Por Miguel Ángel Villalón, en la Fábrica de Ideas.
En
los próximos meses, los militantes del Partido Comunista de España
desarrollarán una reflexión y un debate que se resolverán en el XX
Congreso de este partido. Vaya por delante que, como miembro del Partido
del Trabajo Democrático -una organización independiente del PCE-, estoy
obligado a tratar con el máximo respeto los asuntos internos de este
partido y a confiar en el esfuerzo de sus muchos militantes sinceramente
revolucionarios por avanzar hacia la emancipación de la clase obrera.
Esto no significa que me sienta ajeno a los derroteros que pueda tomar
esta organización pues ella es parte del movimiento obrero y comunista
al que también pertenece el PTD. En este sentido, me siento con el
derecho y la obligación de opinar sobre el futuro Congreso del PCE desde
la camaradería que exige la adscripción a la misma clase social.
En
España, como en algunos otros países, el Partido Comunista fue
enfermando políticamente y se despistó de sus objetivos. Esto condujo a
una aguda lucha de los militantes más conscientes por recuperar el rumbo
y, de ahí, al estallido de la organización común a partir de los años
60. Hoy, el movimiento comunista de nuestro país se encuentra
fraccionado ideológica y organizativamente, y debemos esforzarnos por
poner fin a esta dispersión. El PCE es uno de sus fragmentos, el que
conserva las siglas históricas y seguramente el más grande de todos,
pero también el que tiene mayor responsabilidad por el retroceso
temporal de nuestra clase, sobre todo en lo tocante a sus máximos
dirigentes. Durante muchos años, éstos no veían retroceso, sino acierto
en sus “innovaciones” teóricas, las cuales los alejaban más y más del
marxismo-leninismo.
En
el momento presente, dos circunstancias contribuyen a esperar que el
PCE rectifique y dé un giro de 180 grados a la tendencia que ha seguido
en los últimos cincuenta años. En primer lugar, la crisis estructural
del capitalismo está forzando el desmantelamiento del llamado Estado del
bienestar. El deterioro en sus condiciones de vida que las masas
obreras llevan algunos años experimentando con los recortes en el
“Estado del bienestar” va a continuar agravándose debido a la
desfavorable correlación de fuerzas de clase y al hecho de que las
recesiones sucesivas sólo se vean interrumpidas por mortecinas
recuperaciones económicas.
En
segundo lugar, la influencia de masas del PCE no ha dejado de
retroceder desde que éste asumió las posiciones del revisionismo moderno
y del eurocomunismo. (1)
El dolor por perder la hegemonía en el seno del mayor sindicato de este
país ha sido ahora superado al arrebatarle Podemos la mayoría del
electorado situado a la izquierda del PSOE. Esto es muy duro para
quienes habían convertido en su centro de atención la batalla electoral y
parlamentaria, da que pensar a la mayoría de la militancia del PCE y no
puede por menos que debilitar la solvencia de los argumentos de sus
dirigentes reformistas.
Es
por estas razones por las que opino que el XX Congreso representa una
oportunidad para la clase obrera. Ahora bien, las oportunidades se
pueden aprovechar o dejar pasar. Ojalá me equivoque, pero mucho me temo
que la mayoría de los actuales dirigentes del PCE dejarán pasar esta
oportunidad y se empeñarán en seguir llevando su organización por el
mismo camino que la empequeñece y la debilita. Sin embargo, albergo la
esperanza de que muchos otros militantes echen un vistazo a la
trayectoria de su partido y decidan entonces luchar en él por el
marxismo-leninismo, sobre cuya base alcanzó su época más gloriosa. Es,
por ejemplo, lo que está haciendo uno de ellos, el camarada Javier
Parra, del que no conozco mucho más que una serie de artículos recientes
publicados en su blog “La fuerza del PCE. Contraofensiva”. (2)
Los
demás comunistas podremos estar más o menos de acuerdo con algunas de
sus afirmaciones, pero no podemos dejar de reconocer que sus reflexiones
van en la buena dirección para lo que ha llegado a ser la política del
PCE. Al menos, podemos discutir con él desde las categorías elementales
del marxismo, sin que sea necesario emplear tiempo en demostrarlas.
En
el prólogo a estos artículos, el camarada Javier Parra se posiciona a
favor de “la llamada ‘izquierda de Zimmerwald’ con Lenin al frente” y
contra el falso socialismo que se había pasado al campo de la burguesía,
lo que llamamos hoy socialdemocracia, con el PSOE de Felipe González,
Zapatero y Pedro Sánchez como su representante en España. Reivindica la
Revolución de Octubre, la historia de los partidos comunistas y la
Tercera Internacional. Y cuestiona “la transformación ideológica y
organizativa que sufrieron las organizaciones comunistas a partir de los
años 60-70”, la transformación del partido de combate que había sido el
PCE de la II República y del período franquista en un partido
“organizado únicamente de manera territorial, primando la acción
electoral, y relegando la organización en el conflicto capital-trabajo y
el trabajo en el frente cultural, quedando a merced de los resultados
en los sucesivos procesos electorales (con sus crisis consiguientes) y
de las ofensivas mediático-culturales”.
Con mucha pertinencia, advierte:
“Hoy
un debate similar al de los años 70 recorre la izquierda española, que
se dirime entre quienes defendemos que la contradicción capital-trabajo
sigue siendo la contradicción principal y entre quienes creen que es
necesario caminar hacia posiciones post-marxistas (yo diría
anti-marxistas) donde la clase trabajadora ya no debe ser el sujeto
transformador y donde la contradicción principal ya no es la
contradicción de clase. El poder económico trabaja nuevamente para la
victoria de estas últimas tesis”.
Y
concluye este prólogo con unas preguntas que necesitamos aplicar a
nuestras organizaciones todos los comunistas: “¿Cómo hacer que las
organizaciones de clase – fundamentalmente el Partido Comunista –
recuperen el terreno perdido? ¿Cómo organizarse para ser interlocutor
directo con la clase trabajadora? ¿Cómo organizar a los comunistas en el
movimiento obrero y cómo organizar a los trabajadores y trabajadoras
teniendo en cuenta la nueva composición de clase? ¿Cómo hacer que la
clase trabajadora se sienta parte del mismo sujeto transformador? ¿Cómo
poner la contradicción capital-trabajo en el centro del debate? En
definitiva… ¿qué PCE necesita la clase trabajadora?”
En el resto de artículos, propone una primera respuesta a estas preguntas para los diversos campos de acción de los comunistas.
Por una actitud de principios ante los cambios en la clase obrera
Como
he adelantado, además de compartir muchas de sus posiciones y sobre
todo el espíritu de las mismas, discrepo de algunas otras. Esto es
natural e inevitable entre marxistas-leninistas, máxime cuando no nos
encontramos en la misma organización para discutirlas y no se discute
entre los comunistas de distintos destacamentos, si no es desde el
antagonismo destinado a consolidar el fraccionalismo en nuestro
movimiento.
En
el presente artículo, sólo voy a tratar de mi desacuerdo con un
razonamiento que, según me parece, obstaculiza la feliz culminación del
proceso de rectificación revolucionaria que necesita el PCE y también,
en mayor o menor medida, las demás organizaciones comunistas españolas.
Me refiero a la apreciación que recorre los diversos artículos del
camarada Parra de que el comunismo se ha debilitado por “una profunda
transformación en la composición interna de la clase trabajadora que
invalidaba una parte importante de los esquemas operativos de la
izquierda” y, más concretamente, “por el hecho de que las organizaciones
de clase no hemos sabido adaptarnos a las transformaciones que ha
sufrido la clase trabajadora en las últimas décadas…”. Bien es cierto
que, en un párrafo, añade como causa la ya mencionada “transformación
ideológica y organizativa que sufrieron las organizaciones comunistas a
partir de los años 60-70”, pero no desarrolla esta vertiente del
problema, sin embargo muy importante desde el punto de vista del
marxismo, como trataré de explicar más adelante.
Como
marxista y, por tanto, materialista, el camarada Parra tiene razón en
buscar en la realidad objetiva la causa última de las carencias
subjetivas de los comunistas. Pero, ¿son los cambios en la composición
de la clase obrera el aspecto más importante de la realidad objetiva, el
que explica en último término la “inadaptación” de los comunistas? ¿O
más bien existen otros aspectos de la realidad objetiva que explican los
cambios en la composición de la clase obrera y también las desviaciones
políticas de las organizaciones comunistas?
No
es una cuestión baladí, si tenemos en cuenta que todos los
revisionistas y muchos de los detractores del marxismo han esgrimido las
“nuevas realidades” como razón para apartarse de esta teoría y
declararla obsoleta. Bernstein fue el primero, (3) sólo una veintena de años después de que fuera fundamentada científicamente en El Capital,
y los posmodernos son los últimos un siglo y pico después. Con esto no
estoy insinuando ni mucho menos que el camarada Javier Parra tenga esa
intención -puesto que sus exigencias van en una dirección contraria,
revolucionaria y de principios-, sino que advierto que ha dejado una
fisura en su argumentación que puede ser aprovechada por los
oportunistas para derrumbarla.
