Por Arturo del Villar.
LA
primera película soviética autorizada para su exhibición en la España dictatorial
fue Don Quijote, dirigida por Grigori
Kozintsev y protagonizada por Nikolai Cherkasov. Sucedió en 1966, diez años
después de su rodaje, pero significaba un acontecimiento excepcional, por
cuanto la propaganda de la dictadura achacaba a la Unión Soviética todas las
degradaciones posibles. La novela de Cervantes siempre tuvo una gran recepción
en la patria del socialismo efectivo, porque las acciones principales de los
personajes se adaptaban a sus postulados, al margen de la locura del
protagonista.
Precisamente en el capítulo XI de la primera
parte expuso Cervantes una teoría que parece adelantarse 243 años al Manifiesto comunista de Marx y Engels.
En él se trata “De lo que sucedió a don Quijote con unos cabreros”, la clase
social más ínfima en el reino de Felipe III, gentes relacionadas con sus ganados mejor que con seres humanos.
Residían aislados en chozas en la sierra, sin apenas contacto con la
civilización.
Como todas las personas humildes, acogieron
“con buen ánimo” a la insólita pareja que se les acercó, reconociendo la
superioridad social del hidalgo. Les sorprendió su vestimenta y no comprendían
la jerigonza, dice Cervantes, que hablaba, pero tenían claro que se trataba de
un señor en viaje con su criado. Gentilmente les ofrecieron compartir su comida
y su bebida, escuchando en silencio la perorata del caballero, ya que no podían
replicarle nada al no entender lo que hablaba.
Elogio
del comunismo
Terminada la cena le vino la inspiración a don Quijote
para pronunciar uno de sus más sentidos discursos, con los que obligaba a sus
oyentes a dudar acerca de si había perdido la razón o no, ya que los exponía
perfectamente con argumentos sólidos. Se dirigía a un auditorio insólito, por
lo que el mismo autor califica esa escena de “inútil razonamiento”, ya que
tanto los cabreros como Sancho lo escucharon “embobados y suspensos”. Y era un
discurso digno de ser pronunciado en otro lugar ante otras gentes, por su
categoría intelectual y su acertada exposición dialéctica:
Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a
quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que
en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella
venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían
ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas
las cosas comunes; […] No había la fraude, el engaño ni la malicia mezclándose
con la verdad y llaneza. La justicia se estaba en sus propios términos, sin que
la osasen turbar ni ofender 1os del favor y los del interese, que tanto ahora
la menoscaban, turban y persiguen. La ley del encaje aún no se había sentado en
el entendimiento del juez, porque entonces no había que juzgar, ni quien fuese
juzgado. Las doncellas y la honestidad andaban, como tengo dicho, por
dondequiera, […] Y agora, en estos nuestros detestables siglos, no está segura
ninguna, […]
Sorprende que este alegato contra la España
de Felipe III pasara la censura previa, a la que debían someter todos los
autores sus obras ante el llamado Consejo Real. Es lo habitual en las
dictaduras, como bien recordamos los que padecimos la fascista no hace
demasiado tiempo.
Cervantes, por boca del loco don Quijote,
que en este episodio se comporta con extrema cordura, ensalza una época
fabulosa, que contrapone a “nuestra edad de hierro” presente, que le merece el calificativo
de “nuestros detestable siglos”. En aquella pretérita edad idílica se
practicaba el comunismo, sus residentes “ignoraban estas dos palabras de tuyo y
mío”, porque entonces eran “todas las cosas comunes”. Este párrafo define
inequívocamente la ideología social de Cervantes, aproximada al comunismo como
único recurso para desterrar la lucha de clases de la sociedad. Resultaba una
utopía entonces, y él lo sabía, pero le interesaba exponerla para que la conociesen
sus lectores, por si llegaba la ocasión de aplicarla.
Debido a ella no se conocían los delitos
económicos, no se sobornaba a los jueces para que dictasen sentencias injustas,
y las muchachas andaban tranquilas porque nadie atentaba contra su honestidad,
como sí sucedía en la España de Felipe III, en donde el rey y su camarilla eran
los principales delincuentes, como bien sabían los vasallos, pese a que las
críticas solamente podían decirse en voz muy baja para evitar la cárcel.
Una idea arraigada
No fue la única vez que se expresó Cervantes
de esa manera, lo que confirma que la idea se hallaba arraigada en su
pensamiento, y que despreciaba aquella sociedad corrupta de los reyes de la
Casa de Austria, ya que probablemente imaginaba continuarían la decadencia
presente, como así sucedió hasta aquel pingajo humano llamado Carlos II,
suprema muestra de la decrepitud monárquica a la que se llega debido a los
matrimonios endogámicos. En la comedia El
trato de Argel dice el protagonista unos conceptos semejantes. Es un largo
soliloquio en tercetos recitado por Aurelio, esclavo de los mahometanos, en la
jornada II:
¡Oh sancta
edad, por nuestro mal pasada,
a quien
nuestros antiguos le pusieron
el dulce
nombre de la Edad dorada!
