Por Josefina L. Martínez, en Diario Octubre
La historia política alemana del último siglo puede leerse como el
relato de un crimen. Un asesinato político que anticipó un genocidio.
Pero para eso hubo que aplastar, primero, la esperanza de una
revolución.
El 15 de enero de 1919, Rosa Luxemburgo y Karl
Liebknecht fueron arrestados en el piso donde se escondían y trasladados
a la sede de la Guardia de Caballería de los “freikorps” (cuerpos
paramilitares) en el aristocrático hotel Eden. Cuenta una testigo que
Luxemburgo colocó algunos libros en una maleta, pensando que le esperaba
una nueva temporada en la cárcel. Unas horas después, el capitán
Waldemar Pabst se comunicaba telefónicamente con el ministro del
Ejército del Reich, el socialdemócrata Gustav Noske, para pedirle
indicaciones sobre cómo proceder con tan importantes prisioneros. Hacía
días que la prensa lanzaba amenazas e insultos contra “Rosa, la
sangrienta”, dirigente de la Liga Espartaco y del recién fundado Partido
Comunista Alemán (KPD).
Los socialdemócratas se encontraban en el
poder desde la dimisión del Kaiser. El levantamiento de los marineros y
trabajadores de Kiel había sido el puntapié inicial de una serie de
insurrecciones locales que culminaron con una huelga general en Berlín
el 9 de noviembre. Ese día, el socialdemócrata Philipp Sheidemann
proclamaba la Republica alemana desde una ventana del Reichstag. Pocas
horas después, Karl Liebknecht anunciaba –prematuramente– la creación de
la Republica Socialista Libre de Alemania desde el balcón del Palacio.
Se
vivía una situación de doble poder, con la formación de consejos de
obreros y soldados, siguiendo el ejemplo ruso. Para evitar que ese fuera
el camino, el 10 de noviembre el Gobierno llegó a un acuerdo con el
Estado mayor alemán: el objetivo era frenar la revolución y liquidar a
los espartaquistas, su ala más radical. “¡Odio la revolución como la
peste!” había declarado Friedrich Ebert.
Después de su
conversación con Gustav Noske, el capitán Pabst dio las órdenes y el
teniente Vogel dirigió el comando de ejecución. Rosa Luxemburgo fue
arrastrada escaleras abajo, pateada y golpeada en el estómago. Cuando
cruzó la puerta, el soldado Otto Runge destrozó su cráneo con la culata
del fusil. Agonizante, la subieron en un coche donde el oficial Hermann
Souchon le dio un tiro final en la sien. Su cuerpo fue arrojado en el
Landwehrkanal donde apareció flotando cuatro meses después.
Karl
Liebknecht había sido fusilado unas horas antes en un parque cercano. La
primera versión “oficial” fue que habían sido asesinados por una
“turba” furiosa cuando intentaban escapar. Pero el bulo no resistió la
menor pesquisa. Leo Jogiches, quien había sido compañero de Rosa
Luxemburgo durante muchos años y dirigente de la Liga Espartaquista,
investigó y expuso quiénes eran los responsables del asesinato. El 19 de
marzo de 1919 Leo Jogiches fue asesinado en la cárcel “intentando
escapar”; miles de espartaquistas y obreros revolucionarios fueron
fusilados en los meses siguientes. El cineasta alemán Klaus Gietinger
prueba todos estos hechos en un riguroso trabajo de investigación que se
publica por primera vez en inglés este año por editorial Verso.
En
1962 el capitán Pabst hizo alarde de su responsabilidad en el asesinato
de los dirigentes revolucionarios: “Yo participé, en aquel entonces
(enero de 1919), en una reunión del KPD, durante la cual hablaron Karl
Liebknecht y Rosa Luxemburgo. Me llevé la impresión de que los dos eran
los líderes espirituales de la revolución, y me decidí a hacer que los
mataran. Por órdenes mías fueron capturados. Alguien tenía que tomar la
determinación de ir más allá de la perspectiva jurídica… No me fue fácil
tomar la determinación para que los dos desaparecieran… Defiendo
todavía la idea de que esta decisión también es totalmente justificable
desde el punto de vista teológico-moral”.
Pabst tan solo contó lo
que la cobarde socialdemocracia no se atrevió a confesar. El capitán
volvió a tener protagonismo durante el golpe de Estado de Kapp (Kapp
Putsch) en 1920. Más tarde colaboró en la organización de grupos
paramilitares de ultraderecha en Austria. Si bien nunca se afilió al
partido nazi, formó parte de grupos ultraderechistas hasta su muerte, en
1970. Nunca fue juzgado por sus crímenes.
Ya sabemos quién mató a
Rosa Luxemburgo. La pregunta más importante ahora es por qué. Rosa
Luxemburgo y Karl Liebknecht se habían opuesto a la traición de la
socialdemocracia que apoyó los créditos de guerra en el Reichstag el 4
de agosto de 1914. El Partido Socialdemócrata Alemán se había
transformado en la organización más poderosa de la Segunda
Internacional: un bloque de 110 parlamentarios, más de 4 millones de
votos, 90 periódicos propios, numerosas asociaciones juveniles y de
mujeres. Pero ese monumental aparato fue puesto a disposición del
Imperio alemán cuando comenzó la guerra, justificando con la idea de la
“defensa nacional” que los trabajadores alemanes se mataran en las
trincheras con los franceses.
Luxemburgo y Liebknecht
representaban la lucha contra la guerra imperialista, el combate contra
el militarismo alemán, la denuncia de las capitulaciones de la
socialdemocracia, la defensa de la revolución rusa y el ala más decidida
de la revolución alemana. Como escribió Karl Liebknecht el mismo 15 de
enero de 1919, unas horas antes de morir: “‘Espartaco’ significa fuego y
espíritu, significa alma y corazón, significa voluntad y acción en
favor de la revolución proletaria. ‘Espartaco’ significa toda la
necesidad y el anhelo de felicidad, significa toda la determinación a
luchar del proletariado con conciencia de clase. ‘Espartaco’ significa
socialismo y revolución mundial”.
Ese anhelo de felicidad volvió a
resurgir en Alemania en 1921 y en 1923. La historia de aquellos
intentos revolucionarios ha sido invisibilizada por la historiografía,
pero la esperanza de un mundo nuevo renació desde las cenizas una y otra
vez en el corazón de Europa occidental.
Fuente original:
https://ctxt.es/es/20190109/Politica/23896/Josefina-L-Martinez-Rosa-Luxemburg-politica-Alemania-Karl-Liebknecht-Otto-Runge.htm
No hay comentarios:
Publicar un comentario