ORGÍA FASCISTA CON LA QUEMA DE LIBROS EN MADRID. COMO EL FASCISMO ESPAÑOL CELEBRARÍA EL DÍA DEL LIBRO.
Quema de libros en el patio de la Universidad Central de Madrid, en la calle San Bernardo.
Año 1939
Por Esteban Zúñiga y Nestor Guadaño.
"Allí donde se queman libros
se acaba quemando también seres humanos."
(Heinrich Heine. De su tragedia "Almanzor", 1823).
"AUTO DE FE EN LA UNIVERSIDAD CENTRAL, LOS ENEMIGOS DE ESPAÑA FUERON CONDENADOS AL FUEGO.
Los enemigos de España fueron condenados al fuego. El Sindicato Español Universitario celebró el domingo la Fiesta del Libro con un simbólico y ejemplar auto de fe. En el viejo huerto de la Universidad Central huero desolado y yermo por la incuria y la barbarie de tres años de oprobio y suciedad- se alzó una humilde tribuna, custodiada por dos grandes banderas victoriosas. Frente a ella, sobre la tierra reseca y áspera, un montón de libros torpes y envenenados, de carteles agresivos, de pasquines violentos, esperaba la llama purificadora. Y en torno a aquella podredumbre, cara a las banderas y a la palabras sabia de las Jerarquías, formaron las milicias universitarias, entre grupos de muchachos cuyos rostros y mantillas prendían en el conjunto viral y austero una suave flor de belleza y simpatía. (...) se leyó el auto de fe redactada en breves y rotundos términos".
El catedrático de Derecho, Antonio Luna, en sus palabras afirmaría:
"Para edificar a España una, grande y libres, condenados al fuego los libros separatistas, los liberales, los marxistas, los de la leyenda negra, los anticatólicos, los del romanticismo enfermizo, los pesimistas, los pornográficos, los de un modernismo extravagante, los cursis, los cobardes, los seudocientíficos, los textos malos y y los periódicos chabacanos. E incluimos en nuestro índice a Sabino Arana, Juan Jacobo Rousseau, Carlos Marx, Voltaire, Lamartine, Máximo Gorki, Remarque, Freud y al Heraldo de Madrid.
Prendido el fuego al sucio montón de papeles, mientras las llamas subían al cielo con alegre y purificador chisporroteo, la juventud universitaria, brazo en alto, cantó con ardimiento y valentía el himno Cara al Sol." ("YA". Página 2. Madrid, 2 de mayo de 1939).
Con estas palabras el periódico católico "YA" relataba lo sucedido el 30 de abril de 1939 -hace ochenta y cinco años- en el antiguo huerto de la Universidad Central de Madrid -tiempos después la Universidad Complutense- localizada en la madrileña calle de San Bernardo. Un hecho acaecido pocos días más tarde del final de la guerra en España (1936-1939), protagonizado por el Sindicato Español Universitario (SEU) y que estaba sumergido en un clima de odio y de revanchas sobre los derrotados, a quienes acusaban de ser los culpables de los males de España.
Un
"auto de fe" dirigido por el catedrático Antonio Luna García -que era
delegado provincial de la FET de la JONS en Madrid y Secretario Nacional
de la Jefatura de Educación- y que se convertiría en el primer
responsable de la primera y cobarde depuración, tras la guerra, de
profesores y maestros.
Pero comenzó esta renuncia a la cultura popular, poco después del golpe militar. El 1 de agosto de 1936 el periódico Arriba España, en
su primer número, incitaba a la destrucción de libros: “Camarada, tienes
obligación de perseguir al judaísmo, a la masonería, al marxismo y al
separatismo. Destruye y quema sus periódicos, sus libros, sus revistas,
sus propagandas”.
La limpieza en Madrid de librerías y editoriales fue exhaustiva.
“El desfile de la victoria fue el 18 de mayo del 39, les preocupaba que
hubiera en los escaparates algún libro contrario a las ideas del nuevo
Estado, así que limpiaron librerías, almacenes, editoriales”, cuenta
Martínez Rus.
Hasta crearon un tribunal de porteros para denunciar lo que había pasado en Madrid durante los años de la guerra. Y se persiguió, con una saña fanática alas personas, para depurarlas, y destruir los libros molestos. También, en unos actos de rabia incontenida, vertieron la sangre de los maestros, bibliotecarios, editores y
libreros, que fueron fusilados. Entre otros, el director de la casa Nós,
Ánxel Casal, el librero Rogelio Luque, en Córdoba a la bibliotecaria
Juana Capdevielle, de la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid, a
quien mataron estando embarazada de su primer hijo, y tantas otras víctimas de esa orgía por todos los territorios...