Es
innegable que la composición de la clase obrera ha cambiado a lo largo
del tiempo, desde los tiempos de Marx hasta hoy. Pero, ¿qué es lo que ha
cambiado y qué se mantiene? Siguiendo a Engels, podríamos decir que
“es aufgehoben, es decir, ‘conservada y superada a la vez’, superada en cuanto a la forma, conservada en cuanto al contenido”. (4)
Aquí
el camarada Parra se enreda en una contradicción que no resuelve. Por
una parte, exagera las cosas afirmando que “la clase obrera en el siglo
XXI no tiene mucho que ver con la de hace un siglo”; y, por otra, matiza
que “eso no quiere decir que la clase obrera ya no exista, sino que se
ha transformado”. (5)
El problema es saber cuál es el alcance de esta transformación, si se
refiere a su esencia explicada por Marx y Engels o a las formas
exteriores en que ésta se manifiesta. En este último caso, tenemos que
analizar dichas formas valiéndonos de la herramienta del marxismo, pero,
si lo cierto es que de la clase obrera sólo queda el nombre, el origen
remoto de un grupo social y poco más, entonces sí que no quedará más
remedio que echar al marxismo por la borda o, en el mejor de los casos,
quedarse con algunos fragmentos del mismo para amalgamarlos a otra
teoría más adecuada a la realidad. Esto es lo que damos pie a hacer,
teniendo en cuenta el ambiente burgués que penetra todos los poros de la
sociedad, cuando decimos que “la clase obrera en el siglo XXI no tiene
mucho que ver con la de hace un siglo”. La verdad, en cambio, es que la
clase obrera, aunque haya cambiado, sí tiene mucho que ver con la de
hace un siglo, sigue reuniendo las características fundamentales que
hacen de ella, precisamente, la clase obrera.
A
continuación, este camarada intenta explicar esta transformación por él
amplificada, comparando la realidad actual con la pasada y, de esta
comparación, sólo se aprecian dos diferencias no tan importantes como
para sostener que la clase obrera de ahora no tiene mucho que ver con la
del pasado:
“Por
ejemplo, ese antagonismo en el que unos eran los dueños de producción y
otros son los que trabajaban y generan las plusvalías, y donde el
conflicto se producía entre ambos, ha derivado en una nueva realidad.
En una realidad en la que por un lado están los propietarios de los
medios de producción, y por otro lado una clase obrera dividida, por un
lado a causa del nuevo modelo productivo, y por otro lado por la
división entre los empleados con un contrato más estable y salarios más
altos, y los trabajadores precarios con peores sueldos.”
Así
que la burguesía propietaria de los medios de producción sigue
explotando al proletariado desprovisto de ellos. La diferencia
estribaría en que, antaño, había conflicto social entre obreros y
patronos, y que ahora la clase obrera está dividida por un nuevo modelo
productivo y por diferencias contractuales, de derecho.
Veamos
primero este último aspecto. Si echamos a un lado los prejuicios
sociológicos difundidos por la clase dominante y nos atenemos a la
realidad histórica y presente, veremos que la clase obrera siempre ha
tenido divisiones internas, entre trabajadores cualificados, no
cualificados y aprendices, entre los de las industrias consolidadas y
los de las nuevas empresas, entre nacionalidades, sexos, edades, etc. No
voy a negar que haya nuevos factores de división, pero quien quiera
atribuirles una importancia capital en las relaciones de producción y en
las relaciones de clase deberá demostrarla y no solamente afirmarla.
Los sucesivos “modelos de producción” no han alterado en lo más mínimo
las relaciones fundamentales de producción: la importancia social del
capital y del trabajo asalariado, lejos de disminuir, es cada vez mayor
(los parados están condenados al salariado por mucho que no encuentren
trabajo, muchos autónomos son en realidad asalariados bajo una forma
mistificada y precarizada, etc., etc.).
Más
adelante, el camarada Parra alude a la reducción de la proporción de
obreros industriales, al contrario de lo que ocurre con los empleados
del sector de servicios. El presidente del Partido del Trabajo de
Bélgica, Peter Mertens, demostró con datos estadísticos de las
instituciones oficiales que tal reducción era en realidad mucho menor de
lo que parece. (6)
Es una evolución que se debe al desarrollo de la división del trabajo
(con lo que se catalogan como servicios funciones parciales de la
industria, a menudo externalizadas) y la restante merma proporcional de
la industria, la verdadera, constituye un síntoma, no de una nueva etapa
del capitalismo monopolista que revoque el papel histórico de la clase
obrera, sino de las crecientes dificultades que éste régimen experimenta
para vender sus mercancías (por ejemplo, la hipertrofia de las
finanzas, de las actividades comerciales, de la publicidad, etc.).
Precisamente esta reducción es uno de los síntomas del capitalismo
monopolista, del parasitismo del capitalismo en su etapa imperialista
(aumento de los rentistas, Estado rentista,…) (7) El imperialismo, fase superior del capitalismo, capítulo VIII: “El parasitismo y la descomposición del capitalismo”, Lenin. .
Esto también tiene consecuencias en el movimiento obrero espontáneo que
se ve todavía más “atrofiado” hasta volverse cómplice de la burguesía
imperialista, suscribiendo pactos sociales con ella en perjuicio de sus
intereses de clase. Estos hechos prueban que España ya es un país
imperialista, materialmente preparado para dar el salto del socialismo, y
que, por tanto, carece de todo fundamento científico la pretendida
necesidad de una revolución o ruptura democrática previa a la revolución
socialista, idea tan afianzada dentro del PCE.
Así
que, más que una expresión de las dificultades para avanzar hacia el
socialismo, la proporción menguante del proletariado industrial es una
manifestación de la creciente necesidad del mismo y, por tanto, de su
acercamiento. Y el paso de la necesidad objetiva del socialismo a su
realización efectiva consiste ante todo en reunir las condiciones
subjetivas para darlo.
Aclarado
el asunto de los nuevos motivos de división del proletariado, queda por
examinar la veracidad y la importancia del otro hándicap mencionado,
que es el de la menor intensidad del conflicto entre obreros y patronos:
antes, los obreros tenían más conciencia de clase, más unidad y
organización como clase que ahora. ¿Se puede explicar este hecho,
fácilmente constatable, principalmente por causas objetivas, por cambios
en la organización de la producción y en la composición de la clase
obrera? Ciertamente, las nuevas hornadas de proletarios, aquéllos que
trabajan en la periferia inmaterial de la producción, los que alternan
la dependencia del salario con la de la beneficencia, etc., tienen mucho
más difícil pensar y actuar como clase obrera que los empleados en la
gran industria (en sentido amplio). Ha crecido la proporción de
asalariados en malas condiciones para desarrollar el conflicto, pero
también lo ha hecho el número total de proletarios, incluso de obreros
fabriles. En los tiempos de Marx y de Lenin, en que desde la distancia
parece que nuestra clase lo tenía más fácil para desplegar su lucha, la
proporción de obreros fabriles con respecto al total de asalariados era
mayor, pero, a cambio, la clase obrera era una pequeña isla en un mar de
pequeña burguesía más o menos pobre (campesinos sobre todo). Los
auténticos revolucionarios de entonces nunca se dejaron amilanar por el
bajo nivel de industrialización y de proletarización de la sociedad; no
esperaron a que éste fuera mayor para conducir a las masas hacia la
revolución socialista, sino que explotaron las posibilidades mucho más
adversas que les brindaban las condiciones.
Además, si comparamos, por ejemplo, la actividad huelguística de los años 1975-80 y la de los años 1980-1985, (8)
observaremos que son dos períodos inmediatos de la historia de España
que, sin distinguirse por su “modelo productivo” y por la composición de
la clase obrera, registraron una conflictividad laboral muy diferente.
Este y muchos otros ejemplos ponen de manifiesto que, además de la
estructura económica, también intervienen otros factores en el conflicto
de clases y el más decisivo de ellos es la calidad de la dirección
política del movimiento obrero.
Abundando
en ese supuesto empeoramiento de las condiciones económicas para la
lucha, el camarada Parra viene a dudar de la vigencia de una de las
conclusiones del Manifiesto Comunista:
“Hay un párrafo en El Manifiesto Comunista (1848)
que señala que el trabajo asalariado presuponía obligatoriamente la
competencia de los trabajadores entre sí, pero que en lugar de que eso
llevase a los trabajadores a aislarse y enfrentarse, los progresos de la
industria lo que hacían es que les llevaban a unirse y organizarse.
Eso
ha cambiado hoy día, y parece que la competencia entre los propios
trabajadores es superior a su capacidad de organizarse y de unirse,
precisamente porque la transformación del proceso productivo, ha variado
también la propia composición de la clase trabajadora, y su forma de
participación en el sistema productivo.”
Según el camarada Parra, “parece” que, del Manifiesto a
nuestros días, la tendencia se ha invertido y prevalece la división
sobre la unidad de la clase obrera “precisamente porque” el proceso
productivo se ha transformado. Vuelve pues a apuntar a esta causa como
única y a sostener ese rígido determinismo económico, ese fatalismo, ese
derrotismo a fin de cuentas. Parece que, en vez de que las condiciones
materiales se desarrollaran a favor de la revolución socialista, su
desarrollo nos alejara de ésta. Y, sin embargo, ha crecido enormemente
la socialización -incluso internacional- de las fuerzas productivas y el
número de efectivos de la clase obrera, así como su proporción sobre el
total de la población, por no hablar de su mayor nivel cultural, de los
mayores derechos que la burguesía se ve obligada a reconocerle, etc.
¿Por qué, entonces, pintar un panorama tan sombrío? ¿Ayudará esta
conclusión negativa, unilateral y, por ello, poco objetiva a la
revitalización revolucionaria del PCE o más bien el camarada Parra, sin
quererlo, se pone él mismo la zancadilla en la carrera hacia el XX
Congreso?
Por lo demás, el Manifiesto Comunista no
explica el desarrollo del movimiento obrero de una manera tan lineal.
