AUNQUE
el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética presentó una faceta
desconocida y negativa sobre el que fuera su líder, José Stalin, los
republicanos españoles no podemos olvidar que fue el gran defensor de nuestra
República. Lo hizo sin tener en cuenta el inicuo Pacto de No Intervención en la
guerra española, suscrito por todas las naciones presuntamente democráticas,
instigadas por el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte, lo que se
explica porque perdió el trono la reina Victoria Eugenia de Battenberg, pariente
del monarca británico, y por la República Francesa, lo que sólo se explica por
la inmensa cobardía de Léon Blum, jefe del Gobierno integrado entonces por el
Frente Popular.
Es cierto que también el presidente de los
Estados Unidos de México, el general Lázaro Cárdenas, envió material bélico y
sostuvo a las instituciones republicanas incluso después de perdida la guerra,
pero es incomparable su potencial con el de la Unión Soviética. Veneramos su
memoria, porque dio todo lo que tenía, y por eso cuenta con un monumento en
Madrid, lo que no se ha hecho con Stalin.
En este 66 aniversario de su muerte debemos
recordar, siquiera abreviadamente, su trascendental papel en el sostenimiento
de la guerra gracias a la colaboración soviética. Es verdad que la República
fue derrotada, pero se debió a la intervención a favor de los militares
monárquicos sublevados por los nazis alemanes, los fascistas italianos y los
viriatos portugueses, más la contribución económica de la Iglesia
catolicorromana, así como al Pacto de No Intervención y a la criminal actitud
de la República Francesa, que retuvo en la frontera la ayuda soviética,
impidiendo que entrara en su destino.
A Stalin en principio no debía importarle la
suerte de la República burguesa Española, porque él lideraba la Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas, sin ningún parecido. Sin embargo, fue el
único líder europeo que comprendió la importancia de frenar el avance del nazifascismo,
y puesto que actuaba en España con total impunidad y descaro a favor de los
sublevados, decidió implicar a la Unión Soviética en la contienda.
El 4
de agosto de 1936 los embajadores franceses en Europa iniciaron una campaña
para promover un acuerdo de no intervención en la guerra española. El día 8
anunció el Gobierno de París el cierre de la frontera con España, y el cese de
su colaboración con el Gobierno legítimo republicano. El día 15 lo hizo el
Reino Unido. El Comité de No Intervención se reunió en Londres el 9 de
setiembre y culminó la traición a la República Española, abandonada a su
suerte. Como era de prever, Italia y Alemania continuaron los suministros de
hombres y armamento a los rebeldes.
Otra vileza
de la República Francesa consistió en congelar los depósitos del Banco de
España en el de Francia, que ascendían a 257 millones de pesetas en oro. Habían
sido exportados en junio de 1931, ante la actuación agresiva de varios bancos
estadounidenses contra la peseta. Utilizó como disculpa el Pacto de No Intervención
en la guerra, y acabó entregándoselo a los vencedores. Muy cara pagó su
cobardía la República Francesa, y muy merecida tenía la invasión de Alemania.
La ayuda soviética
También la Unión Soviética suscribió el Acuerdo
de No Intervención, porque no pudo evitar su aprobación, pero actuó como si no
existiera. Desde el primer momento encargó a la Komintern la organización de
las Brigadas Internacionales, que reclutaron hombres y mujeres de 53 países
para venir a combatir en apoyo de la República. Asimismo envió asesores del
Ejército Rojo, para que transformasen las milicias desorganizadas en el eficiente
Ejército Popular.
Primordial fue el material de guerra que
mandó a España, aviones, tanques, ametralladoras, bombas y municiones. Por
desgracia, mucho fue hundido por los submarinos italianos en el Mediterráneo, y
otra parte quedó confiscada en la frontera francesa por orden de Blum. Para la
formación de los pilotos unos cientos de jóvenes republicanos se trasladaron a
las escuelas de aviación soviéticas, en donde siguieron unos cursillos acelerados
de entrenamiento. Esos aparatos eran los más modernos de la aviación mundial, y
tuvieron un papel preponderante en el desarrollo de la guerra.
Otros envíos no menos importantes fueron
los alimentos y medicamentos, que los buques soviéticos hacían llegar a los
puertos leales para paliar las carencias de abastecimientos propias de una
economía de guerra. Además, la Unión Soviética acogió sin ninguna compensación
a 2.895 niños españoles evacuados a consecuencia de la guerra, y llevó a 300
maestros españoles para que los educaran en su idioma natal, creando unos albergues
especiales para ellos, con recuerdos de España. El deseo de Stalin era que se
comportasen como si estuvieran en España, para que al concluir la guerra con la
victoria de las fuerzas leales volvieran a la patria bien formados. Al sufrir
la derrota el Ejército leal, la mayor parte de los niños permaneció en la Unión
Soviética, en donde recibieron una educación universitaria según sus preferencias.
