30 de noviembre de 2017

Sobre el Socialismo de mercado

Por Canarias Semanal, extraído de Manos fuera de China.

* Manos Fuera de China se toma la libertad de difundir este explicativo artículo sobre la relación entre el socialismo y el mercado; sobre el capital y el poder obrero, abordándolo de modo dialéctico y ofreciendo un diagnóstico preciso de los países que practican este modelo. Ahora bien, con respecto a las evaluaciones que se realizan de determinadas políticas socialistas practicadas en el pasado, y a pronósticos políticos emitidos acerca del pueblo canario; consideramos que estas necesitarían de un estudio más riguroso, sin ser esto nada más que una sugerencia para la lectora, no una enmienda al gran trabajo del autor. 

 "La Rusia de la NEP, será una Rusia socialista".



SOCIALISMO, MERCADO Y CAPITAL 

 El mercado, satanizado por unos y divinizado por otros, es un mecanismo social que se da, en mayor o menor medida, en todas las sociedades. Aquellas economías en que se produce principalmente para el mercado, se denominan economías mercantiles. El prototipo de economía no mercantil es el feudalismo primitivo. En el capitalismo se desarrolla el mercado a escala universal y a todos los niveles, convirtiéndose en la economía mercantil por excelencia. 
 
 Tal y como explicaba Marx cuando expuso la ley del valor, el valor de las mercancías se determina en el mercado. Y esto, que es verdad en el capitalismo, lo será también en el socialismo. Al igual que sería absurdo desechar la división social del trabajo (y que todos tuviéramos que hacer de todo: plantar nuestra comida, cosechar algodón, tejer nuestra propia ropa, etcétera), es absurdo desechar el mercado.

    Si el valor de los productos no se determinase en el intercambio social, se determinará a voleo, de forma caprichosa y acientífica. Esto no quiere decir que el mercado no deba estar regulado, ni que no se deba planificar. Al contrario: al igual que ahora el mercado está regulado, evidentemente a favor de las grandes corporaciones capitalistas, y al igual que todas las empresas establecen sus propios planes a corto, medio y largo plazo, el socialismo habrá de trabajar con el mercado, regularlo a favor de las mayorías asalariadas y, contando con él, establecer sus propios planes.

   Contraponer planificación y mercado es una solemne estupidez. Negar el mercado porque se dice ser “socialista”, es como afirmar que los cirujanos en el socialismo no deben usar bisturí porque es algo inventado en el capitalismo. No hay peor síntoma de haber sido abducido por la propaganda burguesa que establecer el paralelismo capitalismo igual a mercado y socialismo igual a planificación.

   Al igual que no habrá socialismo sin fábricas (¡ese gran invento burgués!), es absurdo hablar de “socialismo sin mercado”. Y a la inversa, “socialismo de mercado” es una tautología. Al contrario, la experiencia práctica pone en evidencia que el uso conjunto de la economía planificada y de la economía de mercado libera las fuerzas productivas y acelera el desarrollo económico, condición sine qua non para el triunfo del socialismo.

   De hecho, la existencia de la propiedad pública de los medios de producción, si no existe una dirección consciente de la economía, no es suficiente para asegurar el desarrollo socialista. Aunque un poderoso sector público es uno de los requisitos de la economía socialista, no es ésta la diferencia específica que define el socialismo. Tal y como explicaba Marx, la naturaleza del socialismo es, precisamente, la liberación y el desarrollo de las fuerzas productivas, la eliminación de la explotación y de la polarización entre ricos y pobres y la prosperidad común.

   Con el objetivo de que el socialismo logre ser superior al capitalismo, es precisa la asimilación de todos los avances, no sólo en tecnología sino en los métodos operativos y administrativos más avanzados que reflejen las leyes de la moderna producción socializada, incluyendo los métodos desarrollados en los países capitalistas más industrializados. Y poner todo eso, mediante el poder político, al servicio de los trabajadores y del pueblo.

   Una comprensión correcta del marxismo significa que la superioridad del socialismo debe quedar de manifiesto por el desarrollo más rápido y más intenso de las fuerzas productivas y por la mejora constante de las condiciones de vida del pueblo. Algo, claro está, lejos del “socialismo anacoreta” y sufrido de cierta iconografía izquierdista. Que, por cierto, también creen que la propiedad estatal es la única posible en el socialismo.

   En ese sentido, la idea de que la propiedad pública es el pilar principal de la economía socialista, debe entenderse en el sentido del control de las empresas fundamentales por parte del Estado, y no como un mero predominio cuantitativo del sector estatal. Esta es la base de la separación de la gestión y la propiedad de las empresas estatales, que se aplica en China y Vietnam –un buen dirigente comunista puede no ser un buen gestor empresarial y, por lo tanto, no servir para “cazar ratones”, por muy rojo que sea.

   Lo cierto es que la existencia de la función de la propiedad y la de la gestión como instancias separadas no es una novedad del socialismo de mercado, sino una relación afirmada por la partición de la ganancia en ganancia del empresario e interés del capital. Esta necesidad de separación entre la propiedad y la gestión es la misma en el socialismo que en el capitalismo, y viene dada por la escasez de capital.

  La escasez de capital no debe entenderse como escasez de dinero o de recursos financieros, sino como la falta de procesos de producción y reproducción de la riqueza. Mientras que el dinero se puede imprimir, los procesos de producción y reproducción se establecen sólo siguiendo leyes objetivas inflexibles.

    No entenderlo dió lugar a otra práctica nociva: que las empresas públicas reciban capital del Estado de forma gratuita, sin pagar su precio. Esto no sólo no tiene nada de socialista, sino que va en contra del hecho de que el capital –es decir, trabajo acumulado– existe como una multiplicidad de procesos de producción separados.

  Si se administra el capital como un todo, como un “dinero” ilimitado que viene del Estado, deja de ser una prioridad reproducir ese capital, por no hablar ya de generar acumulación. Entonces cada empresa operará a una tasa menor que la óptima, las que den pérdidas sobrevivirán y aquellas que logren reproducir el capital se deteriorarán. Al final se destruye capital en vez de acumularlo.

  A diferencia de las condiciones de que disfrutan los países desarrollados, que les permitiría avanzar a gran velocidad al socialismo, en países atrasados, con gran escasez de capital, la inversión extranjera y la acumulación de capital son objetivamente necesarias.

  Eso obliga a negociar y a hacer concesiones. Entre otras, permitir un cierto grado de circulación capitalista y no sólo la inversión centralizada del Estado como capitalista único. De lo contrario, el capital existente se dispersa, creando problemas extraordinarios para su reproducción, haciendo imposible el retorno de la inversión y la conservación del valor de los activos, por no hablar de su acumulación.

   La meta es dar el poder al pueblo, convirtiéndolo en verdadero dueño del país, revolucionando las estructuras de la propiedad y de la distribución, para que estén a su servicio desarrollando las fuerzas productivas y elevando el nivel de vida.

   Esta es la diferencia fundamental entre una política socialista y una política capitalista, porque una política capitalista asumirá como algo dado toda la estructura de propiedad existente, mientras que una política socialista destruirá cuando sea necesario esa estructura con el fin de crear una nueva y distribuir la propiedad para desarrollar la producción al máximo.

    Dicho en términos sencillos: socialismo es igual a riqueza. Nuestro objetivo, por lo tanto, es acabar cuanto antes con el capitalismo y sus mecanismos inherentes de generación de pobreza. Los revolucionarios de cada país y de cada momento histórico son los que tienen que acertar con la forma más rápida, eficiente y con menor sufrimiento para hacerlo posible.

MERCADO Y VALOR

   Algunos dirán que el valor de las mercancías se determina por el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción. Añadiendo que el mercado, a lo sumo, haría oscilar su precio, pero no determinaría su valor, puesto que éste viene dado de antemano, y que en el mercado no se crea un valor nuevo, ya que la venta de una mercancía por un precio superior a su valor simplemente supone que ese dinero cambia de manos.

   Hay que empezar aclarando que una cosa es lo que compone y constituye el valor de una mercancía (esto es, el tiempo de trabajo que lleva incorporado), y otra es cómo se determina la magnitud de ese valor, dónde se verifica.

    Cierto es que, como demuestra Marx, en la esfera de la circulación de mercancías (es decir, en el mercado) no se genera valor. Y, efectivamente, los precios son sólo una forma de manifestación del valor que se limitan a oscilar en torno a él y, a estos efectos, no merecen consideración.

   Pero, a la vez, fuera de la circulación de mercancías no se puede realizar el valor de éstas. Esta contradicción, que Marx desvela en los primeros capítulos de El Capital, le lleva a señalar que sólo sería posible resolver la paradoja si existiera una mercancía cuyo valor de uso fuese fuente de valor (de cambio). Y que esa mercancía única y extraordinaria existe: la fuerza de trabajo. Y que, por lo tanto, el valor de las mercancías es, ni más ni menos, que el tiempo de trabajo humano empleado en producirlas.

   Evidentemente, me es imposible resumir todo el razonamiento de esos primeros y cruciales capítulos de El Capital en un simple artículo. Pero sí me parece importante subrayar que, cuando hablamos de que lo que da valor a las mercancías es el trabajo humano, nos referimos al trabajo humano socialmente necesario.

   En primer lugar, todo producto del trabajo humano no es una mercancía. Si me hago una silla yo mismo para mi casa, estaré haciendo un producto, pero no una mercancía. Y en segundo lugar, si me dedico a fabricar una cosa que, al llegar al mercado, el conjunto de los consumidores consideran que es inútil y no sirve para nada y, por lo tanto, no se vende, su valor será cero, por mucho trabajo que lleve incorporado, ya que se tratará (por “decisión” del mercado) de un trabajo socialmente innecesario.

    Además, en cualquier mercancía hay una enorme cantidad de distintos tiempos de trabajo incorporados en diferentes magnitudes. Si mi trabajo es construir una mesa, necesito madera, cola de carpintero, martillo, tachas, y unas cuantas herramientas más. Alguien habrá talado los árboles, serrado la madera, etc. Lo habrá hecho con una sierra, que a su vez ha sido construida en una fábrica. El transportista ha usado un camión, construido en otra fábrica con otras máquinas. La electricidad que emplee se ha generado en una central eléctrica. El martillo está hecho de acero en unos altos hornos. El hierro de ese acero ha sido extraído de una mina con determinada maquinaria, que a su vez… Y así hacia atrás hasta el infinito.

