Por Claudio Forjan
Hace ya 24 años la bandera roja, que de tantas batallas había
salido victoriosa, era arriada del Kremlin. Tras un lustro de “Perestroika” la
Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, el antaño faro de la revolución
socialista mundial, desaparecía del mapa ante el júbilo de las elites
capitalistas de todo el mundo. “Es el fracaso del comunismo”, decían. La vuelta
al capitalismo ya era un hecho. ¿Pero qué hecho?
Las promesas de progreso y libertad se revelaron como una
farsa desde el primer momento. Solo en Rusia entre 1989 y 1999 el producto por
habitante se contrajo un 42,2%[1] (¡casi la mitad!). El
nivel de vida cayó en picado y comenzaron a reaparecer brotes de enfermedades
ya erradicadas. La propiedad pública era saqueada y vendida al mejor postor a
precio de saldo. En vez de ser aceptada en el selecto club capitalista del G-7,
Rusia era postrada y humillada con la expansión de la OTAN hacia Europa del
Este, incluyendo antiguas repúblicas soviéticas como las bálticas. Muchos
objetarán que, de todos modos, el sistema socialista soviético estaba sumido en
la crisis económica y al borde del colapso, lo cual habría justificado la
restauración del capitalismo en cualquier caso. Pero, ¿realmente esto era
cierto? ¿Realmente la URSS sufría una crisis económica irresoluble?
Hacia los años 80 la economía soviética, pese a
haberse desacelerado, seguía creciendo a ritmos relativamente estables. La
producción crecía, según las diferentes estimaciones, entre un 2% y un 3% anual[2], realidad muy lejos de la
recesión que ha caracterizado a los países capitalistas durante la crisis
económica desencadenada en 2008. Y ello sin tener en cuenta fenómenos que en la
Unión Soviética directamente no existían, tales como el desempleo forzoso.
Es
cierto que la productividad laboral acusaba cierta desaceleración[3], pero esto no es algo
ajeno a países capitalistas desarrollados como España y en ningún caso esto ha
supuesto un argumento en favor de una transformación del sistema económico,
sino más bien de una reforma de la industria[4]. Las inversiones también crecían
a un ritmo estable, siendo su volumen en 1989 1,5 veces el de 1980[5]. El consumo tampoco se
libraba de esta dinámica. Incluso en 1989 el consumo de leche y lácteos en Kg
por persona llegó a superar el de EEUU[6]. Pero no solo el consumo
de alimentos evolucionaba positivamente. La calidad de las viviendas iba
mejorando como se refleja en el aumento de los metros cuadrados por persona,
los cuales pasaron de 14,7 en 1985 a 16 en 1989. Otros elementos como la
cantidad de televisores, que pasaron de 82 millones en 1985 a 93 en 1989, también muestran una
mejoría general en cuanto a niveles de consumo de la población se refiere. Y a
todo esto también podríamos añadir la amplitud de derechos para las y los
trabajadores en materia de condiciones laborales (semana laboral de 35-40
horas, vacaciones pagadas, pensiones universales, etc.), de educación, de
sanidad, así como en derechos para las mujeres trabajadoras (legalización del
aborto, escuelas de infancia, etc.).
Como vemos, el socialismo soviético, pese a no carecer de
problemas, no estaba, ni mucho menos, al borde del colapso económico. La
restauración del capitalismo no fue, por tanto, una medida tomada ante la urgencia
de rescatar la economía, sino un proyecto con objetivos menos confesables. No
se trataba de la reforma, sino de la demolición del sistema económico
socialista. El hundimiento económico fue el resultado de esta demolición. Al
desmantelarse la propiedad pública y los organismos de planificación, las
empresas soviéticas (que en su conjunto realmente funcionaban como un único
complejo empresarial) perdieron las conexiones entre ellas, con lo que la
producción se paralizó, tal y como le ocurriría a un organismo vivo si se
neutralizase su sistema nervioso.
¿Pero por qué destruir los pilares de la economía soviética?
Se trataba de una contrarrevolución.
Una contrarrevolución que, aprovechando
los errores del Partido Comunista, se materializó mediante la confluencia de
capas sociales procedentes tanto de la economía capitalista sumergida como del
aparato estatal y partidario. La burguesía clandestina de la URSS encontró en
el ala derechista-liberal del PCUS una expresión política mediante la cual
hacer valer sus intereses, los cuales, con el desarrollo de los
acontecimientos, terminaron pasando por la demolición del sistema socialista y
la restauración definitiva del capitalismo a través de la destrucción de la
planificación y la propiedad colectiva. Todo ello sin considerar lo más mínimo
las nefastas consecuencias que para la economía y los pueblos de la URSS
tendrían la destrucción de los dos pilares fundamentales en los que se basaba
la sociedad soviética para existir y desarrollarse.
A partir de los hechos y datos expuestos, podemos extraer dos
lecciones importantes. La primera es que el socialismo no es una utopía
económica. La URSS no desapareció porque el socialismo fuese económicamente
inviable, tal y como reflejan los datos expuestos. La segunda lección se
complementa con la primera. Siendo viable económicamente el socialismo, éste
solo puede abrirse paso en tanto en cuanto la clase obrera se mantiene en los
puestos de mando en todas las esferas de la sociedad (económicas, políticas e
ideológicas). El debilitamiento ideológico del Partido Comunista, el
aburguesamiento materializado en la corrupción de cuadros, directores e incluso
trabajadores, el crecimiento descontrolado de las formas económicas burguesas
incluso a costa de robos a la propiedad colectiva; todos estos elementos son
manifestaciones del relajamiento del dominio de la clase obrera, de la
dictadura del proletariado. Son manifestaciones de retrocesos en la lucha de
clases.
¿Lucha de clases, en el socialismo?
Sí, efectivamente.
El
socialismo no es todavía una sociedad sin clases, sino la primera fase
(transitoria) hacia la desaparición de las clases. Todavía existen resquicios
de la sociedad anterior que, sin el control y la vigilancia de la clase obrera
en el poder, pueden reproducirse hasta ser capaces de adquirir la fuerza
necesaria para hacerse valer mediante la contrarrevolución y la restauración
del orden capitalista. Y todo ello sin olvidar la presión del capitalismo
imperialista desde fuera, que apoya con todas sus fuerzas cuantos elementos de
subversión y sabotaje sean posibles contra el socialismo.
La construcción de una sociedad sin explotación ni opresión es un camino largo y difícil, con avances y retrocesos en los que las y los trabajadores debemos obrar y maniobrar con acierto y conciencia revolucionaria para no perder el rumbo.
[1] Véase el comentario de
Tavernier y De Belder acerca del informe de Unicef sobre la regresión económica
y social en Europa del Este: http://es.scribd.com/doc/12243348/Capitalismo-en-la-URSS-1989-1999-Progreso-o-Regresion-Philip-Tavernier-y-Bert-De-Belder#scribd
[2] Véase la siguiente tabla
estadística: https://www.marxists.org/history/ussr/government/economics/statistics/growth-rates.htm#1980s
[3] Ibíd.
[4] No está de más recordar
las nefastas consecuencias que la “reconversión” de la industria ha tenido para
el empleo y las condiciones de vida y trabajo de la clase obrera en países
capitalistas desarrollados como España o Gran Bretaña.
[5] Kara-Murza, S., 1994. ¿Qué
le ocurrió a la Unión Soviética?. Gerónimo de Uztariz, (9), p.83.
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