutscher, op. cit., p. 506)
El 3 de mayo, Litvinov fue reemplazado por Molotov como Comisario del
Pueblo para asuntos exteriores. Gran Bretaña y Francia deberían haber
visto esto como una advertencia muy clara, ya que el nombre de Litvinov
estaba estrechamente asociado con los esfuerzos encaminados a una
seguridad colectiva. En esa fecha todavía, la URSS persistía en su
política de una alianza de seguridad colectiva. El gobierno británico se
veía cada vez más presionado por su propia opinión pública para
negociar con la Unión Soviética. El 2 de junio, el Gobierno soviético
presentó un nuevo proyecto de acuerdo, especificando los países que se
beneficiarían de la salvaguardia, así como el grado de participación de
los tres firmantes. Expresando interés en las propuestas soviéticas, el
gobierno británico decidió enviar un representante a Moscú para acelerar
las negociaciones. Aunque Chamberlain y Halifax habían ido a Berlín
personalmente, en esta ocasión, en vez de desplazarse ellos mismos a
Moscú, delegaron en un joven funcionario del Foreign Office. Esta
afrenta deliberada provocó una “ofensa real”. (Churchill, Ibíd., p. 304.)[3]
El 17 de julio, Molotov anunció que era de poca utilidad continuar la
discusión del tratado político a menos que se concluyera un convenio
militar al mismo tiempo. El gobierno británico respondió al anuncio de
Molotov acordando enviar una misión militar a Moscú. En lugar de enviar a
Lord Gort, jefe del Estado Mayor imperial, como esperaba el gobierno
soviético, Chamberlain designó a un viejo almirante retirado, el
almirante Reginald Plunkett-Ernie-Erle-Drax, quien se puso en marcha
tomando el medio de transporte más lento y la ruta más larga (después de
haber sido instruido, en los preparativos, de “avanzar muy lentamente
en las negociaciones”) y que llegó a Moscú el 11 de agosto. Para más
inri, el campo soviético descubrió, para su sorpresa mayúscula, que la
delegación británica simplemente había acudido para “mantener
conversaciones”, sin la menor autoridad para negociar.
“Lo que es seguro es que, si los gobiernos occidentales hubieran
querido empujarlo [a Stalin] en brazos de Hitler, no podrían haberlo
hecho de manera más eficaz. La misión militar anglo-francesa pospuso su
partida 11 días preciosos. Malgastó otros cinco días en el camino,
viajando a bordo del barco más lento posible.
Cuando llegó a Moscú, sus credenciales y poderes no estaban claros.
Los gobiernos, cuyos primeros ministros no habían considerado por debajo
de su dignidad volar a Múnich al simple chasquido de dedos de Hitler,
se negaron a enviar ninguna delegación oficial o ministerial para
negociar la alianza con Rusia. Los oficiales enviados para las
entrevistas militares eran de rango inferior a los enviados, por
ejemplo, a Polonia o Turquía. Si Stalin quería una alianza, la forma en
que fue tratado casi podría haber sido calculada para hacerle abandonar
sus intenciones”. (Deutscher, Ibíd., 425)
De todos modos, el 12 de agosto comenzaron las conversaciones sobre
un convenio militar. El mariscal Voroshilov, jefe de la delegación
soviética, informó a los delegados que, sin permitir que las tropas
soviéticas entraran en Polonia, les sería imposible defender a este
país. Los polacos declararon que no necesitaban la ayuda soviética y que
no la aceptarían.
“Si hay que juzgar a Stalin por su conducta de la época [alrededor de septiembre de 1938], no se le puede reprochar nada”. (Ibíd., 419)
Y, más adelante:
“El lema no escrito de Munich era mantener a Rusia fuera de Europa.
No solo las potencias grandes, o aparentemente grandes, de Occidente
deseaban excluir a Rusia. También los gobiernos de las pequeñas naciones
de Europa del Este ponían el grito en el cielo frente al oso gigante:
‘Quédate donde estás, quédate en tu guarida’. Poco antes de Munich,
cuando los franceses y los británicos discutían acciones conjuntas para
defender Checoslovaquia, los gobiernos polaco y rumano se negaron
categóricamente a autorizar el paso de tropas rusas hacia
Checoslovaquia. Rechazaron el derecho de paso al Ejército Rojo –e
incluso a las Fuerzas Aéreas Rojas- pero no simplemente porque tuvieran
miedo del comunismo: se prosternaban ante Hitler.
Debió ser poco después de Munich que la idea de un nuevo intento de
acercamiento con Alemania tomó forma en la mente de Stalin…” (ibid., P. 419)
Los gobiernos británico y francés también rechazaron esta propuesta.
Era inútil, en tales circunstancias, continuar las discusiones, que fueron pospuestas sine die
el 21 de agosto. Como resultado, el gobierno soviético, al darse cuenta
de la terca cabezonería de los gobiernos británico y francés en negarse
a concluir una alianza con la URSS, decidió concluir el pacto de no
agresión con Alemania.
“Su principal preocupación [de Stalin] todavía era ganar tiempo para
que la industria y las fuerzas armadas soviéticas pudieran reforzarse.
Con repugnacia, se planteó entonces la posibilidad de un acuerdo con
Hitler”. (Gray, op. cit., p. 309 y Churchill, op. cit., p. 306.)
En cuanto a la razón por la cual Stalin dio su acuerdo al pacto de no agresión con Alemania, Deutscher dice:
“Que él [Stalin] tuviera poca confianza en una victoria de Hitler
también es cierto. En adelante, su objetivo era ganar tiempo, tiempo y
más tiempo, proseguir sus planes económicos, construir la potencia de
Rusia y luego lanzar esta potencia sobre la balanza cuando los otros
beligerantes estuvieran en las últimas”. (Ibíd., 430.)
Firma del pacto de no agresión germano-soviético
Aunque Alemania se acercara a la Unión Soviética desde el 17 de abril
de 1939 para normalizar las relaciones germano-soviéticas, y hubiera
acercamientos posteriores con el gobierno soviético a través de la
embajada alemana en Moscú, el embajador alemán, el conde Fritz von der
Schulenburg, informaba el 4 de agosto:
“Mi impresión general es que el gobierno soviético ahora está
decidido a firmar con Inglaterra y Francia, si éstas satisfacen todos
los deseos soviéticos… Será necesario un esfuerzo considerable de parte
nuestra si queremos que el gobierno soviético cambie de dirección”.
(Churchill, op. cit., p. 305.)
El 14 de agosto, Joachim von Ribbentrop, Ministro de Asuntos
Exteriores de Alemania, telegrafió a Schulenburg ordenándole que llamara
a Molotov y le leyera la siguiente comunicación:
“No hay ningún problema entre el Mar Báltico y el Mar Negro que no
pueda resolverse con plena satisfacción para ambos países… Estoy
dispuesto a hacer una breve visita a Moscú… para presentar los puntos de
vista del Führer al Sr. Stalin… solo a través de tal discusión podremos
lograr un cambio…” (Documentos sobre Política Exterior Alemana:
1918-45, Serie D, Vol. 7, Londres, 1956, p. 63.)
El 16 de agosto, Schulenburg se encontró con Molotov y le leyó el
mensaje de Ribbentrop. La misma noche, informó a Berlín sobre “el gran
interés” de Molotov por el mensaje, añadiendo que Molotov “estaba
interesado en la cuestión de cómo estaba dispuesto el Gobierno alemán a
la idea de concluir un pacto de no agresión con la Unión Soviética” (Ibíd., p. 77)
Ribbentrop respondió el mismo día, encargando a Schulenburg que volviera a ver a Molotov para hacerle saber que:
“Alemania está lista para concluir un pacto de no agresión con la Unión Soviética.
