30 de julio de 2020

Un poema inédito de Miguel Hernández

Por Mar Campelo Moreno, publicado en La Vanguardia

En 2017, Miguel Hernández, cuando se cumplían 75 años de la muerte del poeta de Orihuela, y como aportación a la celebración de su obra, ha llegado el momento de sacar a la luz un poema que los descendientes de su hermana Elvira consideramos un tesoro celosamente guardado a lo largo de tres generaciones: un poema inédito que, como tantos otros a lo largo de su vida, Miguel Hernández regaló, esta vez a su hermana, mi abuela.

A raíz de la muerte accidental de su amigo Manolo, aguador de Orihuela, Miguel Hernández le dedica esta elegía. Como en muchas otras ocasiones, su primera lectora fue su hermana Elvira, cuya opinión siempre tenía en cuenta. La respuesta de Elvira fue que no publicara el poema, ya que al atribuir la responsabilidad última de la muerte a la “mezquindad” de su madre, acrecentaría el ya insoportable dolor causado por la muerte de un hijo. Después de una discusión, Miguel decide regalarle el poema, mecanografiado por él mismo, a su hermana para que lo guarde o, si así lo desea, lo destruya. Lógicamente lo conservó inédito hasta el final de sus días, con el deseo, que expresó en más de una ocasión, de que yo (su nieta mayor) me hiciera cargo de su publicación cuando ella hubiera muerto.

El original del poema lo conservó la hermana de Miguel Hernández, a quien el poeta se lo había regalado

Elvira conservó este poema, al igual que las cartas y documentos de su hermano, hasta la fecha de su fallecimiento (en 1996), cuando pasan a manos de su hija mayor, Elvira Moreno Hernández, a quien años antes había confiado su custodia. De Elvira Moreno, mi madre, todo el archivo pasa a mi poder en el 2016, con el encargo tácito de que lo haga público en el momento oportuno. Ambas transmisiones se han realizado con el acuerdo tanto de las otras hijas vivas de Elvira Hernández, Rosa y Concha, como del resto de sus nietas y nietos.

El manuscrito no está fechado pero, a través de los datos obtenidos en la hemeroteca, podríamos situarlo en las primeras semanas de agosto de 1935. Los diarios La Verdad (7 de agosto de 1935), El Día (7 de agosto), La Libertad (6 de agosto) y El Luchador (5 de agosto) hacen referencia a la muerte de un aguador de nombre Manuel García Ortuño, alias Solajes, y natural de Orihuela, donde ejercía su oficio. No puedo asegurar que se trate de la misma persona, pero las coincidencias tanto en el nombre, como en el oficio o en la causa de la muerte, pueden hacer pensar con cierta seguridad que este Manuel García Ortuño, que murió ahogado el 4 de agosto de 1935, es el destinatario de la elegía.

Casi con toda seguridad, se trata de uno de los amigos de la calle de Arriba, donde Miguel Hernández vivió su infancia desde los cuatro años. El poeta muestra su dolor por el amigo muerto y la rabia por la injusticia de su muerte, a través de figuras y referencias utilizadas ya en sus poemas anteriores: el agua, la tierra, el yunque, el trueno, el arado, los dientes.

Las similitudes de esta elegía con la dedicada a Ramón Sijé, que Miguel Hernández escribiría pocos meses después –en enero de 1936–, tras la muerte de su amigo el 24 de diciembre de 1935, apoyan la fecha sugerida.

El poema comienza con un verso suelto que es la noticia de la muerte, que ha irrumpido en la juventud feliz de forma violenta. Recordemos la dedicatoria de la Elegía a Ramón Sijé, en la que el autor nos da, igualmente, la noticia del lugar y la causa de la muerte, “como del rayo”. Además de esta similitud en la forma, ambas elegías lloran la muerte de un amigo joven, inevitable en el caso de Sijé e innecesaria en el de Manolo.