   Podemos estimar el tiempo de trabajo invertido en una mercancía (esto es, el valor de la mercancía) por métodos (poco) aproximados o con una bola de cristal, pero la misma mercancía manifiesta su valor (es decir, el tiempo de trabajo que lleva incorporado) en el intercambio social, esto es, en el mercado. Por el contrario, si el valor de las mercancías no se establece en el mercado, ¿cómo podemos descubrir su magnitud? ¿En el “plan quinquenal”? ¿A “ojo de buen cubero”? ¿Con una fantástica red de superordenadores futuristas?

   Lógicamente, el mercado nunca es “libre”: siempre está intervenido, condicionado y regulado por la clase dominante en cada época histórica. ¡Ya se ocupó la burguesía de deshacerse de las regulaciones que el régimen feudal ponía al mercado para, a cambio, poner las suyas propias!

  Así pues, no se trata de eliminar el mercado (la esfera de la circulación de mercancías), que seguirá siendo necesario como consecuencia de la división social del trabajo y para descubrir y medir el valor de las mercancías, sino de eliminar el mercado capitalista.

  PLANIFICACIÓN Y MERCADO
  En el socialismo de tipo soviético se soslayaba la ley del valor formulada por Marx –y que explica que el valor de los productos se determina en el mercado– con el argumento de que el sistema de planificación tenía en cuenta, en sí mismo, esa ley objetiva. Se demandaba que las empresas ahorraran tiempo y materiales para reducir los costos por unidad producida, elevar la productividad del trabajo y aumentar los beneficios de los fondos invertidos, para que así los precios reflejaran el valor.

  Pero esto resultaba imposible porque no se quería tomar en cuenta ni aplicar una tasa de interés al capital (un “precio”). Los precios pueden reflejar el valor solamente si reflejan también los costes financieros de las empresas. Si el capital es gratuito, si no tiene un precio o si el Estado lo entrega sin coste alguno, entonces los precios no pueden reflejar el valor. Si los precios reflejan solamente el coste de producción excluyendo el coste del capital, el Estado nunca sabrá cómo está utilizando sus limitados recursos. Las empresas deben ser autónomas y el capital debe tener un precio para corregir la situación. Y, consecuentemente, tener un sistema de contabilidad estandarizado.

   Si decimos que el socialismo libera el desarrollo de las fuerzas productivas, un país que inicie el camino al socialismo no puede aislarse del desarrollo mundial de esas fuerzas, especialmente de la ciencia y la tecnología, ya que su división del trabajo quedará inevitablemente atrasada y el país sufrirá duros reveses en el mercado mundial.

    Por el contrario, hay que partir del propio marxismo entendiendo que no existe contradicción entre el socialismo y la economía de mercado. No se trata de la vieja idea soviética de que el mercado debe ser un “complemento” del plan económico, como una muleta en la que tenía que apoyarse una economía socialista débil. El mercado y el plan son socialistas si sirven al socialismo, y son capitalistas si sirven al capitalismo.

   Precisamente por eso, la clave está en si se mantiene o no el capitalismo como forma de Estado, siendo evidente que el proceso fracasará si da lugar a la formación de una nueva clase burguesa (esto es, no de si existen en el largo proceso de transición individuos o grupos capitalistas, sino de si éstos se constituyen como clase capitalista). Sólo hay capitalismo cuando una clase capitalista tiene el poder por medio de una representación política. La clave es, por lo tanto, la conservación del poder por parte de las fuerzas socialistas.

  Si éstas pierden el poder del Estado, los subyacentes procesos de producción de capital, incluso si son cuantitativamente inferiores a los socialistas o a la propiedad pública, acabarán sirviendo de base a una clase social capitalista. Esto es lo que ocurrió en la ex Unión Soviética, aunque antes de la crisis final el sector privado fuera prácticamente inexistente. No fue la cantidad de procesos de producción de capital o la cantidad de empresas privadas lo que determinó la caída del PCUS, sino una completa y radical derrota política.

   Y aunque la política principal debe ser la de autosostenimiento, un país que construye el socialismo debe abrirse al resto del mundo, atrayendo fondos y tecnologías para promover su desarrollo. Es precisa la acumulación de capitales internacionales, en cuanto suponen una inyección no sólo financiera en un periodo en que ello sea vital, sino además de tecnología y métodos de producción avanzados, y tanto lo uno como lo otro han de venir en el actual período histórico, necesaria y principalmente, de los países capitalistas desarrollados.

   Lógicamente, no se trata de que el capital imperialista entre como Pedro por su casa arrasando y colonizando la economía nacional, sino de permitir las inversiones en aquellas áreas que lo necesiten y no sean estratégicas para el control del proceso, la soberanía nacional y la estructura de propiedad socialista.

  Para poder competir en el mercado internacional, frente a las productividades más elevadas y mejores tecnologías de los países capitalistas desarrollados, para un país socialista la calidad y no solamente la cantidad de la producción pasan a un primer plano. No basta producir mucho para “cumplir el plan”, cuando lo que se produce son mercancías de escasa calidad o muy atrasadas tecnológicamente.

   Esta es otra forma de la necesidad del desarrollo de la división del trabajo, ya que la calidad de los productos es expresión de la especialización en un sector determinado. Y si no avanza la división del trabajo, y con ella las fuerzas productivas, es imposible avanzar al socialismo, la economía nacional se estanca y la revolución termina siendo derrotada.

  Durante el siglo XX los comunistas en el poder, con un nivel deficiente de comprensión del marxismo, absolutizaron el sistema soviético de planificación. Tampoco es que la lectura soviética del marxismo era simplemente “errónea”: hay que reconocer que estaba determinada por un periodo histórico global en el que el capital no era separable del capitalismo como sistema político.

  Lamentablemente, muchos sinceros y consecuentes revolucionarios, en su afán por combatir el capitalismo, terminaron negando el mercado y los procesos de división del trabajo y de acumulación de riqueza. Pero ahora, el subterráneo proceso de la socialización del trabajo ha creado finalmente una situación mundial en la que tal separación es posible y deseable, y en la que sólo el sistema socialista puede permitir el continuado desarrollo de las fuerzas productivas.

MERCADO, PLANIFICACIÓN Y SOCIALISMO

  Para transformar el Estado y revolucionar la economía de un país, especialmente si se trata de un país subdesarrollado (y aquí hay que incluir Canarias), debe existir una fuerza política que vincule el desarrollo de las fuerzas productivas a la política cotidiana. El problema con los partidos conservadores y reformistas burgueses es que nunca se proponen y son siempre incapaces de cambiar el Estado y la estructura de intercambio. Administran el Estado al viejo modo capitalista, usando todas las estructuras y relaciones ya existentes.

  Vincular el nivel de desarrollo con la política diaria significa asumir una posición contraria al Estado capitalista, darle verdaderamente el poder a los trabajadores y al pueblo y, a la vez, darle autonomía a las empresas del sector estatal y dinamizarlas sobre la base de una gestión eficaz y moderna. En muchos casos, el peso de la administración estatal debe reducirse para permitir una mayor iniciativa de los productores. Cualquier actividad del Estado que pueda ser gestionada por los colectivos e incluso por pequeñas empresas privadas, les debe ser transferida.

   La diferencia esencial con una política de viejo estilo capitalista es que los comunistas nos mantengamos listos para transformar el sistema de propiedad siempre en la dirección del desarrollo de las fuerzas productivas. Lo que, a su vez, requiere la abolición de las viejas estructuras de la democracia burguesa y la construcción de un no-Estado al estilo de la Comuna, con una gran pluralidad de fuerzas sociales y políticas partidarias del socialismo y la promoción consciente de la sociedad civil.

  En muchos países, como consecuencia del colapso del socialismo de tipo soviético, nuevas corrientes reformistas pregonan ahora la “importancia principalísima del mercado” y la “defensa de la democracia”. Sostienen que son defensores de la sociedad civil frente al Estado, y al mismo tiempo reniegan del marxismo. Tienden a hablar como si estuvieran descubriendo algo grandioso, cuando la verdad es que se limitan a defender la democracia formal burguesa y el Estado capitalista. Para encontrar el papel del mercado en la economía no era necesario renunciar al marxismo, pero estos “socialistas” lo han creído necesario para mejor asimilarse a lo impuesto por las potencias imperialistas.

   Pero, precisamente, si algo caracteriza al socialismo es la búsqueda de la prosperidad común y de la desaparición de la polarización de la sociedad entre ricos y pobres. Y esto exige una continua revisión de la estructura de la propiedad, de modo que las clases sociales no se enquisten sino que tiendan a desaparecer y que los beneficios del desarrollo se distribuyan a todo el pueblo.

  En este sentido, hablar de la “inevitabilidad del mercado” es no decir nada. ¿Acaso la inevitabilidad de los mercados implica la del capitalismo? Lo que no se atreven a decir esos valedores del “mercado” es que ellos lo que propugnan es el mantenimiento a cualquier precio de un mercado regulado para las grandes corporaciones capitalistas y controlado por éstas. Los mercados pueden cambiar mucho. Pueden ser revolucionados y reconstruidos por medio de la expropiación y la redistribución de la propiedad.

   El verdadero problema es si el capital es inevitable o no lo es: el capital es inevitable mientras exista escasez y baja productividad del trabajo. Pero incluso si la circulación del capital es necesaria, el capitalismo como sistema político no es inevitable porque, una vez que comprendamos la determinación histórica del capital y su necesidad objetiva, la propiedad capitalista puede ser relativizada y reducida, sometida y dirigida por las fuerzas socialistas en el sentido que mejor convenga a los pueblos.

   En un país desarrollado, el socialismo significa la superación del Estado y la ruptura de las relaciones especiales entre el Estado y los intereses empresariales de cualquier tamaño, abriendo espacio a nuevos sectores de producción de capital y nuevos sectores socialistas y a nuevas instancias de la sociedad civil. El socialismo debe estar dispuesto a transformar la estructura de la propiedad, a revolucionar la forma de combinación de empresas privadas y estatales, y no centrarse exclusivamente en la propiedad estatal, ni creer que la propiedad estatal debe implicar exclusivamente la gestión estatal.