Estoy dispuesto a desplazarme a Moscú, en avión, cualquier día a
partir del viernes 18 de agosto, para tratar, sobre la base de los
plenos poderes conferidos por el Führer, todo el asunto de las
relaciones germano-rusas y, si la ocasión se presenta, firmar los
tratados apropiados”. (Ibíd., 84)
El 17 de agosto, Molotov envió una respuesta por escrito a
Schulenburg, proponiendo un acuerdo comercial, para comenzar, al que
seguiría “poco después” la conclusión de un pacto de no agresión. El 18
de agosto, Ribbentrop informó a Schulenburg por telegrama que el “primer
estadio” –consistente en la firma de un acuerdo comercial- había sido
alcanzado, y pedía que se le permitiera viajar “inmediatamente” a Moscú.
El 19 de agosto, Schulenburg respondió que Molotov estaba de acuerdo para que:
“… el Ministro de Asuntos Exteriores del Reich llegue a Moscú el 26 ó
27 de agosto. Molotov me ha entregado el borrador del pacto de no
agresión. (Ibíd., 134.)
El 20 de agosto, Hitler envió un telegrama personal urgente a Stalin,
aceptando el proyecto soviético del pacto de no agresión, pidiéndole
que recibiera a Ribbentrop en Moscú el 22 de agosto o el 23 a más
tardar.
Stalin respondió el 21 de agosto para aceptar esta visita:
“El Gobierno soviético me ha ordenado que le informe que está de
acuerdo con la llegada del Sr. von Ribbentrop a Moscú el 23 de agosto”. (Ibíd., 168.)
Ribbentrop llegó a Moscú al frente de una delegación el 23 de agosto.
La misma tarde, fue recibido por Stalin. Según un informe digno de
confianza, la reunión fue fría y lejos de ser amigable. Gauss, asistente
principal de Ribbentrop y quien lo acompañó, informa:
“El mismo Ribbentrop había añadido al preámbulo una frase bastante
pomposa sobre las relaciones amistosas germano-soviéticas. A esto,
Stalin hizo una objeción, señalando que el gobierno soviético no podía
presentar de repente a su público una declaración de amistad
germano-soviética después de que el gobierno nazi lo cubriera con cubos
de estiércol durante seis años. Entonces, la frase del preámbulo fue
suprimida”. (Churchill, op. cit., p. 306.)
El pacto quedaba pues firmado. Bajo protocolo secreto, se acordó que,
en el Báltico, “la frontera norte de Lituania representa el límite de
las áreas de interés tanto de Alemania como de la URSS…” y que, en el
caso de Polonia, “… las áreas de interés tanto de Alemania como de la
URSS están aproximadamente delimitadas por los cursos de agua Narew,
Vístula y Sau”. (Documentos sobre política exterior alemana: 1918-45, op
cit, p. 264)
En otras palabras, la línea Curzon se convertiría en esta frontera y,
en la zona oriental de ésta, que había sido arrebatada por Polonia a la
Unión Soviética después de la Revolución de Octubre, Alemania se
mostraba de acuerdo con que la URSS tomara cualquier acción que
quisiera.
¿Por qué la Unión Soviética firmó el pacto del 23 de agosto?
Dirigiéndose al Soviet Supremo el 31 de agosto, Molotov disipó “la
ficción según la cual la conclusión del pacto de no agresión
germano-soviético había puesto patas arriba las negociaciones
anglo-franco-soviéticas”:
“Se han hecho intentos para difundir la ficción de que la conclusión
del pacto germano-soviético había interrumpido las negociaciones con
Gran Bretaña y Francia para un pacto de asistencia mutua… En realidad,
como ya sabéis, lo cierto es lo contrario… La Unión Soviética firmó el
pacto de no agresión con Alemania, entre otras cosas, porque las
negociaciones con Francia y Gran Bretaña habían… terminado en fracaso y
esto, por culpa de las esferas dirigentes de Gran Bretaña y Francia.
(Molotov, La política soviética de paz, Lawrence Stamp; Wishart, Londres,
p.20)
Incluso el historiador Edward Carr, resueltamente antisoviético, se
ve obligado a admitir que la decisión de la Unión Soviética de firmar el
pacto de no agresión con Alemania era una segunda opción hecha a
regañadientes y forzada:
“La característica llamativa de las negociaciones germano-soviéticas…
es la extrema prudencia con la que fueron dirigidas por parte del campo
soviético, y la resistencia prolongada de los soviéticos a querer
cerrar las puertas a las negociaciones occidentales”. (Carr E 1949, p.
104.)
El mismo Edward Carr, señalando que el gobierno de Chamberlain, “como
defensor del capitalismo”, rechazó una alianza con la URSS contra
Alemania, realizó la siguiente estimación de los beneficios obtenidos
por la Unión Soviética tras la firma del pacto de no agresión con
Alemania:
“Con el pacto del 23 de agosto de 1939, él [el gobierno soviético] se
aseguró: (a) un tiempo de respiración para protegerse de un ataque; (b)
ayuda alemana para limitar la presión japonesa en el Lejano Oriente;
(c) el acuerdo alemán para el establecimiento de un bastión avanzada más
allá de las fronteras soviéticas existentes en Europa del Este; era
importante que este bastión fuera, y solo pudo ser, una línea de defensa
contra un potencial ataque alemán cuya eventualidad nunca estuvo
ausente de los cálculos soviéticos. Pero lo que este pacto aseguró por
encima de todo fue la garantía de que, si la URSS debía finalmente
combatir a Hitler, las potencias occidentales ya estarían involucradas”.
(Carr E 1949, 103)
Después de este resumen correcto, sucinto y brillante de los
beneficios de la Unión Soviética, como consecuencia de la firma del
pacto del 23 de agosto, es difícil imaginar que todavía haya gente que
sostenga que, al firmar este pacto de no agresión con Alemania, la Unión
Soviética se hizo culpable de “abandonar el internacionalismo
proletario”. Desafortunadamente, seguimos encontrándonos con este tipo
de gente. Es difícil decir si es la ignorancia o la mala intención lo
que les hace pensar y emitir tales ideas erróneas. Todo lo que podemos
decir es que nadie está más sordo que el que no quiere oír.
Por hostil que sea, Deutscher se ve obligado a admitir otro
beneficio, a saber, la ventaja moral conquistada por la Unión Soviética
al firmar este pacto del 23 de agosto con la Alemania de Hitler:
“Su ganancia moral [de la URSS] consistió en la conciencia clara de
sus pueblos de que Alemania era el agresor y que su propio gobierno
había buscado la paz hasta el final”.
En lo que a nosotros respecta, siempre recordaremos con admiración y
satisfacción este golpe maestro de la política exterior rusa, que
contribuyó de manera significativa a liberar a la humanidad de los
horrores de la Alemania nazi. Los resultados fueron exactamente los que
la URSS había esperado. Exactamente una semana después de la firma del
pacto, es decir, el 1 de septiembre de 1939, los nazis invadían Polonia.
Dos días después, al vencer su ultimátum, Gran Bretaña y Francia
declararon la guerra a Alemania. Mientras los imperialistas, que habían
planeado estrangular a la Unión Soviética, luchaban entre sí, la Unión
Soviética se aseguraba dos años preciosos para preparar una guerra
final, que fue desencadenada a las 4 de la mañana del 22 de junio de
1941, por la invasión alemana de la Operación Barbarroja, lanzada por
Hitler con 162 divisiones, 3.400 tanques y 7.000 cañones. La heroica
defensa de la Unión Soviética, las batallas titánicas que libró, sus
legendarias victorias han pasado al folklore y ya no requieren más
comentarios aquí[4].
Un punto, para concluir: los círculos hostiles a la Unión Soviética
siempre han estado en pie de igualdad la invasión soviética de Polonia
al este de la línea Curzon y la invasión y ocupación nazi del resto de
Polonia. Ambas son cualitativamente diferentes.
Primero, las fuerzas
soviéticas se adentraron únicamente en el territorio que había sido suyo
antes de que fuera capturado por Polonia después de la Revolución de
Octubre.
En segundo lugar, y mucho más importante, la Unión Soviética
esperó dieciséis días después de la invasión nazi de Polonia.
“Cuando, el 5 de septiembre [de 1939], Ribbentrop comenzó a presionar
a los rusos para que avanzaran sobre su parte de Polonia, Stalin aún no
estaba dispuesto a dar las órdenes de marcha… No quería ayudar a la
derrota de Polonia y se negó a moverse antes de que el colapso de
Polonia fuera completo más allá de toda duda”. (Deutscher, supra, en
432.)
