La visita a Cuba del presidente estadounidense Barack Obama ha
suscitado expectación en todo el mundo. El ha definido bien sus
objetivos: viene a traernos “el progreso”. Muchas personas en otros
países y por qué no, también en nuestro país, se han preguntado cuál
será la posición cubana ante la política imperialista que solo ha
cambiado sus métodos, pero no sus objetivos.
El editorial publicado por Granma y la intervención del canciller
Bruno Rodríguez en la conferencia de prensa, deben haber disipado las
preocupaciones de “los dudosos”. No vamos a entregar nuestro país, ni
renegar de nuestra gloriosa historia.
Que la posición estadounidense es peligrosa, porque puede engañar a
algunos, ¡claro! También ha sido peligrosa la política que han mantenido
durante estas casi seis décadas que nos ha costado miles de muertos e
incapacitados. Recuerdo cuando era un niño escuchar a los incrédulos de
aquella etapa, cuando decían que no se podía sobrevivir enfrentándose a
Estados Unidos, ¡y sobrevivimos! Y no solo sobrevivimos, han tenido que
reconocer que no pudieron con nosotros. No nos ganaron con terrorismo,
con alzados, con invasiones, con guerra económica. No nos vencerán
tampoco ahora en la guerra cultural, mostrándose como los buenos de la
película. Los venceremos en la lucha en Internet, en las redes sociales,
en la guerra a pensamiento, porque sabemos que el imperialismo sigue
siendo el Lobo, ahora disfrazado de Abuelita.
El reto de esta época lo hemos aceptado y lo enfrentaremos. En este
pueblo hay cultura y madurez para entender que, aunque Obama es el
presidente del país que nos ha tratado de asfixiar durante décadas,
merece un tratamiento respetuoso, sin odio, sin revanchismo, como
presidente de una nación que ha establecido relaciones diplomáticas y
como tal será recibido.
Que quiere hablar de derechos humanos, pues hablemos.
Podemos
ofrecerle experiencias en el campo de la salud para que las lleve a su
país donde millones de personas no tienen atención médica. Que quiere
hablar de derechos humanos, pues enseñémosle como actúa nuestra policía y
a lo mejor puede evitar que sus gendarmes maten los negros a mansalva
en el país del norte. O podemos ofrecerle experiencias sobre la
prevención del consumo de drogas, al país mayor consumidor de ese
flagelo o hasta en el campo económico, pues podremos mostrarle cómo se
pueden hacer elecciones sin que los candidatos empleen millones de
dólares en sus campañas políticas como ocurre en sus “democráticas
elecciones” y podemos preguntarle: ¿para qué invierten tanto dinero los
candidatos? ¿Quiénes se lo dan? ¿Los pobres, para que les resuelven sus
problemas una vez electos?
No lo recibiremos como un Rey Mago como dijo algún pigmeo, no
necesitamos ningún regalo del imperio y no tenemos que concederle nada
porque no le hemos quitado nada. No le pediremos nada, porque no
ocurrirá como en 1898, ellos son los que tienen que quitar el bloqueo,
son los que tienen que quitarle a los estadounidenses las limitaciones
de viajes y muchas cosas más tienen que quitar.
Que quiere reunirse con “los disidentes”, que se reúna. ¿Qué le
pueden decir esas personas? Bueno, es posible que le pidan un aumento de
salario o que la multipremiada le pida ganarse un nuevo premio, no
tanto por el certificado, sino por el metálico. Que estamos en
desacuerdo en muchas cosas en las que no nos vamos a poner de acuerdo,
es verdad. Trataremos de lograr acuerdos en lo posible y no nos
resignaremos, seguiremos luchando para poner fin al bloqueo, a la
devolución de la base de Guantánamo, defenderemos nuestra soberanía y no
permitiremos que nadie se inmiscuya en nuestros problemas. Con ese
espíritu recibamos a Obama.
Nos ha visitado una delegación venezolana y el presidente Nicolás
Maduro ha sido condecorado con la Orden Nacional José Martí dos días
antes de llegar Obama. ¿No había otro momento para ello? Claro que sí.
No soy experto en política, pero esta visita y esa condecoración los
considero un mensaje a Obama, a Estado Unidos y al mundo: los cubanos no
traicionamos a nuestros amigos, ni cambiamos nuestra posición política
por determinadas ventajas económicas que las relaciones con el imperio
puedan ofrecernos.
Algunos humoristas “dudosos” han dicho: bueno… y ahora: Cuba sí y
yankis ¿qué?. Pues Cuba sí y yankis, ná. Si nos respetan y aplican una
política civilizada no lo volveremos a gritar, pero si se equivocan,
volveremos a la carga.
Demos una culta, respetuosa y civilizada bienvenida a Obama, sin
ingenuidad, siempre fieles a nuestros principios, bajo el frondoso e
invencible Caguairán cuya victoriosa sombra ya tiene noventa años.
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