La aceptación de los aviadores y de los
niños por los ciudadanos soviéticos fue de camaradería, según han testimoniado
repetidamente. Un rasgo a destacar es que los trabajadores soviéticos aprobaron
en agosto de 1936 destinar un día de su salario para ayudar a sus compañeros
españoles. Se recaudaron 14 millones de rublos, invertidos en la adquisición de
material de guerra para la República.
Un testimonio
irrefutable
Entre los muchos testimonios que corroboran
la protección dada por Stalin a la República Española cabe destacar el
proporcionado por el general de Aviación Ignacio Hidalgo de Cisneros, a quien
el presidente del Gobierno, el doctor Juan Negrín, encomendó una misión
diplomática especial como delegado suyo ante Stalin. Se trataba de conseguir
que la Unión Soviética enviara masivamente material bélico para contener la
ofensiva rebelde contra Catalunya.
El 7
de noviembre de 1938 Negrín mecanografió una carta en francés dirigida al
mariscal Voroshilov, agradeciéndole la ayuda militar y financiera de la URSS a
la República. El día 9 escribió una carta manuscrita, igualmente en francés, a
Viacheslav Mijailovich Molotov, presidente del Consejo de Comisarios del
Pueblo, para explicarle que la victoria de la República sobre los rebeldes
evitaría una guerra mundial, y para ello solamente podía contar con la ayuda de
la URSS, hasta entonces la única eficaz recibida.
Concluyó la correspondencia el día 11, con
una larga carta de cinco páginas en español, dirigida a “Mi distinguido
camarada y gran amigo" José Stalin, “sabedor de que existen ahí perfectos
traductores de mi idioma”. Se trata de un documento interesantísimo, porque
ofrece un panorama de la situación política europea desde su punto de vista, en
relación con el desarrollo de la guerra en España. Se halla reproducida en Guerra y revolución en España, 1936-1939, Moscú,
Progreso, 1967, volumen IV, tras la página 328. Agradecía la ayuda que la Unión Soviética estaba facilitando a la
República, imprescindible para su pervivencia, debido al empeño personal del
destinatario de la carta:
Yo quiero frenar mi pluma y no decir nada
que pueda parecer halago a su persona o signo de reconocimiento surgidos, uno y
otro, de una gratitud bien motivada. Mas no puedo callar que sin el interés que
V. ha puesto en nuestra lucha ya hace
mucho tiempo que habríamos sucumbido y que el porvenir y la suerte de la
Libertad y de la Democracia y con ellas de mi Patria se habría ya jugado y
perdido irremisiblemente.
Hizo una profecía que se cumplió
exactamente, ya que la derrota de la República en la primavera fue seguida de
la guerra en Europa en verano:
Si en España fuéramos derrotados dudo que el
verano del año 1939 transcurra sin estallar un conflicto general. A no ser que
Francia e Inglaterra estén dispuestas a tolerar y transigir con todas las
exigencias y humillaciones del bloque nazi-fascista, prestándose así al
hundimiento definitivo de estas dos potencias.
Naturalmente, la amplia exposición tenía
como finalidad solicitar un incremento de la ayuda soviética a la República, ya
que era el único país que se la concedía, como si no se estuviera combatiendo
en España por la libertad. Presentaba así a su portador:
Ahora bien por los informes verbales que ha
de transmitir el General Hidalgo de Cisneros, podrá apreciar su Gobierno el
carácter decisivo que la rápida resolución de las peticiones de que adjunto
copias puede tener sobre el resultado de la guerra.
Pocos días después salió para Moscú el general
Hidalgo de Cisneros, con su mujer, Constancia de la Mora y Maura, familiarmente
conocida por Connie, y su ayudante, el coronel Arnal. No está clara la fecha de
su llegada, que algunos historiadores retrasan hasta el mes de diciembre. Sin embargo,
parece lo más probable que llegasen el 25 de noviembre, y esa misma tarde Hidalgo
se entrevistó con el mariscal Voroshilov, a quien entregó las tres cartas.
Audiencia con Stalin
A la tarde siguiente fue recibido en
audiencia muy especial por Stalin, a quien acompañaban Voroshilov y Molotov. Le
expuso la situación del conflicto, que Stalin conocía por sus informadores, y
le encareció la urgencia de atender la lista de peticiones elaborada por el
doctor Negrín, que era enorme: 250 aviones, 250 tanques, 650 piezas de artillería
y cuatro mil ametralladoras. Hizo hincapié en que de su rápida recepción
dependía la suerte de la guerra, ante el continuado rearme de los sublevados
por parte de sus protectores alemanes e italianos.
Stalin dio su conformidad, pero Voroshilov
le preguntó cómo pensaba pagar tan enorme pedido, valorado en ciento tres
millones de dólares, porque el oro enviado desde el Banco de España para la
adquisición de material bélico se había agotado hacía tiempo, y la República
debía ya cien mil dólares a la URSS de las últimas remesas. Las 500 toneladas
de oro procedentes del Banco de España fueron depositadas para su custodia en
el Banco del Estado de la Unión Soviética, con el fin de pagar las compras del
Gobierno legítimo en el extranjero. Aquel oro no estaba destinado únicamente al
pago del armamento soviético, según suele alegarse, sino a todos los pagos que
se hicieran a cualquier país.