   La incomprensión de algo tan fundamental sirve para entender por qué ciertas economías socialistas perdieron finalmente en la competencia con las economías capitalistas y por qué no crearon una mayor productividad del trabajo. Si el socialismo “planificado y sin mercado” fue incapaz de superar a los países capitalistas, entonces, o el socialismo estaba fuera de lugar (conclusión a la que llegan muchas personas desilusionadas), o se trataba de un tipo de socialismo erróneo.

  Por esta razón la planificación no debe ser asociada irreversiblemente al socialismo, siendo necesario juzgar a una y a otro separadamente. La irrelevancia del socialismo es impensable, mientras que la de una economía planificada puede entenderse. Si uno elige unir ambos conceptos indisolublemente, se arriesga a descartar el socialismo por la insólita razón de que ha fracasado en algunos países donde un determinado sistema de planificación centralizada fue incapaz de desarrollar completamente la economía.

   Como explica Marx, “sin esto [un alto grado de desarrollo de las fuerzas productivas]: (1) el comunismo sólo puede existir como un evento local; (2) las fuerzas del intercambio mismo no pueden haber llegado a convertirse en fuerzas universales y, por lo mismo, no pueden ser fuerzas intolerables: seguirían siendo condiciones domésticas rodeadas de superstición; y (3) cualquier extensión del intercambio aboliría el comunismo local” [1]. Justamente lo que ha pasado.

CONCLUSIONES: CONTRA EL SOCIALISMO DE LA POBREZA

   Cuando los comunistas preconizamos la necesidad de una revolución socialista, lo hacemos desde el convencimiento de que esta revolución hará que la gente viva mejor. Sería criminal involucrar a millones de personas en un esfuerzo y un sacrificio de tal magnitud para vivir peor. Y cuando hablamos de vivir mejor no nos referimos sólo a una mejora espiritual, sino material: liberando las fuerzas productivas que el capitalismo constriñe y destruye y poniéndolas al servicio y en beneficio de la mayoría de la sociedad.

  A diferencia de otros tipos de “socialismo”, el fundamentado en la ciencia y desarrollado principalmente por Marx y Lenin, no parte de lo que a nosotros nos gustaría que fuera la sociedad, de la “utopía” o del “debe ser”. Por el contrario, parte de la realidad del capitalismo y de las leyes económicas que le son inherentes. No es casual que la obra principal de Marx no se llame “El Socialismo” sino “El Capital”.

   De la misma manera, tenemos claro que el paso del capitalismo al socialismo no se produce de la noche a la mañana ni por decreto. Se trata de un largo periodo histórico de transición en que, al igual que en el capitalismo existen formas de propiedad socialistas (empresas públicas, sociedades anónimas laborales, cooperativas, etc.), subsistirán por un largo tiempo formas de propiedad capitalistas. Lo importante es en manos de qué clase social está el Estado, como se distribuye la riqueza y en qué dirección se avanza.

   Igualmente, en aquellos países con unas fuerzas productivas muy atrasadas, las revoluciones socialistas tendrán que apoyarse durante un prolongado periodo de tiempo en el “bastón” de las inversiones de capital y tecnología extranjeras, hasta poder caminar únicamente sobre sus propios pies teniendo un desarrollo de las fuerzas productivas superior a las del capitalismo. Lo importante es que durante todo este proceso, las fuerzas revolucionarias mantengan el poder político, la defensa de los intereses populares y la claridad de la estrategia de avance al socialismo.

   A diferencia de las sociedades de economía natural (es decir, en las que el grueso de la producción es para el autoconsumo), como el feudalismo, el capitalismo es una economía mercantil: se produce para la esfera de circulación de mercancías, para el mercado. En el socialismo también se produce para el intercambio, para el mercado. Como demuestra Marx en El Capital, es en el mercado donde se determina el valor de uso de las mercancías y la magnitud de su valor (de cambio). Quiere esto decir que el valor de las mercancías no se establece en un plan quinquenal ni por inspiración divina.

  Por lo tanto, en el socialismo habrá mercado, y el socialismo habrá de ser, necesariamente, socialismo de mercado. Quienes niegan el mercado son como los que negaban la ley de la gravedad aduciendo que las cosas no caían por la gravitación sino “por su propio peso”. Al final la realidad se impone por sí misma, bien como mercado reconocido, bien como mercado negro.

   Lógicamente, el mercado nunca es “libre”: siempre está regulado. Bajo el capitalismo se regula a favor de los intereses de los grandes capitalistas. Bajo el socialismo se regula a favor de los intereses del proletariado. Quienes identifican mercado y capitalismo, y mercado con “libre” mercado, actúan de hecho como verdaderos ignorantes y como “tontos útiles” de la ideología burguesa.

  De la misma forma, no existe contradicción entre planificación y mercado. Las grandes (y las pequeñas) empresas capitalistas trazan planes a cinco, diez o veinte años. Los Estados capitalistas trazan también planes. En esos planes se tienen en cuenta, en la medida de lo posible, las fluctuaciones de los mercados. En el socialismo se trazan planes también. Si se tienen en cuenta las leyes económicas y el mercado, serán planes atinados. De lo contrario, serán planes que conducirán al fracaso.

  Y, desgraciadamente, conocemos bien esos fracasos.

  Si quienes nos reclamamos del marxismo decimos defender un “socialismo científico”, habrá que tratarlo como una ciencia. Y si se trata de una ciencia habrá que estudiar. No consiste, por lo tanto, en emitir opiniones, pareceres o gustos. Quién no analiza lo que pasa desde el conocimiento, lo hace desde la ignorancia. Quién no estudia la ciencia marxista-leninista puede ser cualquier clase de “socialista” o “comunista”, pero no un comunista científico. Más bien será un idealista atrapado en iconos, banderas y consignas simplonas, y no un revolucionario proletario.

   De esta manera se explica la reticencia de cierta “izquierda” ante las manifestaciones de riqueza en países como China (y, en diversa medida, Vietnam y Cuba). Personalmente, recuerdo que hace cuarenta años había compañeros que me recriminaban que los chinos vistieran “todos iguales”. Cuando se iniciaron las reformas, esas mismas personas me recriminaban que se hubiese introducido la moda en el país porque “se están aburguesando”.

  Para este tipo de personas el socialismo es un estado de rapto místico colectivo, una profesión de fe revolucionaria, de austeridad y sacrificio. Que los obreros tengan de repente ropa variada, televisiones, teléfonos móviles, neveras o coches, es una clara manifestación de haberse pasado al capitalismo. En sus mentes ha prendido el ya mencionado lavado cerebral burgués: capitalismo es igual a riqueza y socialismo es igual a pobreza.

  Lógicamente, en situaciones excepcionales de agravamiento de la lucha de clases o de garantizar la supervivencia de la revolución, hay que recurrir a la determinación, el entusiasmo y la capacidad de sacrificio del proletariado. Pero lo excepcional no puede convertirse en regla, ni la excepción puede durar cincuenta años.

  Pero para los pequeñoburgueses europeos, acomodados en la barra de un bar de Berlín o de Madrid, es muy fácil pontificar a “esos muchachos” del tercer mundo para que se mantengan en la pobreza y no se “aburguesen”. Desde sus televisores, sus playesteisions, sus tablets, sus ipads y su ropa de marca, con la barriga llena y el espíritu vacío, se indignan porque esos bárbaros no sigan sus sesudos consejos sobre un socialismo monacal y franciscano. ¿Quiénes son de verdad los “bárbaros” (imperialistas)?

  ¿Es de extrañar que los obreros no se sientan atraídos ni por esos “líderes” ni por ese socialismo fantástico? Si queremos avanzar, tenemos que barrer de nuestras mentes (y de nuestras filas) el “socialismo de la miseria”. Y volver a Marx, a El Capital y al socialismo científico.

El modelo económico de Stalin

Publicamos una interesante entrevista sobre el modelo económico soviético en el período de Stalin, sus diferencias con los modelos capitalistas y con el camino seguido por Jruschov y sus seguidores que llevaron a la caída del socialismo. La entrevista fue realizada por Serguei Prokopénko a Tatiana Jabárova (actual presidenta del Comité Ejecutivo del Congreso de los Ciudadanos de la URSS) en directo el 21 de Junio de 2013 en el programa “Resistencia Soviética” (http://video.yandex.ru/users/cccp-kpss/view/5/#). Solamente publicamos una parte de la entrevista, para leerla al completo puede enlazar con la página de Cultura Proletaria, en la siguiente dirección: https://culturaproletaria.wordpress.com/2014/12/05/el-modelo-economico-de-stalin-que-era-como-fue-destruido-cual-es-su-papel-en-el-futuro/


Serguei Prokopénko: ¿Es correcto decir que el desarrollo del socialismo, de las relaciones socialistas de producción en la URSS, en total correspondencia con los intereses del pueblo soviético, tuvo lugar únicamente bajo la dirección de Iosif Vissariónovich Stalin?. ¿Que todo lo que sucedió en la URSS después de su muerte influyó en la destrucción deliberada del socialismo, de las relaciones socialistas de producción, lo que, en última instancia, condujo a la derrota del pueblo soviético en 1991?

Tatiana Jabárova: Por supuesto que no se puede decir que después de la muerte de Stalin se asistió a una destrucción total. Aún había una enorme inercia del periodo de Stalin, el pueblo creía profundamente en la construcción del socialismo y del comunismo, trabajaba, había muchas personas honestas, incluso en el partido y en el cuerpo de dirigentes. Por eso, la edificación continuó y se hizo mucho en el periodo post-Stalin. No hablo ni siquiera de la conquista del espacio, pero, por ejemplo, creamos el sistema energético unificado del país, el complejo petrolífero y gasífero, alcanzamos la igualdad militar con los EE.UU., etc. Por lo tanto, el proceso de edificación continuó, pero después del final de la II Guerra Mundial fue desencadenada contra nosotros una nueva guerra imperialista. Después de 1948, como es sabido, el Consejo Nacional de Seguridad de los EE.UU. aprobó la infame Directiva 20/1(1), en la cual se afirma abiertamente que los EE.UU. llevan a cabo una guerra contra la Unión Soviética y que esa guerra es precisamente la destrucción de nuestro sistema social, de nuestro régimen social y de nuestro pueblo. Esta guerra tuvo naturalmente una acción de contención, pero las cosas sólo se fueron de madre completamente cuando la camarilla de traidores, encabezada por Gorbachov y preparada bajo la influencia de los servicios de inteligencia occidentales, consiguió llegar al poder.