Ciertamente, sostiene que -si bien las condiciones de la producción
capitalista provocan la competencia entre los obreros y socavan una y
otra vez su unidad- ésta resurge con creces. Pero se trata de una frase
de conclusión y, por eso, no conviene interpretarla sin tomar en
consideración los razonamientos previos que condujeron a Marx y Engels a
formularla. Ellos describen el proceso de desarrollo del proletariado
de manera no lineal, sino dialéctica, a través de contradicciones y
altibajos. Antes de concluir que éste experimenta una tendencia general
ascendente, advierten de las tendencias regresivas:
“Como
resultado de la creciente competencia de los burgueses entre sí y de
las crisis comerciales que ella ocasiona, los salarios son cada vez más
fluctuantes; el constante y acelerado perfeccionamiento de la máquina
coloca al obrero en situación cada vez más precaria”. ¿No es ésta una
fiel descripción de la situación presente? A continuación, observan que,
aunque el desarrollo de las fuerzas sociales de producción hace posible
que los obreros se unan, se organicen y hasta obtengan victorias
efímeras, “Esta organización del proletariado en clase y, por tanto, en
partido político, vuelve sin cesar a ser socavada por la competencia
entre los propios obreros.”
Al escribir El Manifiesto Comunista,
Marx y Engels no se circunscriben a un momento económico o político
particular; describen, al contrario, la tendencia histórica de la lucha
de clase del proletariado, formada por una sucesión de momentos
favorables y desfavorables, y sitúan como rasgo distintivo del comunismo
precisamente no tomar la parte por el todo: “Los comunistas sólo se
distinguen de los demás partidos proletarios en que, por una parte, en
las diferentes luchas nacionales de los proletarios, destacan y hacen
valer los intereses comunes a todo el proletariado, independientemente
de la nacionalidad; y, por otra parte, en que, en las diferentes fases
de desarrollo por que pasa la lucha entre el proletariado y la
burguesía, representan siempre los intereses del movimiento en su
conjunto”.
Es
un error juzgar de las posibilidades del movimiento obrero espontáneo
solamente por las dificultades que éste encuentra en las fases de crisis
y depresión del ciclo industrial como la que acabamos de atravesar.
Además, en la época actual del imperialismo, tales fases pueden durar
mucho tiempo. En efecto, los capitales en liza tienen dimensiones tan
gigantescas que les permiten resistir a las crisis periódicas y se llega
a largos períodos de relativo estancamiento, que pueden prolongarse
muchos años, incluso decenios -como la crisis estructural que
arrastramos desde los años 70-, y que perjudican la unión elemental de
los trabajadores asalariados. Pero no estamos ante un post-capitalismo
ni ante un nuevo capitalismo que convierta la lucha de la clase obrera
en historia pasada, sino ante momentos más o menos prolongados del
capitalismo monopolista que dificultan pero no impiden la unidad
combativa de la clase obrera. Incluso dentro de los mismos, hay fases de
auge del movimiento huelguístico, como en 2011-2013, y otras de
reflujo, como en los dos últimos años. (9)
Si
nos limitamos a constatar el movimiento cíclico de la lucha obrera
asociado al ciclo económico, llegaremos necesariamente a la conclusión
pesimista de que se halla encerrada en un círculo vicioso. Pero, ¿por
qué El Manifiesto Comunista llega a la conclusión contraria?:
“resurge, y siempre más fuerte, más firme, más potente”; “El progreso de
la industria, del que la burguesía, incapaz de oponérsele, es agente
involuntario, sustituye el aislamiento de los obreros, resultante de la
competencia, por su unión revolucionaria mediante la asociación”. No es,
desde luego, por una especie de fe supersticiosa, sino porque Marx y
Engels no se ciñen a registrar el impacto del “mercado laboral” sobre el
movimiento obrero.
La
unión de los obreros, afirman, “es propiciada por el crecimiento de los
medios de comunicación creados por la gran industria y que ponen en
contacto a los obreros de diferentes localidades. Y basta ese contacto
para que las numerosas luchas locales, que en todas partes revisten el
mismo carácter, se centralicen en una lucha nacional, en una lucha de
clases. Mas toda lucha de clases es una lucha política”. Y es que el
impacto de la economía sobre el movimiento obrero concierne desde luego a
las relaciones de producción que esclavizan al trabajador, pero también
a las fuerzas productivas que permiten una unión creciente de los
mismos. ¿No es esto aun más cierto en los tiempos actuales de rápidos
medios de transporte, de internet, de teléfonos móviles, de redes
sociales virtuales, etc.? Que sirvan a menudo más para aislar a unos
obreros respecto de otros, en vez de unirlos, no se debe a estos medios,
sino al uso ideológicamente mediatizado de los mismos; en definitiva, a
la extremadamente débil contestación organizada a la ideología
burguesa.
La clave política
Aparte
de las condiciones económicas, también los factores políticos influyen
sobre el desarrollo del movimiento obrero, puesto que éste aprovecha
“las disensiones intestinas de los burgueses para obligarles a reconocer
por ley algunos intereses de la clase obrera; por ejemplo, la ley de la
jornada de diez horas en Inglaterra. En general, las colisiones en la
vieja sociedad favorecen de diversas maneras el proceso de desarrollo
del proletariado. La burguesía vive en lucha permanente: al principio,
contra la aristocracia; después, contra aquellas fracciones de la misma
burguesía, cuyos intereses entran en contradicción con los progresos de
la industria, y siempre, en fin, contra la burguesía de todos los demás
países. En todas estas luchas se ve forzada a apelar al proletariado, a
reclamar su ayuda y arrastrarle así al movimiento político. De tal
manera, la burguesía proporciona a los proletarios los elementos de su
propia educación, es decir, armas contra ella misma. Además, como
acabamos de ver, el progreso de la industria precipita a las filas del
proletariado a capas enteras de la clase dominante, o, al menos, las
amenaza en sus condiciones de existencia. También ellas aportan al
proletariado numerosos elementos de educación.”
Acabamos
de vivir una expresión particular de este tipo de fenómenos con el
movimiento democrático pequeñoburgués que se ha desarrollado desde los
indignados del 15M hasta constituir el partido político Podemos. Se
equivocan pues los comunistas que desprecian el valor que encierra la
experiencia de unidad de las masas obreras con la democracia
pequeñoburguesa, los que ven en ella únicamente el aspecto negativo.
Que
la emancipación de los obreros deba ser obra de los obreros mismos,
significa que éstos no pueden depositar sus anhelos de liberación en
ninguna otra clase social, pero no significa que sean autosuficientes,
que no necesiten aprender críticamente de los progresos sociales
realizados por otras clases. Ese aprendizaje crítico lo ha realizado el
marxismo y lo tiene que seguir realizando, a través del esfuerzo de las y
los comunistas.
Lenin explica que la idea de El Manifiesto Comunista de
que toda lucha de clases es una lucha política “no debe interpretarse
en el sentido de que cualquier lucha de los obreros contra los patronos es siempre una lucha política. Hay que interpretarla en el sentido de que la lucha de los obreros contra los capitalistas necesariamente se convierte en lucha política, a medida que se convierte en lucha de clases.
La tarea de la socialdemocracia [del comunismo] consiste, precisamente,
en transformar, por medio de la propaganda, la agitación y la
organización de los obreros, esa lucha espontánea contra sus opresores,
en una lucha de toda la clase, en la lucha de un partido político
determinado, por ideales políticos y socialistas definidos. (…) La
socialdemocracia no se limita simplemente a servir al movimiento obrero;
es ‘la unión del socialismo con el movimiento obrero‘.” (10)
Si
concebimos al movimiento obrero únicamente en su expresión sindical, si
no le aportamos esos “ideales políticos y socialistas definidos” y si
enfocamos nuestro papel a través de un materialismo no dialéctico, aun
contra nuestra voluntad, achicaremos el papel del movimiento obrero y lo
convertiremos en un apéndice de los partidos burgueses. Desde que Marx
comenzó a comprender cómo era realmente la sociedad capitalista,
advirtió que “El defecto fundamental de todo el materialismo anterior
-incluido el de Feuerbach- es que sólo concibe las cosas, la realidad,
la sensoriedad, bajo la forma de objeto o de contemplación, pero no como
actividad sensorial humana, no como práctica, no de un modo subjetivo.
(…) Por tanto, no comprende la importancia de la actuación
‘revolucionaria’, ‘práctico-crítica’.” (11)
Luego,
los comunistas no debemos abordar los problemas que dificultan el
desarrollo de la lucha de la clase obrera (y menos aún responsabilizar
de ellos a los “cambios en la estructura productiva y en la composición
de la clase obrera”), sin evaluar al mismo tiempo nuestra actuación
revolucionaria, práctico-crítica.
De
acuerdo, ha habido “cambios en la estructura productiva y en la
composición de la clase obrera”, pero la esencia del capitalismo y la de
la clase obrera no han variado. Podemos equivocarnos al intentar
comprender aquellas nuevas manifestaciones contradictorias -como repite
el camarada Parra, siguiendo la tradición del PCE de las últimas
décadas-, pero lo peor no es eso, sino haber cuestionado la esencia
invariada de la que son expresión y haber renunciado a revelársela a las
masas. Además, es imposible comprender correctamente esos nuevos
fenómenos al margen de la teoría científica que ha desentrañado su
esencia y, si lo intentamos así, nos veremos irremediablemente engañados
por las apariencias.
Siendo
más claros y concretos, antes de culpar a circunstancias ajenas a
nosotros, los comunistas debemos preguntarnos si hemos cumplido nuestro
cometido de ayudar a las masas obreras a comprender su verdadera
situación en la sociedad y las condiciones para transformarla. Y no es
para mortificarnos, sino para desenredar el ovillo y averiguar cómo
volver a la senda del progreso social. En definitiva, el marxismo nos
exige que analicemos ante todo lo que el camarada Parra llama “la
transformación ideológica y organizativa que sufrieron las
organizaciones comunistas a partir de los años 60-70”, sus causas y sus
consecuencias.
Es
una tarea que nos compete a todas y a todos los comunistas. Por lo que a
mí respecta en este artículo, sólo pretendo contribuir modestamente a
ella proponiendo algunas reflexiones. Hace falta desarrollar el
marxismo-leninismo con la comprensión de la grave crisis que esta teoría
ha llegado a experimentar, la más grave de su historia; asimismo, con
la práctica que dicha comprensión nos va alumbrando como necesaria.
