Por Arleen Rodríguez Derivet
He ahí un primer detalle: los cubanos reconocen en la RPD de Corea a
una nación de vocación independentista y soberana, vencedora de dos
imperios. Primera y fundamental cercanía.
Recorriendo los imponentes salones del Palacio Memorial de Kumsusan,
donde reposan los cuerpos conservados de Kim Il-sung y de su hijo y
sucesor Kim Jong-il, pensé en Fidel, quien prohibió expresamente que se
levantaran en Cuba monumentos a su memoria.
Entre Díaz-Canel y su homólogo norcoreano Kim Jong-un hubo
reconocimientos y celebraciones, abrazos y empatías. Foto: Estudios
Revolución.
Parecería una contradicción que líderes, tan diferentes en sus
concepciones sobre la vida y la muerte, hayan fundado una amistad que
trascendió sus propias existencias y los duros avatares de sus naciones
subdesarrolladas, tras el desplome de lo único que parecía unirlos en
espacio y tiempo: el solidario sistema socialista mundial.
Que nada ha variado en la calidad de esa relación, acaba de
confirmarlo la primera visita como Presidente de los Consejos de Estado y
de Ministros de Cuba, de Miguel Díaz-Canel Bermúdez, a la capital de la
RPDC, los días 4 y 5 de noviembre.
Dos días y algunas horas más de cálido intercambio, ratificaron en
los hechos lo que adelantaban las declaraciones oficiales previas al
encuentro: Cuba y la RPDC mantienen sus relaciones en el más alto nivel.
Entre Díaz-Canel y su homólogo norcoreano Kim Jong-un hubo
reconocimientos y celebraciones, abrazos y empatías, solo comparables
con los históricos encuentros de Fidel y Raúl con el carismático Kim
Il-sung, demonizado tanto como su nación, desde que se atrevió a
enfrentar y vencer a dos imperios —Japón, 1945 y EE.UU., 1953— y crear
su propia filosofía de desarrollo —la idea Juche— jamás comprendida ni
aceptada por Occidente.
He ahí un primer detalle: los cubanos reconocen en la RPD de Corea a
una nación de vocación independentista y soberana, vencedora de dos
imperios. Primera y fundamental cercanía.
No hay, en más de 70 años de historia de la república coreana,
negación o ruptura con el ideal de sus fundadores, ni abandono de la
responsabilidad del estado de asegurar, junto con la sobrevivencia del
país, los recursos para su defensa.
Así han alcanzado niveles impresionantes de producción y desarrollo
en la industria pesada y de los armamentos. Admirable confianza en sus
propias fuerzas.
Bloqueada, constantemente castigada por una política de sanciones que
la priva de recursos esenciales para el desarrollo; amenazada con las
represalias más terribles, incluida su desaparición de la faz de la
tierra; la RPDC un día encontró el modo de advertir a sus adversarios
que ella también podría lastimarlos a ellos.
Y he aquí que quienes siempre han pretendido humillarla, ningunearla,
bloquearla y si les fuera posible, desaparecerla, han tenido que
atravesar medio planeta y negociar con el hombre que más insultan y
menosprecian sus medios de prensa.
El treintañero Presidente, cuyo estilo recuerda mucho al de su
abuelo, negoció sin someterse. Las sanciones no han sido levantadas y el
mundo apenas ha podido conocer las razones de la RPDC para desarrollar
su programa de cohetes, bajo la lluvia de epítetos y la niebla de
prejuicios que han rodeado el acontecimiento, pero Kim Jong-un alcanzó
una visibilidad favorable a otra causa principalísima: la reunificación
de las dos Coreas, aspiración fundamental para su pueblo, que ha
avanzado ahora como nunca antes en toda historia del país dividido.
Sí, son muy diferentes las dos naciones, cuyos jóvenes estadistas
acaban de compartir memorias, desvelos y obras que impresionaron al
visitante por sus dimensiones y belleza.
La península asiática y el archipiélago caribeño, geográficamente
ubicados del otro lado del mundo, separados, no sólo por 13 husos
horarios, sino también por idioma, tradiciones históricas, políticas y
culturales muy diferentes, podrían tomar distancia, separarse
pragmáticamente y desentenderse una del otro en nombre de que tienen
poco que negociar y no son tiempos de solidaridad.
Lo que esa visión pragmática ignora es un principio clave de la
política internacional que la Revolución ha defendido siempre: el
derecho de cada país a escoger el sistema económico y social que quiere
darse, independientemente de su tamaño y su poder económico.
Lo que Cuba defiende en su relación con la RPDC no es sólo la suerte
de un amigo histórico, es también su propio derecho a existir y ser
diferente.
Enlace original:
Resumen Latinoamericano.
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