Una ola imparable de
banderas y fotos de Fidel y Raúl, bajando por la avenida habanera de
Paseo hacia la Plaza de todas las victorias. Un primero de mayo en Cuba
es algo inenarrable, puede calificarse sin exageración como un
acontecimiento único en Latinoamérica y en casi todo el mundo. Mucho más
ahora, en los complejos momentos que se viven en el continente.
El pueblo, el verdadero, ese que no necesita ser convencido para
movilizarse porque ya sabe de qué se trata, empezó a ganar la calle de
madrugada y muchos ni durmieron con tal de esperar esta fecha tan
especial para las trabajadoras y trabajadores.
A las 3, cuando por supuesto la oscuridad de la noche caía a plomo ,
el bullicio empezó a crepitar en cada barrio habanero y largas columnas
de revolucionarios y revolucionarias, y también un puñado aguerrido de
militantes solidarios con la Revolución,llegados de todas partes del
planeta, empezaron a aproximarse a los puntos de encuentro. A pie, por
supuesto, ya que este era un día donde todo se paraliza, hasta el
transporte público. Paseo ya era un enjambre una hora después y allí se
podían encontrar obreros y obreras de una gran fábrica junto con otro
bloque de estudiantes universitarios de la FEU o los niños y niñas
pioneros de algunas escuelas.
Los jóvenes, unos 30 mil, esta vez abrían la marcha para demostrar que casi seis décadas después que los barbudos bajaron de Sierra Maestra y le dieron una patada en el trasero al dictador Fulgencio Batista, lo que no le falta al proceso revolucionario es juventud rebelde, estudiosa, y decidida a recomenzar la lucha las veces que haga falta.
Sin que nadie diera la orden un grupo de afrocubanos empezó a hacer
oír sus tambores y la conga tradicional estalló en bullicio como fórmula
de urgencia para aguantar el tiempo que aún restaba para el inicio de
la marcha, Bailarinas de caoba se balanceaban de un lado al otro
agitando sus manos hacia el cielo e improvisando el nuevo grito de
batalla: “Yo soy Cuba, yo soy Fidel”, mientras el Comandante en Jefe
sonreía junto con Hugo Chávez desde una pancarta. Asintiendo, sí,
ustedes son Fidel.
Con un orden y una disciplina ejemplar, las columnas se fueron formando una tras otra hasta llenar la avenida de una punta a la otra mostrando a quien no se haya enterado que el Primero de Mayo es desde hace décadas un desafío, en el cual los seguidores de la Revolución se cuentan entre ellos, se dan ánimos, elevan la autoestima y a la vez ratifican el apoyo a quienes más le han dado poder al pueblo a lo largo de los siglos.
A las 6 de la mañana ya era imposible caminar por ciertos sectores y
la muchedumbre seguía generando un colorido ramillete de cánticos y
agitar de banderas entre la muchedumbre. Ya faltaba poco para que se
diera la orden de largada y eso se palpitaba en la ansiedad de los
presentes, ya que comenzaban a hacer aparecer sobre la superficie, una
serie de consignas escritas a mano sobre cartones o papeles tipo afiche.
La “unidad”, era uno de los temas más reclamados en esta ocasión, junto
con el continuo y merecido homenaje a Fidel, el más aplaudido, el más
venerado. “Al que más se lo extraña”, al decir de una enfermera del
Hospital Hermanos Ameijeiras.
Y llegó la hora señalada, ya son las 7,30: la Plaza de la Revolución
está como en sus mejores fechas, el sol ya empieza a hacerse sentir y
las estrofas del Himno cubano son coreadas por cientos de miles de voces
convirtiéndolo en ese marco multitudinario en un escudo contra los
agresores de esta Isla a la que le sobra dignidad. Minutos después el
secretario general de la Central de Trabajadores Cubanos, Ulises
Guilarte de Nacimiento, saludaba la fecha y aprovechaba para reiterar la
lealtad de los trabajadores a la Revolución, y a la vez comprometer el
apoyo de todo el movimiento sindical al pueblo y gobierno de Venezuela
agredido por el imperialismo norteamericano.
Comenzada la marcha, la alegría contenida se esparce masivamente.
Pueblo que ríe, pueblo que lucha y resiste a toda la maldad de sus
enemigos externos. Allí están ahora manifestándose los médicos
solidarios con el pueblo cubano y todos los pueblos donde les toca ir en
misión. Más tarde le toca el turno a los hombres y mujeres de las
Fuerzas Armadas Revolucionarias, desfilando victoriosos mientras al
taconear con fuerza sobre el cemento, repiten al unísono: “Yo soy
Fidel”. Más atrás el bloque de los trabajadores de la Construcción, las
integrantes de la Federación de Mujeres o los pobladores del Barrio
Chino, portando uno de esos típicos dragones de sus grandes fiestas.
También se hizo ver la solidaridad internacionalista con Cuba, a
través de banderas palestinas, venezolanas, saharauis, turcas,
bolivianas, de Ecuador, Argentina, Uruguay y del País Vasco además de
las tricolores de la república española.
De a miles fueron ingresando a la Plaza hasta sumar casi un millón de
personas. A esa altura el griterío se hace ensodecedor y se mezcla con
el retumbe de tambores y trompetas. En un imponente escenario presidido
por José Martí y flanqueado por el Che y Camilo Cienfuegos, el
presidente cubano y máximo jefe de las Fuerzas Armadas, Raúl Castro Ruz
saludaba a todo ese pueblo que no se cansa de demostrar lealtad a
quienes desde 1959 vienen ejerciendo un liderazgo natural y de
excelencia.
Es Primero de Mayo en Cuba, la patria del socialismo latinoamericano,
el territorio de la mayor solidaridad con todos los pueblos del mundo.
Hace pocos meses se hacía difícil imaginar como sería esta fecha sin
Fidel, pero ya se terminó la incertidumbre: el máximo creador de esta
ideología revolucionaria que exhala por todos sus poros el pueblo cubano
marchó ellos y ellas precisamente. Por donde se mirara, su rostro
barbado asomaba casi con picardía y despojado de toda solemnidad. Para
desgracia de sus enemigos, sigue viviendo entre los suyos, alentándolos a
superar adversidades, incitándolos a recoger su legado y llevarlo como
bandera a nuevas victorias.
Nota:
Fotos realizadas por Hector Planes.
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