En
la segunda mitad del siglo XX, la dirección de muchos partidos
comunistas -entre ellas, la del PCE- cuestionó los principios del
marxismo-leninismo con el pretexto de que había “nuevas realidades” que
los invalidaban. Por supuesto que el éxito de esta involución ideológica
se debió a la labor perversa de muchos oportunistas que se hacían pasar
por revolucionarios, a las condiciones de clandestinidad en España, al
centralismo cada vez menos democrático en el seno de los partidos, etc.
Pero también es cierto que estaban pasando muchas cosas nuevas en el
mundo y en cada país, las cuales desorientaban a la gran masa de
comunistas sinceros.
Con
anterioridad, la Gran Revolución Socialista de Octubre, el bolchevismo y
los escritos de Lenin habían salvado el honor del socialismo marxista.
Éste había sido mancillado por la mayoría de los líderes socialistas
quienes, con tal de mantener su status ante el Estado, habían enrolado a
las masas obreras al servicio de las respectivas burguesías nacionales
en la Primera Guerra Mundial imperialista. Hasta entonces, el movimiento
obrero socialista crecía vigoroso por Europa y Norteamérica, pero en él
reinaba la confusión sobre cómo alcanzar sus metas. Fue en Rusia donde
Lenin y los bolcheviques comprendieron que el muro del capitalismo
estaba podrido y que de un empujón decidido se le podía derribar. Así
consiguieron organizar una revolución de masas a pesar de la miseria, el
atraso, el analfabetismo, la guerra y la represión absolutista. Y
lograron consolidarla y desarrollarla sobreponiéndose a la guerra civil
que, en los primeros años, les impusieron las clases poseedoras apoyadas
por los Estados imperialistas. Más adelante, la URSS completaría el
programa socialista de expropiar a los burgueses y terratenientes para
desarrollar las fuerzas productivas y mejorar la vida del pueblo. Su
prestigio internacional alcanzaría el punto culminante con la victoria
sobre la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial.
En
ese período que va desde 1917 hasta 1945, millones de revolucionarios
estudiaron en el mundo la experiencia bolchevique para entresacar de
ella los aspectos generales y comunes a todos los países, a fin de
aplicarlos a sus condiciones nacionales. De ese modo, se edificaron
gloriosos partidos comunistas que llevaron a la victoria numerosas
revoluciones socialistas y nacional-democráticas, o que cumplieron un
papel meritorio en la lucha contra la reacción, como fue el caso del
Partido Comunista de España. Pero, de repente, empezaron a flaquear en
sus convicciones.
Para
comprender las causas de la depresión del comunismo que arrastramos
desde hace muchos años, no basta con mirar la trayectoria de nuestro
movimiento. Tenemos que examinarla también en relación con la simultánea
evolución del capitalismo. Entre los siglos XIX y XX, este régimen
social experimentó una transformación por la que la libre competencia
iba dejando su puesto al monopolio, al control de cada rama de la
producción por parte de unas pocas empresas gigantescas. Este cambio
suponía que el capitalismo entraba en su etapa de decadencia y que la
revolución socialista se convertía en necesidad inmediata para el
proletariado y la sociedad en general. La maduración del imperialismo
fue un proceso traumático que causó dos guerras mundiales, la aparición
de armas de destrucción masivas y el triunfo en algunos países del
fascismo como forma política extremadamente reaccionaria. Y no es
aventurado afirmar que el sistema imperialista internacional sólo se
consolidó a partir de la subordinación del mundo burgués a los Estados
Unidos de América que habían salido intactos, enriquecidos y reforzados
de las dos grandes contiendas de la primera mitad del siglo XX.
La
Primera Guerra Mundial había abierto una brecha en el capitalismo que
fue aprovechada por los revolucionarios rusos para arrebatarle el país
más extenso del planeta. Parecía que el ejemplo podría contagiarse
rápidamente, pero, finalizada la guerra, el régimen burgués consiguió
estabilizarse y consolidarse. Las revoluciones que sucedieron a la rusa
en Europa fueron derrotadas una tras otra. Bien es verdad que, en ningún
otro caso, se había construido durante los años previos un partido tan
sólido como el de los bolcheviques. Los revolucionarios alemanes y
húngaros llegaban a la cita tarde y poco preparados. En los años veinte,
los jóvenes partidos comunistas añadían dos tareas necesarias a su
programa: defender a la Unión Soviética como el primer Estado obrero y
arraigar entre las masas proletarias de sus países que tenían fe en sus
viejos partidos socialistas. Pero el surgimiento del fascismo a
instancia del ala dura de la burguesía imperialista dificultaba
sobremanera la realización de estas tareas, puesto que desataba el
terror preventivo contra el movimiento obrero y caminaba a marchas
forzadas hacia el asalto a la URSS. Entonces, los partidos comunistas ya
no podían luchar directamente por la revolución, sino que se veían
obligados a dar un rodeo: defender las condiciones políticas mínimas que
permitieran el desarrollo del movimiento obrero y una política exterior
de los Estados capitalistas menos agresiva hacia la Unión Soviética. Se
hizo necesario, concertar una alianza táctica con el ala democrática de
la burguesía frente al fascismo. Esto permitió aplastar a éste, excepto
en algunos países como el nuestro.
El
desenlace de la última guerra mundial daba lugar a una situación social
muy diferente a lo que, hasta entonces, había conocido el movimiento
obrero. Éste obtenía grandes conquistas y el capitalismo iniciaba un
camino de crecimiento económico que, no sin crisis, duraría más de
veinte años y permitiría un alza significa del nivel de vida de las
masas en los países más desarrollados. Al mismo tiempo este potencial
económico y político en manos de los imperialistas les permitía acosar a
la URSS -que había soportado el mayor esfuerzo bélico- y a los nuevos
Estados socialistas, fomentando su descomposición interna. Se trataba,
además, de países que partían de un considerable atraso social y
económico, donde la base proletaria de la población era más endeble y,
por tanto, la presión del ambiente pequeñoburgués era enorme. Así es
como se desarrolló el revisionismo moderno que, a la muerte de Stalin,
se hizo con las riendas de la patria del bolchevismo y se sumó al coro
de la burguesía contra el pasado revolucionario de la URSS.
A
partir de ese momento, el equilibrio internacional de fuerzas de clase
entre la burguesía y el proletariado, que se había alcanzado tras duros
sacrificios, se rompió en beneficio de la clase explotadora. El campo
socialista todavía aguantó treinta años, pero enfermo y degradándose, a
pesar de los controvertidos esfuerzos de revitalización emprendidos por
los comunistas chinos, albaneses y cubanos. El revisionismo se extendió
como mancha de aceite por todos los partidos comunistas -después de que
perdieran a muchos de sus mejores cuadros en la guerra-, mientras las
masas obreras eran seducidas por el “Estado de bienestar” capitalista.
Esta aparente refutación práctica de la ley general de la acumulación
capitalista formulada por Marx en El Capital desorientó a
muchos comunistas y fue aprovechada por los oportunistas hasta entonces
agazapados para declarar obsoletos los principios del marxismo. A
cambio, les bastaba con echar mano de las tesis revisionistas de
Bernstein cuyo triunfo en los partidos socialistas no había hecho otra
cosa, sin embargo, que dividir y debilitar al movimiento obrero desde la
Primera Guerra Mundial.
La
táctica de unidad democrática con una parte de la burguesía fue
convertida por ellos en una estrategia, en un límite infranqueable, a
pesar de que el fascismo ya había sido derrotado. Muchos partidos
comunistas renunciaron a preparar la insurrección, la revolución
violenta, e inventaron la posibilidad de pasar gradualmente al
socialismo, a través de elecciones burguesas y de manifestaciones
pacíficas. Frente a esta desviación de derecha, sus sectores
revolucionarios se refugiaron a menudo en el dogmatismo o pretendieron
trasladar a los países de capitalismo desarrollado las formas de lucha y
organización propias de las guerras campesinas de los países oprimidos.
El movimiento obrero perdió así el contacto con el socialismo
científico, mientras la clase capitalista aprovechaba las nuevas
tecnologías para multiplicar su influencia ideológica. (12) Así es como ésta ha conseguido someterlo políticamente… por ahora.
Pero
los años 70 fueron un punto de inflexión tras el cual se acabó la
verdadera prosperidad económica del capitalismo monopolista y empezó su
crisis estructural. La situación de la clase obrera fue empeorando
paulatinamente con esta crisis y con el ascenso de la alternativa
neoliberal a la misma (la financiarización), que no era otra cosa que
una fuga hacia adelante de la burguesía. A esto se añadió el derrumbe de
la URSS y de los países socialistas de Europa oriental, que resucitó la
propaganda anticomunista más extrema tomada del arsenal nazi-fascista.
El agotamiento de los artificios financieros del neoliberalismo se
manifestó finalmente en la crisis de 2007-2008 y hoy, pasado el shock,
la economía capitalista internacional languidece, cargada de deudas
asfixiantes y más frágil que nunca. Por consiguiente, la evolución de
las condiciones objetivas a las que el movimiento obrero se enfrenta de
ahora en adelante ha cambiado de dirección en relación con las décadas
siguientes a la II Guerra Mundial (el capitalismo ya sólo nos depara
empobrecimiento, represión, violencia reaccionaria, guerra, etc.). Si
entonces las condiciones objetivas parecían contradecir a Marx y, en ese
sentido, parecían dar la razón al revisionismo, hoy piden a gritos la
sustitución del capitalismo por el socialismo, la reconstitución
revolucionaria del partido de la clase obrera, la aplicación del
marxismo-leninismo más ortodoxo en la teoría y en la práctica de los
comunistas frente a la confusión pequeñoburguesa reinante.
