25 de mayo de 2013

La hija de la brigada

La construcción del socialismo, es un hecho sin precedentes. Después de la Gran Guerra Patria hubo que volver a construir lo que los ejércitos fascistas destruyeron. No solamente la tierra, las fábricas, las ciudades, más no se pudieron recuperar los más de veinte millones de  soviéticos que cayeron. La auténtica semilla de futuro, las obreras y obreros que con su sangre defendieron el primer estado socialista del mundo.

Crearon relaciones sociales internacionalistas, entre las diferentes naciones dentro de la Unión Soviética, basadas en la igualdad y fraternidad. Cuando la desgracia acosaba todos eran soviéticos y a todos les tocaba. La solidaridad de clase, hoy muy escondida, pero que  cuando sea necesario, tarde o temprano, prenderá. 

Así las relaciones sociales surgidas tras la Revolución de Octubre, cimentadas en la Guerra Civil, asentadas en la lucha contra la contrarrevolución externa e interna y aupadas por la defensa del Socialismo tras la guerra contra los nazis, desarrollaron nuevas formas de apoyo entre la población. Auténtica camaradería proletaria. Exponemos un sencillo ejemplo en el siguiente relato.

Por V. Shalíguina. Extraído de Literatura Soviética, (2) 1973.



Esta es una historia insólita. Mas, por muy paradójico que parezca, lo extraordinario de esta historia permite comprender mejor el carácter de las relaciones mutuas entre los soviéticos, su modo de vida.

En el tranquilo pueblecito de Ivánchikovo, cerca de la ciudad de Lgov, en la región de Kursk, se criaba en la familia de un koljosiano un vivaz y moreno muchacho. Era ingenioso para cualesquiera en sus pasatiempos y juegos, y no dejaba que nadie se metiera con los pequeños. Era muy agradable cuidar con él de los gansos, bañar los caballos y, en invierno, esquiar. Pero tenía otra buena condición, recuerdan ahora lo de su edad. Siempre respetaba a los mayores, tratando, como un hombre, de ayudarles en su labor.


En cierta ocasión detuvo junto al pozo de la aldea al muchachillo un viejo carpintero koljosiano. Después de saciar su sed con el agua fría del cubo, pidió al rapaz que diera de beber a su brigada, que no lejos de allí construía una casa grande, nueva. Kolia se dispuso en el acto a cumplir la petición. Fue corriendo adonde trabajaban los carpinteros y se quedó como fascinado en el hueco de la puerta. La casa aún no tenía tejado y sólo el entramado de la cubierta mostraba su desnudez dorada de madera recién cepillada. Los troncos de las paredes blanqueaban. se percibía un olor penetrante a madera fresca...

Era la época de posguerra y los obreros de la construcción estaban muy solicitados. Nikolái esta muy orgulloso con sus nuevas amistades, se olvidó de las faenas de chicos. Nadie se asombró cuando, después de terminar siete clase del colegio, el mozalbete ingresó en una escuela de aprendizaje de la construcción.

Cuando acabó sus estudios, Nikolái Alexéev tomó parte activa en las grandes obras del país. Construyó en la República de Uzbekistán el Almalik minero, trabajó en arjánguelsk, Saratov y Lipetsk. Cuando oyó hablar de la anomalía magnética de Kursk, se apresuró a colocarse allí, más cerca de las minas. Vivió en una barraca, después fue huésped de un camarada. Ya se estaban levantando las casas, en una de las cuales Alexéi debería recibir apartamento y trasladarse allí con su familia ´-su madre y su hija (su compañera había muerto en Almalik en un accidente automovilístico). Pero, de pronto, la desgracia sucedió en Tashkent, (Tashkent, capital de Uzbekistán, fue muy afectada por un fuerte terremoto que se repitió durante muchos días. La mitad de la ciudad fue destruida, decenas de miles de personas se encontraron sin techo. todas las repúblicas soviéticas corrieron en ayuda de los habitantes de Tashkent, de Uzbekistán.) echó por tierra todos los planes particulares de Nikolái. Tashkent se adueñó literalmente de todo su ser: corría al comité urbano del Partido, a la dirección de las obras, tratando de saber quién y cuándo enviaría a Tashkent voluntarios. No se asustaban ni las sacudidas sísmicas, que proseguían, ni el calor de 40º. El albañil conocía bien Uzbekistán por Almalik.

(Ver las imágenes del terremoto en: sp.rian.ru/photolents/20110426/148807071.html‎)

Aunque la brigada no quería deshacerse de su camarada -recuerdan ahora sus amigos-, cómo no dejarle ir a un trabajo tan sagrado. Y así, junto con otros obreros, ingenieros y peritos de Zheleznogorsk, Kursk, Lipetsk y Vorónezh, Nikolái salió para Uzbekistán en el tren correspondiente de albañiles y montadores.

Después de tres días de camino vio Tashkent envuelto en nubes de polvo, con los distritos de casas de vivienda, escuelas, hospitales, edificios estatales y públicos, fábricas y talleres en ruinas, con muchos poblados de tiendas de campaña donde se cobijaban, esperando tiempos mejores, los habitantes de Tashkent.