S.P.: Háblenos, por favor, sobre el funcionamiento del mecanismo económico bajo el mando de Stalin.

T.J.: Propongo que empecemos hablando de la actual crisis económica mundial.
Por supuesto que la propia idea de la propiedad privada está obsoleta, pero hablaremos sobre esto más adelante.

¿Cuál es la causa concreta de la crisis? La causa concreta de la crisis es la “burbuja” del dólar, es decir, la circulación en el mundo de una masa colosal de dólares, que no corresponden con los propios productos. Sin embargo, los dólares circulan como si fuesen una moneda real, es más, como una moneda mundial.

Imaginemos que nosotros dos somos un país normal anterior a la época del “dólar”, es decir, antes de la “burbuja”. Queremos vivir mejor, pero no conseguimos producir más. Así que decidimos imprimir más moneda propia. Pero continuamos sin vivir mejor, porque la inflación se disparó. Con nuestro dinero vamos a un país vecino a tratar de comprar aquello que no podemos producir. Nos responden que tenemos que pagar en oro o nos proponen cambiar nuestro dinero según el patrón-oro. Pero no podemos hacerlo porque no sólo no tenemos oro, sino que nuestra moneda está desvalorizada. Este es el umbral que los EE.UU. superaron cuando impusieron al mundo su dólar, su moneda nacional, en vez del patrón-oro.

Se sabe que los estadounidenses hace mucho tiempo que no producen suficiente en relación a lo que consumen. Pero inventaron este orden financiera mundial único que les permite sustraer de cualquier país todo lo que necesitan y lo que no producen internamente.

S.P.: ¿Y qué consecuencias sufren los países que están sujetos al dominio del dólar?

T.J.: En esos países, una parte del producto nacional es destinado al mantenimiento de una divisa extranjera, o sea, el dólar. Esto significa que invierte menor parte a sustentar su propia divisa nacional. También significa que la moneda nacional pierde valor y provoca inflación.

¿Y quiénes son los que, en lo esencial, compran bienes con la moneda nacional? ¿Quién es el que compra en rublos en nuestro país? Pues son los trabajadores, los funcionarios públicos y otros.

Toda la ‘élite’ se abastece en dólares, la inflación no les toca. De este modo, al mismo tiempo que la inflación, sucede una estratificación social anómala, más allá de los límites habituales. El organismo responsable de la lucha contra la inflación es el Fondo Monetario Internacional, una de las estructuras principales del estado mayor del capital transnacional.

S.P.: ¿Y cómo lo hace?

T.J.: Todos los días vemos como lo hace. Si hay inflación, esto significa que los trabajadores tienen, supuestamente, demasiado dinero. Entonces es necesario que tengan menos. Cortan los salarios, las pensiones, las becas y el estudio; servicios sociales antes gratuitos, ahora son de pago. Cuando tenga más dinero, ¡entonces pague!… Vemos a todas horas en las pantallas de televisión esta “lucha contra la inflación” del FMI y su defensa por los trabajadores de Europa.

¿Pero será que el problema está en el hecho de que los ciudadanos comunes se hayan “enriquecido”? Por supuesto que no. Lo que ocurre es que sus países son absorbidos por los EE.UU. a través de la ingeniosa invención del sistema del dólar. Con él los EE.UU. obtienen para sí una parte de la riqueza nacional de otros países. Es por esto que la población local tiene necesidades y sufre con la inflación; y en la senda de la inflación surge el desempleo, una vez que, según la receta del mismo FMI, se deberían reducir los puestos de trabajo para reducir aún más la masa salarial.

Por lo tanto, cualquier miembro de la dirección del Fondo Monetario Internacional sabe con seguridad -ya que no puede dejar de saber- que para poner fin a la inflación y, en general, a toda esta pesadilla, sólo es preciso hacer una cosa: reventar la “burbuja” del dólar.

Pero todo el actual “poder” y “prosperidad” parasitaria e injusta de los EE.UU. se basan en la “burbuja”, por eso la defienden con la tenacidad de un bulldog. Mal Strauss-Kahn balbuceó la sustitución del dólar por una “canasta de divisas”, luego le enviaron a una prostituta, con la ayuda de la cual pusieron una cruz en su carrera profesional y política. Y no vale la pena recordar lo que pasó con Saddam Hussein y Gaddafi, quien defendían la adopción de oro en el comercio internacional.

S.P.: No veo cómo pasar de aquí al tema de Stalin…

T.J.: Muy simple. El objetivo por el cual Gaddafi y Hussein murieron fue alcanzado por Stalin en 1950. Es decir, retiró al país del FMI, para el cual habíamos entrado en el ambiente de euforia de la posguerra, y estableció el rublo en el patrón-oro. Es decir, blindó totalmente la economía de la URSS contra injerencias externas.

El modelo económico de Stalin, por muy paradójico que pueda parecer, constituye una síntesis objetiva de los mejores logros alcanzados en la época por el capitalismo en su desarrollo económico.

En cualquier corporación capitalista existe un sistema, en dos fases, de formación de precios. Es decir, el beneficio es extraído completamente del precio del producto final que entra realmente en el mercado. Los sectores de la corporación que se ocupan de los procesos intermediarios de fabricación transmiten su producción a lo largo de la cadena tecnológica a través de los llamados precios de transferencia, equivalentes prácticamente al precio de costo. Los precios de transferencia no incluyen, en principio, el componente de beneficio. Los sectores intermedios de producción reciben su parte de beneficio después de la realización del producto acabado.

¿Cuál es la ventaja de este esquema?

Su principal ventaja reside en el hecho de proporcionar la reducción del precio de coste del producto final, ya que el precio del producto final no se carga con el beneficio de los sectores intermedios, con el beneficio, digamos, formado prematuramente.

Y cuanto más bajo es el precio de coste, en condiciones similares de mercado, mayor es el beneficio y la competitividad, ya que permite un mayor margen de maniobra de los precios en el mercado. En caso de necesidad, se puede bajar el precio sin causar un gran daño a la rentabilidad.

En la época de Stalin este esquema estaba generalizado en toda la economía nacional. Pero no se debe deducir de ello que este esquema fuese aplicado siguiendo una decisión particular en consecuencia. Nadie tomó tal decisión, y probablemente ni siquiera el propio Stalin o su círculo pensaron en tal cosa. Se trató de un proceso objetivo, que evidentemente no es tan simple como puede parecer.

En primer lugar, es preciso antes de nada llevar a cabo una revolución socialista, con el fin de que todos los medios de producción se concentren en manos de un sólo dueño, o sea, el Estado, y así transformar la economía nacional en un complejo unificado.

Luego es preciso determinar, dentro del conjunto de la economía nacional, dónde está el producto intermedio y el producto final.

En el conjunto de la economía socialista se definió como producto final los bienes de consumo final. Esto es porque, en última instancia, la economía socialista trabaja para la satisfacción de las necesidades de los trabajadores. Toda la masa de bienes de consumo general es para su producto final.

Los bienes de consumo general son colocados directamente en el mercado y comprados por la población. El precio de los bienes de consumo general debe incluir el ingreso que en principio debe ser el resultado del funcionamiento del complejo económico nacional unificado en el socialismo.

En una economía socialista construida correctamente, solamente los bienes de consumo de la población constituyen mercancías, en el sentido pleno de la palabra, y se subordinan a las relaciones monetario-mercantiles.

En cuanto al producto intermedio, este es constituido por toda la producción destinada al proceso productivo y tecnológico. A excepción de la parte que es exportada y realizada como mercancía en el extranjero, así como aquella que es realizada en el mercado de consumo interno e incluida en la categoría de bienes de consumo de la población (por ejemplo, materiales de construcción, etc.).

Los grandes medios de producción, en general y en su conjunto, no son mercancías en el socialismo. En la URSS nunca lo fueron, si excluimos la iniciativa de Jrushchov de vender maquinaria agrícola a los koljoses, pero este es un tema aparte. En general, se puede decir que los medios de producción no eran vendidos a nadie. Eran financiados, distribuidos según el plan.

Naturalmente que no se debe entender esto como si todo fuese dado gratuitamente a todos. Una parte de estos costos era asumida por las propias empresas y las grandes inversiones de capital eran financiadas por el presupuesto del Estado.
Los grandes medios de producción, en general y en su conjunto, no son mercancías en el socialismo. En la URSS nunca lo fueron, si excluimos la iniciativa de Jrushchov.
S.P.: ¿Puede trazarnos un marco general?

T.J.: Como imagen general tenemos toda la economía nacional transformada en una especie de corporación gigante que trabajaba para abastecer el mercado de consumo interno.

La producción destinada al proceso productivo y tecnológico era transmitida a lo largo de la cadena tecnológica precisamente a precios de transferencia (precio de coste más un beneficio mínimo no superior a un 4,5%). Esta norma de beneficio “mínimo” era igual en toda la economía nacional, es decir, se excluía cualquier manipulación de lucro. El indicador determinante era la reducción del precio de costo.

Estos, nuestros precios de transferencia, eran designados del precio al por mayor de la empresa. No me estoy inventando nada. Puede coger el Manual de Economía Política de 1954 y leer todo con sus propios ojos.

En cuanto a nuestro producto final -bienes de consumo de la población-, entraba en el mercado y aquí se establecía con precios al por menor. Es verdad que los precios en el mercado de consumo eran establecidos por el Estado, pero -como justa e insistentemente subrayó el conocido economista Nikolai Veduta-, no mecánicamente y a lo loco. En el período de vigencia del modelo de Stalin, los precios al por menor constituían realmente precios de equilibrio entre la demanda y la oferta. El precio de los bienes de consumo también incluía, en general, el ingreso que el Estado socialista, como titular de todo el dispositivo de producción del país, podía extraer del funcionamiento de este dispositivo.