Las necesidades prácticas del socialismo exigen a los comunistas priorizar la labor teórica y la lucha teórica en el seno del movimiento obrero
¿Qué
partido comunista necesitamos en las actuales condiciones? ¿Cómo debe
actuar este partido? Al contrario que los comunistas que se han alejado
del movimiento obrero para diluirse en los movimientos democráticos o
para elaborar teoría en cenáculos de intelectuales, el camarada Javier
Parra tiene toda la razón al reclamar que giremos nuestra atención hacia
los centros de trabajo. De ellos, hemos de priorizar el proletariado de
las fábricas y de las grandes empresas de transporte y construcción. (13)
Pero, ¿qué vamos a hacer con él, qué le vamos a decir y qué acción le
vamos a proponer? Responder acertadamente a esta pregunta nos costará
tiempo, estudio, discusión, ensayos (sin esperar seguridades ni
unanimidades), errores, etc., pero tenemos que ponernos ya manos a la
obra. Muchas propuestas del camarada Parra -como el esfuerzo cultural y
propagandístico, la prensa, el centralismo, la independencia económica
del partido frente al Estado burgués, el trabajo político hacia la
tropa, etc.- van en este sentido, pero son todavía muy insuficientes.
Esto es comprensible en las circunstancias particularmente adversas del
PCE que aconsejan una táctica prudente y progresiva qué sólo los
comunistas de este partido pueden alcanzar a definir adecuadamente.
Ahora bien, la estrategia y la meta comunes a todos los comunistas deben
partir de las enseñanzas de validez general que nos proporciona la
experiencia de los bolcheviques, la experiencia de construcción del
partido revolucionario más cercana a las condiciones de un país de
capitalismo desarrollado como el nuestro.
Partiendo
del reconocimiento de la necesidad de dirigirnos al proletariado, he
advertido ya que, para Lenin, el comunismo marxista “no se limita
simplemente a servir al movimiento obrero; es ‘la unión del socialismo con el movimiento obrero‘ (según la definición de Kautsky, quien reproduce las ideas básicas del Manifiesto Comunista):
su tarea es introducir en el movimiento obrero espontáneo definidos
ideales socialistas, ligar este movimiento con las convicciones
socialistas, que deben estar al nivel de la ciencia contemporánea,
ligarlo con la sistemática lucha política por la democracia, como medio
para realizar el socialismo; en una palabra, fundir este movimiento
espontáneo en un todo indivisible con la actividad del partido revolucionario“. (14)
El
triunfo del revisionismo en nuestro movimiento separó a los comunistas,
y del marxismo-leninismo, y del movimiento obrero. Volver a éste como
el movimiento social decisivo es un paso indispensable. Pero, por muy
necesario que sea servir al movimiento obrero y ayudar a su lucha
sindical, no puede ser el objetivo de los comunistas, ni por tanto el
contenido principal de nuestra tarea en él. Si no introducimos en él
definidos ideales socialistas, aquél seguirá su curso espontáneo y, como
advierte Lenin, “el movimiento obrero espontáneo es tradeunionismo,
es Nur-Gewerkschaftlerei, y el tradeunionismo no es otra cosa que el
sojuzgamiento ideológico de los obreros por la burguesía”. (15) La
explicación detallada de por qué el movimiento sindical espontáneo, sin
dirección comunista, condena a los obreros a permanecer bajo la
esclavitud asalariada la podrá encontrar el lector en el ¿Qué hacer? de
Lenin y, tomada del mismo en forma resumida, en el artículo “Para qué
necesitamos el Partido Comunista”. (16)
Por
lo tanto, una vez hemos decidido dar el paso hacia las masas obreras,
no podemos contribuir a su emancipación si no concretamos qué definidos
ideales socialistas les aportamos.
Llegados
a este punto, comprendo que muchos camaradas experimentados reaccionen
con una mueca de escepticismo y se den media vuelta para replegarse
hasta la lucha de mera resistencia sindical y democrática. Y es que,
llevamos más de cincuenta años intentando definir los ideales
socialistas sin que ninguno de esos intentos haya conseguido
fructificar, al menos en España. Se buscó la respuesta en una u otra de
las diversas corrientes o matices en que se fraccionó el movimiento
comunista internacional tras la victoria del revisionismo en la URSS
(prosoviéticos brezhnevianos, maoístas, hoxhistas, foquistas, etc.) y se
ofreció una literatura más destinada a justificar dichas corrientes que
a educar a las masas proletarias en el marxismo. Discutían sobre todo
de qué modelo nacional extranjero era más fiel a los principios
generales de esta teoría. Probablemente sin darse cuenta, estaban
presuponiendo que los trabajadores tendían espontáneamente hacia estos
principios y que bastaría con desenmascarar a los falsificadores del
marxismo para que las masas siguieran al partido auténtico hacia el
socialismo. Esta curiosa combinación de dogmatismo y espontaneísmo, esta
dejación de la obligación de los comunistas para con las masas, sólo
podía acabar en fracaso, provocando la disociación de la labor teórica
respecto de la práctica: para los obreros, la actividad sindical y, para
los intelectuales, la política electoral y el cuestionamiento de los
fundamentos del marxismo bajo las más diversas formas.
Pero
ya no estamos ante un capitalismo que seduce a las masas ofreciéndoles
un creciente consumo. Además, la búsqueda de una “Meca” ideológica en
otros países ha perdido atractivo. Ahora nos hallamos en una buena
situación para definir los ideales socialistas con los que educar a las
masas, teniendo presente tanto las necesidades generales, históricas,
del movimiento proletario internacional como las particularidades de los
tiempos presentes y de nuestro país. Por eso, sacudámonos el
escepticismo heredado de tiempos pasados, dejemos de escondernos bajo el
ala del movimiento espontáneo y asumamos el reto que nos corresponde
como comunistas: desarrollar en el seno del movimiento obrero la labor
teórica imprescindible para elevarlo a una posición revolucionaria.
Así
es como Marx, Engels, Lenin y sus camaradas lo lograron en su tiempo, y
su arduo trabajo es el que debe inspirarnos. Los que empezaron
cuestionando el leninismo con el pretexto de que era el fruto de una
experiencia nacional demasiado estrecha, lo hicieron en realidad
suprimiendo todo el marxismo y, a cambio, no han dejado a la clase
obrera más que derrota y desolación. El marxismo es el que convirtió el
socialismo de utopía, anhelo e intuición en una ciencia que ha probado
históricamente su validez con las primeras experiencias de
transformación socialista de la sociedad (ninguna otra teoría ha
permitido dar un solo paso en esta dirección). El punto de partida de
los comunistas no puede ser otro que llevar el marxismo a las masas
obreras.
En
este caso, ¿qué es el marxismo?, ¿cómo se asimila?, ¿basta con tener y
difundir una vaga idea del mismo, poniéndonos el rótulo de marxistas?,
etc.
El
marxismo se ha formado sobre “la sólida base de los conocimientos
humanos adquiridos bajo el capitalismo. Al estudiar las leyes del
desarrollo de la sociedad humana, Marx comprendió el carácter inevitable
del desarrollo del capitalismo, que conduce al comunismo, y – esto es
lo esencial – lo demostró basándose exclusivamente en el estudio más
exacto, detallado y profundo de dicha sociedad capitalista, asimilando
plenamente todo lo que la ciencia había dado hasta entonces. Todo lo que
había creado la sociedad humana, lo analizó Marx en un espíritu
crítico, sin desdeñar un solo punto. Todo lo que había creado el
pensamiento humano, lo analizó, lo sometió a la crítica, lo comprobó en
el movimiento obrero; formuló luego las conclusiones que los hombres,
encerrados en los límites estrechos del marco burgués o encadenados por
los prejuicios burgueses, no podían extraer.” (17)
Por
eso, frente a los timoratos filisteos paralizados o intimidados por las
dudas, Lenin afirma categóricamente: “La doctrina de Marx es
omnipotente porque es verdadera. Es completa y armónica, y brinda a los
hombres una concepción integral del mundo, intransigente con toda
superstición, con toda reacción y con toda defensa de la opresión
burguesa”. (18)
El
marxismo es la base teórica indispensable para superar el capitalismo,
para guiar la lucha de la clase revolucionaria contemporánea -el
proletariado- por este objetivo. En palabras de Engels, la revolución
socialista es “la misión histórica del proletariado moderno” y el
marxismo, su expresión teórica destinada “a investigar las condiciones
históricas y, con ello, la naturaleza misma de este acto, infundiendo de
este modo a la clase llamada a hacer esta revolución, a la clase hoy
oprimida, la conciencia de las condiciones y de la naturaleza de su
propia acción”. (19) Es, por tanto, la ideología del movimiento obrero, la que se corresponde con sus necesidades generales.
“Nosotros
-dice Lenin hablando en nombre del todavía joven partido ruso (1899)-
nos basamos íntegramente en la teoría de Marx: ésta transformó por
primera vez el socialismo de utopía en ciencia, echó las sólidas bases
de esta ciencia y trazó el camino que había de tomar, desarrollándola y
elaborándola en todos sus detalles. Esta descubrió la esencia de la
economía capitalista contemporánea, explicando cómo la contratación del
obrero, la compra de la fuerza de trabajo, encubre la esclavización de
millones de desposeídos por un puñado de capitalistas, dueños de la
tierra, de las fábricas, de las minas, etc. Esta demostró cómo todo el
desarrollo del capitalismo contemporáneo tiende a suplantar la pequeña
producción por la grande y crea las condiciones que hacen posible e
indispensable la estructuración socialista de la sociedad. Esta nos
enseñó a ver, bajo el manto de costumbres arraigadas, de intrigas
políticas, de leyes complejas y doctrinas hábilmente fraguadas, la lucha de clases, la lucha entre las clases poseedoras de todo género y las masas desposeídas,el proletariado,
que está a la cabeza de todos los desposeídos. La teoría de Marx puso
en claro la verdadera tarea de un partido socialista revolucionario: no
inventar planes de reestructuración de la sociedad ni ocuparse de la
prédica a los capitalistas y sus acólitos de la necesidad de mejorar la
situación de los obreros, ni tampoco urdir conjuraciones, sino
organizar la lucha de clase del proletariado y dirigir esta lucha, que
tiene por objetivo final la conquista del Poder político por el
proletariado y la organización de la sociedad socialista.“ (20)
¿Acaso
han dejado de ser ciertas estas tesis? ¿Por qué no se explican a las
masas obreras? ¿Cuánto tiempo hace que no se les explican? ¿Son estas
masas las que, debido a su “nueva composición”, se han alejado de los
comunistas o más bien son los comunistas los que las han alejado de la
comprensión de su verdadera situación bajo el capitalismo?
