10 de octubre de 2014

Belén Gopegui: “Hay que cambiar el sistema capitalista; el capitalismo no se puede controlar”

Por Belen Gopegui (publicado en El Público)


Belén Gopegui (Madrid, 1963) no es muy dada a las aproximaciones. Su voz, tanto la literaria como la que atiende algo lacónica a la prensa, escoge las palabras con exactitud, huyendo de ambigüedades que le puedan alejar de la realidad. Una realidad a la que planta cara a través de sus textos, como en El comité de la noche (Ramdon House), su última obra, en la que con la lucidez que le caracteriza reflexiona sobre el idealismo y la resistencia.


En el libro se percibe un cierto anhelo de unión, la necesidad de pertenecer a algo en tiempos difíciles.En el propio título, El comité de la noche, intento reflejar dos cuestiones; por una parte comité en el sentido de organización, de lucha organizada, pero al mismo tiempo de la noche, en el sentido de que también hay una zona de azar y de que es complicado, a veces, trabajar en común. Por último, la noche alberga las respuestas que desconocemos.

Los personajes hacen hincapié, en ciertos pasajes, en la necesidad de una unión de luchas desde la izquierda.
Sí, claro, pero más que una cuestión de siglas mi intención era colocarme antes de esa hipotética convergencia, creo que no se trata tanto de una unión electoral, sino de una unión para trabajar en común, para enfrentarse a la dureza de la situación.

Reivindica la red como forma de pertenencia y compromiso, pero sin renunciar a una militancia presencial.
Sí, a veces se tiende directamente a desconsiderar la red como si fuera algo que ocurre en otro espacio, el espacio virtual. Yo creo que hay una continuidad, no hay un salto cualitativo entre la red y lo que hacemos. Desde mi punto de vista ha de haber una relación de ida y vuelta; de la red a los cuerpos, de la red a la calle y de los cuerpos a la red.

Confronta en la novela el idealismo con la resignación. Un idealismo que trata de sobrevivir frente a las contradicciones de lo cotidiano.
Idealismo es una palabra que tiene en ciertas ocasiones connotaciones muy negativas, como si fuera lo contrario al realismo. Para mí, el término conserva también el sentido de luchar por un ideal, es decir, no limitarte a lo que hay y avanzar. Esto no significa que seas una persona ingenua, ni que sientas deseos de no ver lo que tienes delante, sino que piensas que lo que tienes delante no es suficiente.

Todos y todas conocemos muchas personas que se han mantenido luchando y, sin embargo, en los medios y en los relatos dominantes la desproporción entre éstas y quienes han traicionado, abandonado o se han cansado es inmensa, hay miles de relatos sobre traidores de la izquierda y muy pocos sobre las personas que perseveran.

La sangre como límite. El mercadeo de plasma por parte del capitalismo, batalla a la que no podemos renunciar, te sirve también para reflexionar sobre la lucha simbólica.
Sí, de hecho al centrarme en la sangre lo que quería era tomar algo que aunque tiene un componente simbólico, fuera tan real como es el fluido que nos constituye y que es el centro de la vida, contar que las luchas simbólicas cobran sentido cuando incorporan la materia.

Todos los personajes, incluso aquellos que representan los intereses más espurios, aparecen también sometidos al capital, víctimas del ‘sálvese quien pueda’ actual.
Este es un tema que me interesa mucho porque a veces en los discursos políticos parece que todo dependiera de la moral individual. Si estamos reconociendo que no somos personas aisladas, que pertenecemos a una comunidad, tendremos que cambiar las reglas para que nos permitan ser mejores, porque si todas las reglas conducen a la corrupción —y con esto no quiero decir que quien se corrompe no tenga responsabilidad—, más que exigir pureza moral a todo el mundo lo que debemos hacer es cambiar las reglas del sistema. Los personajes que en esta novela representan los intereses menos favorables al bien común no es que sean individuos sicopáticos a los que les encanta hacer el mal, sino que están metidos en un entramado. De hecho, las personas que intentan salir de ahí tienen que hacer un esfuerzo superior, esfuerzo que no siempre se puede exigir que se haga en solitario.

El capitalismo parece haber rebasado todos los límites. Hace hincapié en la novela en la necesidad de contener esa brecha, se abrió la veda tras la caída del muro del Berlín, como apunta uno de los personajes, y parece no haber tocado fondo. ¿Cómo contrarrestar esta situación? 
Hay diferentes luchas que venían por distintos caminos; el feminismo, la ecología o la lucha política revolucionaria, durante mucho tiempo se decía que estos caminos servían para dividir y, sin embargo, han acabado convergiendo porque al final chocan contra la misma realidad: no hay forma de frenar al capitalismo. Por ejemplo, la preocupación ecologista por la contaminación aislada, termina desembocando en el discurso político porque se necesita capacidad política de impedir que determinadas empresas hagan algo.

Llega un momento en el que se evidencia el hecho de que dentro de las reglas de que nos hemos dotado, o de las que se ha dotado la clase dominante, no hay forma de frenar nada. La única manera de que estos límites se pongan para no acabar con el planeta, para poder vivir con dignidad y sin ser explotados, es cambiar el sistema, el capitalismo no se puede controlar.

¿Cree en la posibilidad de construir un frente amplio de izquierda?
En la novela trato de alguna forma esto, es cierto que hay discusiones enquistadas durante mucho tiempo en el seno de la izquierda y que hemos ido viendo que no han ayudado. Pienso que la unión es buena pero también entiendo las estrategias de las distintas fuerzas políticas y quizá el camino no es directamente unirse en una plataforma electoral sino mantener distintos frentes abiertos que permitan combinar lo institucional con la movilización. El problema con el que siempre nos encontramos es que cuando se llega al poder no se tiene realmente el poder y esto es lo que tenemos que revertir trabajando en la misma dirección y que cada cual aporte su fuerza desde donde ésta sea mayor.

Y qué opina de la recodificación de algunos conceptos que han sido claves para la izquierda. 
Es un dilema constante. Hasta qué punto si adoptas el lenguaje del enemigo te acabas convirtiendo en el enemigo. Creo que hay que irlo discutiendo en cada ocasión, por ejemplo, hace poco leía en el blog de Ernesto Castro que dentro de Podemos habían dicho que la palabra feminismo es una palabra que producía mucha resistencia y que a partir de ahora iban a usar igualdad. Había quienes rechazaban esta idea porque les parecía que, por un parte, traiciona un movimiento que ha tenido una potencia brutal, los feminismos y, por otra, que quizá no es cierto —y no es estratégicamente útil pensarlo— que el término feminismo provoque rechazo, a lo mejor es el miedo a usar la palabra lo que provoca rechazo.

Entiendo importante discutir esto, aun así no sé si es la mayor discusión, al fin y al cabo estamos hablando solamente de lo electoral y eso sí me inquieta. Considero más importante, y urgente, hablar de los actos, de las acciones feministas o de otro tipo que se lleven a cabo, al margen de cómo se les llame.

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