3 de enero de 2019

Stalin ante el tribunal de la historia



Por Geoffrey Roberts.

En estos últimos años, de todos los libros publicados sobre Stalin y la URSS en la Segunda Guerra Mundial y en la “guerra fría”, destaca por su exhaustividad y su rigor históricos la obra de Geoffrey Roberts “Las guerras de Stalin”. Lamentablemente, no ha sido traducida al castellano, probablemente porque no interesa a los ideólogos anticomunistas que dominan opresivamente la ciencia de la historia en Occidente.

En la Asociación de Amistad Hispano-Soviética, hemos estudiado la traducción francesa de este trabajo, editada por las “Editions Delga” y nos parece muy pertinente ofrecer a nuestros lectores el capítulo de conclusión. En él, se describe cómo ha cambiado con el tiempo la valoración de la figura política de Stalin, hasta llegar en nuestros días a una abundancia de conocimientos contrastados que prueban su genialidad como estadista defensor de la paz y del respeto entre las naciones.

Por supuesto que, en otro orden de cosas, el profesor Roberts juzga la historia desde una concepción democrático-burguesa y, por tanto, considera injustificadas las ideas y acciones revolucionarias necesarias para que la clase obrera se libere de la esclavitud capitalista. Es así cuando, en su libro, da por buena la versión dominante sobre los hechos que sólo menciona de pasada. Sin embargo, en aquellos otros hechos que centran su atención, toma en consideración todos los datos ciertos disponibles. Entonces, la resultante hace resplandecer la justeza del poder proletario y de la política soviética encabezada por Stalin.

En la Unión Soviética, la reevaluación de las cualidades de dirigente de Stalin comenzó tan pronto como su cuerpo fue depositado en el mausoleo de Lenin, en marzo de 1953. En mayo de 1954, el mariscal V.D. Sokolovski, jefe del Estado Mayor soviético, publicó un artículo en Pravda conmemorando el 9º aniversario de la victoria en la Gran Guerra Patria. Ni siquiera mencionó a Stalin salvo por una breve referencia a la “bandera de Lenin y Stalin[1]”. En diciembre de 1954, Novoie Vremia, el periódico soviético que trataba de las cuestiones internacionales, publicó un artículo por el 75º aniversario del nacimiento de Stalin insistiendo en qué medida había sido un alumno de Lenin. El año siguiente, un artículo en el mismo periódico por el 76º aniversario del nacimiento de Stalin estaba esencialmente dedicado a Lenin. Stalin no era criticado abiertamente pero su importancia fue fuertemente minimizada, mientras que se reafirmaba el lugar central que ocupaba Lenin en la identidad del partido comunista. Luego llegó el momento del informe secreto de Jruschov en el XX congreso del partido en febrero de 1956, y las válvulas de las críticas contra Stalin fueron abiertas de par en par, conduciendo finalmente a un torrente de condenas durante los años 1980 y 1990.

En lo que respectaba a la guerra [Segunda Guerra Mundial], la gran idea de Jruschov era que la victoria fue asegurada por los esfuerzos colectivos del partido comunista y de su dirección, y no por Stalin que había jugado un papel esencialmente negativo. Según los relatos de los historiadores y de los memorialistas militares que hicieron uso del arma de la crítica de Jruschov, la guerra fue ganada a pesar de Stalin por las fuerzas armadas soviéticas y sus generales. Más tarde, bajo el impacto de los juicios más positivos sobre Stalin como comandante supremo emitidos por Zhukov, Vassilievski y Shtemenko, la Gran Guerra Patria pasó a ser una victoria de Stalin y de sus generales. Pero para un elevado número de intelectuales, la Gran Guerra Patria era una victoria del pueblo soviético cuyos sacrificios fueron traicionados por Stalin después de la guerra cuando impuso de nuevo su dictadura así como la del partido.

En Occidente, la revisión de la reputación de Stalin durante la guerra ya se estaba produciendo cuando aún estaba vivo. En primer lugar, algunos polemistas de la Guerra Fría lo describían, a él y a su régimen, como poco mejor que el de Hitler y los nazis, y equivalente en el plano moral. Para estos últimos, la victoria de Stalin sobre Hitler debía ser considerada más bien como una derrota para la mitad de Europa que acababa de ser integrada a esta dominación totalitaria. Luego asistimos a la minimización más sutil del papel de Stalin por Winston Churchill y otros memorialistas e historiadores occidentales que dejaban a un lado la importancia estratégica del conflicto germano-soviético y reducían su papel en el gran relato de la Segunda Guerra Mundial[2]. Finalmente, hubo las Memorias escritas por los generales de Hitler, que contaban la historia de una victoria segura echada a perder por el dictador alemán. La Segunda Guerra Mundial había sido perdida por Hitler pero no ganada por Stalin, decían[3].

