Subimos una publicación que nos ha llegado sobre este aniversario. Lo hace un trabajador en Rusia, con las ideas actuales. Donde dice rusos, tendría que haber dicho soviéticos, pues aunque la mayoría del Ejército Rojo estaba compuesto por habitantes de esa etnia, también de otras quince nacionalidades, dentro de la Unión Soviética. Por su percepción actual de la Gran Guerra Patria, es un ejemplo para los lectores occidentales, de la mentalidad de la mayoría de la población rusa actualmente.
Por Vitalia Shauro, traducido por Fernando Otero Macías, publicado en Alma Rusa.
Si queremos conocer a los rusos, no podemos eludir el
tema de la Gran Guerra Patria. El recuerdo emocional de esta guerra
sigue muy vivo entre la gente. Personalmente, no solo recuerdo la guerra
a través de los libros y las películas. También por los relatos de mis
dos abuelos, que combatieron entonces (mis padres nacieron después de la
guerra). La generación de quienes están ahora en la cuarentena o en la
cincuentena años está formada por los nietos de quienes vivieron la
guerra. Por ahora los rusos han sido capaces de preservar ese recuerdo
emocional, a pesar de que ya van quedando pocas personas que vivieron
esa experiencia.
Vamos a olvidarnos de todo el trasfondo político de
esos acontecimientos. Cuando los rusos recuerdan la guerra, no piensan
en política, no se acuerdan de Stalin. Al recordar la guerra, los rusos
piensan en los muertos (26,6 millones), en los corazones lacerados y en
las lágrimas de quienes perdieron en esa guerra a sus hijos, sus
maridos, sus padres, sus hijas y sus madres. Deteneos un momento a
pensar y probad a haceros a la idea: ¡26,6 millones de vidas! Es una
herida de todo un pueblo, que nunca se ha cerrado del todo, y que ha
dejado una inmensa cicatriz en la memoria genética del pueblo. Cantan
los rusos, recordando la victoria: «Es la alegría, pero con lágrimas en
los ojos». Y aún siguen llorando cada vez que recuerdan aquella Gran
Victoria.
Porque han pasado ya más de 70 años, pero nosotros seguimos
llorando al recordarla.
Por eso mismo, la fiesta del 9 de mayo es una de las
dos principales fiestas nacionales en Rusia. Es un día que no guarda
relación con la política, es un día muy emotivo, muy delicado, un día
muy sentido. En este día nos hacemos un poquitín mejores, un poquitín
más sensibles. Al evocar la Victoria, inmediatamente recordamos el
precio que tuvieron que pagar por ella los rusos: la victoria y el coste
que supuso están inseparablemente unidos en nuestros corazones. Por ese
motivo, alegría siempre, «pero con lágrimas en los ojos».
Para el mundo entero, el desfile del 9 de mayo en la
Plaza Roja es una exhibición del poderío de Rusia. En cambio, para
nosotros, para los rusos, este desfile es como un ritual sagrado en
conmemoración de aquella guerra. Conviene fijarse en los asientos
reservados a las personalidades, donde se sitúan los veteranos de
guerra. Son ya tan pocos los que quedan vivos que desde hace tiempo
todos ellos caben en la tribuna de la Plaza Roja.
En recuerdo de sus proezas, en recuerdo de mis dos
abuelos que combatieron pero volvieron del frente, no queremos
interrumpir esta memoria. Y queremos transmitírsela a nuestros hijos.
Los rusos seguiremos recordando la guerra.
La guerra
Fue una guerra realmente terrible. Una hazaña humana
diaria, durante cuatro largos años. Hazañas en el frente y en la
retaguardia del enemigo. Los que sobrevivieron sabían de sobra que,
sencillamente, habían tenido mucha suerte.
Si alguien quiere trabar amistad con personas rusas, o
hacer negocios con ellas, ha de saber que no debe herir, aunque sea por
un descuido, sin querer, algo que para un ruso es sagrado. No debe uno
bromear con los rusos a propósito de este asunto si no quiere perder su
confianza. El tema de la Segunda Guerra Mundial, conocida en Rusia como
la Gran Guerra Patriótica, es sagrado.
Si es posible ofender sin querer a un ruso en muchos
sentidos es porque la actitud en relación con esa guerra, así como la
propia historia de la guerra, se enseña en los colegios de Europa y de
América de un modo muy distinto a como se enseña en Rusia. Es algo
comprensible, pues el recuerdo de la guerra se transmite entre los rusos
no solo a través de los libros de texto, sino por medio de los relatos
familiares, de padres a hijos. No se trata de que en tal o cual libro de
texto aparezca algo que no sea cierto. Ocurre, sencillamente, que en
los libros europeos y americanos se omiten muchas de las cosas que
sucedieron. Son muchos los hechos relativos a esa guerra que cualquier
ruso se sabe «de carrerilla», pero que ignora el europeo o el americano
medio, salvo que esté especialmente interesado en el tema de la guerra.
