“El trotskismo -explica Harpal Brar- no acepta la tesis de Lenin
según la cual el desarrollo económico desigual es una ley absoluta del
capitalismo. Según Trotski, el imperialismo suprime todas las
desigualdades en el desarrollo económico de los diferentes países. La
explotación imperialista, pretende Trotski, conduce a la eliminación de
las desigualdades en las condiciones económicas de los países
explotadores y explotados. En 1928, por ejemplo, Trotski hablaba de ‘la
brecha decreciente entre India y Gran Bretaña’. A partir de esta
posición de rechazo de la ley del desarrollo desigual del capitalismo,
Trotski deduce, en oposición directa al leninismo, la conclusión
errónea, incluso contrarrevolucionaria, de que una revolución nacional
no es posible puesto que, dice el trotskismo, el imperialismo ha
suprimido las economías nacionales y creado una sola economía mundial.
Al igual que no puede haber revolución socialista en una parte de un
país (es decir, en una parte de una economía nacional integrada), por lo
mismo, dice el trotskismo, no puede haber revolución nacional, ya que
la economía nacional es una parte de una única economía mundial
integrada. Luego, según Trotski, la revolución mundial -una revolución
en todos los países del mundo- debe producirse en todas partes
simultáneamente o en ningún lugar particular. Los diferentes países
deben acometer la revolución socialista uno tras otro en una sucesión
rápida, como las diferentes regiones de un país durante una revolución
nacional. Si el punto de vista de Trotski hubiera sido correcto, no
habría habido construcción del socialismo en la URSS. Pero la
construcción del socialismo en la URSS ha proporcionado una prueba
viviente del abismo que separa al trotskismo de la realidad, de la
naturaleza oportunista profunda e incorregible del trotskismo, de su
contenido contrarrevolucionario”[1]
Además, no sólo se trata de un desarrollo desigual de los países
solamente en el plano económico, sino también en el plano político, es
decir, en el plano de la correlación de las fuerzas de clase. Y, a esta
desigualdad en las condiciones objetivas –económicas y políticas-, hay
que añadir la desigualdad en las condiciones subjetivas, en la capacidad
de la clase revolucionaria para desplegar acciones masivas capaces de
derrocar o quebrantar al gobierno: nivel de conciencia política y de
organización de la clase obrera, de penetración de las ideas
marxistas-leninistas en las masas, de vinculación del partido de
vanguardia con estas masas, de habilidad táctica de este partido, etc.
Para Lenin, las condiciones revolucionarias brotan inevitablemente
del desarrollo del mismo sistema imperialista, de las relaciones entre
las clases sociales que lo forman. Las propias condiciones subjetivas de
la revolución maduran en el curso de la lucha de clases, que es un
proceso objetivo. La lucha de clases forja la conciencia política del
proletariado, le empuja a constituir su partido político. Y éste
encuentra en la teoría científica del marxismo-leninismo la guía
necesaria para organizar a las masas obreras y dirigir su lucha hacia la
reorganización comunista de la sociedad. La guerra entre Estados
imperialistas también es una consecuencia necesaria del imperialismo[2]
e influye en la lucha proletaria por el socialismo, pero no es el
motivo propulsor de ésta. La clase obrera puede hacer la revolución sin
esperar al estallido de una guerra imperialista y debe incluso intentar
conjurar esta tragedia por medio de la revolución.
En cambio, para Trotski, ya vimos que la guerra mundial iniciada en
1914 no es una consecuencia lógica del imperialismo, sino que constituye
un fenómeno casual que carece de un fin concreto y conduce al
exterminio recíproco de los beligerantes. Pero, a este error, suma ahora
el de considerar que es esta guerra, y no el propio imperialismo, lo
que está “llevando por la violencia al proletariado a la vía de la
revolución socialista”[3].
Luego, a la inversa, sin guerra internacional, el trotskismo descarta
que el proletariado tome la vía de la revolución socialista. Esto es
coherente con el comportamiento de Trotski durante la revolución de 1905
coincidente con el reformismo menchevique, más allá de su palabrería
“izquierdista”. Esta opinión suya pone en evidencia su visión idílica
del imperialismo, su falta de confianza en la fuerza y la iniciativa del
proletariado. Y explica el abatimiento de su espíritu revolucionario en
los períodos de reflujo, tanto después de 1907 como desde 1923.
