Ana Belén Montes: "Nunca hemos respetado el derecho de Cuba de transitar su propio camino hacia sus propios ideales de igualdad y justicia"
Durante semanas publicamos en La Joven Cuba los alegatos presentados por los Cinco durante el juicio realizado en Miami.
Ellos han demostrado que no basta con creer en una causa sino que hay que tener el valor de “arriesgar el pellejo” para defenderla, como nos enseñó el Che.
En octubre del 2002 fue condenada a 25 años de prisión Ana Belén Montes, acusada de pasar a Cuba información confidencial sobre planes de agresión por parte de los Estados Unidos. Ana Belén era analista superior (senior analyst) sobre temas cubanos en la Agencia de Inteligencia de la Defensa de los Estados Unidos (Defense Intelligence Agency, DIA). Permanece hoy en la cárcel bajo un extremo régimen de aislamiento.
Hoy les traemos las palabras que Ana Belén Montes dijo durante su juicio. Desde el punto de vista Jurídico son dos casos diferentes, pero demuestran que las personas de bien deben luchar contra las injusticias sin importar el lugar donde se cometan.
Declaración de Ana Belén Montes ante el juez de sentencia:
16 de octubre de 2002.
Un proverbio italiano tal vez describe la verdad fundamental en la que yo creo: “Todo el mundo es un solo país”. En tal “mundo-país”, el principio de amar a nuestro vecino como a nosotros mismos parece, para mí, ser una guía esencial para las relaciones armoniosas entre todos los “vecindarios-naciones”. Este principio reclama tolerancia y entendimiento por las maneras diferentes de los demás. Precisa que tratemos a otras naciones de la misma forma que deseamos ser tratados, con respeto y compasión. Es un principio que, trágicamente, yo creo que nunca hemos aplicado a Cuba.
Su señoría, yo me envolví en la actividad que me trajo ante usted porque obedecí a mi conciencia en lugar de la ley. Yo creo que la política de nuestro gobierno hacia Cuba es cruel e injusta, profundamente inamistosa, y me sentí moralmente obligada a ayudar a la isla a defenderse de nuestros esfuerzos de imponerle nuestros valores y nuestro sistema político. Hemos mostrado intolerancia y desprecio hacia Cuba por la mayor parte de las últimas cuatro décadas. Nunca hemos respetado el derecho de Cuba de transitar su propio camino hacia sus propios ideales de igualdad y justicia. Yo no entiendo porqué nosotros continuamos dictando como los cubanos deberían seleccionar sus líderes, quienes estos no pueden ser, y que leyes son apropiadas en su tierra. ¿Por qué no podemos dejar a Cuba seguir su propia vía interna, tal y como los Estados Unidos ha hecho por más de dos siglos?
Mi modo de responder a nuestra política hacia Cuba puede haber sido moralmente equivocada. Tal vez el derecho de Cuba a existir libre de coerción política y económica no justifica dar a la isla información clasificada para ayudarla a defenderse. Yo solo puedo decir que hice lo que pensé justo para contrarrestar una grave injusticia.
Mi mayor deseo es el de ver relaciones amigables emerger entre los Estados Unidos y Cuba. Yo espero que mi caso de alguna manera impulsará a nuestro gobierno a abandonar su hostilidad hacia Cuba y a trabajar con La Habana en un espíritu de tolerancia, respeto mutuo, y entendimiento. Hoy vemos más claramente que nunca que la intolerancia y el odio –por individuos o gobiernos- solo difunde dolor y sufrimiento. Tengo esperanzas en una política norteamericana que se base en el amor entre vecinos, una política que reconozca que Cuba, como cualquier otra nación, quiere ser tratada con dignidad y no con desprecio. Tal política pondría de vuelta a nuestro gobierno en armonía con la compasión y generosidad del pueblo americano. Permitiría a cubanos y americanos aprender de y compartir los unos con los otros. Permitiría a Cuba deponer sus medidas defensivas y experimentar más fácilmente con los cambios. Y permitiría a los dos vecinos trabajar juntos y con otras naciones para promover la tolerancia y la cooperación en nuestro “mundo-país”, en nuestro único “mundo-patria”.
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