Es
cierto que los comunistas nos encontramos bajo la enorme presión
ideológica y cultural de la clase económicamente dominante.
Continuamente, ella o las capas intermedias de la sociedad nos ofrecen
sustitutivos del marxismo-leninismo o correcciones del mismo para caer
mejor en los círculos oficiales y facilitar así la satisfacción de los
intereses de la clase obrera. ¿De qué le ha servido a Pablo Iglesias
aceptar tal ofrecimiento si, a la mínima que exige concesiones al PSOE,
le tildan de “leninista” y cae su cotización electoral? ¿No será mejor
empezar por forjar una sólida conciencia marxista en los obreros de
vanguardia para que, así, los ataques del enemigo refuercen el prestigio
y la fuerza de la causa revolucionaria, en vez de debilitarla?
Aclarado
este punto, lo siguiente es comprender que, si queremos llevar esa
conciencia a las masas proletarias, previamente tendremos que adquirirla
los propios comunistas. Y éste es un camino largo y complejo que exige
diversos requisitos. Uno de ellos es hacerlo en permanente y estrecha
comunicación con el movimiento obrero (para no descarriarnos hacia el
misticismo y el sectarismo). Enseguida trataré de explicar que no todo
tipo de comunicación sirve para este fin. Otro de los requisitos es
tratar la asimilación del marxismo con seriedad y rigor. No podemos
conformarnos con unas pocas lecturas en los ratos libres. Eso no es lo
que hicieron los primeros dirigentes socialdemócratas rusos y no es para
eso que Marx y Engels tanto se esforzaron en elaborar la teoría
revolucionaria contemporánea en todos los campos del saber: ciencias
naturales, filosofía, historia, economía, política, etc. Véase cómo este
último expone la actitud que debemos tener los comunistas hacia la
teoría marxista:
“Sobre
todo los jefes deberán instruirse cada vez más en todas las cuestiones
teóricas, desembarazarse cada vez más de la influencia de la fraseología
tradicional, propia de la vieja concepción del mundo, y tener siempre
presente que el socialismo, desde que se ha hecho ciencia, exige que se
le trate como tal, es decir, que se le estudie. La conciencia así
lograda, y cada vez más lúcida, debe ser difundida entre las masas
obreras con celo cada vez mayor, y se debe cimentar cada vez más
fuertemente la organización del partido, así como la de los sindicatos”. (21)
Parece
mentira que, en la era del capitalismo en la que todos los progresos
que han mejorado la existencia humana se han apoyado en la ciencia,
tantos partidarios del socialismo aborden el progreso más grandioso, el
progreso de la forma más elevada de la materia que es la sociedad, de
una manera tan artesanal e incluso chapucera. ¿Acaso no es igual que si
un alumno de primer curso de carrera universitaria pretendiera operar a
un paciente, tender un puente, levantar un rascacielos, poner en órbita
una nave tripulada, etc.? ¿Quién se atrevería a dejar en sus manos unos
asuntos tan delicados? Es cierto que, en la producción científica,
también es necesaria la experiencia práctica inmediata, directa; que,
por ejemplo, el ingeniero debe unir su saber con el del trabajador
manual y la organización de socialistas debe unir su saber con el del
movimiento obrero. Pero no se puede prescindir del conocimiento
procedente de la síntesis abstracta de la experiencia indirecta; no se
puede prescindir del conocimiento de carácter racional. Es la gran
revolución que la burguesía capitalista operó en las fuerzas
productivas. A la hora de preparar la revolución social que ha de
superar el capitalismo, no es de recibo que -por pereza o por prisa,
quien sabe- se retroceda a una mentalidad pre-burguesa, medieval. En
esta nueva etapa en la que el capitalismo internacional (no ya sólo
europeo) vuelve a precipitarse hacia una gran crisis general, los
comunistas que pretendamos poner las bases del partido revolucionario
debemos parecernos, como poco, a quienes esforzadamente simultanean su
carrera universitaria con un empleo asalariado.
En
la mayoría de los casos, se toma a la ligera el marxismo -como si su
simple nombre y unas pocas citas lapidarias fueran un talismán
suficiente para atraer a las masas hacia el partido y hacia la
revolución-, porque la atención a las reivindicaciones urgentes de los
oprimidos oprime, a su vez, el pensamiento de los comunistas, no les
deja reflexionar lo suficiente sobre lo que presupone el carácter
científico de nuestra doctrina. Pero, en otros casos, hay una intención
premeditada de presentar o practicar un “marxismo” sesgado para
“justificar” la necesidad de superarlo -en realidad, destruirlo- con una
teoría nuevecita y más ajustada a las “nuevas realidades”.
En
lugar de seguir una política oportunista o miope, los militantes y
sobre todo los dirigentes comunistas debemos esforzarnos por estudiar
las obras más importantes de Marx, Engels y Lenin, las cuales se cuentan
por decenas, y depurar sobre esta base las concepciones que traemos con
nosotros al partido y las prácticas que se corresponden con dichas
concepciones. A medida que asimilamos así el marxismo, debemos
practicarlo, es decir, difundirlo con un celo cada vez mayor entre las
masas obreras y organizarlas sobre esta base.
¿Pueden
realmente las masas obreras asimilar las ideas fundamentales de la
teoría marxista, cuando están sometidas a la dominación ideológica de la
burguesía, cuando están tan agobiadas por la explotación capitalistas y
cuando sus hábitos son tan prácticos y tan poco teóricos? ¿No será
mejor suministrárselas en papilla o en pequeñas dosis, esperar a que
desarrollen primero una conciencia sindicalista, etc.? Esto último
supondría, en primer lugar, desconfiar de la inteligencia de los obreros
para comprender una teoría que arroja luz sobre sus problemas y que da
una solución viable a sus anhelos. En segundo lugar, supondría no
reconocer la existencia de diversos estratos de conciencia entre los
obreros a los que se debe abordar de una manera diferente (para eso está
la agitación y la propaganda, la organización del partido y la de las
masas en el sindicato, etc.). Y supondría también desconocer que no
podemos elevar a sus más amplias masas a posiciones revolucionarias si
no conseguimos previamente acercar al marxismo a su vanguardia. En
situaciones como la nuestra en la que estamos intentando sentar las
bases del partido, hay que colocar en primer plano -como sostiene Lenin-
“la ‘flor y nata’ de los obreros”, y no “al obrero ‘medio’, al obrero
de la masa”. (22)
Además
de que los obreros son incluso más cultos que antaño, hay que confiar,
como Lenin, en que, “a pesar de sus horribles condiciones de existencia,
a pesar del embrutecedor trabajo de forzados en la fábrica, encuentran
en sí mismos carácter y fuerza de voluntad suficientes para estudiar,
estudiar y estudiar, y hacerse socialdemócratas conscientes,
‘intelectuales obreros’.”(23) Eso
sí, una vez que los comunistas empecemos a predicar con el ejemplo y no
nos limitemos a repetir a los obreros las cosas consabidas que
mantienen la confusión política a la que el capitalismo los somete.
Los
socialistas rusos levantaron ese partido que admiramos todos los
comunistas, en confrontación con la tendencia de los “economistas”, los
cuales predicaban precisamente el camino del menor esfuerzo, de la menor
resistencia, del “practicismo estrecho, divorciado del esclarecimiento
teórico del movimiento en su conjunto”, de la lucha sindical como base
de la lucha política, del gradualismo en el desarrollo de la conciencia
de la clase obrera (“teoría de las fases” o “táctica-proceso”). (24)
Algunos
comunistas de hoy, sin llegar tan lejos como los “economistas”,
dificultan una correcta educación política de las masas al disociar en
exceso la agitación y la propaganda hasta romper la unidad entre ellas.
Restringen demasiado el radio de acción de la propaganda, mientras ciñen
la agitación al cometido de apoyar a las masas y no espantarlas con
propuestas que éstas no puedan compartir de inmediato. Para Lenin, en
cambio, “es indispensable enjuiciar a la luz de la teoría cada hecho parcial,
es indispensable hacer propaganda entre las más vastas masas de la
clase obrera de los problemas relacionados con la política y la
organización del Partido e incluir esos problemas en la agitación“.
El líder bolchevique llama a “crear una forma más elevada de agitación a
través de un periódico que registre sistemáticamente las quejas de los
obreros, las huelgas obreras y otras formas de lucha proletaria, así
como las distintas manifestaciones de opresión política en toda Rusia, y
que saque determinadas conclusiones de
cada uno de esos hechos en consonancia con los objetivos finales del
socialismo y con las tareas políticas del proletariado ruso“. (25) En
definitiva, como he resaltado en negrita, el marxismo-leninismo nos
exige no prejuzgar negativamente la capacidad de amplios sectores
obreros de comprender las más elevadas cuestiones teóricas; elaborar la
propaganda y la agitación en unidad de criterio político, establecido a
partir de nuestra teoría y sin ceder a la apariencia engañosa de las
cosas y a los prejuicios burgueses que se apoyan en ella; no reducir la
agitación a un fácil ejercicio de selección de aquellos aspectos del
programa del partido que se adaptan a la conciencia actual de la masa,
sino seleccionar las ideas que necesitamos inculcarle para que su
movimiento social dé un paso adelante, superando los escollos que se lo
impiden. La agitación es más fácil de entender para las amplias masas,
pero es necesariamente más difícil de elaborar que la propaganda.