Para Trotski, no era la labor cotidiana y sistemática del partido de
vanguardia, sino la violencia de la guerra la que llevaba al
proletariado a la vía de la revolución socialista. A pesar de que se
había presentado como partidario de los iskristas en el Segundo
Congreso del POSDR, estimaba la rebeldía espontánea de las masas como
la manifestación suprema del espíritu revolucionario: se mostraba, por
tanto, incapaz de superar del todo sus orígenes populistas-anarquistas y
de asumir el socialismo científico.
Si, en 1905-07, la revolución rusa podía servir para encender
posteriormente la revolución socialista en Occidente, ahora, el
desarrollo del imperialismo y de la guerra imperialista había hecho
madurar la necesidad de ambas a la vez. En Rusia, se aproximaban y se
entrelazaban las tareas de la revolución democrático-burguesa y de la
revolución socialista. Esto no significaba que la primera de ellas
dejara de ser premisa indispensable de la segunda, como así lo demostró
la Revolución de Febrero que la resolvió en su aspecto fundamental: el
del poder político que pasó de la aristocracia terrateniente a la
burguesía y al pueblo. Pero esta aproximación y este entrelazamiento de
ambas etapas de la revolución, así como de la revolución en Rusia y en
Occidente, brindaron un escenario propicio para que el trotskismo jugara
con cierto éxito la carta de la confusión, hasta que la madeja se fue
desenredando en los años posteriores.
Tratando de manera metafísica y absoluta las contradicciones entre el
proletariado y las fuerzas democráticas, Trotski rechazaba la idea
leninista de la hegemonía del primero sobre el pueblo para avanzar hacia
la revolución. Afirmaba que “en toda su historia, la peor ilusión del
proletariado había sido siempre cifrar esperanzas en otros”[4].
La clase obrera, sin embargo, necesitaba conquistar la hegemonía, en
primer lugar, sobre la gran masa campesina de la población. Y, en
segundo lugar, también necesitaba recabar el apoyo de las naciones
oprimidas que luchaban por su liberación del común enemigo imperialista.
Con el paso del capitalismo a su etapa imperialista, se agudizó la
opresión nacional y creció el movimiento de liberación de las colonias y
países oprimidos por las potencias. La Primera Guerra Mundial aceleró
estas luchas, como parte de las demandas democráticas violentamente
pisoteadas por el imperialismo. En el movimiento obrero internacional,
se desplegó un intenso debate entre la tendencia chovinista y la
tendencia internacionalista. Incluso en el seno del Partido bolchevique
Bujarin, Piatakov y otros, a los que Lenin calificó de “economistas
imperialistas”, se lanzaron a una fraseología ultraizquierdista llevaba
el agua al molino de los chovinistas, por cuanto contraponían el derecho
de autodeterminación de las naciones oprimidas a la lucha
revolucionaria del proletariado por el socialismo.
Trotski expuso puntos de vista más disimulados pero análogos en su artículo La nación y la economía, publicado en el periódico Nashe Slovo:
partiendo de esa visión abstracta suya de un imperialismo portador de
un centralismo económicamente progresivo, las reivindicaciones
nacionales resultaban algo anticuado y contrario a los intereses de la
revolución proletaria. Borrando la diferencia entre las naciones
opresoras y las naciones oprimidas, afirmaba que “la defensa de una
patria presupone la destrucción por la fuerza de la otra patria”. En una
situación en que el movimiento obrero socialista estaba profundamente
afectado por el chovinismo anexionista, menospreciaba todo anhelo por
formar estados nacionales y venía a subordinar la posibilidad de
realizar el derecho de autodeterminación nacional a la previa unión
internacional socialista o democrática de las naciones. En vez de apoyar
sin condiciones el derecho de autodeterminación de las naciones frente
al imperialismo y sus lacayos socialchovinistas, Trotski sostenía que
“debe complementarse con el lema de una federación democrática de todas
las potencias nacionales, con el lema de los Estados Unidos de Europa”[5].
Lenin observó que, en Trotski, el derecho de las naciones a la
autodeterminación era “una frase vacía, ya que no exige la libertad de
separación de las naciones oprimidas por la ‘patria’ del socialista
nacional dado…”[6].
En definitiva, sus argumentos seguían persiguiendo la unidad de los
revolucionarios internacionalistas y de los oportunistas en un solo
partido; o, mejor dicho, la neutralización de la labor de los primeros
sobre las masas, lastrada por las exigencias de unidad con los segundos.
