Los demócratas centristas y liberales dirigen el nuevo macartismo de Estados Unidos. Para ello, se basan en la idea casi cómica de que Rusia posee el poder y la influencia, no solo para intervenir en las elecciones, sino también para crear tensiones raciales. Una vez más, se considera que la oposición negra recibe influencia extranjera y que, por lo tanto, es una amenaza para la seguridad que justifica la represión selectiva.
Como dijo Julia Ioffe en un artículo reciente de la revista estadounidense The Atlantic,
discutir sobre que los esfuerzos de la propaganda rusa «aumentan las
tensiones políticas y raciales en Estados Unidos» es absurdo y un
insulto.
Sin embargo, la relación entre la lucha legítima de la población
afroestadounidense contra la opresión del sistema con influencias
«extranjeras» ha sido una característica recurrente de la estrategia de
contención ideológica y militar de Estados Unidos desde que la Unión
Soviética surgió como competidor internacional del proyecto paneuropeo
colonial y capitalista de hace 400 años. Desde el activismo de
principios del siglo XX de las Conferencias Panafricanas hasta el
movimiento Garvey, la Hermandad de Sangre Africana (African Blood
Brotherhood) socialista y la Oficina Internacional de Servicios
Africanos (International African Service Bureau) surgidas a raíz del
auge del fascismo europeo y de la invasión italiana de Etiopía en los
años 30, los radicales negros formularon unos conocimientos teóricos y
una respuesta práctica a las realidades de la opresión colonial y
capitalista racista en todo el mundo africano.
Cuando los bolcheviques tomaron el poder estatal y establecieron la
Unión Soviética y la Tercera Internacional (Komintern), muchos radicales
negros se vieron atraídos por el marxismo revolucionario. Algunos lo
consideraban una crítica al dominio del capitalismo occidental, mientras
que otros, una teoría que alteraba dicho dominio. Sin embargo, la
relación compleja, y a veces contradictoria, entre los radicales negros y
la Internacional Comunista no hizo que Estados Unidos dejara de
insinuar que todo movimiento opositor afroestadounidense estaba
inspirado en el comunismo.
Desde nuestra agitación en la ONU a favor de los derechos humanos y
en contra del colonialismo hasta lo que se conoció como el movimiento de
los derechos civiles, el estado emergente de seguridad nacional
calificó nuestro movimiento como subversivo y se centró en nuestros
activistas. La contención de la «amenaza» soviética en el extranjero
supuso una contención ideológica y política en el país. De este modo, a
mediados de los 50, la represión selectiva y las audiencias de McCarthy
resultaron en la desinternacionalización efectiva de nuestro movimiento a
favor de los derechos democráticos y humanos y en el aislamiento de
varios radicales negros tales como Claudia Jones, William Edward
Burghardt Du Bois y Paul Robenson del movimiento emergente de los
derechos civiles. De hecho, durante el boicot de autobuses de
Montgomery, la mayoría de los activistas del sur tenían miedo incluso a
mencionar el término «derechos humanos» porque se había asociado
eficazmente a la subversión comunista y la Unión Soviética.
Hoy en día, los demócratas centristas y liberales dirigen el nuevo
macartismo. Para ello, se basan en la idea casi cómica de que la Rusia
capitalista posee el poder y la influencia no solo para intervenir en
las elecciones, sino también para crear tensiones raciales. Una vez más,
se considera que la oposición negra recibe influencia extranjera y que,
por lo tanto, es una amenaza a la seguridad que justifica la represión
selectiva.
Sin embargo, no son solo los radicales «extremistas de la identidad
negra» que escribieron al Black Agenda Report y otros radicales negros
quienes se ven sometidos a un control más riguroso por parte del Estado y
sufren campañas de desprestigio procedentes de periódicos de mala
muerte como el Washington Post. Incluso los servidores leales como Donna
Brazile han enfurecido a los líderes del Partido Demócrata que se
preguntan si ahora también es espía rusa. Donna Brazile ni siquiera
intentó escapar de los demócratas, pero se le trata como a una esclava
fugitiva por atreverse a dudar de Massa Clinton.
