ÍNDICE DEL TRABAJO COMPLETO:
Introducción
I) Lassalle y los populistas rusos, como antecedentes
II) Historia de las controversias entre bolchevismo y trotskismo
1º) Sobre el programa y el tipo de partido
2º) Sobre el carácter de la revolución rusa, sus fuerzas motrices y la táctica para conducirla a la victoria
3º) La defensa del Partido en el período contrarrevolucionario
4º) El imperialismo: la primera guerra mundial y la táctica revolucionaria
5º) El imperialismo y las perspectivas de la revolución proletaria mundial
6º) Febrero de 1917 y el paso a la segunda etapa de la revolución rusa
7º) La defensa del Poder soviético y el apoyo a la inminente revolución proletaria en Europa
8º) El paso de la guerra civil a la construcción pacífica 20
9º) Los primeros éxitos de la NEP y el reflujo de la revolución en Europa
10º) La muerte de Lenin y la discusión sobre su legado político
11º) El debate sobre si era posible edificar el socialismo en la URSS
12º) El error común del trotskismo y de la socialdemocracia
13º) El trotskismo se convierte en una autoridad política para las fuerzas contrarrevolucionarias
14º) El trotskismo se convierte en el centro dirigente de los intentos de derrocamiento violento del gobierno soviético
III) Contenido, concepción del mundo y posición de clase del trotskismo
ANEXO 1: Crítica de las “Tesis fundamentales” de Trotski sobre la “revolución permanente”
ANEXO 2: Bettelheim y el trotskismo
La esencia del trotskismo y sus manifestaciones en el comunismo de hoy
Introducción
Cuando han transcurrido cien años desde la Revolución de Octubre, es
importante preguntar: ¿cómo está influyendo actualmente el trotskismo
-o, mejor, sus fundamentos ideológicos- en el desarrollo de la lucha de
clases y en la organización de las masas obreras para tal lucha? Para
responder a esta pregunta, debemos delimitar los rasgos característicos
del trotskismo, indagar su presencia en el comunismo actual y valorar su
papel.
Tanto los defensores como los detractores de Trotski reconocen que el
pensamiento y la actividad de éste tuvieron importancia en determinada
etapa de la historia de la Revolución de Octubre, sobre todo entre 1917 y
1927, e incluso hasta finales de los años 30. El trotskismo se hundió
con la Segunda Guerra Mundial, resucitó al tomar la Unión Soviética un
camino antiestalinista a partir de los años cincuenta y fue finalmente
rehabilitado por los enterradores de ésta en los noventa.
En el momento presente, las organizaciones se declaran trotskistas de
manera más o menos abierta tienen una relevancia política nada
desdeñable en relación con las masas que participan en la lucha de
clases. Destacan, en este sentido, los partidos políticos Anticapitalistas
(antigua Liga Comunista Revolucionaria) que, en orden de
representación, es la tercera fracción de la tercera fuerza electoral de
España, esto es, de Podemos; así como Izquierda Revolucionaria,
el nuevo nombre de la organización que publica el periódico “El
Militante”, que dirige desde hace años el Sindicato de Estudiantes y que
ha impulsado “Ganemos CCOO”.
Es evidente que hoy los trotskistas organizados tienen una mayor
influencia entre las masas que los partidarios del marxismo-leninismo.
Es una realidad opuesta a la de mediados del siglo XX, cuando su peso
político era insignificante en comparación con el que habían ganado los
partidos comunistas desde la Revolución de Octubre hasta la victoria
sobre el nazi-fascismo en la Segunda Guerra Mundial y la creación de
todo un campo de países socialistas.
Y esa ventaja actual del trotskismo organizado, más o menos ortodoxo,
sobre el marxismo-leninismo es aun mayor si le sumamos la masa de
activistas e intelectuales que comparten alguna de las tesis centrales
de aquella corriente: la oposición a la política soviética de tiempos de
Stalin, la “teoría de la revolución permanente”, la oposición a todos
los Estados existentes (ya sean imperialistas, socialistas, soberanos o
sometidos) o el fraccionalismo en la organización de la clase obrera.
Resulta evidente que el mayor retroceso experimentado por el
proletariado a lo largo de su historia ha coincidido con la mayor
influencia sobre él por parte de los trotskistas. En el pasado aún
reciente, éstos sostenían que la destrucción del “estalinismo”, es
decir, de los partidos marxistas-leninistas, allanaría el camino a la
revolución obrera internacional. Ahora que aquello prácticamente ha
ocurrido y ellos pueden influir sobre las masas con la mayor libertad,
siguen ocupados en atacar el “estalinismo” de los movimientos
progresistas en vez de aprovechar su ventaja para conducir al
proletariado a una revolución victoriosa. Lo que sí crece, entretanto,
es el neoliberalismo, el militarismo y la reacción, mientras que las
fuerzas obreras y democráticas permanecen generalmente a la defensiva,
cuando no retroceden.