En cambio, Lenin partía de que el imperialismo significaba que la
labor civilizadora de centralización económica del capitalismo ya había
concluido. A partir de entonces, la economía internacional no avanzaría
hacia una homogeneidad cada vez mayor, sino que las potencias
imperialistas buscarían mantener y ahondar el atraso de las nuevas
naciones para obtener de ellas materias primas baratas. Por eso, ya se
convertía en un crimen la espera y todavía más el apoyo al desarrollo
económico de las potencias opresoras en aras de mejores condiciones para
el socialismo. De lo que se trataba ya para los verdaderos
revolucionarios era de forjar la alianza política más amplia posible
para derrocar a la burguesía de las grandes potencias y debilitar al
sistema imperialista internacional. Una de las más importantes
condiciones de la conquista del poder estatal por el proletariado era
la unión del movimiento revolucionario de la clase obrera en las
metrópolis con el movimiento de liberación nacional en las colonias y
los países dependientes. En sus obras de este período fundamentó la
posibilidad y la necesidad de esta alianza. Dichos pueblos la
necesitaban para realizar transformaciones democráticas, y la clase
obrera de los países capitalistas, para debilitar todo el sistema del
imperialismo y lograr la victoria de la revolución socialista.[7]
El Partido Bolchevique arrancaba de la necesidad de los pueblos de
las colonias y los países dependientes de defender por la fuerza de las
armas el derecho a la independencia nacional contra los atentados de los
Estados imperialistas. El deber de los socialdemócratas revolucionarios
era, en tales circunstancias, “ayudar a su insurrección —y, llegado el
caso, a su guerra revolucionaria— contra las potencias imperialistas que los oprimen”[8]. Sería esa una guerra justa, revolucionaria, que minaría las bases de la dominación imperialista.
Unos pocos años más tarde, al definir la línea de la Internacional
Comunista sobre la cuestión nacional y colonial, Lenin explicaría:
“¿Cuál es la idea más importante, la idea fundamental de nuestras tesis?
Es la distinción entre naciones oprimidas y naciones opresoras.
Nosotros Subrayamos esta distinción, en Oposición a la II Internacional y
a la democracia burguesa. (…) El rasgo distintivo del imperialismo
consiste en que actualmente, como podemos ver, el mundo se halla
dividido, por un lado, en un gran número de naciones oprimidas y, por
otro, en un número insignificante de naciones opresoras, que disponen de
riquezas colosales y de poderosa fuerza militar”[9].
Contrariamente a esta posición, Trotski ponía en tela de juicio la
posibilidad de guerras justas, revolucionarias, de los pueblos oprimidos
contra el imperialismo. Decía que las guerras justas de los pueblos
oprimidos eran tan sólo posibles a primera vista, cuando se planteaba
la cuestión de modo abstracto, sin tomar en consideración la realidad
concreta. Dadas las relaciones existentes en el mundo y las
omnipotentes agrupaciones de potencias imperialistas, ninguna colonia,
ninguna nación oprimida podía desplegar una lucha de liberación sin
apoyarse en una u otra potencia imperialista, sin ser un instrumento de
ella[10].
Argumentos como éste, que ahora oímos en boca de algunos desviados
defensores del marxismo-leninismo, son propiamente trotskistas y
debilitan a los movimientos democráticos y a la clase obrera,
beneficiando únicamente al imperialismo capitalista. Los comunistas
debemos apoyar todo movimiento de liberación nacional que se enfrenta al
imperialismo y lo debilita; y debemos dar nuestro más firme apoyo a las
revoluciones democrático-nacionales en los países oprimidos y
atrasados, en vez de negárselo por no ser lo suficientemente socialistas
y proletarias. Esta “nueva” posición de los dirigentes de algunos
partidos comunistas no es marxista-leninista, sino trotskista.
Como bien dice Harpal Brar, “El proletariado europeo se acercará a la
victoria precisamente en el momento en que el imperialismo sea
debilitado y no como consecuencia de su reforzamiento. La vía del
trotskismo, la vía de la teoría de la ‘revolución permanente’, conduce a
la reacción permanente y a la contrarrevolución permanente -es la vía
de la desesperación permanente”[11].
6º) Febrero de 1917 y el paso a la segunda etapa de la revolución rusa
En febrero de 1917, las masas populares barrieron la monarquía
zarista e instauraron un poder dual (gobierno provisional burgués y los
soviets obreros y campesinos), en un ejemplo de transformación de la
guerra imperialista en guerra civil. Con ello, las clases populares
realizaron en lo principal la primera etapa de la revolución rusa, su
etapa democrático-burguesa, y crearon las mejores premisas para el paso a
la segunda etapa, socialista. Este acontecimiento refutaba la pesimista
teoría de la “revolución permanente” que negaba la posibilidad de una
revolución popular victoriosa previa a la revolución socialista
proletaria. La vida zanjaba el debate teórico entre Lenin y Trotski,
dando la razón al primero.