El poema muestra similitudes con otro de los más conocidos de Hernández, la ‘Elegía a Ramón Sijé’

La elegía a Manolo el aguador toma la forma más clásica –que ya había utilizado en sus elegías previas– de laudatorio del amigo desaparecido en segunda persona, y sólo en la última estrofa se muestra el autor en su dolor y su ofrenda de lágrimas, de su voz (su arma más valiosa) y una vez más, la tierra, para terminar con dos endecasílabos puramente elegíacos. Esta exposición de sus sentimientos avanza lo que será la expresión del dolor desgarrado en primera persona de la elegía a Ramón Sijé, que es un canto desesperado, en el que arremete contra la muerte que llegó “temprano” y a la que “no perdona” y que culmina con la esperanza irracional de que el amigo vuelva, pues les ha quedado pendiente “hablar de muchas cosas”.

Otra diferencia significativa es la figura de la novia, apasionadamente desesperada la del aguador y apenas sugerida la de Sijé. La novia de Manolo irrumpe en la primera estrofa torturando sus cabellos y llorando la pérdida de su hombre, fuerte y alegre, con cuyo jornal unió el suyo para costear la boda que ya no se celebrará; sin embargo, la de Sijé no se menciona hasta el decimocuarto terceto, disputándose su sangre con las abejas, aunque no debemos olvidar la elegía posterior dedicada a Josefina Fenoll (novia de Marín-Sijé), que “se ha quedado novia por casar”.

Miguel Hernández cultivó las formas clásicas, entre ellas la elegía; dedicó composiciones de este tipo a personajes públicos, a personas de su entorno inmediato y anónimo e incluso a algunos animales, quizá como un mero ejercicio poético. Pero la elegía a “Manolo, aguador ahogado” es la primera en la que la muerte le afecta personalmente y, en consecuencia, la primera con un tono íntimo, que muestra el dolor sincero y que camina hacia la culminación del género elegíaco en la dedicada a su “compañero del alma”.

A MI AMIGO MANOLO, AGUADOR AHOGADO

Por Miguel Hernández

A punto de casarte te has ahogado.

Y una mujer tortura sus cabellos,

echa de menos un timón de olmo,

llora un novio de yunques resistentes,

un corazón de campanario en fiesta,

derramando jornales por el suelo, que unisteis

para pagar el azahar y el hijo.


Y otra mujer, tu madre, tan mezquina

que te crió con hierbas y mendrugos,

gime y te insulta porque ha de pagar tu entierro.


Hoy tendrán sed tinajas y gargantas,

hoy huelgan por ti fuentes y aguadores,

carros y surtidores, con los brazos caídos.


Tu cuerpo estaba hecho de herramientas sonoras:

parecías compuesto de disparos,

tu voz llevaba un trueno de las riendas

y dos trillos tus pasos, tan potentes

que quedaban las huellas de tus pies

grabadas en las losas.


Tú y la chicharra, de la misma especie.

Cuando hacías equilibrios sobre un cuchillo en pie,

cuando sobre tu carro

de cántaros templando sus guitarrones de agua,

relampagueando el látigo mordías al borrico,

cuando te desplegabas sobre tu acordeón,

caía seducida una hortelana.


Tú y Rosendo, los mozos más fornidos, Manolo.

Tu dilatado tórax ocupaba la calle,

a tu sien hondamente negra de juventud

acudían las venas y el amor a manojos,

parecía que nunca te habías de morir,

parecías verdad, y eras mentira.


Viniste al mundo derribando sillas

y levantando arados con los dientes,

tu mano mejoró la del león

y resistió tu espalda la caída de un pino.


Gremio de relucientes puñaladas,

suavemente las aguas te han matado.

Cuatro aguadores de anudados brazos

te llevan con los pies para delante.


Cuenta con mi dolor, cuenta conmigo,

y con mi corazón, y con mi lengua,

cuenta con un puñado de lágrimas y tierra,

cosechero que fuiste del estrépito,

privilegio acabado de la vida.

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