No contaba con esta circunstancia negativa
Hidalgo de Cisneros, porque nada le previno Negrín, pero Stalin le aseguró que
se arreglaría, y le propuso que visitase al día siguiente a Anastas Mikoyan,
comisario del Pueblo para el Comercio. Mientras tanto, ordenó que fuera un
automóvil a recoger en el hotel a Connie, porque invitaba a cenar a los cuatro
en privado. Recordó el general en sus memorias, Cambio de rumbo (Bucarest, sin editor, dos volúmenes, 1961 y 1964) la cordialidad de aquella cena, en la
que el máximo dirigente de la Unión Soviética se comportó como un solícito anfitrión,
enseñando a Connie a trinchar un pescado. Además encargó que se sirvieran
varias clases de vinos soviéticos, porque pretendía demostrar que eran mejores
que los españoles.
Al día siguiente visitó a Mikoyan. Es de
suponer que acudiera muy preocupado, al conocer el déficit de la República,
pero el comisario de Comercio le tranquilizó, al decirle que estaba dispuesto a
conceder un empréstito de cien millones de dólares a la República Española,
solamente con la garantía de su firma. En sus memorias comentó que este dato le
hizo comprender que la Unión Soviética mantenía el decidido propósito de ayudar
al Ejército leal a ganar la guerra. Y añadió que era comprensible el entusiasmo
con el que hablaba de la generosidad y el desinterés mostrado por la URSS respecto
a la burguesa República Española, con la que no tenía otro lazo que el común
amor a la democracia.
La última traición de Francia
El matrimonio regresó a Barcelona, mientras
el ayudante de Ignacio, el coronel Arnal, se trasladaba al puerto de Murmansk
para supervisar la carga de siete buques mercantes, en los que se embarcó el
primer envío de material. Discrepan los historiadores en cuanto a su número;
parece probable que se trataba de 174 aviones de varios tipos, motores y
recambios; 40 tanques, tres mil ametralladoras y fusiles ametralladores,
antitanques, obuses, cañones, lanchas torpederas, y millón y medio de
municiones de varios calibres.
El transporte se consignó al puerto francés
de Burdeos, para evitar la acción de los submarinos nazis y fascistas, que
hundían a todos los barcos sospechosos de llevar mercancías a puertos
españoles: algo de lo que tampoco se enteraban los firmantes del Acuerdo de No Intervención.
Llegó el 15 de enero de 1939, cuando se libraba la batalla por la defensa de Barcelona. Una vez más la República
Francesa demostró su cobardía, y retuvo el cargamento, sin permitir que
atravesara la frontera, alegando el cumplimiento del perverso Acuerdo. De
haberse podido utilizar ese material, la suerte de la guerra habría cambiado
radicalmente. El día 26 cayó Barcelona, y la guerra dio un giro profundo a la
derecha.
Debemos meditar en el comentario que hace
Hidalgo de Cisneros respecto a la entrevista con Stalin. Propone esta reflexión
en el segundo volumen de sus memorias, página 246:
Tales
son mis impresiones de aquella entrevista, como las he conservado en mi memoria. No pretendo haber hecho una
semblanza de los dirigentes soviéticos que participaron en ella y que con tanto
afecto y sencillez me trataron. […] Sin embargo, quiero repetir aquí mi
convicción de que el comportamiento de la Unión Soviética para con la República
Española durante nuestra guerra fue de plena solidaridad y apoyo. La
cordialidad con que fui tratado no se debía, naturalmente, a mi persona, ni a
que me llamase Hidalgo de Cisneros. Los líderes soviéticos me acogieron con el
máximo cariño que el pueblo de la Unión Soviética testimoniaba por doquier al
pueblo español y a su causa.
Hay muchos historiadores que debieran
meditar sobre estas palabras, y ningún español de izquierdas tendría que
olvidarlas. Los líderes soviéticos siguieron las instrucciones de Stalin,
decidido partidario de salvar a la República Española de sus enemigos de dentro
y de fuera. A él hay que agradecerle, como es lógico, la colaboración prestada.
Las decisiones de Stalin a lo largo de su
mandato fueron múltiples, y era inevitable que cometiese algunos errores, sobre
todo en la dificilísima coyuntura histórica que le tocó sufrir: primero tuvo
que terminar la guerra civil, y después derrotar al invasor nazi en la conocida
como Gran Guerra Patria. El pueblo soviético le veneraba con tanto fervor como
a Lenin. Y en cualquier caso, a todos los defensores de la República Española,
sea cual fuere la filiación política, lo que debe importarnos es que mantuvo su
compromiso de ayudar al pueblo español por todos los medios contra la agresión
nazifascista. Eso es incuestionable, por mucho que les pese a quienes siempre
están queriendo reescribir la historia.
ARTURO DEL VILLAR
PRESIDENTE DEL COLECTIVO REPUBLICANO TERCER MILENIO
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