En una serie de artículos conocida como las Cartas de marzo, Trotski dio su apreciación de la situación. Más adelante, sostendría que ésta coincidía con la expresada por Lenin en sus Cartas desde lejos,
y sus partidarios llegarían incluso a pretender que las cartas de
Trotski se habían anticipado en su análisis al de Lenin. En realidad, se
basaban en la teoría de la “revolución permanente” que Lenin volvía a
criticar diciendo que la consigna de “sin zar, por un gobierno obrero”
era jugar a “la toma del poder” y una “aventura blanquista”: “El
trotskismo exige ‘sin zar, por un gobierno obrero’. Eso es desatinado.
La pequeña burguesía existe, no se la puede descartar. Pero en ella hay
dos partes. La parte más pobre marcha con la clase obrera”[12].
En sus cartas, Trotski volvió a pronunciarse contra la conclusión
leninista de la posibilidad de la victoria de la revolución socialista
en un solo país. En su opinión, el proletariado de Rusia podría
mantenerse en el poder sólo si se hacía la revolución en los países
europeos. Si eso no ocurría, los imperialistas, uniendo sus fuerzas,
estrangularían la revolución rusa. Por ello, si la revolución tardaba
en estallar en Occidente, la tarea del proletariado de Rusia sería, en
opinión de Trotski, trasladar por la fuerza la revolución a otros
países. “Impondremos al ejército revolucionario ruso la misión —decía—
de llevar la revolución al territorio de otro Estado”.
La orientación trotskista de “empujar” la revolución en otros países
mediante la guerra era una aventura que no tenía nada de común con el
marxismo, Trotski hacía caso omiso de la importantísima tesis marxista
de que no se puede hacer la revolución sin tener en cuenta los factores
objetivos y subjetivos de este o aquel país, de que la revolución no
se puede acelerar ni hacer por encargo, de que no se puede empujarla
desde fuera. Más tarde, en junio de 1918, cuando Trotski y los
“comunistas de izquierda” pretendieron llevar esta línea a la práctica,
Lenin dijo: “…Hay gente que piensa que la revolución puede nacer en otro
país por encargo, por acuerdo. Quienes piensan así, son locos o
provocadores”.
Después de Febrero, los mencheviques pretendieron que las diferencias
que los separaban de los bolcheviques ya no tenían objeto y que las
organizaciones de ambos partidos debían unificarse. Sin embargo, en la
práctica, continuaban con su política oportunista contraria a la
revolución socialista y a la dictadura del proletariado. Lenin respondía
a esto: “La independencia y la autonomía de nuestro partido –ningún acercamiento con los demás partidos-
tienen para mí carácter ultimativo. Sin eso, no se puede ayudar al
proletariado a llegar a la comuna a través de la revolución democrática,
y yo no me avendría servir a otros fines”[13].
En una carta a Kollontai, escribió que “lo principal es ahora no
dejarse enredar en necios intentos ‘unificadores’ con los
socialdemócratas (o –lo que es más peligroso- con los vacilantes, como
el CO, Trotski y cía.) y continuar la labor de nuestro partido en un
espíritu internacionalista consecuente”[14].
Los trotskistas —que eran, como todos los mencheviques, agentes de la
burguesía en el movimiento obrero revolucionario— se esforzaban por
someter éste al influjo burgués. Comprendían que el crecimiento de la
influencia de los bolcheviques en el movimiento obrero revolucionario
podía debilitar las posiciones de los oportunistas, aislándolos por
completo de las masas. De ahí que pretendieran conjurar la
intensificación de la lucha entre la tendencia revolucionaria,
proletaria, y la tendencia oportunista, burguesa; impedir el
rompimiento definitivo de los bolcheviques con los oportunistas y
someter los primeros a los segundos en un partido socialdemócrata
reformista único de tipo europeo occidental. A este fin, los trotskistas
encubrieron su faz oportunista de derecha con una máscara centrista,
presentándose como un “centro al margen de las fracciones” que ocupaba
una posición “intermedia”, independiente, entre los bolcheviques y los
mencheviques. Lenin caracterizó a Trotski con las siguientes palabras:
“Siempre fiel a sí mismo -tergiversa, engaña, adopta pose de
izquierdista y ayuda a los derechistas mientras puede…”.[15]
La porfiada lucha de los bolcheviques contra el centrismo antes de la
guerra y durante ella destruyó la influencia de esta tendencia en el
movimiento obrero. Los intentos de Trotski de resucitar esta tendencia
después de Febrero no cuajaron. Encabezó el grupo de los mezhrayontsi,
fundado en San Petersburgo en 1913 por trotskistas, mencheviques
plejanovistas y exbolcheviques conciliadores, confiando en convertirlo
en el núcleo de unión de un futuro partido socialdemócrata centrista.
