17 de octubre de 2018

La esencia del trotskismo y sus manifestaciones en el comunismo de hoy (I)




ÍNDICE DEL TRABAJO COMPLETO:

Introducción

 I) Lassalle y los populistas rusos, como antecedentes 

II) Historia de las controversias entre bolchevismo y trotskismo
1º) Sobre el programa y el tipo de partido
2º) Sobre el carácter de la revolución rusa, sus fuerzas motrices y la táctica para conducirla a la victoria
3º) La defensa del Partido en el período contrarrevolucionario
4º) El imperialismo: la primera guerra mundial y la táctica revolucionaria
5º) El imperialismo y las perspectivas de la revolución proletaria mundial
6º) Febrero de 1917 y el paso a la segunda etapa de la revolución rusa
7º) La defensa del Poder soviético y el apoyo a la inminente revolución proletaria en Europa
8º) El paso de la guerra civil a la construcción pacífica    20
9º) Los primeros éxitos de la NEP y el reflujo de la revolución en Europa
10º) La muerte de Lenin y la discusión sobre su legado político
11º) El debate sobre si era posible edificar el socialismo en la URSS
12º) El error común del trotskismo y de la socialdemocracia
13º) El trotskismo se convierte en una autoridad política para las fuerzas contrarrevolucionarias
14º) El trotskismo se convierte en el centro dirigente de los intentos de derrocamiento violento del gobierno soviético

III) Contenido, concepción del mundo y posición de clase del trotskismo 
  
ANEXO 1: Crítica de las “Tesis fundamentales” de Trotski sobre la “revolución permanente” 

ANEXO 2: Bettelheim y el trotskismo     

La esencia del trotskismo y sus manifestaciones en el comunismo de hoy

Introducción

Cuando han transcurrido cien años desde la Revolución de Octubre, es importante preguntar: ¿cómo está influyendo actualmente el trotskismo -o, mejor, sus fundamentos ideológicos- en el desarrollo de la lucha de clases y en la organización de las masas obreras para tal lucha? Para responder a esta pregunta, debemos delimitar los rasgos característicos del trotskismo, indagar su presencia en el comunismo actual y valorar su papel.

Tanto los defensores como los detractores de Trotski reconocen que el pensamiento y la actividad de éste tuvieron importancia en determinada etapa de la historia de la Revolución de Octubre, sobre todo entre 1917 y 1927, e incluso hasta finales de los años 30. El trotskismo se hundió con la Segunda Guerra Mundial, resucitó al tomar la Unión Soviética un camino antiestalinista a partir de los años cincuenta y fue finalmente rehabilitado por los enterradores de ésta en los noventa.

En el momento presente, las organizaciones se declaran trotskistas de manera más o menos abierta tienen una relevancia política nada desdeñable en relación con las masas que participan en la lucha de clases. Destacan, en este sentido, los partidos políticos Anticapitalistas (antigua Liga Comunista Revolucionaria) que, en orden de representación, es la tercera fracción de la tercera fuerza electoral de España, esto es, de Podemos; así como Izquierda Revolucionaria, el nuevo nombre de la organización que publica el periódico “El Militante”, que dirige desde hace años el Sindicato de Estudiantes y que ha impulsado “Ganemos CCOO”.

Es evidente que hoy los trotskistas organizados tienen una mayor influencia entre las masas que los partidarios del marxismo-leninismo. Es una realidad opuesta a la de mediados del siglo XX, cuando su peso político era insignificante en comparación con el que habían ganado los partidos comunistas desde la Revolución de Octubre hasta la victoria sobre el nazi-fascismo en la Segunda Guerra Mundial y la creación de todo un campo de países socialistas.

Y esa ventaja actual del trotskismo organizado, más o menos ortodoxo, sobre el marxismo-leninismo es aun mayor si le sumamos la masa de activistas e intelectuales que comparten alguna de las tesis centrales de aquella corriente: la oposición a la política soviética de tiempos de Stalin, la “teoría de la revolución permanente”, la oposición a todos los Estados existentes (ya sean imperialistas, socialistas, soberanos o sometidos) o el fraccionalismo en la organización de la clase obrera.

Resulta evidente que el mayor retroceso experimentado por el proletariado a lo largo de su historia ha coincidido con la mayor influencia sobre él por parte de los trotskistas. En el pasado aún reciente, éstos sostenían que la destrucción del “estalinismo”, es decir, de los partidos marxistas-leninistas, allanaría el camino a la revolución obrera internacional. Ahora que aquello prácticamente ha ocurrido y ellos pueden influir sobre las masas con la mayor libertad, siguen ocupados en atacar el “estalinismo” de los movimientos progresistas en vez de aprovechar su ventaja para conducir al proletariado a una revolución victoriosa. Lo que sí crece, entretanto, es el neoliberalismo, el militarismo y la reacción, mientras que las fuerzas obreras y democráticas permanecen generalmente a la defensiva, cuando no retroceden.