Mas pasaron unas semanas y, como por encanto, comenzó a levantarse de las ruinas una ciudad maravillosa, nueva.
-Trabajamos en Tashkent como en el frente, sin dormir, sin descanso. No sólo trabajamos en nuestra especialidad, sino en cualquier otra labor de la construcción. Nos dominaba un solo anhelo: que cuando antes se edificaran las casa que con tanta ansiedad aguardaban los que habían perdido su hogar. En las pocas horas que teníamos de descanso prestábamos nuestra ayuda complementaria a los que reparaban sus propias moradas y que nos pedían concurso. En estas familias encontrábamos la más cordial acogida. Ellas nos traían después al tajo cestas de uva, melones y ya no me acuerdo que platos nacionales -cuenta Alexéi Ustinov, carpintero de Zheleznogorsk, amigo de Nikolái, que trambién estuvo en Tashkent-.

Los de Zheleznogorsk y los de Kursk, junto con otros obreros de la zona de Tierras Negras, construyeron en Tashkent diez casas de cinco plantas, trabajaron en Chilanzar, viejo distrito de la ciudad, y en el centro de la capital de la República.

Mas sucedió que Nikolái Alexéev no pudo terminar su trabajo en Tashkent, regresar a su hogar en Zhleznogorsk, ni reincorporarse a su querida brigada. El 11 de Septiembre de 1966, como siempre, fue de los primeros en llegar a la obra de Chilanzar. Deberían hacer un drenaje en un lugar pantanoso. Una potente grúa levantó y comenzó a bajar una plancha de hormigón. Los compañeros vieron como corría veloz hacia ella el atezado y ágil Nikolái Alexéev, para recibir y llevar hacia el sitio necesario la plancha. Y... cayó electrocutado: tropezó en un cable enterrado sin aislamiento que asomaba sobre el terreno y murió carbonizado.

Llevaron a Zheleznogorsk la caja con el cadáver de Nikolái Alexéev. Con gran pena la grigada de Nikolái Ivánovich Grudachov, en la que antes de partir para Tashkent trabajó Nikolái Alexéev, se dispuso a dar tierra a su camarada y amigo. La mirada del capataz de la brigada se detenía incesantemente en el rostro lleno de dolor, de Liudmila, la delicada hijita de doce años de Alexéev. "¡Qué pena tan grande, quedarse sin padre y sin madre...!" -meditaba Nikolái Ivánovich-.

Los mismos pensamientos rebullían en las mentes de otros miembros de la brigada. Se reunieron al día siguiente para discutir la propuesta del capataz y escribieron en el acta de la reunión: reemplazar al padre de Liudmila, muerto en el puesto de trabajo. La propuesta fue sancionada por la organización del Partido y por la administración. La dirección de las obras hizo pública esta disposición:
"1.- Incluir a N. E. Alexéev desde el 14 de Septiembre de 1966, a título póstumo, en la composición de la brigada de Grudachov como obrero de primera categoría.
 2.- El dinero del jornal girárselo a Antonina Ivánovna Zhúkova, tutora de la hija de Alexéev, para Liudmila Nikoláevna Alexéeva, residente en la ciudad de Moscú"...

...Durante estos años cambió el personal de la brigada de Grudachov. Pasó de una dirección de obras a otra, sus componentes fueron 17, otras veces 23 y hasta 32 hombres. Pero no cambió un momento la solicitud por su prohijada, de esta obligación advierten a todo el que llega nuevo a la brigada...

...Liudmila nos enseña los fajos de cartas, si, si, gruesos fajos de cartas. en uno de ellos están las cartas de la brigada escritas, como regla, por una misma mano, la del propio capataz. Abro una, tomada al azar, y leo: "Es natural, Liudmila que ahora no te sea fácil, pues pronto tendrás exámenes, lo normal. Mira bien cómo te comportas en ellos. Queremos que estudies bien, que te hagas una auténtica persona, una trabajadora de nuestra sociedad comunista. Otro agradecimiento no esperamos ni queremos de ti. Dinos si recibes regularmente el dinero". O esta otra misiva: "Liudmila, comunícanos qué notas tienes, dónde piensas continuar tus estudios, nos interesa conocer todo"...

En cierta ocasión, el periódico Izvestia insertó el reportaje 33 y una, en el cual, precisamente, se describía el apadrinamiento de Liudmila Alexéeva por los carpintero de Zheleznogorsk. ¡Cuántas cartas recibió ella a la sazón, de Tashkent, Maagnitogorsk, Ulan-Udé, Kúbishev, Yásnaia Poliana y de otras ciudades! Muchos siguen escribiéndole en la actualidad...

"Querida niña, yo tengo nieto, pero no nieta. ¿Me permitirás considerarte mi nietecita y reconocerme como tu abuelito?" -le preguntaba en una carta Pável Konstatinovich Sidorov, veterano de la guerra y médico leningradense...A Liudmila la escriben muchas amiguitas desconocidas de Kursk...

No hace mucho hice un viaje a Tashkent y tuve ocasión de visitar las casas que construyó el padre de Liudmila. Cuando supieron la historia de ésta, los vecinos de dichas casas me dijeron: si es necesario que venga a vivir con nosotros, la atenderemos como si fuera nuestra hija... Esto lo construyeron para nosotros los soviéticos, el padre de Liudmila. todos los de Tashkent estamos en deuda con ellos...

¡Son incontable los familiares que le aparecieron a la muchachita! Pero los más queridos, sus papás, la brigada de Nikolái Grudachov, de Zheleznogorsk.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario