22 de julio de 2019

Cuando Juan Ramón Jiménez se declaró comunista

Por Arturo del Villar

   Lo dijo, y tenía razón, otro grandísimo poeta republicano exiliado, Rafael Alberti, al escuchar el 25 de octubre de 1956 que la Academia Sueca otorgaba el premio Nobel de Literatura de ese año a Juan Ramón Jiménez, exiliado en Puerto Rico: “Les han dado el premio Nobel a los sobrinos de Juan Ramón.” Gran verdad, porque el poeta se hallaba hundido en una gravísima depresión que le impidió volver a escribir desde julio de 1954, agravada a consecuencia de la muerte de su compañera Zenobia Camprubí tres días después de hacerse pública la noticia.  

Juan Ramón Jiménez
Aunque es incuestionable que Juan Ramón declaró desde su juventud su compromiso con la izquierda republicana, y que murió en el exilio por no querer soportar la dictadura fascista en su patria, los sobrinos y herederos han intentado siempre disimular su ideología, porque está en las antípodas de la suya. El único sobrino de Juan Ramón que llevaba su apellido, por ser hijo de su único hermano varón, que además compartía su nombre por ser su ahijado de bautismo, llamado familiarmente Juanito Ramón, murió  en la batalla del Ebro luchando en las filas sublevadas, y en las Casa-Museo de Zenobia y Juan Ramón de Moguer se exhibe, o al menos se mostraba antes, ahora no puedo afirmarlo, la carta enviada por su jefe militar al padre, comunicándole la noticia y asegurándole que había caído como un héroe. Ellos calificaban de héroes a los traidores a la patria.

Los demás sobrinos y los sobrinos nietos disfrutan los beneficios económicos del premio Nobel, como supuso Alberti. Según la Ley de Propiedad Intelectual de 1879, vigente a la muerte de Juan Ramón, sus herederos cobrarán los derechos de autor generados por sus obras durante 80 años desde la muerte de su tío, es decir, hasta 2038, año en que entrarán en domino público. Cobran, aunque discrepan totalmente de la ideología política del autor de esas obras que ellos ni siquiera han leído. 


   Fueron y son los vivos, militares en el ejército rebelde, curas, una monja, numerarios de la secta del Opus Dei, y todos extremistas de la derecha, monárquicos ultraconservadores. Por ese motivo intentan falsificar la imagen del poeta, aduciendo la falsedad de que no le interesaba la política, y siempre vivió aislado en la ridícula torre de marfil de su poesía que se han inventado, sin preocuparles ridiculizar su imagen.


Republicano muy de izquierdas

   En mi libro Juan Ramón Jiménez, poeta republicano, editado por el Colectivo Republicano Tercer Milenio en la Biblioteca de Divulgación Republicana en 2006, aporto documentos juanramonianos demostrativos de su inequívoca ideología republicana y comunista. Sus familiares han impedido la difusión del ensayo, porque poseen los derechos de sus obras, y niegan su edición a quienes disienten de su probada ideología fascista.
   Para publicar sus primeras colaboraciones en la Prensa de carácter nacional, en marzo de 1899, a sus 17 años, eligió el semanario madrileño Vida Nueva, republicano, socialista y anticlerical. Sus primeros maestros en el Madrid de comienzos del siglo XX fueron don Francisco Giner de los Ríos y los demás profesores de la Institución Libre de Enseñanza, represaliados por la monarquía en 1876 debido a su republicanismo y ateísmo, y el doctor Luis Simarro, gran maestre grado 33 y último del Grande Oriente Español, que lo alojó en su domicilio particular incluso. Todos los documentos acumulados a lo largo de su vida sobre su ideología se reproducen en el ensayo citado, al que remito. Ahora vamos a reducirnos a leer la declaración de su comunismo, expuesto públicamente en 1936.

   Para ejecutar su propósito de popularizar la cultura entre el pueblo, facilitándole los conocimientos que le prohibieron la monarquía y la Iglesia catolicorromana, la República dedicó su empeño desde el primer día a la creación de escuelas públicas, a la formación de las Misiones Pedagógicas, a las representaciones del teatro clásico con La Barraca, y a la difusión del libro. Están publicados los testimonios demostrativos de la amistad del poeta con Manuel Azaña, jefe del Gobierno primero y presidente de la  República después, y con varios ministros, especialmente con el de Instrucción Pública y Bellas Artes, Fernando de los Ríos, una relación amistosa antigua, continuada durante su común exilio en los Estados Unidos.



   
Precisamente el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes inauguró el 15 de junio de 1936 el Instituto del Libro Español, con una conferencia encargada a Juan Ramón Jiménez. El acto se celebró en el Auditorium de la Residencia de Estudiantes, en Madrid, pero sin la presencia del poeta, que alegó una indisposición. Hasta que las circunstancias de la guerra le animaron a intervenir en mítines públicos en defensa de la República, Juan Ramón no quiso presentarse ante los espectadores.

La unidad poética

   Tampoco lo hizo en esta solemne ocasión, pero el texto titulado Política poética, fue impreso por cuenta del Ministerio en un folleto de 36 páginas, de modo que conocemos lo que aquel día comunicó a los oyentes y a los posteriores lectores. Posee una importancia especial, porque en aquellos momentos tan especiales para la historia de España, a un mes de la sublevación de los militares monárquicos contra la legalidad constitucional, Juan Ramón se declaró comunista, y eso está impreso y no lo pueden eliminar sus sobrinos fascistas.  
   Comenzó haciendo una alabanza de la paz universal, en unos instantes  en los que las naciones nazifascistas de Alemania e Italia preparaban la mayor guerra destructiva en toda la historia de la humanidad, con un preámbulo en España a punto de comenzar un mes después. El ideal de Juan Ramón era la fraternidad universal por la igualdad de todos los seres gracias a la libertad, según los lemas de la Revolución Francesa inspiradores de todas las revoluciones sociales posteriores. Las revoluciones se hacen precisamente para implantar esos ideales.  

   Sin duda Juan Ramón vivió en poeta, de modo que todos sus actos estuvieron bendecidos por la poesía, aunque los motivaran intentos sociales. Debido a ello adjetivó de poético su ideario comunista, desde la perspectiva de la Política poética que daba título a la conferencia. Y así declaró:
   El propósito de fusión es la norma suprema de la relación humana, fundirnos todos en todos lo que podamos, con amor o convencimiento si no es posible el amor, que todos tenemos distintos lados buenos para la fundición de carne y alma. Y aquí está ya la unidad poética, el comunismo. El comunismo ideal, el “comunismo poético”, que es el que yo pienso, sería aquel en que todos, iguales en principio, trabajásemos en nuestra vida, con nuestra vida y por nuestra vida por deber conciente, cada uno en su vocación, “en lo que le gustara”, y, entiéndase bien, con el ritmo conveniente y necesario a ese gusto. (Páginas 12 s. En las citas se respeta la peculiar ortografía juanramoniana.)

   Es un propósito es idealista y difícil por eso de implantar. La igualdad entre todos los seres humanos es desde siempre el afán de las revoluciones sociales, pero también desde siempre hay quienes desean impedirla para mantener unos privilegios. Suelen ser los patronos, que además cuentan con elementos disuasorios eficientes para hacerse convincentes. El programa juanramoniano se basa en que cada uno de los seres humanos integrados en una sociedad sin clases trabajara en lo que le gustase. Viene a ser lo que se canta en La internacional:
Ni en dioses, reyes ni tribunos
está el supremo salvador.
Nosotros mismos realicemos
el esfuerzo redentor.

   Se imponía entonces en la Unión Soviética ese ideario, generalmente exaltado por los mejores poetas unánimes en todos los idiomas. Por algo se consideró a la Unión Soviética la patria común de los trabajadores. Había trabajo para todos, sin discriminaciones de ninguna clase, y cada uno estaba  ocupado en hacer lo que le gustase, lo que Juan Ramón llamaba “el trabajo gustoso”, porque cuando se realiza con gusto no cansa, sino que se convierte en una distracción en la que cada uno pone lo mejor de sí mismo.
Trabajar con poesía