Claro que los partidos abiertamente trotskistas no son los únicos ni los principales responsables de la actual involución, inevitable desde el momento en que las fuerzas comunistas no consiguen salir de su crisis, aunque sea poco a poco. Y aquí es donde convendría centrar nuestra atención y examinar si la otrora capacidad de la teoría y la práctica marxista-leninista para llevar a la clase obrera a la victoria sobre la burguesía no está siendo contrarrestada por los errores de sus actuales partidarios. Para corregirlos, es necesario determinar en qué medida estos errores podrían tener una naturaleza trotskista, a pesar de que paradójicamente se cometan en el nombre de Lenin, de Stalin y de la lucha de éstos contra el trotskismo y el reformismo.

El presente artículo pretende contribuir a esclarecer esta cuestión, recordando algunas características importantes del trotskismo para poder valorar su similitud con las posiciones políticas que adoptan algunos marxistas-leninistas desde que empezó la crisis del movimiento comunista internacional a mediados del siglo XX hasta nuestros días. Hay que preguntarse si las posiciones que los comunistas están llevando a las masas sobre los sindicatos actuales, sobre Syriza y Podemos, sobre Siria y Venezuela, sobre los Estados que fueron o siguen siendo socialistas, etc., están en línea con lo que propugnaron Marx, Engels y Lenin, o más bien se desvían hacia lo que sostuvo Trotski.

Aprehender lo que significa el trotskismo no es tarea fácil. Sus partidarios pretenden que es sinónimo de marxismo. Pero éste último se convirtió en dirección hegemónica del movimiento obrero europeo a finales del siglo XIX y lo llevó a sus mayores éxitos hacia mediados del siglo XX, en tanto que el trotskismo nunca fue más que una corriente minoritaria entre el reformismo y el leninismo. También pretenden que el trotskismo convergió con el leninismo a partir de 1917. Sin embargo, la opinión muy mayoritaria de los contemporáneos de Trotski en las filas del bolchevismo no debió ser ésa cuando le dieron la espalda en cuantas divergencias tuvo frente a Lenin y, después del fallecimiento de éste, frente a la dirección del PC (b) de la URSS[1].

Trotski y una parte de sus seguidores reconocen que él estaba equivocado frente a Lenin en cuanto a cómo debía ser la organización del partido obrero[2], aunque sostienen que éste le acabó dando la razón en la cuestión de la “revolución permanente”, es decir, en la estrategia y la táctica de la revolución. En definitiva, según ellos, su equivocación sería más práctica que teórica. ¡Casi nada, si tenemos en cuenta que el imperativo central del marxismo es, no interpretar el mundo, sino transformarlo por medio de la práctica revolucionaria!

Pero mencionar estos dos aspectos tan generales no es suficiente para arrojar luz sobre los errores de Trotski, hoy compartidos quizás inconscientemente por muchos de sus detractores. Para ello, es necesario recordar con algo más de detalle la historia de las discrepancias entre los bolcheviques y los trotskistas.

El bolchevismo fue el baluarte del marxismo auténtico, revolucionario, después de fallecer Marx y Engels. Lo fue por su cohesión teórica con él y también porque lo acreditaron así sus éxitos prácticos que marcaron un antes y un después en la historia de toda la humanidad. Cuando Lenin empezó su actividad política, ya estaba plenamente identificado con el marxismo y en esta concepción del mundo se mantuvo el resto de su vida, luchando sin tregua por infundirla al conjunto del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR).

En cambio, Trotski despierta políticamente en un círculo de socialistas, defendiendo con vehemencia el populismo y atacando con sarcasmo al marxismo[3], en un momento en que el populismo ya había virado hacia la conciliación con el zarismo y había sido desenmascarado ante el movimiento obrero por Plejánov, Lenin y otros marxistas. Y, cuando unos pocos años después Trotski toma partido por el marxismo, se entusiasma pronto por la obra del dirigente socialista alemán no marxista, F. Lassalle[4]. Eran tiempos en que la socialdemocracia revolucionaria rusa se veía obligada a defender el marxismo ortodoxo para salvar al partido de la deriva revisionista que le estaban imprimiendo los jóvenes dirigentes “economistas”, seguidistas del movimiento obrero espontáneo. Alguno objetará que los orígenes de una personalidad no tienen por qué caracterizarla de por vida, que todo el mundo tiene derecho a equivocarse y a cambiar, etc., y todo esto es muy cierto. Pero también es necesario comprobar hasta qué punto, posteriormente, se produce esa rectificación y ese cambio. En el caso de Trotski, encontramos criterios persistentes que guardan una coherencia fundamental con los defectos del populismo y del lassalleanismo.