Lo cual no quiere decir que se haya distorsionado la historia. Pero,
cuando se hace hincapié en determinados acontecimientos y no se
mencionan otros, el resultado es que la historia se ve de un modo muy
distinto.
Sin presumir de un profundo conocimiento de la
historia, me voy a limitar aquí a exponer lo que sabe cualquier ruso de
la guerra basándose en los relatos de sus familiares y en los programas
escolares. (Me he limitado a verificar en las fuentes algunos datos
concretos).
En junio de 1941 la Alemania nazi atacó la Unión
Soviética. Para entonces toda Europa, con la excepción de Gran Bretaña,
estaba en manos de Hitler o era su aliada. La resistencia más prolongada
la habían presentado Polonia y Francia: habían resistido poco más de un
mes. El norte de África también estaba ocupado. Los Estados Unidos
todavía eran neutrales y vendían armas a ambos bandos. Preguntad a
cualquier ruso cuándo invadieron los nazis la Unión Soviética y os dirá
la fecha exacta: el 22 de junio de 1941. Hasta el día de hoy hemos
venido recordando ese día como el día de la Memoria y el Dolor.
Sin embargo, la Unión Soviética no estaba preparada
bajo ningún concepto para esta invasión. Eso se hizo evidente durante
los primeros meses de guerra: los rusos sufrieron enormes pérdidas, los
nazis avanzaban con una rapidez insólita en tres direcciones. Hitler
había atacado la Unión Soviética con tres colosales ejércitos: uno en el
norte, en dirección a San Petersburgo (Leningrado); otro en el centro, hacia Moscú
pasando por Bielorrusia; y el tercero en el sur, a través de Ucrania, en
dirección al Volga.
Los rusos se movilizaron apresuradamente. Pero no
tenían experiencia, ni tiempo para organizarse, ni munición, tampoco
había armas suficientes. En esencia, en los primeros cinco meses de
guerra el único elemento de oposición a los nazis fueron las personas.
La gente se inmolaba en la hoguera de la guerra. E iban llegando nuevos
soldados al frente. Sin orden ni concierto. Los soldados hacían frente a
los tanques hasta su último aliento, no se daban un paso atrás,
simplemente servían de escudos humanos. Perecían, y otros venían a
sustituirlos. Hasta muchachos de diecisiete años fueron enviados al
frente.
Se libraron batallas crueles, los rusos combatían por
cada kilómetro de su tierra, pero sufrieron una derrota tras otra, y
para diciembre de 1941 los alemanes ya habían ocupado en su totalidad
Bielorrusia, Ucrania y Moldavia, casi todo el Báltico, y habían cercado
Leningrado (San Petersburgo). Si observamos el mapa a comienzos del
invierno de 1941, el territorio ocupado tenía una extensión tres veces
mayor que la de España.
En todo este tiempo la Unión Soviética se enfrentó al
monstruo fascista en solitario. Los Estados Unidos aún no habían
entrado en guerra. Gran Bretaña tampoco entabló ninguna batalla
terrestre contra los nazis.
Hitler se acercaba a Moscú a grandes pasos. La ciudad
sufría bombardeos a diario. Moscú fue evacuada urgentemente. Se
levantaron unos decorados de camuflaje alrededor del Kremlin para
confundir a los aviones del enemigo. Cundió el terror ante aquella
fuerza colosal e invencible que avanzaba hacia Moscú como una enorme
ballena despiadada, aplastando todo a su paso. Los soldados hacían lo
imposible en su intento de frenar al agresor. La gente tenía miedo,
muchísimo miedo.
El 7 de noviembre de 1941 se celebró un memorable
desfile en la Plaza Roja. Hitler estaba ya a tan solo unas decenas de
kilómetros de Moscú. Desde el desfile, los soldados y los tanques
marcharon directamente al frente, a defender Moscú. Aquel desfile
levantó los ánimos de mucha gente, que se sacudió el temor y la
sensación de desconcierto; mantener elevados los ánimos: esa era la
única fe de la gente, la única que podía salvarlos. Después de los
heroicos combates que se habían sucedido a diario en el mes de octubre,
en noviembre de 1941 fue posible detener al enemigo a las puertas de
Moscú, pagando un precio casi 1 millón de vidas.
De ese modo, en el invierno de 1941 a 1942 da
comienzo una nueva etapa en la guerra. Después de haber sufrido pérdidas
terribles, los rusos disponen por fin de una dirección estratégica de
los ejércitos, los soldados se convierten poco a poco en combatientes
profesionales, toda la economía del país está trabajando ya al servicio
de la guerra.
