Por Público.es
Este
domingo se cumple medio siglo de la apertura de la única prisión del
mundo destinada a sacerdotes. Allí fueron encerrados los religiosos que
se oponían al régimen. Muchos de ellos fueron torturados en comisaría.
La Iglesia nunca reconoció su sufrimiento.
La cárcel de Zamora destinada a curas “rojo-separatistas”.
“Ilunpe hontan bizi gara erdi hilak” (“En esta oscuridad vivimos medio muertos”). El bertsolari y ex sacerdote vasco Xabier Amuriza
hubiese preferido no tener que escribir nunca aquella frase, pero hubo
una época en la que su destino estuvo directamente en manos del demonio.
Las puertas del infierno se abrieron formalmente hace 50 años: este
domingo se cumple medio siglo de la inauguración de la cárcel
concordataria de Zamora, única prisión del mundo destinada a curas
“rojo-separatistas”.
“Aquello
fue un apartheid. Así, como suena. Fue, además, el símbolo del pacto
entre la Iglesia y el Estado franquista”, comenta a Público Juan Mari Zulaika,
otro de los vascos encerrados detrás de aquellos muros. En efecto, la
prisión abierta en Zamora fue la venganza del nacionalcatolicisimo
contra sus “ovejas negras”. O rojas. Una venganza impulsada por el
franquismo y bendecida por las instituciones eclesiásticas, fielmente
alineadas con los principios del régimen. Amuriza lo resumiría con otra
frase lapidaria: “Maldita cárcel ésta. Todavía estamos sanos de la
cabeza, pero sobran motivos para enloquecer”. “No en vano, fue una de
las peores cárceles de la dictadura”, apunta Zulaika.
“Paradójicamente,
el régimen de Franco, que tanto poder había concedido a la Iglesia,
acabó sus días persiguiendo sacerdotes. Los más díscolos fueron a parar a
un penal, la cárcel concordataria de Zamora, reservada especialmente
para el clero”, señala el historiador Francisco Fernández Hoyos en
un trabajo titulado “La cárcel concordataria de Zamora: una prisión
para curas en la España franquista”. “Ni siquiera países oficialmente
ateos como los del bloque comunista, anticlericales por definición,
llegaron a tanto”, subraya el experto.
En efecto, las
autoridades eclesiásticas española bendijeron la creación de la cárcel
concordataria, fruto de los acuerdos establecidos en el Concordato entre
El Vaticano y el Estado franquista. “No habiendo obtenido resultado
favorable para obtener una casa eclesiástica para que los sacerdotes
sancionados cumplan el arresto (conforme al art. 16 del Concordato
vigente) damos nuestra conformidad para que puedan cumplir al arresto
supletorio en una Penitenciaría del Estado, con tal de que estén en
locales distintos a los de los seglares. Aceptamos cumplan arresto en la
penitenciaria de Zamora”, escribió en 1968 el obispo de Bizkaia, Pablo
Gurpide, en una carta dirigida al gobernador civil. A partir de ese
preciso instante, el destino de los curas que no comulgaban con la
dictadura estaba marcado.
Torturados
El primer sacerdote que pisó el pabellón de religiosos fue el vizcaíno Alberto Gabigakagogeaskoa,
quien había sido condenado a seis meses de cárcel y 10 mil pesetas de
multa por haber denunciado en un sermón que en las cárceles de Euskal
Herria “se tortura con frecuencia”. Luego llegarían otros curas vascos y
de distintos puntos del Estado, también perseguidos y castigados por
oponerse al régimen en las más variadas formas. Muchos fueron
torturados. “La detención empezaba en los cuarteles, donde la tortura
campaba a sus anchas”, relata Zulaika. Era el camino al infierno.
“Toda
la noche se pasaron golpeándonos a patadas, culatazos, hasta dejarnos
marcados a los dos de la cintura para abajo”, describió Felipe Izaguirre,
quien había sido detenido junto a otro cura obrero en la localidad de
Eibar en junio de 1968, tras las movilizaciones desatadas por la muerte
del militante de ETA Txabi Etxebarrieta en un enfrentamiento con la
Guardia Civil. Otro de los presos en Zamora, Martín Orbe Monasterio, fue
llevado primero a la comisaría bilbaína de Indautxu, donde conoció el
variado catálogo de vejámenes que la Policía aplicaba a los opositores
de la dictadura. “Las hay de muchos tipos: primero fuertes golpes en
cualquier parte del cuerpo; por fuertes que sean, entre golpe y golpe,
el preso recobra fuerzas y no canta”, puede leerse en su testimonio.
Fuga y motín
Hay
otros datos esclarecedores. De los 53 religiosos antifranquistas que
fueron encerrados en Zamora, “21 sufrieron juicios sumarísimos y otros
diez fueron llevados ante los Tribunales de Orden Público”, destaca este
ex sacerdote, hoy militante del movimiento memorialista Goldatu.
El castigo continuaría después en el interior de aquel presidio, donde
el frío extremo, la repugnante comida y el férreo control sobre los
presos formaban parte de la vida cotidiana.
De
ahí que quisieran escapar. En 1971, varios presos llegaron a excavar un
túnel de 15 metros con cucharas. Sin embargo, el plan fue descubierto
por los carceleros. Dos años más tarde, los presos se amotinaron para
exigir que les trasladaran a otra cárcel. “Los sacerdotes encarcelados
en la prisión concordataria de Zamora, viendo que son inútiles todos los
medios legales y las gestiones hechas oralmente y por escrito, nos
hemos visto obligados a quemar y destrozar por nuestra cuenta esta
vergonzosa cárcel, puesta por la Iglesia y por el Estado en favor de sus
intereses y en contra de nuestras convicciones más profundas”, decían
los presos en una nota. La protesta se saldó con 75 días de encierro en
celdas de castigo.
Ni justicia, ni perdón
El último preso que salió de aquella prisión fue Julen Kalzada,
quien recuperó la libertad en 1976. Actualmente, la vieja prisión de
Zamora está abandonada. Vivió su momento de gloria comercial hace
algunos años, cuando el cineasta Daniel Monzón optó por estas instalaciones para rodar allí Celda 211.
En cambio, nada se sabe sobre los carceleros: para los funcionarios del
régimen franquista hubo, al igual que para todos los demás integrantes
de la dictadura, absoluta impunidad. Tampoco ha habido novedades desde
los altares: la Iglesia jamás pidió perdón por su siniestro papel en
esta historia.
“Extrañamente,
este colectivo tampoco ha tenido aún el reconocimiento del actual
Gobierno Vasco: sus decretos por la Paz y la Convivencia silencian este
capítulo de la represión”, lamenta Zulaika, quien califica esta actitud
como “incomprensible”.
En
ese contexto, las víctimas que pasaron por aquel presidio siguen
buscando justicia. Como aquí no la encontraban, han tenido que hacerlo a
miles de kilómetros: actualmente, los testimonios de 16 curas vascos
encarcelados en Zamora forman parte de la querella formulada en
Argentina contra los crímenes de la dictadura franquista. 50 años después de la apertura de aquel presidio, sus víctimas siguen peleando contra el olvido.
Fuente original:
No hay comentarios:
Publicar un comentario