S.P.: ¿Cómo es eso? Entonces de una máquina de laminación el Estado no podía extraer ningún ingreso, pero lo hacía a través del precio de una caja de dulces…

T.J.: Bueno, si la máquina de laminación era exportada, el Estado extraía ingresos del precio. Pero incluso aunque no fuese exportada, el Estado se quedaba con una parte del llamado beneficio mínimo de la empresa productora. Subrayo que toda la terminología que utilizo era la terminología oficial de la época. Pero repito, el principal componente de formación de los ingresos estaba incluido en el precio de los bienes de consumo.

En las empresas de industria ligera y alimentaria (empresas del grupo B de la producción social) estos ingresos del Estado eran incorporados en los precios de venta de las empresas y se hacía llamar “impuesto sobre las transacciones“.

Me doy cuenta desde ya que esta definición no es correcta, ya que por su naturaleza este componente del precio no era un impuesto. El eminente economista planificador A. V. Batchúrine sugirió que fuese designado ingreso estatal, una vez que el impuesto sobre las transacciones era íntegramente ingresos del Estado.

En la producción del grupo A, el precio de venta (de transferencia) era el precio al por mayor de la empresa, que incluía un beneficio mínimo. El precio de venta de la producción del grupo B era el llamado precio al por mayor industrial, que incorporaba, más allá de un mínimo beneficio, el impuesto sobre las transacciones (vamos a llamarlo así por ahora). Y para ser totalmente exactos, en el precio de venta se añadían los costos de circulación y el beneficio del comercio al por mayor y minorista.
…en la época en que se desarrolló el modelo de Stalin (y en muchos casos, por inercia, hasta mucho más tarde) el precio de coste de absolutamente todo lo que se quiera era sustancialmente más bajo, en algunos casos varias veces, que en el mismo producto fabricado en América o en Europa
S.P.: Nos quedamos con la impresión de que todo esto era un tremendo “asalto” al consumidor. Casi todos los ingresos del Estado provenían de las mercancías que las personas compraban…

T.J.: Nada de eso. En realidad, el resultado era precisamente el inverso. Gracias al hecho de los precios de toda la producción intermedia -recursos materiales y energéticos, máquinas-herramientas y maquinaria, transporte, todo tipo de equipos, instrumentos, combustibles y lubricantes, etc.- estaban prácticamente exentos de componentes de formación de lucro, el precio de coste de los productos finales -bienes de consumo general- era increíblemente bajo. Naturalmente, el precio de coste disminuía en todos los eslabones de la cadena tecnológica.

Una cosa que no comprendo son los lamentos de casi todos los escritorzuelos sobre temas económicos, según los cuales, supuestamente, Rusia no es América y siempre sufrimos (¡y estamos condenados a sufrir!) debido a los precios de costo extremadamente altos de nuestros productos. ¿En qué se supone que se basan? En realidad, en la época en que se desarrolló el modelo de Stalin (y en muchos casos, por inercia, hasta mucho más tarde) el precio de coste de absolutamente todo lo que se quiera era sustancialmente más bajo, en algunos casos varias veces, que en el mismo producto fabricado en América o en Europa. Por ejemplo, se podía dar la vuelta a Moscú en metro en ambas direcciones por sólo cinco kopeks y, a pesar de eso, el metropolitano estaba lejos de tener dificultades financieras. Mientras que en América se paga un dólar por un viaje en una sola dirección y sin trasbordos.

Así, entre el precio de coste del artículo de consumo y su precio de venta había una pesada capa constituida por este impuesto sobre las transacciones. Esto no era ningún “asalto” al consumidor, sino el resultado de una elevadísima eficiencia de la economía socialista, cuando estaba organizada correctamente, de una manera marxista, stalinista.

Por otra parte, es cierto que el Estado recaudaba el impuesto sobre las transacciones, pero luego devolvía una parte a la población en forma de una reducción masiva anual de los precios al por menor. Y no es cierto que la bajada de precios incidiera solamente en el tipo de trabajo invendible, como hoy falsamente se dice, sino que incidía ante todo en los artículos de primera necesidad: pan, sémola, lácteos, carne, patatas, legumbres, azúcar, etc. Se trataba de reducciones significativas del 10% y más.

S.P.: Esto era, por lo tanto, una forma bastante eficaz de mejorar el bienestar material de trabajadores…

T.J.: No era simplemente una forma de mejorar el bienestar, sino sobre todo uno de los dos canales principales de distribución a los empleados de su participación en el ingreso proporcionado por el funcionamiento de los medios de producción de propiedad social.
 
Hoy toda la prensa de “izquierdas” está llena de quejas de que, supuestamente, no existía propiedad social en la URSS y que nadie hasta ahora fue capaz de definir el contenido que debe tener la propiedad social en el socialismo. Disculpen, pero la propiedad social fue una realidad social y económica en nuestro país, en primer lugar durante el periodo de Stalin. Y en cuanto a su definición, nosotros, la Plataforma Bolchevique y, más tarde, el Congreso de los Ciudadanos de la URSS, desde el principio de los años 90 venimos diciendo que la propiedad social existe cuando están socializados no sólo los medios de producción, sino también el superávit [plusvalía], cuando se garantiza que este llega a manos de los trabajadores, como propietarios de todo este patrimonio. Si a estos propietarios se les anuncia el día 1 de marzo de cada año que los precios de toda la economía nacional bajarán, esto significa que su nivel de vida ha aumentado en un 10 o 15%.

Quiero dejar bien claro -tal como he repetido muchas veces en mis trabajos en los últimos veinte años- que, excepto la reducción sistemática y sensible de los precios de consumo, no existe otra manera de que el trabajador común se convierta en propietario de los bienes que le son proporcionados por el funcionamiento de la propiedad social.

Y no vale la pena inventar disparates como depositar una parte de la renta del petróleo en la cuenta personal de cada ciudadano. Hemos visto, a través del ejemplo de la Libia de Gadafi, cual es el resultado de estos pagos muy generosos, cuando a ojos de los ciudadanos se perdió el vínculo entre esos pagos y el resultado directo de su trabajo.

S.P.: Pero dijo que la reducción de precios es sólo uno de los dos principales canales de elevación del nivel de vida…

T.J.: Sí, el segundo canal es el aumento de los fondos sociales de consumo gratuito: instituciones de salud, recreativas, culturales y de instrucción y formación, el desarrollo máximo de las infraestructuras sociales, la construcción de viviendas, la mejora de las condiciones de los pensionistas, etc. Y todo ello a costa del mismo “colchón” del impuesto sobre las transacciones y otros ingresos del Estado.

S.P.: ¿Y cuál era la situación en lo que respecta a los precios de la producción agrícola? Los koljoses no eran empresas del Estado.

T.J.: Durante el período de Stalin, los koljoses no eran propietarios de máquinas agrícolas pesadas. La maquinaria agrícola pesada estaba concentrada en las estaciones de máquinas y tractores, las MTS. Las MTS no formaban parte de los koljoses, eran empresas con presupuestos distintos de los koljoses. Por lo tanto, los gastos de la adquisición, mantenimiento y reparación de la maquinaria no eran incluídos en el costo de la producción de los koljoses. Es cierto que pagaban el trabajo de las MTS, pero era mucho más barato alquilar las máquinas que soportar su adquisición, mantenimiento y renovación.

Por lo tanto, en los años en que se aplicó el modelo de Stalin (la gente de las generaciones más viejas recuerda esto), las estanterías de los comercios y los mercados de los koljoses estaban repletos de productos de primera calidad. Al mismo tiempo, los precios bajaban periódicamente. Es preciso acabar con esa falsedad de que, supuestamente, después de la guerra había desnutrición. ¿¡Qué qué!? Ya en 1947 comenzaron las reducciones anuales de precios. Nadie en la URSS pasaba hambre.

Había de todo en todas partes en abundancia. Y los productos eran todos frescos, con una calidad que ni en sueños encontramos en la actual “abundancia”.

S.P.: ¿Y cómo echaron todo eso abajo?

T.J.: Apenas murió Stalin, Jrushchev obligó a los koljoses a comprar la maquinaria de la MTS. Esto a pesar de las advertencias categóricas dadas por Stalin en su obra clásica de 1952, Problemas Económicos del Socialismo.

Como resultado, los costos de la adquisición y mantenimiento de los medios técnicos pesados fueron incorporados al costo de producción de los koljoses. No era difícil adivinar que después de esto se pondría una cruz en la política de reducción periódica de los precios de los productos alimentarios, y siguiendo todos los otros bienes de consumo. En lugar de caer los precios surgió (y no podía dejar de surgir) la tendencia de su ascenso constante. Para no sobrecargar demasiado a las personas y evitar excesos como los que tuvieron lugar en Novotcherkassk, los precios de los productos alimentarios comenzaron a ser subvencionados.

Así es como fue coronada la intriga anti-stalinista, y por eso anti-popular: la “almohada” del impuesto sobre las transacciones en el precio de los alimentos fue reemplazada por una “burbuja” de subvenciones.
La “reforma” de 1965 a 1967 completó el desmantelamiento del modelo económico Stalin.
S.P.: Y aún hubo la reforma Kosyguin…

T.J.: La “reforma” de 1965 a 1967 completó el desmantelamiento del modelo económico Stalin. Quebró la “columna vertebral” del modelo, es decir, el principio de no obtención de beneficio en el precio de la producción intermedia.

Las ganancias comenzaron a formarse sucesivamente en todos los eslabones de la cadena tecnológica: no sólo en las empresas sino también en los organismos oficiales. Pero la ganancia real, el ingreso económico, sólo puede ser obtenido en el mercado real. Y como sabemos, no había en nuestro país un mercado real de medios de producción (medios para el proceso técnico-productivo).

Así, para “salir de esta situación”, se determinó que el beneficio en el precio del producto sería proporcional al valor del capital fijo consumido y del capital corriente.

Supuestamente, todo quedaría organizado de manera “inteligente”, como en el capitalismo. Entonces, ¿no es cierto que en el capitalismo el beneficio es constituido proporcionalmente al capital invertido? Pues sí, pero se olvidaron de un “detalle”: en el capitalismo la formación de beneficio en proporción al capital es un proceso objetivo, se realiza en el mercado de medios de producción, en el mercado de bienes de inversión.

¿Dónde se ha visto a un capitalista sacar para si un beneficio en la tranquilidad de su armario?

Repito que en nuestro país este mercado de bienes de inversión simplemente no existía.