Claro que los partidos abiertamente trotskistas no son los únicos ni
los principales responsables de la actual involución, inevitable desde
el momento en que las fuerzas comunistas no consiguen salir de su
crisis, aunque sea poco a poco. Y aquí es donde convendría centrar
nuestra atención y examinar si la otrora capacidad de la teoría y la
práctica marxista-leninista para llevar a la clase obrera a la victoria
sobre la burguesía no está siendo contrarrestada por los errores de sus
actuales partidarios. Para corregirlos, es necesario determinar en qué
medida estos errores podrían tener una naturaleza trotskista, a pesar de
que paradójicamente se cometan en el nombre de Lenin, de Stalin y de la
lucha de éstos contra el trotskismo y el reformismo.
El presente artículo pretende contribuir a esclarecer esta cuestión,
recordando algunas características importantes del trotskismo para poder
valorar su similitud con las posiciones políticas que adoptan algunos
marxistas-leninistas desde que empezó la crisis del movimiento comunista
internacional a mediados del siglo XX hasta nuestros días. Hay que
preguntarse si las posiciones que los comunistas están llevando a las
masas sobre los sindicatos actuales, sobre Syriza y Podemos, sobre Siria
y Venezuela, sobre los Estados que fueron o siguen siendo socialistas,
etc., están en línea con lo que propugnaron Marx, Engels y Lenin, o más
bien se desvían hacia lo que sostuvo Trotski.
Aprehender lo que significa el trotskismo no es tarea fácil. Sus
partidarios pretenden que es sinónimo de marxismo. Pero éste último se
convirtió en dirección hegemónica del movimiento obrero europeo a
finales del siglo XIX y lo llevó a sus mayores éxitos hacia mediados del
siglo XX, en tanto que el trotskismo nunca fue más que una corriente
minoritaria entre el reformismo y el leninismo. También pretenden que el
trotskismo convergió con el leninismo a partir de 1917. Sin embargo, la
opinión muy mayoritaria de los contemporáneos de Trotski en las filas
del bolchevismo no debió ser ésa cuando le dieron la espalda en cuantas
divergencias tuvo frente a Lenin y, después del fallecimiento de éste,
frente a la dirección del PC (b) de la URSS[1].
Trotski y una parte de sus seguidores reconocen que él estaba
equivocado frente a Lenin en cuanto a cómo debía ser la organización del
partido obrero[2],
aunque sostienen que éste le acabó dando la razón en la cuestión de la
“revolución permanente”, es decir, en la estrategia y la táctica de la
revolución. En definitiva, según ellos, su equivocación sería más
práctica que teórica. ¡Casi nada, si tenemos en cuenta que el imperativo
central del marxismo es, no interpretar el mundo, sino transformarlo
por medio de la práctica revolucionaria!
Pero mencionar estos dos aspectos tan generales no es suficiente para
arrojar luz sobre los errores de Trotski, hoy compartidos quizás
inconscientemente por muchos de sus detractores. Para ello, es necesario
recordar con algo más de detalle la historia de las discrepancias entre
los bolcheviques y los trotskistas.
El bolchevismo fue el baluarte del marxismo auténtico,
revolucionario, después de fallecer Marx y Engels. Lo fue por su
cohesión teórica con él y también porque lo acreditaron así sus éxitos
prácticos que marcaron un antes y un después en la historia de toda la
humanidad. Cuando Lenin empezó su actividad política, ya estaba
plenamente identificado con el marxismo y en esta concepción del mundo
se mantuvo el resto de su vida, luchando sin tregua por infundirla al
conjunto del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR).
En cambio, Trotski despierta políticamente en un círculo de
socialistas, defendiendo con vehemencia el populismo y atacando con
sarcasmo al marxismo[3],
en un momento en que el populismo ya había virado hacia la conciliación
con el zarismo y había sido desenmascarado ante el movimiento obrero
por Plejánov, Lenin y otros marxistas. Y, cuando unos pocos años después
Trotski toma partido por el marxismo, se entusiasma pronto por la obra
del dirigente socialista alemán no marxista, F. Lassalle[4].
Eran tiempos en que la socialdemocracia revolucionaria rusa se veía
obligada a defender el marxismo ortodoxo para salvar al partido de la
deriva revisionista que le estaban imprimiendo los jóvenes dirigentes
“economistas”, seguidistas del movimiento obrero espontáneo. Alguno
objetará que los orígenes de una personalidad no tienen por qué
caracterizarla de por vida, que todo el mundo tiene derecho a
equivocarse y a cambiar, etc., y todo esto es muy cierto. Pero también
es necesario comprobar hasta qué punto, posteriormente, se produce esa
rectificación y ese cambio. En el caso de Trotski, encontramos criterios
persistentes que guardan una coherencia fundamental con los defectos
del populismo y del lassalleanismo.
La vigente crisis del movimiento comunista ha resucitado
lamentablemente esos criterios entre quienes pretenden reorganizarlo
sobre la base ideológica del marxismo-leninismo. Después de decenios de
revisionismo reformista, hay que recuperar el espíritu revolucionario y
las intenciones que van en esta dirección son buenas. Pero no bastan,
pues ya se sabe que el camino del infierno está empedrado de buenas
intenciones. Es imprescindible que esas buenas intenciones se traduzcan
además en una política consecuente con los principios del
marxismo-leninismo. De lo contrario, resultarán una fraseología
revolucionaria engañosa que descompone las fuerzas proletarias y
fortalece a la burguesía.