Durante las décadas que siguieron, un juicio más equilibrado y completo de la actuación bélica de Stalin fue avanzado por algunos historiadores en la Unión Soviética y en Occidente. En cierta medida, estos trabajos representaban una vuelta al relato de la época, marcados por el sentido común, sobre las cualidades de dirigente de Stalin durante la guerra. En aquella época, parecía evidente para la mayoría de la gente que Stalin, como dirigente soviético, fue de una importancia crucial para el esfuerzo de guerra soviético. Sin él, los esfuerzos del partido, del pueblo, de las fuerzas armadas y de los generales hubiesen sido considerablemente menos eficaces. Se convirtió en un gran comandante militar no porque hubiese ganado sino porque había hecho mucho por conseguir la victoria. Incluso Hitler apreciaba la importancia de Stalin en el desenlace de la guerra: “Comparado con Churchill, Stalin es un gigante”, le dijo a Goebbels en vísperas de la batalla de Stalingrado. “Churchill no ha hecho nada en su vida, aparte de unos pocos libros y algunos discursos magistrales en el parlamento. Stalin en cambio, sin la menor duda –si ponemos de lado la cuestión del principio que servía– ha reorganizado un Estado de 170 millones de habitantes y lo ha preparado para un conflicto armado masivo. Si Stalin cayese un día entre mis manos, lo perdonaría probablemente y lo enviaría al exilio en una ciudad termal; Churchill y Roosevelt, en cambio, serían ahorcados[4].” 

La visión que tenía Stalin de Hitler era menos indulgente y expresó en repetidas ocasiones su deseo de ver abatidos al Führer y todos los demás dirigentes nazis. En cuanto a Churchill y Roosevelt, Stalin guardaba un gran afecto personal por ellos y un respeto de sus virtudes de dirigentes durante la guerra. Lloró la muerte de Roosevelt y siguió guardando a Churchill en alta estima incluso cuando su relación política fue rota después de la guerra. En enero de 1947 le dijo al mariscal Montgomery, que le hizo una visita en Moscú, que “guardaría siempre recuerdos muy bonitos de su colaboración con Churchill, el mayor de los dirigentes británicos” y que “tenía el mayor respeto y la mayor admiración por lo que Churchill había hecho durante estos años de guerra”. Churchill era igual de expresivo, devolviéndole el cumplido a Stalin: “Su vida no solamente es preciosa para vuestro país, que usted ha salvado, sino también para la amistad entre la Rusia soviética y el mundo anglófono[5].”

Este libro ha querido demostrar que la percepción de la época de las cualidades de dirigente durante la guerra era más cercana a la verdad que muchas de las capas de interpretación histórica que le siguieron. El problema, a la luz de la perspectiva histórica, es que puede, a partir de un prisma ideológico, tanto iluminar como cegar. En el caso de las cualidades de comandante de Stalin, para demostrar la verdad es necesario superar las polémicas de la Guerra Fría en Occidente y las contingencias de la desestalinización en la URSS. El libro también ha intentado demostrar que toda la profundidad de la capacidad de Stalin a la hora de hacerle frente a una urgencia inédita, la de 1941-1942, fue en realidad ocultada por el culto a la personalidad que veía en Stalin a un genio militar infalible. Hacer tantos errores y levantarse de las profundidades de tal derrota para finalmente obtener la mayor victoria militar de la historia, era un triunfo sin parangón.

La derrota de Stalin a la hora de sacar un mejor partido de esta victoria en el plano democrático era incontestablemente debido a los límites políticos de su régimen dictatorial. Pero fue así porque políticos occidentales como Churchill y Truman eran incapaces de ver que, más allá del desafío comunista, también había la oportunidad de llegar a una solución después de la guerra que podría haber evitado la Guerra Fría y la guerra ideológica que disimulaba esta verdad paradójica: Stalin fue el dictador que venció a Hitler y salvó la democracia mundial.

La historia es una especie de tribunal. La parte de la acusación quiere que condenemos puramente y simplemente a Stalin por sus crímenes o sus errores de mando. Pero en tanto que jurado, es nuestro deber recoger todas las pruebas a nuestra disposición, incluso las de la parte de la defensa, y ver el conjunto general. Puede ser difícil para nosotros llegar a un veredicto pero ello reforzará nuestra comprensión histórica y nos armará de conocimientos que nos permitirán hacerlo mejor en el futuro. La historia puede hacernos más sabios, si le dejamos esta oportunidad.

Geoffrey Roberts.


[1] V. Sokolovskii, ‘Velikii Podvig Sovetskogo Naroda’, Pravda 9/5/54
[2] Ver D. Reynolds, In Command of HIstory: Churchill Fighting and Writing the Second World War, Penguin Books: Londres 2005. Después: D. Reynolds, ‘How the Cold War Froze the History of World War Two’, Annual Liddell Hart Centre for military Archives Lecture 2005.
[3] D.M. Glantz, ‘The Failures of Historiography: Forgotten Battles of the German-Soviet War’, Journal of Slavic Military Studies 8, 1995.
[4] Citado por S. Berthon y J. Potts, Warlords, Politico’s Publishing, Londre 2005, pág. 166-7.
[5] Churchill and Stalin: Documents from British Archives, FCO: Londres 2002, doc. 77-78. Se puede encontrar la version rusa de la carta de Churchill en Rossiiskii Gosudarstvennyi Arkhiv Sotsial’no-Politichevski Istorii, F. 82, Opis 2, D.110, L.820.

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