Por eso fue una estupidez completa haber calculado el beneficio en proporción a los gastos materiales de la producción. Aquí comenzó la debacle de la deficiencia de la economía nacional.

S.P.: Ya puedo ver lo que pasó…

T.J.: Por supuesto, aquí lo difícil es no verlo.

¿Para qué hacer una máquina más ligera? Vamos a hacerla más pesada, cuanto más metal se use, más beneficio se incluirá en el precio. ¿Para qué utilizar arena de una cantera cercana? Vamos a hacer que venga de lejos, y así tendremos un poco más de beneficios, etc. Nuestra prensa a finales de los 60 y a principios de los 80 estaba llena de casos como estos.

En las empresas y organismos oficiales apareció dinero en efectivo, lo que era impensable en el periodo de Stalin. En ese momento todos los pagos principales eran hechos en valores nominales. Y donde hay dinero “vivo”, hay desperdicio de recursos del Estado. Recuerdo que mi madre se preguntaba: ¿por qué el director de la fábrica tiene un cuarto de baño al lado de la oficina? ¿Será que no tiene ducha en casa?

También se apresuró en aparecer la economía paralela, una vez que el terreno propicio para desarrollarse es precisamente la posibilidad de desbaratar recursos del pueblo. En la gestión de los valores nominales, la economía paralela no tenía simplemente forma de desarrollarse.

En una palabra, es preciso poner fin a esta habladuría de muchos de nuestros pseudoteóricos, según los cuales la URSS habría sido destruída por la burocracia y por la nomenclatura partidaria, “como clase”.

No disculpo a los burócratas del partido, sin embargo el marxismo nos enseña que es el ser el que determina la conciencia, y no al contrario. Y el ser de la sociedad son la relaciones de producción que prevalecen en ella, empezando por la forma de propiedad. Cambia la forma de propiedad bajo la acción de causas capaces de cambiar (guerras, revoluciones y otras), y las personas cambian radicalmente. Mirando a nuestro pueblo, vimos y vemos cómo pequeños ladrones se han convertido en “oligarcas”. ¿Tal vez algunos de estos individuos serían hoy multimillonarios, si el oponente geopolítico, ganador de la guerra psicológico-informativa, no hubiese introducido la propiedad privada en nuestro país? Seguramente todavía estarían hoy sentados tranquilamente en los lugares que ocupaban en el poder soviético.

Algo similar ocurrió como resultado de la “reforma” de Kosyguin. A pesar de que sus manifestaciones externas parecen completamente absurdas, su concepción no era ninguna idiotez. Por el contrario, se trató de un golpe muy preciso, dirigido con una precisión diabólica al corazón de nuestro sistema económico. Este golpe rompió el vínculo entre la forma de propiedad socialista y su principio correspondiente de extracción de beneficio (y por lo tanto, de la distribución) de los ingresos sociales líquidos.

¿Cómo es que un jefe de laboratorio totalmente desconocido como Berezovsky, se convirtió en un oligarca? Porque desde que fue legalizada la posibilidad de obtención y apropiación de beneficio no socialista, devastadora por su naturaleza de la economía nacional, comenzó a aparecer gente que había pasado por esta vía para aumentar su bienestar personal. Es un proceso objetivo, ¿entiende? Son las dos caras de la misma moneda.

La deformidad de las relaciones de producción generó inmediatamente encarnaciones humanas igualmente deformes.

29 de noviembre de 2017

Las tareas de los comunistas cien años después de la Revolución de Octubre

Por Gavroche, en Unión Proletaria.

La celebración del Centenario de Octubre por parte de los comunistas ha puesto en evidencia los progresos y carencias de nuestro movimiento. Lo positivo es la recuperación del prestigio de la puesta en práctica del marxismo-leninismo bajo la dirección de Stalin y el desprestigio de las insidias trotskistas, jruschovistas y eurocomunistas. Cada vez hay más unidad entre los comunistas en torno a esta cuestión, aunque todavía queda mucha confusión entre las masas obreras. No obstante, incluso éstas empiezan a desconfiar del relato burgués y revisionista sobre la historia de la URSS.

Sobre esta base, hay mejores condiciones para la unidad de acción entre comunistas e incluso para la discusión de nuestras divergencias. En Madrid, por ejemplo, se consiguió realizar una nutrida manifestación agitativa que discurrió por el barrio más obrero del centro de la capital hasta la Puerta del Sol, cuando hace 10 años sólo pudimos concentrarnos allí en número mucho menor.


No obstante, el vínculo con las masas obreras es todavía muy débil porque sigue predominando entre los comunistas una deficiente comprensión de la teoría del marxismo-leninismo [1] y de la importancia que tiene su difusión entre ellas. En su mayoría, siguen prisioneros del empirismo y del espontaneísmo. Ahora es el conflicto catalán entre la democracia y el imperialismo español el que anteponen a nuestro cometido principal. Es cierto que puede beneficiar a la revolución proletaria, pero sólo es una reserva de ésta [2]. Antes, hace falta que la clase obrera exista como sujeto político, que haya empezado a ponerse en movimiento en pos del socialismo, y esto no puede resultar del desarrollo espontáneo de su movimiento sindical.

Como Lenin explica, "La historia de todos los países demuestra que la clase obrera está en condiciones de elaborar exclusivamente con sus propias fuerzas sólo una conciencia tradeunionista, es decir, la convicción de que es necesario agruparse en sindicatos, luchar contra los patronos, reclamar al gobierno la promulgación de tales o cuales leyes necesarias para los obreros, etc. En cambio, la doctrina del socialismo ha surgido de teorías filosóficas, históricas y económicas elaboradas por intelectuales, por hombres instruidos de las clases poseedoras. (...) tiene sus raíces en las relaciones económicas actuales, exactamente igual que la lucha de clase del proletariado; y lo mismo que esta última, dimana de la lucha contra la pobreza y la miseria de las masas, pobreza y miseria que el capitalismo engendra. Pero el socialismo y la lucha de clases surgen juntos, aunque de premisas diferentes; no se derivan el uno de la otra. La conciencia socialista moderna sólo puede surgir de profundos conocimientos científicos. (...) los proletarios destacados por su desarrollo intelectual... lo introducen luego en la lucha de clase del proletariado, allí donde las condiciones lo permiten. De modo que la conciencia socialista es algo introducido desde fuera (...) en la lucha de clase del proletariado, y no algo que ha surgido espontáneamente (...) dentro de ella. De acuerdo con esto,... es tarea de la socialdemocracia [entiéndase, de los comunistas] introducir en el proletariado la conciencia (...) de su situación y de su misión" [3].

¿Por qué se mantiene esta desorientación entre los militantes comunistas? Sobre todo, porque hace decenios que carecen de una sólida formación marxista-leninista desde que los revisionistas usurparon la dirección de los partidos comunistas y los destruyeron como escuelas de marxismo-leninismo. A partir de este momento, además, penetraron con facilidad en nuestras filas individuos no proletarios que trajeron a ellas concepciones propias de sus clases de origen [4], aumentando la confusión sobre las tareas que nos corresponde realizar.

Esta confusión atañe particularmente a la línea de masas y a la conquista de la hegemonía sobre ellas por parte del proletariado. ¿Cómo ganar a cada sector de las masas -con qué reivindicaciones y consignas- para avanzar rumbo a la revolución y no hacia ilusorias reformas?

Las organizaciones comunistas principales suelen limitarse a oponer la propaganda del objetivo estratégico a las reivindicaciones espontáneas y a los reformistas que las adulan, o bien la relegan en beneficio de otro objetivo más inmediato y asumible por masas más amplias (p.ej., la república, un proceso constituyente, la independencia de las nacionalidades periféricas, etc.). Unión Proletaria criticó tiempo atrás esta metafísica y procuró una relación dialéctica entre el programa mínimo y el máximo. Y, ya como integrantes del Partido del Trabajo Democrático, promovimos el criterio expuesto por Lenin en Tareas de los socialdemócratas rusos [5] para centrar nuestra atención inmediata en el proletariado principalmente fabril. Sin embargo, no pudimos avanzar mucho más, sobre todo porque nuestros compañeros de unidad no tenían realmente interés en desarrollar la conciencia revolucionaria de los obreros industriales y sí en utilizarlos para alcanzar una mayoría electoral limitada a objetivos democráticos, en la línea de Podemos. Nos opusimos a intervenir entre el proletariado fabril de otra manera que no fuera por medio de una propaganda marxista-leninista y construyendo la organización de vanguardia proletaria con quienes la fueran asumiendo.

Debemos aprender a desarrollar la unidad entre la difusión general del marxismo-leninismo y la atención prioritaria al núcleo industrial de la clase obrera. Esta unidad se concreta en la relación que debe establecer la clase de vanguardia con el resto de clases o fracciones de clase, tanto las que debe derrotar como las que debe atraer a la futura revolución popular que le permita conquistar el poder político. La formación de una mayoría es necesaria, no sólo para gobernar bajo la dictadura burguesa, sino más aun para instaurar la dictadura del proletariado. Pero, para este fin, no puede ser una mayoría cualquiera: tiene que consistir en una relación correcta entre la clase de vanguardia y el resto del pueblo, dentro del cual hay incluso sectores que sólo podemos aspirar a neutralizar.

En el momento actual, para nuestras pequeñas organizaciones comunistas, todavía prima la necesidad de reclutar a individuos capaces de asumir y aplicar el marxismo-leninismo entre las masas. En consecuencia, podemos lanzar nuestra propaganda indistintamente hacia todas las clases, pues en todas ellas los hay con esa capacidad. Se trata de individuos y no de clases. Para esto, nos basta internet y cualquier otro canal de propaganda indiscriminada. No será suficiente, claro está, cuando se trate de construir un partido enraizado en el proletariado.

Pero, mirando la cosa más de cerca, tampoco lo es ahora mismo, porque no nos permite educar a esos individuos en cuál debe ser el contenido concreto de su actividad, ni nos permite entresacar a los comunistas más consecuentemente proletarios de entre los muchos comunistas influidos por las concepciones pequeñoburguesas de nuestro entorno, ya sean de derecha o de "izquierda". Así, por ejemplo, ¿cómo podemos emprender la construcción de un partido de tipo bolchevique con comunistas que abandonan al proletariado fabril para entregar casi todas sus energías a las luchas democráticas [6] o con comunistas que abandonan a la mayoría de las masas obreras afiliadas a los sindicatos por hacerlo en CCOO y UGT (sindicatos cuyas direcciones, ciertamente, no practican la lucha de clases sino la sumisión de los trabajadores a la patronal y a su gobierno)?

