En 1997, Christiaan Barnard, el primer médico que logró realizar un transplante de corazón de un ser humano a otro (Sudáfrica, 1967), afirmó que “si existe un padre de los transplantes de corazón y pulmón, ese título lo ostenta sin duda, Demikhov". Las palabras de Barnard rendían homenaje a un científico soviético que, como tantos otros, había sido víctima del cerco de silencio que se tejió en torno la Unión Soviética y que ha provocado un inmenso desconocimiento sobre los logros culturales, técnicos y científicos de aquel país.
Denigrado y ridiculizado en ciertos medios de comunicación capitalistas con los calificativos de “Doctor Frankestein” o “el doctor del horror”, por sus transplantes de cabeza con perros, Vladimir P. Demikhov realizó entre 1940 y 1960 una serie de experimentos que demostraron la posibilidad de realizar transplantes intratorácicos y otra serie de operaciones cardiovasculares.
Vladímir Petrovich Demikhov (1916-1998) nació en Moscú en el seno de una familia campesina. En 1934, tras terminar sus estudios en la escuela secundaria, ingresó en el Departamento de Biología de la Universidad de Moscú. En 1937, con sólo 21 años de edad, desarrolló un prototipo de corazón mecánico que, implantado en un perro, funcionó durante cinco horas y media. Tras graduarse en 1940, logró un puesto de profesor titular en el Departamento de Fisiología Humana de la Universidad de Moscú. A partir de esa fecha inició una serie de experimentos impresionantes con animales, entre los que destaca el transplante corazón-pulmón en bloque sin la utilización de la bomba de circulación extracorpórea y consiguiendo que los bloques corazón-pulmón de donante y receptor funcionasen simultáneamente. Realizó también transplantes de corazón-pulmón en bloque ortotópico, transplante de corazón-pulmón heterotópico, transplante de corazón unilateral, etc., consiguiendo que los animales transplantados viviesen una semana en el 30% de los casos y en algunos casos la supervivencia sobrepasó los 30 días. También llevó a cabo anastomosis aorto-coronarias y vasculares utilizando engrapadoras mecánicas.
El transplante de cabeza en perros lo sitúan como un científico que se adelantó a su tiempo, por más que estos experimentos hayan sido tergiversados desde planteamientos oscurantistas y criticados por un conjunto de alucinados que consideran que los animales y los humanos tienen los mismos derechos. Lo cierto es que los injertos del tronco superior de un perro en el cuello de otro sirvieron para dominar técnicas de sutura vascular imprescindibles en operaciones coronarias.
En el año 2008, cuando se cumplían 10 años de su muerte, el cirujano José Luis Vallejo, coautor de un centenar de transplantes de corazón en el hospital madrileño “Gregorio Marañón” defendía la figura del investigador soviético: “Ahora, cuando veo en Internet los vídeos de sus perros con dos cabezas, me parece natural que algunas personas lo consideren un monstruo, pero yo lo veo como un científico, con la cabeza fría”. Y Juan Francisco Delgado, miembro de la Sociedad Española de Cardiología, afirmaba que “hoy, los pacientes que reciben un transplante de corazón en España tienen una esperanza de vida media de 12 años, y hay que dar gracias a la generosidad del donante, pero también a figuras olvidadas como Demikhov”.
En 1960 Demikhov terminó su tesis doctoral titulada “El transplante experimental en órganos vitales”, siendo editada dos años después en Berlín y New York, y en 1967 apareció la edición española en la editorial Atlante. El médico soviético desarrollaba en esta obra un amplio conjunto de técnicas, métodos, y modalidades de transplante: métodos de anastomosis de los vasos sanguíneos durante el transplante de órganos; modo de preservar la actividad fisiológica del corazón y los pulmones durante su transplante de un animal a otro; transplante de corazón con pulmones y sin ellos; transplante de riñones; transplante de cabeza; unión quirúrgica de animales con creación de un aparato circulatorio único; transplante de órganos en parabiosis con circulación cruzada; operaciones plásticas en los vasos coronarios, etc.
Aunque este trabajo fue de trascendental importancia en su momento y marcaba el inicio de una nueva era en la medicina y la cirugía, el visceral anticomunismo de la Guerra Fría condenó al olvido al eminente científico
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