Fue solo cuando era absolutamente seguro que el Estado polaco se
había derrumbado, que las fuerzas soviéticas entraron en Polonia (el 17
de septiembre) y esto, para salvaguardar sus defensas y la integridad de
los pueblos de los territorios invadidos por las fuerzas soviéticas. La
verdad es que los soldados soviéticos fueron aclamados por la gente
local como libertadores y héroes.
En su discurso ante el Soviet Supremo el 31 de octubre de 1939, Molotov declaró:
“Nuestras tropas entraron en el territorio de Polonia solo después de
que el Estado polaco colapsara y, de hecho, dejara de existir. Claro,
no podíamos permanecer neutrales ante estos hechos, porque después de
estos eventos, hemos sido confrentamos a problemas urgentes con respecto
a la seguridad de nuestro Estado. Además, el gobierno soviético no
podía dejar de tener en cuenta la situación excepcional creada para
nuestros hermanos en Ucrania occidental y en Bielorrusia occidental, que
habían sido abandonados a su suerte tras el colapso de Polonia”.
(Molotov, op cit, pp. 31-32.)
Y, más adelante:
“Cuando el Ejército Rojo entró en estas regiones, fue recibido con
simpatía general por el pueblo ucraniano y bielorruso que dio la
bienvenida a nuestras tropas como liberadores del yugo de la nobleza,
del yugo de los grandes propietarios y capitalistas polacos”. (Ibíd., p. 33)
El avance soviético en estos territorios tuvo el efecto de liberar a
13 millones de personas, incluido un millón de judíos, de los horrores
de la ocupación y del exterminio nazi. ¡Sólo se puede conjeturar que
aquéllos que estaban en contra de la entrada soviética en los
territorios al este de la línea Curzon habrían visto estas áreas
invadidas por los nazis! ¡Un “internacionalismo” bastante extraño, de
hecho! Tales individuos están realmente a la derecha, incluso de ciertos
conservadores. Que las siguientes palabras, pronunciadas en la Cámara
de Diputados el 20 de septiembre de 1939 por el conservador Robert
Boothby, cubran con eterno oprobio a tales “socialistas” e
“internacionalistas”:
“Creo que es legítimo suponer que esta acción por parte del gobierno
soviético se llevó a cabo… desde el punto de vista de la
autoconservación y la autodefensa… La acción emprendida por las tropas
rusas… ha empujado considerablemente la frontera alemana hacia el oeste…
Estoy agradecido de que las tropas rusas estén hoy a lo largo de la
frontera polaco-rumana. Prefiero tener allí tropas rusas que tropas
alemanas”. (Citado por Bill Bland en su trabajo, El Pacto de no agresión germano-soviético de 1939, un excelente artículo[5] presentado a la Sociedad Stalin en 1992).
Notas:
[3]
Harpal Brar cita aquí extensos fragmentos del artículo de Mao Zedong,
incluido en el tomo 2 de sus obras escogidas, titulado “LA IDENTIDAD DE
INTERESES ENTRE LA UNIÓN SOVIÉTICA Y LA HUMANIDAD”, del 28 de septiembre de 1939 (https://webs.ucm.es/info/bas/utopia/html/mao.htm)
[4]
Por su extension, no podemos reproducir los fragmentos que Harpal Brar
cita aquí, extraídos de la obra del historiador austríaco, anticomunista
y proimperialista, Ernest Topisch, “La guerra de Stalin”, confirmando y ampliando la explicación del presente artículo.
[5] https://espressostalinist.com/2013/10/30/bill-bland-the-german-soviet-non-aggression-pact-of-1939/. Para profundizar en esta cuestión, aconsejamos la lectura de un artículo más reciente de Grover Furr (2014): “¿La Unión Soviética invadió Polonia en septiembre de 1939? (Respuesta: No, no lo hizo)”: https://studylib.es/doc/6701156/cr%C3%ADtica-marxista-leninista
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