Una quema de libros, que pretendía ser una emulación de las quemas públicas de libros organizadas por el Cardenal Cisneros en Granada con los libros andalusíes, como por aquellos años realizaban los fascistas en la Alemania nazi. Todo ello bajo la premisa de purificar a España de las ideas traidoras, subversivas e ilegítimas que habían manchado y corrompido la esencia de España.
José María Pemán, director de la Comisión de Cultura y Enseñanza, acusó
a escritores y profesionales del libro de ser “envenenadores del alma
popular, primero y mayores responsables de todos los crímenes y
destrucciones que sobrecogen al mundo”.
Igualmente Ramiro de Maeztu, cuando era un parlamentario de la derecha conservadora en el Parlamento Republicano, pidió
"que los libros ardieran, porque para ellos los libros que se repartían
en esas bibliotecas públicas abiertas a todos, gratuitas, estaban
sembrando el germen de la revolución”.
"Arrasaron con la biblioteca de Castelao o la del presidente
Casares Quiroga en A Coruña, con la de la casa de Juan Ramón Jiménez,
donde él no estaba porque se encontraba en el extranjero, o con la Max
Aub en Valencia”, relata Martínez Rus, quien define las ceremonias como
una especie de “ritos iniciáticos tras la toma de las localidades”.
Convirtiéndose la eliminación de los libros, que habían inoculado en las mentes españolas desvaríos y vergüenzas, en una de las primeras actividades del nuevo régimen fascista en una de las iniciativas más necesarias e imperiosas, en orden a hacer desaparecer cualquier atisbo de las ideas y los anhelos de los vencidos, de los derrotados por las armas. Todo ello bajo un ritual de fuego y desaparición.
“Se estableció una analogía. Estaban matando a personas,
privaban a otras de libertad, y decidieron que con los libros había que
hacer lo mismo. Ejecutaron a gente como el rector de la universidad de
Valencia, el rector de la universidad de Oviedo, que era hijo de
Leopoldo Alas Clarín, mataron a muchos maestros y a otros los depuraron
porque consideraban que introducían ideologías perniciosas. Crearon
salas de libros prohibidos, los infiernos, se llamaban, que en algunos
casos perduraron hasta el final de la dictadura”, relata la
historiadora Ana Martínez Rus. Si había denuncias falsas, no existía pena para el
denunciante.
Al abogado Enrique Astiz Aranguren, de Izquierda Republicana,
antes de asesinarlo le quemaron toda la colección de la “peligrosa”
Enciclopedia Espasa. La biblioteca de Pompeu Fabra fue quemada en la
calle, en Badalona.
Cuando aquél régimen tan violento no pudo alcanzar a asesinar a tantos españoles exiliados, quiso borrar la memoria después del triunfo de los aliados, hasta en el NO-DO. En agosto de 1945, poco después de la derrota nazi, se produjo un incendio metódico,
en los laboratorios Cinematiraje Riera de Madrid. En el almacén albergaba las películas y negativos del No-Do producidos hasta entonces.
Aquello supuso una valiosa pérdida. Aún así existen algunos documentos
gráficos que muestran quemas de libros apilados en grandes montañas
antes de arder a 451 grados Fahrenheit.
Bertolt Brecht quien presenció escenas similares en la Alemania Nazi, lo dejó por escrito.
Es la cuerda del olvido, una de las premisas más asquerosas del fascismo, que impregnó la mente de generaciones.... hasta hoy. Olvido que las mentes fanatizadas por la incultura, quiso que tras la quema de libros, muchos autores perdieran la estela de los vivos.
Cuando el fascismo se instala en un territorio, con actualmente en Ucrania, la cultura, las personas, los libros, la conciencia y hasta la memoria, desean borrarlos...
Pero la cultura del pueblo, es más grande que unos regímenes tan antihumanos. Con el tiempo los pueblos se liberan de semejante trauma, volviendo a editar la mayoría de los títulos de los libros quemados. Cual ave fénix la cultura popular, a pesar de todo, sobrevive, a pesar de tantas pérdidas de letras y sangre.
"LA QUEMA DE LIBROS.
Cuando el Régimen ordenó,
que los libros con saberes peligrosos,
deberían ser quemados en público y en todo lugar,
los bueyes fueron forzados a empujar carrozas llenas de libros.
Ante la fogata, un poeta expulsado,
uno de los mejores,
cuando revisó la lista de los quemados
se enfureció al encontrar que sus libros habían sido olvidados.
Se apresuró hacia su escritorio
y, en un arrebato de ira,
escribió una carta a las autoridades.
"¡Quémenme!"
Escribió con pluma veloz:
"¡Quémenme!
No me hagan esto. No me dejen afuera.
¿Acaso mis libros no han dicho siempre la verdad?
¡Y ahora ustedes me tratan como si fuera un mentiroso!
Les ordeno: ¡Quémenme!".
(Bertolt Brecht. "La quema de libros" -"Die Bücherverbrennung"-).
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