Los
comunistas deberíamos ver en “el Partido independiente e
inconciliablemente marxista del proletariado revolucionario la única
garantía de la victoria del socialismo y el camino hacia la victoria que
más libre está de vacilaciones”. (26) Sin
embargo, esto no es así para la mayoría de los comunistas que se han
acomodado a la división de nuestro partido y que se han adaptado a la
mentalidad filistea que promueve la política burguesa. El comunismo
internacional atraviesa un período de vacilación ideológica mucho más
largo y profundo que en tiempos de Lenin. Hasta mediados del siglo XX,
“la doctrina de Marx y Engels era considerada como la base firme de la
teoría revolucionaria; pero en nuestros días se dejan oír, por todas
partes, voces sobre la insuficiencia y caducidad de estas doctrinas”.(27) Como
explicaba más arriba, las discusiones de los años 60-70 no impidieron
la fragmentación y el debilitamiento de nuestro partido, por lo que los
comunistas se fueron cansando y retirando de la lucha teórica y de la
producción teórica. Así el proceso por el que conocemos y comprendemos
la realidad quedó interrumpido al renunciar a la necesaria etapa
racional del mismo, precipitándose nuestro movimiento en la nebulosa del
empirismo. No podremos reconstruir el partido revolucionario si no
disipamos esta niebla.
Ante
la dificultad que esta tarea entraña, algunos camaradas creen haber
encontrado un atajo, posibilitado por el auge del movimiento espontáneo
de los últimos años y por la débil presencia en él de otros supuestos
partidarios del marxismo. De ese modo, se podría ir construyendo el
partido a base de una labor educativa superficial dirigida a la masa de
obreros poco politizados. En mi opinión, es un enfoque erróneo y
peligroso porque el vacío no existe en política. Esos obreros que se
supone poco politizados tienen una conciencia básicamente sindicalista o
aun más abiertamente burguesa (cuando se coaligan entre sí frente a
terceros, es para colocar su mercancía al mejor precio en el mercado).
Por consiguiente, debemos ayudarles a transformar su conciencia actual
antes de incorporarlos al partido, pues, de lo contrario, arrastraran a
éste hacia atrás, hacia el reformismo, hacia una especie de “Podemos”
obrero. Mientras este experimento hiciera su recorrido, habríamos
perdido un tiempo que puede resultar inestimable para afirmar los
sólidos cimientos teóricos y prácticos del partido revolucionario.
Siguiendo
a Lenin, sostengo que “nuestra tarea consiste ahora en combatir la
cizaña. No es cosa nuestra cultivar el trigo en pequeños tiestos. Al
arrancar la cizaña, desbrozamos el terreno para que pueda crecer el
trigo”. En realidad, así ha sido en todos los casos en que el movimiento
revolucionario ha conseguido progresar. Es claro que el comunismo de
España “dista mucho de haber ajustado sus cuentas con otras tendencias
del pensamiento revolucionario que amenazan con desviar el movimiento
del camino justo”: el sindicalismo de colaboración de clases, el
anarcosindicalismo, el “sindicalismo revolucionario”, el populismo
posmoderno, el nacionalismo pequeñoburgués, el reformismo, el trotskismo
y el dogmatismo sectario son diversas propuestas que tientan a todo
obrero y a toda obrera que empiezan a despertar políticamente (prometen
un camino más fácil, más rápido y más efectivo que el del
marxismo-leninismo).
En
condiciones como las nuestras, primero es “necesario preocuparse de
reanudar la labor teórica”, pues sin ella, es “imposible un incremento
eficaz del movimiento”. Segundo, es preciso “emprender una lucha activa”
contra la tergiversación de que es objeto el marxismo y que corrompe “a
fondo los espíritus”. Tercero, hay que “combatir con energía la
dispersión y las vacilaciones en el movimiento práctico, denunciando y
refutando toda tentativa de subestimar, consciente o inconscientemente,
nuestro programa y nuestra táctica”. (28)
Abro
aquí un paréntesis para aclarar que, cuando me refiero a nuestro
programa y nuestra táctica, soy consciente de que tenemos por delante
mucho trabajo. Para definirlos con cierta exactitud, debemos partir de
los principios generales del marxismo-leninismo, enriquecerlos con las
principales enseñanzas de las experiencias revolucionarias del siglo
pasado y aplicarlos al conocimiento de nuestra realidad social. El
objetivo al que debemos subordinar toda nuestra actividad es el de
reconstituir el Partido Comunista que unifique el socialismo científico
con el movimiento obrero, para elevar los conflictos sociales
particulares hasta la escala de masas de una lucha de clases que permita
al proletariado conquistar el poder político y realizar una revolución
socialista (ya no es posible ningún otro progreso previo que sea
verdaderamente importante). Por lo tanto, el sindicalismo, las huelgas,
las manifestaciones, la actividad en las instituciones representativas
burguesas, las campañas electorales, etc., sólo son medios auxiliares
subordinados a la realización de esta estrategia. Sólo podremos
conquistar las mentes y los corazones de las masas obreras si dejamos
muy claros el objetivo, los medios y el camino. No basta con decir que
las elecciones no son suficientes, porque, entonces, ¿cuál es el medio
alternativo? Por supuesto que debemos explicar las necesidades con
inteligencia, para no facilitar la tarea al enemigo, pero sobre todo
hace falta que las masas sepan a qué atenerse y puedan así prepararse
como corresponde.
Por
ejemplo, los bolcheviques explicaban a las masas la perspectiva
política necesaria de una manera que no dejaba lugar a la duda:
“Precisamente ahora, lo más importante es afianzar en el proletariado
revolucionario la firme convicción de que el actual ‘movimiento
liberador en la sociedad’ [se refiere a la oposición liberal burguesa al
zarismo] se convertirá también inevitable e ineludiblemente en una
pompa de jabón, como los anteriores, si no se inmiscuye la fuerza de las
masas obreras, capaces de lanzarse a la insurrección y preparadas para
ella”. (29)
El
hecho de que se esté abriendo una fisura en el muro del capitalismo, el
hecho de que las condiciones objetivas vayan a ser crecientemente
favorables al socialismo, no debe exagerarse en el sentido de que la
mayoría de la población se vuelva tan consciente de su necesidad y
encuentre frente a sí tan poca resistencia que el tránsito al mismo sea
como el parto bíblico de Jesús. Desde esta concepción idílica e ingenua,
es natural que no se preste mayor atención a la construcción de las
bases de un partido dispuesto a los mayores sacrificios para completar
una revolución victoriosa. Pero, a la inversa, por mucho que la
intención sea revolucionaria, si se descuidan las tareas básicas para
formar una organización políticamente sólida, de vanguardia, sólo se
tendrá capacidad para luchar electoralmente por una mayoría
parlamentaria mientras se espera que un estallido espontáneo de las
masas haga el resto.
Tras
este paréntesis, vuelvo ahora a la cuestión de cómo acabar con la
confusión y la dispersión en la vanguardia del movimiento obrero. El
camarada Javier Parra comparte el acierto de muchos otros comunistas
acerca de la necesidad de desarrollar la propaganda, la comunicación, la
cultura, el periódico, etc. En estos campos, hay muchas cuestiones que
tratar, pero, ¿en qué debemos hacer hincapié en este preciso momento en
que la situación de las masas empeora sin cesar, pero sigue reinando la
confusión y la dispersión sobre el modo de mejorarla?
Lenin
sostiene que, en momentos así, hay que dedicar en los órganos de prensa
“mucho espacio a los problemas teóricos, es decir, a la teoría general
de la socialdemocracia y a su aplicación a la realidad de Rusia. (…) Y
debemos tratar de que todo socialdemócrata y todo obrero consciente se
forme un criterio concreto sobre todos los problemas fundamentales: sin
esa condición son imposibles una propaganda y una agitación amplias y
sistemáticas”.
De
cara a este objetivo, uno de los defectos más graves del comunismo
actual -porque impide a los obreros ver claro el camino y, por tanto,
comprometerse como militantes- “es la falta de una polémica pública
entre puntos de vista a todas luces discrepantes, es el afán de ocultar
disensiones que atañen a problemas muy esenciales”. Por supuesto que
esta polémica pública la debemos desarrollar con la voluntad de resolver
las discrepancias desde el punto de vista marxista y con la voluntad de
reunificar a todos los comunistas en el Partido. Pero, para convertir
esta voluntad en una realidad, hay que estar dispuestos “a dedicarle
muchísimo espacio”(30) en
las páginas de nuestros órganos de prensa a la discusión sobre los
caminos divergentes que los comunistas estamos propugnando, hoy por hoy.