- I) Lassalle y los populistas rusos, como antecedentes
Lassalle fue un destacado dirigente de
la lucha de la clase obrera alemana contra los capitalistas que la
explotaban. Se dedicó tan intensamente a esta lucha que perdió de vista
la perspectiva histórica y no comprendía la etapa de desarrollo en que
se encontraba Alemania. Absolutizaba la lucha contra la burguesía y no
advertía que ésta todavía había de desempeñar un papel progresivo frente
al poder de los terratenientes. Así, pretendía alcanzar el socialismo
directamente partiendo del Estado prusiano feudal, estableciendo una
alianza con su hábil canciller Bismark y oponiéndose a la revolución
burguesa. Como dice Marx, “sólo atacaba a la clase capitalista, y no a los dueños de tierras”[5].
Por este camino, borraba las diferencias económicas y políticas entre
las diversas capas burguesas, particularmente entre la burguesía
capitalista y la pequeña burguesía campesina. Según Lassalle, frente a
la clase obrera “todas las demás clases no forman más que una masa
reaccionaria”[6].
De este modo, defendía a la clase obrera de una manera reaccionaria,
contra la democracia, aislándola de los aliados necesarios para llevarla
a la victoria y condenándola a permanecer sometida a las clases
poseedoras. Veremos más adelante cómo el trotskismo parte de esta misma
abstracción defectuosa de la realidad.
Marx explicó las consecuencias prácticas desastrosas que tuvo este
defecto teórico cuando Lassalle se dispuso a organizar al proletariado:
“… desde un principio, como cualquiera que declare tener en su bolsillo
una panacea para los sufrimientos de las masas, dio a su agitación un
carácter religioso y sectario. En realidad, toda secta es religiosa.
Además, como cualquier fundador de una secta, negaba toda conexión
natural con el movimiento obrero anterior, tanto en Alemania como en el extranjero.
Incurrió en el mismo error que Proudhon, y en lugar de buscar la base
real de su agitación entre los elementos auténticos del movimiento de
clase, intentó orientar el curso de éste siguiendo determinada receta
dogmática. (…) Usted sabe por experiencia cuál es la contradicción entre
el movimiento sectario y el movimiento de clase. Para la secta el
sentido de su existencia y su problema de honor no es lo que tiene en común con el movimiento de clase, sino el peculiar talismán que lo distingue de él.”[7]
Veremos más adelante cómo, partiendo de idéntica premisa, el
trotskismo acabó desempeñando un papel todavía más nocivo que el
lassalleanismo. De momento, nos basta con constatar que la consecuencia
práctica del error teórico de ambas escuelas es la incapacidad de
organizar un partido que dirija a la clase obrera y a sus masas hasta su
triunfo revolucionario, limitándose a construir sectas que entorpecen
su desarrollo político.
El populismo ruso, en el que Trotski se inició, también albergaba la
esperanza de soslayar el capitalismo para alcanzar directamente el
socialismo, un deseo habitual en la intelectualidad pequeñoburguesa de
los países en los que no se ha completado la revolución burguesa. Para
justificar teóricamente esta conclusión, el populismo rechazaba el
materialismo dialéctico y trataba de explicar la realidad desde el
subjetivismo y el empirismo, razón por la que sus proyectos sociales
sólo podían ser utópicos.
Esta concepción defectuosa se manifestará también en Trotski, al
negar éste la necesidad de las revoluciones democrático-burguesas en los
países atrasados, al narrar la historia de la Revolución de Octubre
alrededor de las personalidades destacadas por ella y al ignorar las
necesidades sociales de cada momento a la hora de formular sus
propuestas prácticas.
A lo largo de su historia, el populismo ruso pasó de un extremo
político al contrario: del anarquismo y el terrorismo individual a la
colaboración cada vez más estrecha del partido socialista-revolucionario
con las clases explotadoras. Esta trayectoria también recorrida por el
trotskismo se explica por su incomprensión de las dificultades que
atraviesa el desarrollo del movimiento revolucionario real, la
desesperada huida hacia delante frente a ellas, el fracaso práctico de
ésta y, entonces, la traición.
[1]
El propio Trotski caracteriza así el resultado de la lucha de los
oposicionistas que él lideraba dentro del partido bolchevique: “En el
otoño [de 1926], la oposición sufrió un descalabro manifiesto en todas
las células y organizaciones” (Mi vida, http://www.enxarxa.com/biblioteca/TROTSKY%20Mi%20Vida.pdf, p. 301)
[2] La teoría de la revolución permanente, Trotski, 1929.
[3] The Prophet Armed: Trotsky, 1879-1921. Deutscher, Isaac (1997), p. 39
[4] Idem, p. 40.
[5] Critica del Programa de Gotha, Marx.
[6] Idem.
[7] Carta de Marx a Schweitzer, de 13 de octubre de 1868
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