   Aunque la religión judeo-cristiana considera el trabajo un castigo divino, puede ser una alegría dentro de la organización socialista del trabajo. Durante siglos la palabra trabajo era equivalente a esclavitud, incluso en sociedades tan avanzadas en otros aspectos humanos como la griega y la romana clásicas. Todavía en las sociedades que abolieron teóricamente la esclavitud se mantuvo la opresión del garrote, cuando los trabajadores carecían de sindicatos que defendieran sus derechos, y podían ser despedidos por cualquier motivo sin indemnización. Todo ello quedó abolido en la sociedad socialista, en donde el trabajo dejó de ser un castigo capaz de dar lugar a la esclavitud, para convertirse en una ocupación libre en la que es imposible la explotación laboral, puesto que los beneficios redundan únicamente en los propios trabajadores, y por ende en la sociedad.  
   Sabía Juan Ramón que en la Unión Soviética de Lenin y Stalin la organización del trabajo se asentaba sobre un nuevo tipo, el trabajo social basado en la disciplina libre de los propios trabajadores. Gracias a ello se había conseguido incrementar la productividad, que es el fin de toda política laboral, debido a que los trabajadores se hallaban contentos en su puesto. Precisamente en 1935 Alexei Stajánov, minero en un pozo de carbón, superó con creces las cifras de extracción, lo que dio lugar al movimiento llamado en su honor estajanovista: los trabajadores sin amos se esforzaban con  gusto en su tarea, por saber que el beneficio era para ellos, no para un patrón tiránico. Es lo que Juan Ramón calificó de trabajar con poesía:

   Si todos, insisto en mi comunismo, trabajásemos con poesía, si todos tuvieran que pensar y sentir su trabajo, altavoces y otras armas permitidas de guerra vecinal nadie las utilizaría sino en forma conveniente, en metamórfosis simpática. Siempre he sido feliz trabajando y viendo trabajar a gusto y con respeto, y por dondequiera que he ido he ayudado y exaltado este poético trabajar a gusto. (Pág. 17.)

   Fue lo realizado por Stajánov, porque la revolución comunista suprimió las barreras existentes en el capitalismo para las relaciones de producción, lo que propició el crecimiento de las fuerzas productivas. Aquella Rusia zarista medieval dio paso a la Unión Soviética convertida en primera potencia industrial europea, gracias a los iniciales planes quinquenales impulsados por Stalin desde 1929. Todo ello debido a que los trabajadores aplicaban el plan leninista conocido, pero también el juanramoniano inducido. 
   Todos estaban comprometidos en la tarea de sacar a la Unión Soviética del atraso secular en que se hallaba, en comparación con los países europeos capitalistas. Lo hacían con gusto, al saber que trabajar para lograr una sociedad justa para ellos y sus hijos. Los esfuerzos y las privaciones se aceptaban como medio imprescindible para lograr el fin socialista. Y Stajánov dio nombre a una política laboral en la Unión Soviética que Juan Ramón Jiménez traducía al castellano como trabajar con poesía. 

La remuneración

   La Política poética abordó también el tema de la remuneración salarial. En la sociedad socialista es imposible la explotación del hombre por el hombre, necesaria en el capitalismo. En la Unión Soviética estaba implantado el derecho de todos los ciudadanos al trabajo garantizado y remunerado, con arreglo a su cantidad y calidad. Desaparecieron la mendicidad callejera y el desempleo, dos lacras comunes a las sociedades capitalistas. Los beneficios del trabajo en la sociedad socialista no van a manos de unos empresarios, sino que se aplican a favor de los mismos trabajadores. Debido a ello se preocupan por incrementar los buenos resultados de la producción. 
  
   El asunto le preocupaba a Juan Ramón, como andaluz conocedor de las angustias de los braceros, necesitados de ser contratados cada día por los capataces, para obtener un jornal mísero a cambio de un trabajo que solía denominarse “de sol a sol”, sin ningún derecho. La República intentó poner en marcha una reforma agraria, pero tropezó con la obstrucción de las fuerzas derechistas pagadas por los terratenientes. Juan Ramón abordó el tema salarial en su conferencia sobre poética, pero política:

    Subida su remuneración [a los trabajadores] necesaria a lo que merecían de veras, ¿qué no hubieran hecho estos trabajadores gustosos en la vida, en su vida y nuestra vida? Todos debemos ganar lo que merezcamos con la calidad de nuestro trabajo. (Pág. 26.)   