¿Cuál es la clase revolucionaria?

El materialismo dialéctico nos exige definir la línea de masas sobre la base de la situación objetiva de éstas. La clase revolucionaria de la sociedad actual es la clase obrera, el proletariado [7]. Pero, ¿quiénes lo forman?, ¿quiénes reúnen las condiciones materiales que hacen de ella la clase revolucionaria?, ¿cuáles son esas condiciones?

La primera condición es carecer de propiedad sobre los medios de producción y verse entonces obligado a convertir la propia fuerza de trabajo en una mercancía que se vende a cambio de un salario. Si sólo consideramos esta característica básica, tres de cada cuatro miembros de una sociedad de capitalismo desarrollado como la española lo son de la clase obrera. Entonces, al constituir ésta la mayoría de la sociedad, los obstáculos a la revolución socialista serían sobre todo externos a nuestra clase: a saber, la dominación política y cultural de la burguesía. No obstante, desde el Manifiesto del Partido Comunista, Marx y Engels, advertían de la necesidad de que los comunistas nos enfrentáramos a las contradicciones internas que precisamente dificultan la acción de clase del proletariado (nacionalidad, generaciones, oficios, etc.). Y éstas no sólo debilitan la unidad de las masas obreras, sino incluso la acción conjunta de los comunistas cuya misión específica es destacar y reivindicar “los intereses comunes y peculiares de todo el proletariado” y mantener “siempre el interés del movimiento enfocado en su conjunto” [8]. La causa de la unidad ideológica y política de los comunistas exige comprender las causas objetivas que dividen a las masas obreras y, gracias a ello, poder neutralizarlas en beneficio de la acción de clase del proletariado por el derrocamiento de la burguesía.

Ya existían los trabajadores asalariados con anterioridad a que apareciera el modo de producción capitalista, sin que se convirtieran en la clase revolucionaria. Lo que convierte decisivamente a los proletarios modernos en la clase revolucionaria de la sociedad capitalista es su unidad orgánica con las fuerzas productivas sociales engendradas por ésta, la cual los convierte en la única fuerza capaz de liberarlas de los límites que la propiedad privada capitalista impone a su desarrollo. En este sentido, las masas de la clase revolucionaria se encuentran más en los grandes colectivos laborales que manejan modernos medios de producción que en los pequeños colectivos laborales basados en herramientas y métodos artesanales. Es fácil deducir de esto que la proporción de miembros de una sociedad como la nuestra que reúnen esta segunda característica ya no es de tres de cada cuatro, sino considerablemente más baja.

Pero es necesario acotar aún más. No todos los trabajadores asalariados producen bienes materiales, valor y plusvalía. Como explicó Marx en la sección sobre el capital comercial del libro tercero de El Capital, hay trabajadores asalariados que operan únicamente en la esfera de la circulación de mercancías o de la distribución del producto social. El trabajo de éstos no produce bienes materiales, no añade valor a los medios de producción empleados (ni plusvalía), sino que se limita a realizar en el mercado el valor de mercancías producidas con anterioridad. Aunque también sean explotados por cuanto su trabajo realiza una masa de plusvalía mayor que el valor de su propia fuerza de trabajo, dependen por entero del capital industrial en vez de ser éste el que depende de ellos, como sí ocurre con los obreros fabriles. Como observa Marx: "El acrecentamiento del producto neto abre al trabajo improductivo nuevas esferas que vivirán del producto de los obreros y cuyo interés se liga más o menos directamente al de las clases explotadoras" [9]. Esta división del trabajo hace depender a los trabajadores que no producen valor (ni plusvalía) de la explotación a la que el capital somete a los obreros fabriles y, por consiguiente, debilita la unidad de acción entre trabajadores asalariados.

La importancia de esta contradicción crece bajo el imperialismo, por cuanto crece en los países dominantes la proporción de este tipo de asalariados no productivos, sobre todo durante los períodos de crisis económicas estructurales, en detrimento del proletariado productivo, cuya proporción aumenta, por contra, en los países oprimidos. Los trabajadores del sector servicios -comercio, finanzas, administración, sanidad, educación, etc.-, sobre todo en los países imperialistas, no están en contacto con las verdaderas fuerzas productivas sociales y reproducen su fuerza de trabajo con mercancías cuya fabricación radica, a menudo, en el extranjero y particularmente en los países dominados. Esta situación cada vez más frecuente oscurece en ellos la perspectiva de resolver sus problemas inmediatos a través de una revolución socialista proletaria. Al contrario, parece vincular su suerte a la dominación y explotación que su propia burguesía ejerce sobre los pueblos por ella empobrecidos. De ahí la posibilidad que tiene la burguesía imperialista de seducir a grandes masas de asalariados con aventuras militares dirigidas a dominar otros países para vivir a expensas de ellos. Los ejemplos históricos más extremos de ello han sido, por ahora, la Alemania nazi, el Japón militarista y los Estados Unidos de América.

El imperialismo distorsiona el alineamiento de las fuerzas de clase. Superficialmente, aparece una paradoja: cuanto más crece el número de asalariados y su proporción en la sociedad, menos luchan contra los capitalistas. Este fenómeno afecta negativamente a la conciencia y a la moral de clase, incluso del núcleo industrial de la clase obrera y de los propios comunistas. En realidad, se debe a que la capacidad de la burguesía para alienar la conciencia de los obreros ha crecido debido, por una parte, al desarrollo de los medios de difusión cultural y, por otra parte, a la corrosión revisionista de las organizaciones comunistas. Esta causa subjetiva se ha visto potenciada por la división internacional del trabajo llevada a cabo por el imperialismo. De ahí la enorme importancia de promover entre los proletarios de nuestro país la solidaridad internacional con la lucha de los proletarios y de los pueblos oprimidos. Y esta solidaridad no debe tener un enfoque humanitario-caritativo, ni limitarse a su contenido democrático, sino que debe explicar sobre todo la identidad de clase de los proletarios del mundo y la necesidad de considerar como parte de la nuestra la lucha de todas las clases, pueblos y Estados contra el imperialismo, porque él es el sostén fundamental de la explotación capitalista también en todos los países.

La proporción de obreros productivos de la gran industria sobre el total de la población baja a menos de uno de cada cuatro. Éste es el sector más capaz, por su situación objetiva, de desplegar la lucha de clase de todo el proletariado y del cual el Partido Comunista debe extraer el núcleo más seguro de sus militantes. En los últimos años, su papel de vanguardia se ha podido evidenciar durante las huelgas generales y las luchas contra las reconversiones industriales.

Esto no quiere decir que este sector de la clase obrera no padezca conflictos internos entre nacionalidades, sexos, religiones, generaciones, fijos-eventuales, etc. Además, no todos los asalariados de la industria son igualmente explotados: los ingenieros y ciertos cuadros técnicos colaboran incluso con la explotación de los obreros [10]. De todos los conflictos que enfrentan a unos obreros fabriles con otros, el más grave, por ser antagónico, es el que enfrenta a la gran mayoría obrera con la exigua aristocracia obrera corrompida y comprada por los capitalistas imperialistas para tomar la dirección de los sindicatos y partidos proletarios. Sólo la lucha organizada contra ella sobre la base del marxismo-leninismo puede evitar o revertir esta usurpación.

Además de otros explotados, los obreros fabriles encontrarán el apoyo combativo de multitudes de desempleados y subempleados (que son obreros en potencia, con una existencia miserable y mucha energía contenida) a medida que su lucha alcance una dimensión de clase y, por tanto, política.

Por consiguiente, aunque los asalariados seamos la mayoría de la sociedad, la mayoría de los mismos se halla en una situación objetiva que dificulta su identificación con los intereses de su clase. No comprenderlo es condenarse a fracasar [11]. En cambio, si lo comprendemos, podremos hacer progresar nuestra causa revolucionaria al priorizar al proletariado industrial y al definir nuestra agitación y nuestra propaganda comunistas atendiendo a las contradicciones de este núcleo, tanto en su seno como con otros sectores de nuestra clase e incluso del pueblo en general. En definitiva, se trata de aplicar a nuestras condiciones la estrategia de lucha por la hegemonía del proletariado que Lenin y los bolcheviques desplegaron con las diferentes clases y capas de la población rusa.

Tareas principales

La propaganda indiscriminada de las verdades generales del comunismo (a través de internet, por ejemplo) es necesaria, pero no basta. También hay que salir al encuentro del proletariado fabril en sus lugares de trabajo, de residencia, de organización sindical (a pesar y en contra de sus jefes sindicales traidores), etc., con nuestra educación socialista comprensiva de sus condiciones objetivas de existencia. Hay que hacerlo y exigírselo a las demás organizaciones comunistas como una de las bases irrenunciables de unidad, junto con otras como la definición más concreta del centralismo democrático en el proceso de reunificación del partido revolucionario de la clase obrera.

No basta con que los comunistas intentemos deducir de la teoría marxista-leninista un programa, unas consignas, una táctica y un tipo de organización adecuados a la situación social. No hay ninguna garantía de que acertemos por cuanto no hemos conseguido todavía enraizarnos en las masas obreras más genuinamente representativas de nuestra clase. Nuestra principal tarea debe determinarse por el hecho de que el núcleo fabril del proletariado ignora desde hace muchos años lo más general y básico de la teoría del marxismo-leninismo. Por eso, no deberíamos enredarnos en los pormenores de la política -cuyos únicos sujetos son actualmente burgueses y pequeñoburgueses-, en detrimento de la educación de las masas de nuestra clase en los fundamentos de su ideología. Si se los aportamos, podemos confiar en que, a partir de ello, decenas de obreros e intelectuales se incorporen a nuestros esfuerzos por aplicarlos a las condiciones actuales, incrementando las probabilidades de acierto teórico y de éxito práctico.

