Por René Fidel González García, en La Joven Cuba.
Hay que creer lo que se piensa, y sostener lo que se cree.
cualesquiera que sean nuestras fuerzas, está prohibido abdicar.
Romain Rolland
Muchos
de mis coterráneos, incluso algunos que estaban en Venezuela durante la
auténtica paliza electoral recibida por el gobierno venezolano y su
estructura partidista, reaccionaron estupefactos y sorprendidos,
desorientados y fundamentalmente pesimistas, sobre el destino de la
Revolución que iniciara Hugo Chávez Frías en la década de los 90 del
siglo pasado.
No
me detendré en un análisis de las causas de ese resultado electoral.
Entender que las revoluciones pueden ser derrotadas es siempre un dato
crucial. Ello es pertinente, incluso, a aquellas victoriosas y que han
logrado mantenerse en el poder durante mucho tiempo. La derrota de una
experiencia revolucionaria no es nunca, aunque dolorosa y terrible,
absoluta. La suma de sus errores, de las adversidades y desafíos que
enfrente, y la capacidad de sus enemigos para aplastarlas o destruirlas
taimada o violentamente – la mayor parte de las veces de la segunda
forma – puede explicar, de muchas maneras, su derrota pero no su
fracaso.
Que
los protagonistas de una Revolución en el poder no conciban la derrota
como una posibilidad y que no se preparen para resistir y continuar la
lucha en esa circunstancia, puede deberse a varias razones: a la
ingenuidad de los individuos dentro de ella; al oportunismo político que
prolifera en los nichos de la lealtad exigida y obsecuente; o de que,
finalmente, han dejado de ser ellos mismos revolucionarios.
Alguna
vez un antiguo militante de la izquierda española, advirtiéndome de las
complejidades de la crítica dentro de una Revolución, me diría que las
revoluciones necesitaban a los revolucionarios hasta el día antes del
triunfo. Lo que luego siguió fue una conversación realmente amarga.
Recuerdo haberle espetado, de una forma que ahora entiendo fue muy poca
generosa, que él no había vivido nunca en una Revolución.
Yo
era muy joven en aquella época, y él era un hombre que entraba ya en la
apacible madurez de un catedrático exitoso y serio. Pocos días más
tarde me confesaría que se había sentido muy mal después de aquella
conversación, para inmediatamente decirme, de una manera perturbadora
por su intensidad y aspereza, que siguiera mí camino en la Revolución.
Lo hice. Y desde hace mucho sé – junto a otros tantos – que ese andar
maratónico del que hablara Pablo de la Torriente Brau, no ha sido nunca,
no es, ni será, apacible para nadie, por el contrario.
Quizás
por eso, hace unos días, explicando a una amiga muy preocupada por
encontrar en una coyuntura la relación existente entre los propósitos y
los desafíos, cité casi textualmente a Gilles Deleuze: la única
oportunidad de los hombres está en el devenir revolucionario, es lo
único que puede exorcizar la vergüenza o responder a lo intolerable.
De
inmediato, casi sin venir al caso, recordé una novela histórica de
Howard Fast. En ella, el galo Crixus, le dice a Espartaco: ¨Yo una vez
fui libre¨, para que éste, nacido esclavo de acuerdo a algunas
versiones, le preguntase con asombro: ¨ ¿libre?¨. Le comenté a mi
interlocutora que la búsqueda, siempre angustiosa, del significado de
aquella palabra, había sido en los siguientes años el hilo conductor de
la rebelión anti esclavista más importante que enfrentase Roma en toda
su historia, y que era posible que Espartaco, que sobreviviera a Crixus
por un tiempo, comprendiera, viendo a la rebelión sucumbir en una última
y desesperada batalla, que el auténtico legado de aquella gesta se
resumía en la frase pronunciada por el galo.
Fue entonces que entendí, en sus últimas consecuencias, el drama íntimo
de aquel amigo cuando me pidió que siguiera el camino. No sé cuáles
serán los próximos acontecimientos en Venezuela, los rumbos, victorias y
los reveses que aún la esperan a su Revolución. Lo que sí sé es que
allá o aquí, en cualquier parte, los que sigan exorcizando la vergüenza
respondiendo con sus actos a lo intolerable de la injusticia, venga de
donde venga, no importa cuántas veces sean derrotados, seguirán siendo
libres. Dejarlo de ser, dentro una Revolución, es la única manera en que
ésta fracase.
Despues de tanto predicar el antimperialismo, ahora tienen que rogarle a los americanos que inviertan en Cuba. Y todavia le llaman victoria.
ResponderEliminar