   Es exactamente el principio del socialismo leninista: “De cada cual, según su capacidad; a cada cual, según su trabajo”, lo que implica el deber de todos los ciudadanos de trabajar conforme a su capacidad, y el derecho a recibir el salario debido a la cantidad y la calidad del trabajo realizado. Así el trabajo individual de cada uno de los trabajadores redundaba en beneficio de toda la comunidad. En una sociedad que aplicara la teoría juanramoniana, el trabajo gustoso mejoraría la productividad, con lo que sería posible poner en práctica el principio del comunismo marxista-leninista: “De cada cual según capacidad, a cada cual según sus necesidades.” El comunismo poético descrito por Juan Ramón se basa en el comunismo político estructurado por Lenin y aplicado por Stalin en aquellos mismos años.  
   Al ser los medios de producción propiedad socialista, todos los ciudadanos aptos para el trabajo tienen acceso a ellos en la sociedad socialista. La remuneración debida a su esfuerzo no dependerá ya de los intereses del patrón, empecinado en aumentar sus ganancias, sino que estará en consonancia con su laboriosidad.  

Ventajas del comunismo

   Antes de terminar su conferencia quiso Juan Ramón remachar su idea del comunismo poético. Su propósito consistía en facilitar unas normas de conducta laboral que pudieran ayudar a los políticos republicanos a consolidar las reformas sociales que trataban de impulsar en el Congreso, pese a los impedimentos puestos por la derecha anticonstitucional. Desgraciadamente, la historia de España iba a retroceder a la Edad Media, con el triunfo de los militares monárquicos sublevados un mes después. 
  
   La conferencia fue una exaltación del trabajo, apellidado gustoso por el poeta, inspirado por el comunismo según se estaba poniendo en práctica en la Unión Soviética con éxito, a pesar también de las dificultades internacionales propiciadas por el capitalismo de los Estados Unidos y, mucho más cercanas, por el nazismo alemán deseoso de destruir al comunismo, según su dictador anunciaba a todas horas. Sin imaginar que todos los planes democráticos en España iban a quedar sepultados a consecuencia de la rebelión de los militares monárquicos, ayudados decisivamente por el nazifascismo internacional, Juan Ramón defendió su ideario comunista:
   La ventaja del trabajo, en mi comunismo poético, del trabajo repartido y retribuido noble y justamente, con arreglo a la vocación, y en una equilibrada exijencia, está en que se trabajaría por el trabajo, y aquí sí que se puede decir, sin pérdida ninguna, arte por el arte, poesía por la poesía, esfuerzo como premio, según la ley de los espartanos cuando pedían para honra máxima de su poder gustoso la rama lijera y fugaz del perejil. (Pág. 35.)

   La teoría poética juanramoniana es una adaptación de la tesis leninista acerca de la construcción del comunismo. La premisa necesaria partía de la elevación de la productividad, cosa que se lograría cuando el trabajador estuviese satisfecho en su puesto, como lo estaba Stajánov en la mina de carbón. Merced a la política socialista era posible economizar los costes de la producción, lo que se dedicaba a mejorar el nivel de vida de los trabajadores. Ellos sabían que trabajaban para ellos mismos.   

Español en exilio





   La conocida ideología comunista de Juan Ramón hizo que se convirtiera en un enemigo a abatir para las derechas. Comenzada la sublevación de los militares monárquicos, el presidente Manuel Azaña le encargó una misión diplomática en los Estados Unidos, en donde residía la familia de Zenobia muy bien situada. Consistía en explicar a la opinión pública la realidad de la guerra en España. Lo hizo en mítines y artículos, y ante la victoria de los sublevados no quiso volver a su patria, pese a estar necesitado de escuchar el castellano porque era su herramienta de trabajo.
   Su casa en Madrid fue asaltada al caer la capital en poder de los sublevados. Una banda falangista acaudillada por Carlos Sentís, Carlos Martínez Barbeito y Félix Ros la saqueó, y entre otros objetos valiosos robó un retrato de Juan Ramón realizado por su amigo Daniel Vázquez Díaz, que ha desaparecido. En el aspecto literario, las publicaciones del régimen, que estaban todas sometidas a la censura, lanzaron campañas difamatorias contra el poeta republicano y comunista exiliado. 

   Hasta que la concesión del premio Nobel en 1956 motivó un cambio de estrategia, para intentar que regresara a la patria, porque después de la muerte de Zenobia se quedaba solo en Puerto Rico. Las adulaciones y halagos que se le hicieron llegar no movieron su firme decisión de no volver a España mientras estuviera sometida a la dictadura fascista. Por eso murió en el exilio, como republicano, comunista y ateo, aunque monárquicos, fascistas y clérigos se apoderasen de su cadáver, con permiso de su familia. Pero lo publicado por él no admite discusión, por mucho que intenten disfrazarlo.   


ARTURO DEL VILLAR
Presidente del Colectivo Republicano Tercer Milenio.

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