…………………………………………
Entonces
libertad dulce reinaba
y el nombre
odioso de la servidumbre
en ningunos
oídos resonaba.
Pero después
que sin razón, sin lumbre,
ciegos de la
avaricia, los mortales,
cargados de
terrena pesadumbre,
descubrieron
los rubios minerales
del oro que
en la tierra se escondía,
ocasión principal
de nuestros males,
éste que
menos oro poseía,
envidioso de
aquel que, con más maña,
más riquezas
en uno recogía,
sembró la
cruda y la mortal cizaña
del robo, de
la fraude y del engaño,
del cambio
injusto y trato con maraña.
Es difícil suponer que los espectadores no
acertasen a descubrir la censura a la Corte de Felipe III, según la vemos en la
actualidad, cuando solamente conocemos los hechos por medio de la historia
escrita. El rey era un inepto absoluto, como es habitual en los monarcas
españoles, según demuestra la historia, incapaz de entender nada en cuestiones
de gobierno, porque solamente se interesaba por la caza. Los reyes viven, como
suele decirse, a cuerpo de rey, gracias a los impuestos que pagan obligadamente
sus vasallos, sin que merezcan ni siguiera un maravedí, o un euro en nuestro
tiempo, como pago por el desempeño de sus vicios favoritos.
Un reinado escandaloso
Felpe
III encargó los asuntos del reino a su valido Francisco de Sandoval y Rojas,
duque de Lerma y otros títulos nobiliarios, grande de España, lo que significa un
sinvergüenza dedicado al robo desde su alto cargo. Entre sus muchas trapacerías
destaca el haber convencido al inútil monarca para trasladar la Corte a
Valladolid en 1601, porque previamente había adquirido allí grandes posesiones
de terrenos y edificios, que después vendió incluso al rey centuplicando su
precio. En 1606 realizó la operación contraria, adquirió terrenos y locales
devaluados en aquel Madrid depreciado, y aconsejó al rey volver de nuevo la
Corte a la villa, con lo que logró enormes riquezas, en tanto el pasmarote real
se plegaba a sus caprichos.
El valido a su vez tenía otro valido a su
servicio, Rodrigo Calderón, conde de la
Oliva y marqués de Siete Iglesias, con las mismas inquietudes que su patrón,
robar cuanto le viniera en gana. Mientras tanto el pueblo pasaba hambre y
necesidades cuantiosas, porque la Hacienda se hallaba en ruina crónica, y era
preciso incrementar los impuestos para sostener el boato de la Casa Real. Llegó
un momento en que el escándalo resultó tan enorme que el bando de los enemigos
del de Lerma en la Corte, encabezado por su propio hijo, logró demostrar al
monarca en qué delincuentes había dejado el Gobierno del reino, y el indolente
Felipe III tomó la decisión de eliminar a los dos ladrones.
El de
Lerma convenció al papa Paulo V con abundantes donaciones para que le nombrase
cardenal en 1618, y de ese modo evitó la acción de la Justicia real. En cambio,
Calderón pagó las culpas de los dos al ser condenado a muerte. Parece que se
comportó en el momento final con tanta majestuosidad que su actitud dio lugar
al refrán de ser más orgulloso que don Rodrigo en la horca, aunque en realidad
no fue ahorcado, sino degollado en 1621. Mereció el honor de ser cantado por
los grandes poetas de la Corte y retratado por insignes pintores.
Contra esa sociedad caduca y corrupta
escribió Cervantes en verso y en prosa, con las debidas precauciones, porque
una crítica directa le hubiera significado la detención por injurias a la
Corona. Es decir, lo mismo que sucede en nuestros días. Es que la monarquía
cambia de titulares, pero no de acciones represivas. Siempre hay alguien que se
enriquece delictivamente, que coloca millones en bancos extranjeros, pero si otro
alguien osa comentarlo se expone a ser acusado por los jueces servilones.
Aunque no debe olvidarse que Cervantes estuvo preso en las cárceles monárquicas
de su tiempo, no por su ideología, nadie le acusó de hacer propaganda del comunismo,
ya que se adelantó a su época, y se dice que en una de ellas tuvo la idea de escribir
el Quijote.
ARTURO DEL VILLAR
PRESIDENTE DEL COLECTIVO REPUBLICANO TERCER MILENIO
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