Mientras el ejército entabla despiadadas batallas y
trata de cambiar el curso de la guerra, gran parte del territorio de la
Unión Soviética sufre la ocupación a lo largo de dos o tres años. La
población combate en la guerrilla. En la retaguardia, los nazis montan
campos de exterminio, envían a muchas personas a trabajar a Alemania; el
menor acto de insubordinación, colaborar con la guerrilla, ayudar a los
judíos o a los gitanos se castiga con fusilamientos, ejecuciones,
torturas.
Desde septiembre de 1941 Leningrado (San Petersburgo)
se encuentra bloqueado. La ración diaria de alimentos se limita a 125
gramos de pan, nada más. En cuatro años de bloqueo fallecieron, según
las distintas fuentes, entre 600.000 y 1,5 millones de personas civiles:
eso es más que la suma de los infiernos de Hamburgo, Dresde, Hiroshima y
Nagasaki juntos.
En todo este tiempo los rusos siguen combatiendo
solos en el frente. Sus aliados limitan su ayuda a los productos
alimenticios, mientras continúan con sus acciones de guerra naval.
Después del invierno, vuelven la primavera y el
verano. En verano de 1942, los nazis, que tenían ocupado todo el sur del
país, han llegado hasta el Volga, donde tiene lugar la histórica
batalla de Volgogrado (Stalingrado), que durará 143 días. Los ejércitos
aliados de EE.UU. e Inglaterra esperan aún la oportunidad para abrir un
Segundo Frente en el oeste. Para los rusos, ese segundo frente habría
sido como un balón de oxígeno, pues habría obligado a los nazis a
retirar parte de sus fuerzas de Stalingrado. Pero los rusos vencieron en
solitario en aquella terrible batalla, pagando un precio de medio
millón de vidas, y la moral del ejército nazi sufrió una profunda
crisis. A raíz de la batalla de Stalingrado cunde un estado de
abatimiento en el cuartel general de Hitler y se pierde la fe en la
victoria. Y, a pesar de que el ejército nazi es aún muy poderoso, su
moral se ha quebrado, mientras que la moral de los rusos, por el
contrario, ha salido reforzada. A partir del final del invierno los
alemanes empiezan a ser expulsados del territorio de la Unión Soviética,
y con la llegada, nuevamente, de la primavera y el verano su suerte no
mejoró. En otoño del 43 tiene lugar otro episodio histórico: la batalla
de Kursk, tras la cual a Hitler ya no le quedarán ni fuerzas ni moral.
Los rusos avanzan con firmeza hacia el oeste, haciendo retroceder al
enemigo. En la primavera de 1943 liberan Crimea y Ucrania y penetran en
Rumanía, mientras por el norte levantan el bloqueo de Leningrado.
Y solo entonces, cuando falta menos de un año para el
final de la guerra y gran parte del ejército de Hitler ha perecido y la
moral de los fascistas está por los suelos, solo entonces, por fin, los
americanos desembarcan en Normandía y abren el Segundo Frente, en
verano de 1944. Los integrantes del ejército americano son tan novatos
como lo eran los rusos al empezar la guerra. Sufren numerosas bajas, en
gran medida por su falta de experiencia. Pero, gracias a Dios, la guerra
se libra ahora en dos frentes: el Primer Frente, el oriental, el ruso, y
el Segundo Frente, el occidental, el de los ejércitos aliados. Mientras
los americanos liberan Francia y Bélgica, los rusos, en el este,
liberan Polonia –y en particular el famoso campo de exterminio de
Auschwitz – Checoslovaquia, Hungría, Noruega, Rumanía, Bulgaria.
A finales de abril de 1945 se encontraron los dos
frentes, el occidental y el oriental, en el río Elba, en Alemania. No es
difícil comparar la extensión de los territorios liberados por los
rusos y por las tropas americanas, basta con echar un vistazo al mapa de
Europa. Solo hay que comparar la distancia de Francia a Alemania, y la
distancia de Stalingrado a Alemania. El 80 % de las fuerzas nazis habían
sido destruidas por la Unión Soviética.
Por fin, el 1 de mayo de 1945 unos soldados rusos
plantaron su bandera en el Reichstag. Y el 8 de mayo se firmó el acta de
rendición incondicional de Alemania.
Los primeros trenes con soldados que volvían del
frente después de la victoria fueron recibidos en la estación de
Bielorrusia, en Moscú. Flores, alegría y lágrimas sin fin. A recibir los
trenes que regresaban del frente acudieron también aquellos que ya no
tenían a quién recibir.
Aquellas lágrimas siguen vivas cada vez que
vemos una película sobre la guerra y la victoria, cada vez que
escuchamos una canción sobre la guerra y la victoria, cada vez que
leemos un libro. Mientras en los corazones de los rusos sigan viviendo
esas lágrimas, nosotros viviremos, respiraremos, no habremos muerto.
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