No debería hacer falta un doctorado en psicología social o
conocimientos profundos sobre operaciones psicológicas para ver la
locura transparente del macartismo actual. Sin embargo, en una cultura
en la que seis empresas multinacionales controlan la mayoría de las
noticias, no sorprende que la atención del público se desvíe hacia el
culebrón del Rusiagate. Sin embargo, los que estamos en la primera
posición de la lucha por la dignidad colectiva, los derechos humanos y
la supervivencia no podemos permitirnos el lujo de desviar nuestra
atención de las fuerzas primarias responsables de nuestra opresión.
Los rusos no disparan a nuestra gente por la calle, ni trasladan a
nuestros hijos de juzgados de menores a tribunales de adultos en números
récord, ni se infiltran en nuestras organizaciones. Tampoco eliminan
nuestros votos, ni cierran colegios y hospitales, ni contaminan el agua y
los terrenos de los lugares en los que vivimos, ni aumentan nuestros
alquileres y nuestros impuestos y nos obligan a abandonar nuestras
ciudades o militarizan a la policía mediante el programa 1033. No. Esos
son los resultados de las políticas que promulgaron e implementaron los
antiguos «americanos» en una sociedad en la que nunca han importado la
clase obrera negra y los pobres.
Debemos ser claros. Los grupos de la oligarquía capitalista que
tienen problemas con sus homólogos capitalistas rusos no tienen nada que
ver con nosotros. Si tienen un problema, deberían resolverlo entre
ellos. Después de todo, la competencia capitalista ha sido la causa
principal de las guerras entre los poderes europeos. Nos oponemos a la
guerra y queremos paz, pero, si los ricos prefieren la guerra, debemos
asegurarnos de que las clases pobres y obreras de todas las razas no son
las que les defienden. ¡Dejemos que los ricos se defiendan por sí
solos!
En este centésimo aniversario de la revolución que dio origen a la
Unión Soviética, tenemos claro que la Rusia actual no es la Unión
Soviética de 1917. No obstante, nunca olvidaremos el papel que la Unión
Soviética desempeñó en el apoyo a la lucha contra el colonialismo
occidental en Asia, en África, en América Latina y en todo el mundo, con
todas sus contradicciones; así como en el apoyo a los derechos
democráticos y humanos de la población afroestadounidense.
Nuestra labor histórica es organizar el poder doble y rival negro
para la autodeterminación que tiene sus raíces en la clase obrera negra
―la mayoría de nosotros— como parte del esfuerzo que debemos hacer para
crear un bloque multinacional, multirracial, antiopresión, radical y
social mayor con el objetivo de transformar las relaciones sociales y
productivas de este país. En otras palabras, nuestra responsabilidad es
llevar a cabo la revolución. Esa es la base de todos los factores
estratégicos en lo que respecta a los aliados, a las fuerzas con un
objetivo social a nivel internacional y a la determinación de quiénes
pueden ser nuestros amigos y quiénes nuestros enemigos.
Nos solidarizamos con todos los que nos apoyan, respetan nuestros
juicios autónomos y se comprometen con la descolonización que es
auténticamente revolucionaria y con la creación de un futuro socialista.
En cambio, lucharemos contra todos los que intenten eliminarnos,
silenciar nuestras voces y colaborar consciente o inconscientemente con
el orden racista blanco, patriarcal y colonial/capitalista.
*AJAMU BARAKA es activista defensor de los derechos humanos de
los negros (de Estados Unidos y del Hemisferio Sur) y veterano del
Movimiento de la Liberación Negra. También es analista geopolítico y
columnista colaborador del Black Agenda Report
y de la revista CounterPunch. Además, forma parte de la junta de
Cooperation Jackson y es el Organizador Nacional de la Alianza Negra por
la Paz (Black Alliance for Peace). En su última publicación, ha
colaborado con «Jackson crece: la lucha por la economía democrática y la
autodeterminación de Jackson, Misisipi».
Fuente:
Pambazuka News: Race, repression and Russiagate: Defending radical Black self-determination, publicado el 9 de noviembre de 2017.