La vigente crisis del movimiento comunista ha resucitado lamentablemente esos criterios entre quienes pretenden reorganizarlo sobre la base ideológica del marxismo-leninismo. Después de decenios de revisionismo reformista, hay que recuperar el espíritu revolucionario y las intenciones que van en esta dirección son buenas. Pero no bastan, pues ya se sabe que el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones. Es imprescindible que esas buenas intenciones se traduzcan además en una política consecuente con los principios del marxismo-leninismo. De lo contrario, resultarán una fraseología revolucionaria engañosa que descompone las fuerzas proletarias y fortalece a la burguesía.

  1. I) Lassalle y los populistas rusos, como antecedentes

            Lassalle fue un destacado dirigente de la lucha de la clase obrera alemana contra los capitalistas que la explotaban. Se dedicó tan intensamente a esta lucha que perdió de vista la perspectiva histórica y no comprendía la etapa de desarrollo en que se encontraba Alemania. Absolutizaba la lucha contra la burguesía y no advertía que ésta todavía había de desempeñar un papel progresivo frente al poder de los terratenientes. Así, pretendía alcanzar el socialismo directamente partiendo del Estado prusiano feudal, estableciendo una alianza con su hábil canciller Bismark y oponiéndose a la revolución burguesa. Como dice Marx, “sólo atacaba a la clase capitalista, y no a los dueños de tierras”[5].

Por este camino, borraba las diferencias económicas y políticas entre las diversas capas burguesas, particularmente entre la burguesía capitalista y la pequeña burguesía campesina. Según Lassalle, frente a la clase obrera “todas las demás clases no forman más que una masa reaccionaria”[6].

De este modo, defendía a la clase obrera de una manera reaccionaria, contra la democracia, aislándola de los aliados necesarios para llevarla a la victoria y condenándola a permanecer sometida a las clases poseedoras. Veremos más adelante cómo el trotskismo parte de esta misma abstracción defectuosa de la realidad.

Marx explicó las consecuencias prácticas desastrosas que tuvo este defecto teórico cuando Lassalle se dispuso a organizar al proletariado: “… desde un principio, como cualquiera que declare tener en su bolsillo una panacea para los sufrimientos de las masas, dio a su agitación un carácter religioso y sectario. En realidad, toda secta es religiosa. Además, como cualquier fundador de una secta, negaba toda conexión natural con el movimiento obrero anterior, tanto en Alemania como en el extranjero. Incurrió en el mismo error que Proudhon, y en lugar de buscar la base real de su agitación entre los elementos auténticos del movimiento de clase, intentó orientar el curso de éste siguiendo determinada receta dogmática. (…) Usted sabe por experiencia cuál es la contradicción entre el movimiento sectario y el movimiento de clase. Para la secta el sentido de su existencia y su problema de honor no es lo que tiene en común con el movimiento de clase, sino el peculiar talismán que lo distingue de él.”[7]

Veremos más adelante cómo, partiendo de idéntica premisa, el trotskismo acabó desempeñando un papel todavía más nocivo que el lassalleanismo. De momento, nos basta con constatar que la consecuencia práctica del error teórico de ambas escuelas es la incapacidad de organizar un partido que dirija a la clase obrera y a sus masas hasta su triunfo revolucionario, limitándose a construir sectas que entorpecen su desarrollo político.

El populismo ruso, en el que Trotski se inició, también albergaba la esperanza de soslayar el capitalismo para alcanzar directamente el socialismo, un deseo habitual en la intelectualidad pequeñoburguesa de los países en los que no se ha completado la revolución burguesa. Para justificar teóricamente esta conclusión, el populismo rechazaba el materialismo dialéctico y trataba de explicar la realidad desde el subjetivismo y el empirismo, razón por la que sus proyectos sociales sólo podían ser utópicos.

Esta concepción defectuosa se manifestará también en Trotski, al negar éste la necesidad de las revoluciones democrático-burguesas en los países atrasados, al narrar la historia de la Revolución de Octubre alrededor de las personalidades destacadas por ella y al ignorar las necesidades sociales de cada momento a la hora de formular sus propuestas prácticas.
A lo largo de su historia, el populismo ruso pasó de un extremo político al contrario: del anarquismo y el terrorismo individual a la colaboración cada vez más estrecha del partido socialista-revolucionario con las clases explotadoras. Esta trayectoria también recorrida por el trotskismo se explica por su incomprensión de las dificultades que atraviesa el desarrollo del movimiento revolucionario real, la desesperada huida hacia delante frente a ellas, el fracaso práctico de ésta y, entonces, la traición.

[1] El propio Trotski caracteriza así el resultado de la lucha de los oposicionistas que él lideraba dentro del partido bolchevique: “En el otoño [de 1926], la oposición sufrió un descalabro manifiesto en todas las células y organizaciones” (Mi vida, http://www.enxarxa.com/biblioteca/TROTSKY%20Mi%20Vida.pdf, p. 301)
[2] La teoría de la revolución permanente, Trotski, 1929.
[4] Idem, p. 40.
[5] Critica del Programa de Gotha, Marx.
[6] Idem.
[7] Carta de Marx a Schweitzer, de 13 de octubre de 1868

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