Por Harold Cárdenas Lema, en La Joven Cuba
Existen dos grandes falacias sobre lo
revolucionario en Cuba. La primera viene de la derecha cuando trata de
mostrar la contrarrevolución como algo cool, un acto de rebeldía contra
el sistema, un bien público. Con todos sus problemas, el proyecto
socialista cubano sigue siendo más hereje, alternativo y patriótico que
ninguna de sus alternativas. Esta es razón suficiente para no dedicarle
un segundo más.
La segunda es la idea de que lo
revolucionario es lo políticamente correcto, o mejor dicho, lo
políticamente cómodo cuando se vive en Revolución. Esto se conjuga con
la noción de que existe un modelo de revolucionario, que de no seguirse
al pie de la letra, se convierte uno en Donald Trump. Algo así como
“estás conmigo o contra mí”, frases históricamente pronunciadas por
George Bush el 20 de septiembre del 2001 y Darth Vader en Star Wars III.
Hace días alguien me acusó así también en Facebook.
El proyecto cubano se fundó después de
una guerra en que salieron victoriosas distintas organizaciones, cada
una con una visión particular del futuro. Y no significó que fueran
irreconciliables. El credo en nuestras filas era claro, dentro de la
Revolución se podía todo, incluso discrepar al nivel del Che Guevara con
Carlos Rafael Rodríguez, se podían cosas que ahora son bastante
difíciles.
En algún momento nos convirtieron la
política inclusiva de la Revolución, en dogma excluyente si no te
ajustabas al parámetro. Y las consecuencias han llegado a nuestros días,
marginando así a un amplio sector que podría estar dentro de la
Revolución pero la torpeza y falta de visión les ha hecho sentir que
están fuera. Es ver los ecos del Quinquenio Gris buscando reproducirse a
un nivel masivo.
Si estuviéramos en los sesenta Fidel se
hubiera reunido hace rato con los cineastas y hubiera Ley de Cine, o con
los periodistas y hubiera un no-sé-qué, pero todo estaría mejor. En vez
de mirar con nostalgia esa época en que valorábamos la diferencia de
opiniones en nuestras propias filas, sin menospreciarlas o atacarlas,
debemos recuperar ese principio.
Alguien dijo que la proposición de
opiniones nuevas, la búsqueda de objetivos comunes con los que no son
contrarrevolucionarios pero discrepan en algunos puntos, es ambigüedad,
vacilación o indefinición política. Esta mirada macarthista nos ha
debilitado.
Si esto fuera así, Julio Antonio Mella
nunca habría podido hacer la ANERC, Guiteras no habría podido darle
avances democráticos al pueblo dentro de un gobierno burgués, Fidel ni
nadie hubieran asaltado el Moncada. Y mucho menos su hubieran unido
todas las fuerzas en 1959.
En la historia de las revoluciones
siempre han existido tendencias al dogma y otras de espíritu
dialéctico-humanista, a las primeras siempre les cuesta reconocerse así.
La vida es más rica incluso que las ideologías, tu enemigo político sin
saberlo puede ayudarte a cruzar la calle o abrirte la puerta en una
tienda, y viceversa. No basta con defender ideas de izquierda, hay que
ser buenas personas, hay que tener valores que nos lleven a buscar lo
mejor en los demás y no a convertirnos en francotiradores predispuestos
contra todos los que no son uno mismo.
Por demás, hay que ser consecuentes. No
se puede ser revolucionario para atacar el capitalismo y defender la
integración latinoamericana, ignorando los problemas internos o
callándolos bajo un errado concepto de disciplina militante. Me
decepcionan los que pasan horas enfrentando las campañas mediáticas
contra el país, y no tienen voz para reconocer con honestidad los
problemas internos o lo hacen con edulcoraciones paternalistas.
¿Qué es lo revolucionario en Cuba? No lo
sabe nadie, lo construimos todos en base a las lecciones del pasado y
las necesidades del presente. Pero la búsqueda de unidad para la
construcción socialista, incluso con sectores de distinta procedencia e
intereses como fue al inicio de la Revolución, debemos recuperarla. La
capacidad de sumar debe ser mayor que la de restar, o estamos muertos.
Hay que ser atrevidos, equivocarse
incluso pero seguir adelante. Las revoluciones cobardes no llegan a
nada, se quedan allí, ni el recuerdo las puede salvar. Nuestra historia,
nuestros muertos y nosotros mismos, merecemos más que la parálisis del
dogma. No puede fracasar una revolución más por esta razón.
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