Los comunistas rusos se pasaron años difundiendo y defendiendo los principios generales del marxismo antes de "hacer política". Las cuestiones políticas y sindicales inmediatas han de considerarse por los comunistas de hoy como menos urgentes que la "devolución" a las masas obreras de las bases ideológicas de su conciencia de clase. Para comprenderlo, basta con tener presente la difamación creciente de la que éstas son objeto a través de todos los medios con los que la burguesía procura someter el pensamiento y la actitud de la población: escuela, iglesia, televisión, radio, prensa, ciencia, arte, etc.

Hay tres tareas insoslayables para los comunistas actuales:
1º) Esclarecer, difundir y defender lo fundamental de la historia del socialismo, principalmente en la URSS y en China como los países en los que la revolución fue más lejos en extensión y profundidad.

2º) Abrir el debate programático con el objetivo de la unidad y la reconstitución del Partido Comunista.

3º) Educar la conciencia de clase de los obreros con las obras clásicas del marxismo-leninismo (principalmente, El Manifiesto del Partido Comunista, El Capital, Anti-Dühring, El imperialismo, fase superior del capitalismo, El Estado y la revolución, Fundamentos del leninismo e Historia del PC(b) de la URSS).

Advertencia final

A cada vez que se exige tener en cuenta las condiciones objetivas para evitar el voluntarismo estéril, hay quien lo interpreta de manera no dialéctica, como si esas condiciones objetivas debieran traer el socialismo por sí solas, sin lucha, sin tensión, sin iniciativa, etc. Algunos lo hacen para justificar su reformismo y otros, los "izquierdistas", para renegar del materialismo y de la ciencia cuando éstos ponen de manifiesto los obstáculos que se alzan en el camino de la revolución.

He explicado que los asalariados, incluso los que son explotados, incluso los que forman la propia clase obrera, no se encuentran a menudo en las condiciones objetivas óptimas para asumir una actitud favorable a la revolución socialista. Los reformistas deducen que, como que no hay una mayoría espontáneamente identificada con el socialismo, no hay condiciones para organizar la revolución y hay que esperar a que la "clase trabajadora" se vuelva más homogénea en sus condiciones de existencia. Como esa tendencia no se está realizando, se conforman con defender una política democrática que pueda gozar del consenso de la mayoría del pueblo. Y, como los más explotados no son actores políticos porque están demasiado ocupados en sobrevivir, esa política democrática se adecuará sin falta a las capas medias pequeñoburguesas.

Quedaría en pie una tenue esperanza revolucionaria consistente en que, ganando las elecciones esa mayoría social, el gobierno que así se formara tomaría medidas que ayudaran a unir a la clase obrera y, en torno a ella, al pueblo en pos del socialismo. La experiencia histórica enseña que todo eso son esperanzas vanas en los países imperialistas, que el capital dispone de medios para impedir esa victoria electoral y que, si aun así se consiguiera, sería al precio de concesiones fundamentales que hipotecarían la acción de ese gobierno o éste no tardaría en verse derrocado por un golpe de Estado más o menos violento. Pero lo peor no serían las vicisitudes que tendría que atravesar ese gobierno filantrópico, sino que este camino no prepara a la clase obrera para una revolución, para una verdadera lucha por conquistar y ejercer el poder político hasta la transformación comunista completa de la sociedad.

La comprensión realmente marxista-leninista de la complejidad de la estructura de la clase obrera consiste en que existen dificultades que deben resolverse metódicamente, en un proceso de organización del ejército político para la revolución socialista. Desde la Revolución de Octubre que se produjo hace 100 años, hemos entrado en una época de transición entre dos formaciones económico-sociales: el capitalismo y el comunismo. Estamos en la época del imperialismo y de la revolución proletaria mundial. Mientras no culmine nuestra época con el triunfo definitivo de la clase obrera, tanto el capitalismo como el socialismo son, a la vez, viables e inestables (hasta que éste se imponga definitivamente sobre aquél): en cuanto al capitalismo, lo evidencia la historia desde 1917; en cuanto al socialismo, el Manifiesto del Partido Comunista expresa su proceso de realización como un conjunto de "medidas que, aunque de momento parezcan económicamente insuficientes e insostenibles, en el transcurso del movimiento serán un gran resorte propulsor y de las que no puede prescindirse como medio para transformar todo el régimen de producción vigente".

Hay momentos puntuales en que el imperialismo se debilita y es entonces cuando debemos golpearlo y conquistar el poder. Pero no cabe esperar un debilitamiento tal del imperialismo que permita al socialismo caer del cielo. Después de esos momentos puntuales de debilidad, como fueron las dos guerras mundiales, el imperialismo se recompone y se refuerza para continuar su lucha contrarrevolucionaria. Por eso, no hay que esperar a esos momentos para organizar la revolución, porque entonces será tarde para derrocar la dominación burguesa (como ocurrió en Alemania, a diferencia de lo que pasó en Rusia).

Tener en cuenta la realidad objetiva, sus dificultades y sus oportunidades nos permite trabajar por la revolución de manera eficaz desde el primer momento, aunque el momento de llevarla a efecto todavía esté lejos. Si no "empujamos" a las masas obreras -con todas nuestras fuerzas y también toda la inteligencia de nuestra teoría científica- hacia la revolución, ésta no podrá producirse. El capitalismo no se irá voluntariamente. Antes, acabará con todo el progreso social del que es producto. Como dice Manifiesto del Partido Comunista, la lucha de clases "conduce en cada etapa a la transformación revolucionaria de todo el régimen social o al exterminio de ambas clases beligerantes". 

De nosotros depende que esto último no ocurra. La actual situación pudre todo el organismo social, precisamente por estar tan maduras las condiciones materiales, y tan confusa la conciencia de la clase obrera. Ayudemos a las masas proletarias a desbloquearla.

Notas:

[1] El marxismo-leninismo se ha demostrado la guía eficaz para poder derrocar la dominación burguesa, pero también y sobre todo, para ejercer la dictadura del proletariado hasta cambiar la base de la sociedad, mejorando las condiciones de vida de la inmensa mayoría. La importancia de este segundo aspecto es la que explica por qué la burguesía critica cada vez más la lucha de clase del proletariado a través del falseamiento de la experiencia de edificación del socialismo. Por eso, sin defender la verdad sobre ésta, será imposible desarrollar plenamente la lucha obrera.

[2] Stalin señala que las reservas de la revolución proletaria son de dos tipos: las directas, entre las que menciona "a) el campesinado y, en general, las capas intermedias del país; b) el proletariado de los países vecinos; c) el movimiento revolucionario de las colonias y de los países dependientes; d) las conquistas y las realizaciones de la dictadura del proletariado, ..."; y las indirectas, que consisten en "a) las contradicciones y conflictos entre las clases no proletarias del propio país, contradicciones y conflictos que el proletariado puede aprovechar para debilitar al adversario y para reforzar las propias reservas; b) las contradicciones, conflictos y guerras (por ejemplo, la guerra imperialista) entre los Estados burgueses hostiles al Estado proletario, contradicciones, conflictos y guerras que el proletariado puede aprovechar en su ofensiva o al maniobrar, caso de verse obligado a batirse en retirada". (Los fundamentos del leninismo).

[3] ¿Qué hacer?, Lenin.

[4] Estas influencias no proletarias deben ser continuamente combatidas por el partido comunista. Cuando éste tomó una dirección revisionista y dejó de contrarrestarlas, las taras ideológicas de los nuevos reclutas inclinaron todavía más la balanza en contra de la orientación marxista-leninista del movimiento obrero. Es lo que pasó, por ejemplo, cuando el movimiento anti-revisionista de los años 60 y 70, a la vez que combatió las desviaciones de los partidos comunistas y de los Estados socialistas, incurrió, por su parte, en graves errores "izquierdistas", semi-anarquistas y sectarios, que son errores cuya naturaleza es pequeñoburguesa.

[5] www.bcn.cl/obtienearchivo?id=docume..., así como http://unionproletaria.net/spip.php.... Lenin sostuvo la necesidad de dirigirse primero a las masas obreras fabriles, a pesar de que éstas eran minoritarias en Rusia y a pesar de que la revolución inmediatamente factible allí no era socialista proletaria sino democrático-burguesa.

[6] Por muy justas que sean las luchas democráticas, es poco probable que tengan éxito, en países de capitalismo plenamente desarrollado como el nuestro, si no existe un movimiento obrero independiente y revolucionario que les preste apoyo. Es el caso evidente de las luchas por el derecho de autodeterminación de Euskadi y Cataluña frente a la fuerza represiva del Estado imperialista español.

[7] "No se trata -según Marx y Engels- de lo que este o aquel proletario, o incluso el proletariado en su conjunto, pueda considerar de vez en cuando como su meta. Se trata de lo que el proletariado es y de lo que está obligado históricamente a hacer, con arreglo a ese ser suyo. Su meta y su acción histórica se hallan clara e irrevocablemente predeterminadas por su propia situación de vida y por toda la organización de la sociedad burguesa actual." (La Sagrada Familia, Marx y Engels)

[8] El Manifiesto del Partido Comunista, Marx y Engels.


[9] Marx, Histoire des doctrines économiques, Paris, Alfred Costes, 1947, t. 5, p. 158

[10] "Las clases -explica Lenin- son grandes grupos de hombres que se diferencian entre si por el lugar que ocupan en un sistema de producción social históricamente determinado, por las relaciones en que se encuentran con respecto a los medios de producción (relaciones que las leyes refrendan y formulan en su mayor parte), por el papel que desempeñan en la organización social del trabajo y, consiguientemente, por el modo y la proporción en que perciben la parte de riqueza social de que disponen. Las clases son grupos humanos, uno de los cuales puede apropiarse el trabajo del otro por ocupar puestos diferentes en un régimen de economía social." (Una gran iniciativa)

[11] Es lo que ha ocurrido con todas las "aventuras" democráticas que se han emprendido como alternativa al punto de partida marxista-leninista para la acumulación de fuerzas revolucionarias: ya sea la anhelada "ruptura" en los años 70, la lucha contra el ingreso de España en la OTAN y contra las reconversiones industriales en los 80, el movimiento anti-globalización y anti-bélico en los 90 e inicios de este siglo, el movimiento republicano e indignado de los últimos diez años y, ahora, el movimiento catalán por el derecho de autodeterminación (versión pacífica de su precedente vasco).

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