Por El Viejo Topo.
Discurso pronunciado por Karl Marx en la fiesta de aniversario del People’s Paper, abril 1856.
Las llamadas revoluciones de 1848 no fueron más que pequeños hechos
episódicos, ligeras fracturas y fisuras en la dura corteza de la
sociedad europea. Bastaron, sin embargo, para poner de manifiesto el
abismo que se extendía por debajo. Demostraron que bajo esa superficie,
tan sólida en apariencia, existían verdaderos océanos, que sólo
necesitaban ponerse en movimiento para hacer saltar en pedazos
continentes enteros de duros peñascos. Proclamaron, en forma ruidosa a
la par que confusa, la emancipación del proletariado, ese secreto del
siglo XIX y de su revolución.
Bien es verdad que esa revolución social no fue una novedad inventada
en 1848. El vapor, la electricidad y el telar mecánico eran unos
revolucionarios mucho más peligrosos que los ciudadanos Barbés, Raspail y
Blanqui. Pero, a pesar de que la atmósfera en la que vivimos ejerce
sobre cada uno de nosotros una presión de 20.000 libras, ¿acaso la
sentimos? No en mayor grado que la unión europea sentía, antes de 1848,
la atmósfera revolucionaria que la rodeaba y que presionaba sobre ella
desde todos los lados.
Nos hallamos en presencia de un gran hecho característico del siglo
XIX, que ningún partido se atreverá a negar. Por un lado, han despertado
a la vida unas fuerzas industriales y científicas de cuya existencia no
hubiese podido sospechar siquiera ninguna de las épocas históricas
precedentes. Por otro lado, existen unos síntomas de decadencia que
superan en mucho a los horrores que registra la historia de los últimos
tiempos del Imperio Romano. Hoy día, todo parece llevar en su seno su
propia contradicción. Vemos que las máquinas, dotadas de la propiedad
maravillosa de acortar y hacer más fructífero el trabajo humano provocan
el hambre y el agotamiento del trabajador. Las fuentes de riqueza
recién descubiertas se convierten, por arte de un extraño maleficio, en
fuentes de privaciones. Los triunfos del arte parecen adquiridos al
precio de cualidades morales. El dominio del hombre sobre la naturaleza
es cada vez mayor; pero, al mismo tiempo, el hombre se convierte en
esclavo de otros hombres o de su propia infamia. Hasta la pura luz de la
ciencia parece no poder brillar más que sobre el fondo tenebroso de la
ignorancia.
Todos nuestros inventos y progresos parecen dotar de vida
intelectual a las fuerzas materiales, mientras que reducen a la vida
humana al nivel de una fuerza material bruta.
Este antagonismo entre la
industria moderna y la ciencia, por un lado, y la miseria y la
decadencia, por otro; este antagonismo entre las fuerzas productivas y
las relaciones sociales de nuestra época es un hecho palpable,
abrumador e incontrovertible. Unos partidos pueden lamentar este hecho;
otros pueden querer deshacerse de los progresos modernos de la técnica
con tal de verse libres de los conflictos actuales; otros más pueden
imaginar que este notable progreso industrial debe complementarse con
una regresión política igualmente notable. Por lo que a nosotros se
refiere, no nos engañamos respecto a la naturaleza de ese espíritu
maligno que se manifiesta constantemente en todas las contradicciones
que acabamos de señalar. Sabemos que para hacer trabajar bien a las
nuevas fuerzas de la sociedad se necesita únicamente que éstas pasen a
manos de hombres nuevos, y que tales hombres nuevos son los obreros.
Éstos son igualmente un invento de la época moderna, como las propias
máquinas. En todas las manifestaciones que provocan el desconcierto de
la burguesía, de la aristocracia y de los pobres profetas de la
regresión reconocemos a nuestro buen amigo Robin Goodfellow*, al viejo
topo que sabe cavar la tierra con tanta rapidez, a ese digno zapador que
se llama Revolución.
Los obreros ingleses son los primogénitos de la industria moderna. Y
no serán, naturalmente, los últimos en contribuir a la revolución
social producida por esa industria, revolución que significa la
emancipación de su propia clase en todo el mundo y que es tan universal
como la dominación del capital y la esclavitud asalariada. Conozco las
luchas heroicas libradas por la clase obrera inglesa desde mediados del
siglo pasado, y que no son tan famosas por haber sido mantenidas en la
oscuridad y silenciadas por los historiadores burgueses. Para vengarse
de las iniquidades cometidas por las clases gobernantes, en la Edad
Media existía en Alemania un tribunal secreto llamado “Femguericht”**.
Si alguna casa aparecía marcada con una cruz roja, el pueblo sabía que
el propietario de dicha casa había sido condenado por Temis. Hoy día,
todas las casa de Europa están marcadas con la misteriosa cruz roja.
La
Historia es el juez; el agente ejecutor de su sentencia es el
proletariado.
Notas:
- * Ser fantástico que en las creencias populares de los siglos XVI y XVII desempeña el papel de genio bueno que ayuda al hombre en sus empresas. Es uno de los principales personajes de la comedia de Shakespeare El sueño de una noche de verano
- ** “El juicio de Temis”.
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