Para
conseguir la tan necesaria reunificación de los comunistas de España en
un único partido, es preciso “crear, en primer lugar, una firme unidad
ideológica que excluya la divergencia y el confusionismo que reinan
actualmente” entre los comunistas, “crear una literatura común, fiel sin
reservas a los principios y capaz de unir ideológicamente” al
proletariado revolucionario. “Antes de unificarse y para unificarse es
necesario empezar por deslindar las campos de un modo resuelto y
definido. De otro modo, nuestra unificación no sería más que una ficción
que encubriría la dispersión existente e impediría acabar con ella de
manera radical. Es comprensible, por tanto, que no nos propongamos hacer
de nuestro órgano de prensa un simple depósito de concepciones
diversas. Por el contrario, lo publicaremos en el espíritu de una
orientación estrictamente definida. Esta orientación puede expresarse
con una sola palabra: marxismo”. (31)
En
resumidas cuentas, es justo que sigamos apoyando, como es habitual, las
reivindicaciones elementales de las masas populares y su lucha unitaria
por ellas, pero no sirve cualquier manera de hacerlo. Para que esta
lucha se vea coronada por el éxito, los comunistas tenemos que cumplir
unas tareas propias: llevar la conciencia socialista al movimiento
obrero; estudiar, difundir y aplicar la teoría marxista-leninista con el
rigor que exige toda ciencia; asumirla y defenderla como la base
indispensable e íntegra que necesita la clase obrera para liberarse de
las cadenas del capitalismo; confiar en la capacidad del proletariado
para comprenderla y empuñarla como el arma fundamental de toda su lucha;
dirigirnos primeramente a las y los obreros más avanzados políticamente
para resolver todos los asuntos de actualidad a la luz del
marxismo-leninismo y del objetivo revolucionario; disipar la confusión y
poner fin a la división en la vanguardia obrera mediante la discusión
pública de nuestras actuales diferencias básicas.
Así
es como nuestra clase social podrá reconstituir su Partido Comunista,
conquistar el poder político, realizar la revolución socialista y poner
fin a todos los antagonismos de los seres humanos entre sí y con la
naturaleza.
Espero
que la iniciativa de camaradas como Javier Parra haga que el XX
Congreso del PCE contribuya positivamente a esta perspectiva, para que,
junto con los esfuerzos de los demás destacamentos comunistas, podamos
alcanzarla cuanto antes.
Notas
1. | ↑ | El revisionismo moderno no fue más que el viejo revisionismo socialdemócrata adaptado a las formulaciones políticas de los partidos comunistas. Se manifestó en el PC de los Estados Unidos y en el PC de Italia, adueñándose sucesivamente de las direcciones de los partidos de Yugoslavia, Hungría, la URSS y otros. El XX y el XXII Congresos del Partido Comunista de la Unión Soviética sancionaron la renuncia a los principios marxistas-leninistas (internacionalismo proletario, dictadura del proletariado, violencia revolucionaria, liquidación de la propiedad privada y de las relaciones monetario-mercantiles, etc.). El eurocomunismo fue la continuación de esta claudicación ante la burguesía, esta vez en los partidos comunistas de Europa occidental, sometiéndolos a la voluntad de los capitalistas del continente de unir sus fuerzas en un bloque contra el campo socialista, contra el movimiento obrero y para la competencia con EE.UU. y otras potencias imperialistas. |
2. | ↑ | http://www.lafuerzadelpce.es/ |
3. | ↑ | “Se ha negado –explica Lenin refiriéndose a la revisión por Bernstein del marxismo-, la posibilidad de basar el socialismo en argumentos científicos y demostrar que es necesario e inevitable desde el punto de vista de la concepción materialista de la historia; se ha refutado la miseria creciente, la proletarización y la exacerbación de las contradicciones capitalistas; se ha declarado carente de fundamento el concepto mismo de “objetivo final” y rechazado de plano la idea de la dictadura del proletariado; se ha denegado que haya oposición de principios entre el liberalismo y el socialismo, se ha rebatido la teoría de la lucha de clases, afirmando que es inaplicable a una sociedad estrictamente democrática, gobernada conforme a la voluntad de la mayoría, etc.” (Qué hacer, Lenin) |
4. | ↑ | Anti-Dühring, capítulo “La dialéctica – negación de la negación”, Engels. |
5. | ↑ | http://www.lafuerzadelpce.es/un-partido-organizado-en-los-centros-de-trabajo/ |
6. | ↑ | La clase obrera en la era de las multinacionales, Peter Mertens (http://www.jaimelago.org/node/7) |
7. | ↑ | El imperialismo, fase superior del capitalismo, capítulo VIII: “El parasitismo y la descomposición del capitalismo”, Lenin. |
8. | ↑ | http://revintsociologia.revistas.csic.es/index.php/revintsociologia/article/viewFile/471/492 |
9. | ↑ | http://www.libremercado.com/2015-11-04/las-empresas-recuperan-la-paz-social-caen-los-eres-y-las-huelgas-1276560581/ |
10. | ↑ | Nuestra tarea inmediata, Lenin. |
11. | ↑ | Tesis sobre Feuerbach, Marx. |
12. | ↑ | El camarada Javier Parra acierta totalmente cuando afirma que “El capitalismo nunca habría podido vencer el asalto del siglo XX si no hubiese inundado el mundo con todas las formas posibles de expresión cultural para difundir los valores sobre los que se sostiene: el individualismo, la competitividad y la guerra…(y por supuesto el anticomunismo). Para ello ha utilizado todos los medios a su disposición: la televisión, el cine, la música, los videojuegos, los libros, las revistas, los periódicos, la publicidad. El capitalismo logró imponer la cultura del individualismo ante la inacción y la incapacidad para responder culturalmente desde las organizaciones de clase”. (http://www.lafuerzadelpce.es/el-partido-como-impulsor-y-organizador-de-una-nueva-cultura/) |
13. | ↑ | http://trabajodemocratico.es/content/informe-del-comit%C3%A9-central-motivaci%C3%B3n-pol%C3%ADtica |
14. | ↑ | Nuestra tarea inmediata, Lenin. |
15. | ↑ | ¿Qué hacer?, Lenin. |
16. | ↑ | http://trabajodemocratico.es/content/para-qu%C3%A9-necesitamos-el-partido-comunista |
17. | ↑ | Tareas de las juventudes comunistas, Lenin. |
18. | ↑ | Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo, Lenin. |
19. | ↑ | Del socialismo utópico al socialismo científico, Engels. |
20. | ↑ | Nuestro programa, Lenin |
21. | ↑ | La guerra campesina en Alemania, Engels. |
22. | ↑ | ¿Qué hacer?, Lenin. |
23. | ↑ | Una tendencia retrógrada en la socialdemocracia rusa, Lenin. |
24. | ↑ | ¿Qué hacer?, Lenin. |
25. | ↑ | Proyecto de declaración de la redacción de Iskrá y Zariá, Lenin. |
26. | ↑ | Un acuerdo de lucha para la insurrección, Lenin. |
27. | ↑ | Nuestro programa, Lenin. |
28. | ↑ | ¿Qué hacer?, Lenin. |
29. | ↑ | La campaña de los zemstvos en el plan de “Iskra”, Lenin. |
30. | ↑ | Proyecto de declaración de la redacción de Iskrá y Zariá, Lenin. |
31. | ↑ | Declaración de la redacción de Iskrá, Lenin. |
El probléma dentro del PCE surge cuando tiene una militancia y afiliación completamente torpe en el sentido de los conocimientos basicos del marxismo-leninismo. El PCE, al ser un partido o destacamento comunista completamente revisionista-trostkista y oportunista, en donde renuncia a los clasicos a la vez que lo hace el PCUS en su XX Congréso,al igual que el Partido Comunista Chino y otros partido comunistas de Europa comienza un camino socialdemócrata que en el transcurso del tiémpo hasta hoy, fué y es la marioneta del sistema capitalista que lo que le importa son la participación en las elecciones burguesas y llegar a las instituciones para colaborar con el capitalismo en su desarrollo.
ResponderEliminarOtros de los problemas que tiene el PCE es que no tiene comunistas, y si los tiene son contados,un partido que siempre renegó de impartir cursos de formación marxista-leninista, de hacer una militancia totalmente de combate ideologicamente hizo de esta unos meros marionetas del sistema.
Si se pregunta a los militantes y afiliados del PCE que significa el materialismo dialéctico y el materialismo histórico, el marxismo-leninismo, la dictadura del proletariado,el derecho de las naciones a la autoderminación,etc.por poner un ejémplo contados sabrian contestar,y asi no se puede ser comunista, y mucho menos marxista-leninista, porque para ser marxista-leninista hace falta tener estos conocimientos, y teniendo estos y defenderlos se acabaria con el revisionismo dentro de un destacamento y se enterraria ese eurocomunismo del que todavía sigue inmerso el PCE, de todo esto lo deja bién claro Enver Hoxha en su libro Eurocomunismo es anticomunismo, no solo en el PCE,sino en casi todos, sin el marxismo-leninismo será imposible concienciar a la clase obrera y al proletariado, porque sin esto entonces se puede seguir al igual que ahora.
En estos momentos en donde la muerte del capital está cerca somos nosotros los comunistas marxistas-leninistas los que,júnto a la clase obrera entrerremos al capitalismo, pero ojo, como bién dijo Marx...el capitalismo viene al mundo chorreando sangre y lodo, por todos los poros, desde los pies a la cabeza... y lo estamos viendo con las guerras imperialistas,enfermedades y miseria que acarrea. Lo que se necesita,necesitamos, es esa ansiada reconstrucción del Partido Comunista España Marxista-Leninista, limpio de revisionismos,oportunismos,bujarinismos, trostkismos y todos los males que siguen infectando los partidos-destacamentos comunistas.
Estamos ante un escenario entre la vieja y la nueva socialdemocrácia del psoe y de podemos, en donde tanto unos como los otros,sobre todo estos últimos que niegan la clase obrera como tál, que niegan la huelga general, la república, etc. por lo tanto es una grán oportunidad para el PCE retomar la vía por el marxismo-leninismo y formando a sus bases para el combate ideológico, rompiendo sus estatutos eurocomunistas y empezar a abrir el camino de la unidad comunista, entonces si, la clase obrera empezará a apoyarse en ese Partido Comunista, demostrando a los otros que el capitalismo no tiene otra cara que sonria y que sea solidario con los de abajo como quieren hacer creer los de podemos, producto de marketing que parió el capitál moribundo, parano extenderme más creo también que en este Congreso del PCE va a ver más de lo mismo.