Pero, al fracasar, él y su grupo declararon su adhesión a la línea
bolchevique y fueron admitidos en el partido leninista en el VI Congreso
de agosto de 1917. Era necesario sumar toda fuerza dispuesta a
contribuir al paso siguiente del proceso revolucionario, aunque fuera
pequeña e insegura; aunque, en los meses previos, hubiera manifestado su
voluntad de un “amplio congreso… preparado por los bolcheviques, por
nosotros, por las organizaciones locales y por los mencheviques
internacionalistas”; aunque hubiera expresado que “la vieja denominación
fraccional no es deseable” y que “los bolcheviques se han pasado de la
raya y yo no puedo llamarme bolchevique”, y “no se puede exigir de
nosotros que admitamos el bolchevismo”[16].
A partir de agosto de 1917, el alineamiento de los dirigentes
mencheviques y eseristas con la posición política de la burguesía
contrarrevolucionaria hizo que las masas de las clases populares fueran
sumándose más y más a la línea de los bolcheviques. Los soviets, los
comités de fábrica, los sindicatos y las demás organizaciones de masas
elegían a los bolcheviques como sus representantes. Así, a mediados de
octubre de 1917, se llegó a un punto en que las conquistas de la
Revolución de Febrero iban a ser aplastadas por un golpe de Estado
reaccionario, si la revolución no daba el paso a su segunda etapa,
socialista proletaria. Estos hechos hacían necesaria la insurrección
armada contra las fuerzas del gobierno provisional burgués; hacían
posible la victoria de la misma; y llevaron al Partido bolchevique a la
determinación de prepararla y dirigir su ejecución. El 25 de Octubre (7
de Noviembre) de 1917, triunfaba en Rusia la revolución socialista, la
víspera del II Congreso panruso de Diputados Obreros y Soldados (en
lugar de esperar a su apertura formal como quería Trotski). A partir de
entonces, la contradicción entre el capitalismo y el socialismo se
convertiría en la principal de todas las contradicciones sociales a
escala internacional. Para Lenin y los bolcheviques, la tarea consistía
ahora en edificar el socialismo en el país y ayudar al proletariado
revolucionario del resto de países.
Notas:
[1] Trotskisme ou léninisme, pág. 589, nota 15.
[2]
“La actual guerra imperialista es la continuación de la política
imperialista de dos grupos de grandes potencias, y esa política es
originada y nutrida por el conjunto de las relaciones de la época
imperialista”. (El Programa militar de la revolución proletaria)
[3] Golos, 20 de noviembre de 1914.
[4] Nashe Slovo, 17 de octubre de 1915.
[5] https://camtrotskyreadinggroup.files.wordpress.com/2010/12/leon-trotsky-nation-economy-19152.pdf
[6] Obras Completas, t. 27, pág. 273.
[7] Obras Completas, t. 30, pág. 120.
[8] Obras Completas, t. 30, pág. 58.
[9] Informe de la Comisión para los Problemas Nacional y Colonial, 26 de julio de 1920. Obras Completas, t.XXXIII, págs. 363-369, Ed. AKAL.
[10] La lucha del Partido bolchevique contra el trotskismo, t. 1, pág. 234. También el artículo de Trotsky de mayo de 1917 El derecho de las naciones a la autodeterminación (https://www.marxists.org/espanol/trotsky/1910s/19170500.htm)
[11] Trotskisme ou léninisme, Harpal Brar.
[12] Informe en Conferencia de la organización del Partido de Petrogrado, Obras Completas, t. 31, pág. 249.
[13] Carta a Lunacharski, Obras Completas, t. 49, pág. 411.
[14] Obras Completas, t. 49, pág. 402.
[15] Obras Completas, t. 49, pág. 390.
[16] Recopilación leninista, IV, págs. 301-302.
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